jueves, enero 18, 2007

El gran Silencio

Siempre que explota una bomba se escucha después un gran silencio. Éste dura apenas unos segundos, y va acompañado de un zumbido dentro del cerebro y de una nube de humo en la que no se ve nada, así que uno no sabe si sigue vivo o ha alcanzado el limbo. Luego el humo se va disipando, y vuelven los sonidos, el ulular de las alarmas que han saltado, las sirenas, el lloro de un niño, algún ladrido. En la tierra de nadie de la bomba huele a plastilina quemada y a metal, como si fuera la consulta del dentista. Durante todo el año, y en especial estos días de Navidad, el mundo está lleno de momentos como estos, en que la carne quemada asciende a los cielos, decenas de inocentes pierden la vida y ocasionalmente se ejecuta a algún tirano con una soga de cáñamo. Después del silencio de una bomba, si uno no se ha quedado dentro de él para siempre, con cinco plantas de aparcamiento por encima, siguen las declaraciones, los testimonios, el sufrido trabajo de los bomberos o del Presiente del Gobierno quien declara que también va a trabajar por la paz con más energía que nunca, tal vez como el cornudo que proclama todavía su fe en el matrimonio. Un bombero va reptando en busca de victimas, entre la chatarra retorcida y en su avance encuentra las palabras grandilocuentes que sirvieron hasta ayer, achicharradas. Hará falta algún tiempo, supongo, para que algún tonto de guardia las vuelva a poner en circulación. De momento nos merecemos un momento del silencio. En los cines, estos días, se estrena una película que muestra la vida de los monjes cartujos en el monasterio de la Grand Chartreuse, en los Alpes. Estos monjes viven con una gran sencillez, sin apresurarse nunca, y bajo un riguroso voto de silencio. Les vemos cortar la leña, partir el apio y meditar en la celda, mudos y con una leve sonrisa. Vemos cómo amanece en los Alpes todos los días para estos monjes, que oran bajo el impávido cielo estrellado, esperando una voz y compadeciéndose de nuestra vorágine.