Un nigeriano, cuyo nombre no ha trascendido, murió hace pocos días en Barajas tras permanecer 50 minutos en el suelo de la T1 sin ser atendido. Había llegado en un vuelo de Turquía, al filo de las cinco de la tarde, y tras pasar la aduana se desplomó con convulsiones, sin que nadie le auxiliase, al existir sospechas de que podía tratarse de Ébola. El hombre, que en realidad viajaba con dos bolas de cocaína en el estómago, tuvo la mala suerte de que la carga le reventara en el peor momento, cuando la preocupación por el virus, el miedo a los viajeros de África y el germen del pánico estaban en su momento álgido. En el hospital Carlos III, a esas horas, Teresa Romero luchaba contra la infección y los pasajeros de Barajas miraban al hombre caído conteniendo el aliento. La policía informó a los sanitarios del aeropuerto de la situación, pero éstos no se decidieron a intervenir hasta tanto se aclarase la procedencia y el itinerario del paciente y alertaron a la autoridad sanitaria, quien puso en marcha el protocolo previsto, el cual demoró los mencionados 50 minutos en los que el hombre se fue intoxicando con el caro veneno que llevaba en su vientre. En estos casos, según los expertos, la única solución es la cirugía inmediata. A su llegada, el equipo médico constató el estado crítico del hombre, y también que sus síntomas no eran en ningún caso de ébola, y lo trasladaron a un centro hospitalario, algo que también resultó accidentado, al no entrar la camilla en el ascensor, lo que hizo perder unos minutos preciosos. Puede decirse que la fatalidad acompañó a este nigeriano anónimo, quizás una metáfora de nuestro mundo complejo y disparatado, quien, a tenor de los datos que iba obteniendo la policía, vivía con su mujer en Alcalá de Henares, y hacía más de 4 años que no volvía su país. Había ido en los días anteriores a Estambul, sin duda para emplearse como bolero o mula y volvió para morir en Madrid ese día a las 18.55 horas, según confirmó el parte médico. El sindicato USO, que al parecer todavía existe, ha pedido explicaciones a AENA, compañía estatal que proyecta salir a bolsa esta misma semana.
(Publicado DN 27/10)
lunes, octubre 27, 2014
lunes, octubre 20, 2014
Planeta
El escritor mexicano Jorge Zepeda, de larga trayectoria periodística, ha ganado el premio Planeta con una novela sobre mafias internacionales y asuntos turbios, donde una mujer bellísima es captada para una red de prostitución y llevada a Marbella. Su belleza es su condena, ha dicho con acierto Zepeda, explicando que se inspiró en una mujer venezolana que conoció, pero que el libro en realidad quiere retratar un mundo de corrupción y poder, donde lo principal es enriquecerse como sea, un mundo dominado por las multinacionales y el capitalismo salvaje. Todo esto de los grandes poderes podridos de dinero, los manejos de las corporaciones y la mafia de la prostitución es muy excitante, pero parece más de lo mismo, lo que las películas y las series nos cuentan una y otra vez y que consumimos sin inmutarnos, hasta el punto que los personajes que mejor nos caen suelen ser los malos. Es difícil, además, que una novela gane a lo que la realidad nos ofrece de por sí. La auténtica novela de hoy es la fría relación de gastos de las tarjetas opacas, la peripecia de un chico que quiere inmolarse en Siria, la doblez de los discursos moralizantes de quien descubrimos al final que era un corrupto, como en el desenlace de una novela negra, los enredos del Ébola con sus trajes de astronauta y las airadas movilizaciones por la suerte de un perro, cada cual puede elegir lo que quiera. Es difícil que la ficción haga la competencia a todo esto. Esta vez no han dado el Planeta a una novela histórica, sino a un relato de delincuentes de cuello blanco que secuestran a una mujer hermosa, como si fueran la bella y la bestia, un libro que pretende retratar a un mundo sin alma. En la cena del premio estaban el presidente Mas y el editor Lara, un empresario contrario a la independencia, vigilándose de reojo, como dos futbolistas y eso era tan importante como el fallo. Estamos continuamente rodeados de historias, confundidos y sepultados por ellas, y el libro que hay que escribir tal vez debería buscar en otra parte. Hoy lo más urgente es lograr un poco de silencio.
(Publicado DN 19-X)
(Publicado DN 19-X)
viernes, octubre 17, 2014
Taxi
Llovía mucho cuando llegué a Madrid, y el taxista iba echando pestes en voz baja avanzando a duras penas por la calle atestada, así que, por hacer un chiste le dije que tanta agua iba a terminar con el ébola, pero él puso cara de no entender, o de que sobre aquello no se podían hacer bromas, como si la red no estuviera ya llena de choteo y humor negro, así que desistí de explicar nada más, no le conté por ejemplo, que hace años, con motivo de otro virus que también iba acabar con el mundo, el ministro de entonces dijo que ese virus era un bichito muy pequeño que si se caía se mataba. Luego vinieron las vacas locas, tampoco le conté, cuando incluso amenazaron con prohibir el chuletón. Para que hablar de la gripe A, que contagió a casi todo el mundo de miedo. A la altura del museo del Prado la cortina de agua y el vaho de los cristales no dejaban ver los grandes cedros de la fachada, y en la radio que el taxista había encendido como un parapeto para no oírme, sospeché, seguían hablando de los trajes de aislamiento, los fallos del protocolo y el sacrificio de Excalibur, el perro que ha ido al cielo puro y aburrido de los perros, y alguien citó riéndose a Pérez Reverte, que había escrito en su twitter que mejor sería poner en observación al perro y sacrificar a la ministra, que es una frase con muy mala leche pero que al menos no contiene ningún taco. Por si acaso miré en el espejo retrovisor la cara del taxista que no se inmutó. Siguió así, protestando algo en voz baja, mientras en la radio hablaban de las tarjetas de Caja Madrid, y de lo que habían gastado cada consejero, incluido Virgilio Zapatero, que compró con ella un montón de libros, lo que podría ser una atenuante, y luego de Fernández Villa, el histórico líder sindical asturiano que regularizó dinero negro en la última amnistía fiscal. Jamás lo hubiera creído, se lamentó un tertuliano. El taxi volvió a detenerse y de reojo miré el taxímetro sumando. Todo se desmorona, dijo entonces el taxista con voz grave, como si fuera un oráculo. Sentí una especie de escalofrío y aunque no habíamos llegado a Colón y llovía más que nunca, le dije que me bajaba allí mismo.
(Publicado DN 13 octubre)
(Publicado DN 13 octubre)
martes, octubre 07, 2014
Bus
Iba en bus hacia el trabajo, cuando escuché por el pinganillo de la radio que los directivos y consejeros de Caja Madrid se habían fundido en 8 años 15 millones de euros con unas tarjetas opacas, y de pronto noté que la noticia resultaba incomprensible en aquel autobús, ninguno de los que iban en él -es uno que va por la avenida de Zaragoza, cada día se ve mas o menos la misma gente: mujeres que van a trabajar en casas, chicos que van a clase, un anciano demasiado abrigado, una mujer negra con un niño de pelo rizado- ninguno de ellos, digo, podía hacerse cargo de esa cantidad, unos 2.400 millones de pesetas, un dineral que sumar, por lo visto, a lo que toda esta gente ya recibía como sueldos y dietas, una propina que no pedía explicaciones. Ahora es cuando vamos viendo lo que fueron aquellos años dorados, un momio para muchos, pero lo malo es cuando lo vemos desde dentro de un autobús que atraviesa un barrio como este y como tantos, donde hay bares latinos, alguna mujer con velo, gente también de toda la vida, pero sobre todo hay locales desde los que se puede enviar dinero a la familia en Quito, en Rumania, en Camerún; agencias cuya comisión es más pequeña que la de los bancos y aquí eso cuenta. Detrás de cada euro enviado hay una cálculo cuidadoso, una renuncia, y quienes recargan allí mismo el móvil y la tarjeta para el bus tienen una historia detrás; quien quiera encontrar material puede venir por aquí y empezar a hablar, preguntara a la gente cómo va la cosa, o qué harían, por ejemplo, con una de esas tarjetas sin límite, seguramente no entenderían la pregunta o a qué viene, eso no pasa, sencillamente. En el periódico, a veces, aparece la noticia de que han condenado a alguien por quedarse 2.000 euros, otro ha tratado de estafar burdamente un anciano, aquel sisaba a su jefe, nadie es totalmente inocente, pero hay otras cosas que ya no es posible entender, cantidades obscenas, chorros de dinero que ahora salen cuando escarbamos un poco, cosas a las que nadie ponía pegas y de las que todos se aprovechaban sin inmutarse.
(Publicado DN 6-X)
(Publicado DN 6-X)
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