lunes, diciembre 29, 2014

Elefante

El día de nochebuena amaneció frio y con niebla, y cuando salí a dar un paseo todavía no había levantado, el mundo alrededor seguía frio y desdibujado, como si se hubiera convertido en otro lugar, y junto al portal de la ciudadela había dos hombres a cuerpo desafiando el frio y tocando “Noche  de paz” con un violín y un acordeón, con pinta de rumanos,  restos de una orquesta zíngara, gentes que nunca tienen frío ni miedo a desafinar, y después de echarles una moneda seguí adelante, la niebla parecía haberse espesado todavía más,  hasta que de pronto, junto a la Misericordia un bufido me hizo parar y al acercarme despacio entre la bruma, como una aparición, distinguí  un elefante allí quieto, rodeado de una cinta blanca, como si eso bastara para contenerlo, que me miró con cara de lástima un segundo y luego siguió comiendo la hierba seca que había por el suelo. El animal tenía la piel de color grisáceo, con grandes surcos, comprobé, y sobre el lomo y su gran cabeza llevaba briznas amarillentas, como si hubiera llovido paja o él mismo intentara abrigarse en la gélida mañana. Era  de un circo que hay allí, el circo Coliseo, que se anuncia en grandes carteles de colores,  como un espectáculo de otra época, con payasos, tragasables, leones del Senegal y auténticos lobos de Siberia, una diversión que subsiste en esta época sofisticada y cibernética, donde el espectáculo está siempre en una pantalla. Miré alrededor, acordándome de la lejana infancia, cuando los personajes del circo me embelesaron durante mucho tiempo, con sus lentejuelas, sus látigos y sus equilibrios en el alambre, pero allí no se veía nadie salvo el elefante, madrugador, el resto del elenco, pensé, debía seguir en los remolques preparando la cena de navidad,  las fieras en sus jaulas, o todos habían abandonado el campamento al unísono.  Entonces pensé que justo desde ese mismo lugar sale la cabalgata de reyes, con sus caballos y sus dromedarios, y escuché  a lo lejos la música de los rumanos que repetían el villancico y entonces elefante se irguió sobre las patas de atrás y emitió un largo bufido con su trompa, lo que en algunos sitios, recordé, es un signo de buen augurio.
(Diario de Navarra-29/XII)

martes, diciembre 23, 2014

Malala

Pocos días antes de que los talibanes entraran a tiros en una escuela de Peshawar, en Pakistán, y mataran a 140 personas, la mayoría de ellos escolares, dieron el premio nobel en Oslo a Malala, la niña paquistaní que lleva el cráneo de titanio y el oído biónico después de que los talibanes le hubieran metido varios tiros en la cabeza por defender el derecho de las niñas a ir a la escuela. Malala vive ahora en Londres, y a pesar de su juventud tiene una gran presencia en foros importantes, en los que destaca su discurso firme y claro con  un solo mensaje: que los millones de niños, y sobre todo niñas, de todo el mundo puedan educarse. Esto no hace ninguna gracia en muchos sitios, a pesar de que estemos en el siglo XXI, y de hecho hay muchas reticencias sobre si Malala no hace el juego a los países occidentales, o si es una auténtica musulmana. Nada está precisando tanto, por cierto, el Islam como gente como Malala, que nos haga descansar un poco  de tanto  clérigo barbudo e irritado, pero no está claro que su causa sea allí muy popular. Tal vez el atentado de Peshavar, más allá de las pugnas políticas locales, sea un mensaje sobre qué es lo que opinan algunos de la necesidad de abrir más escuelas: prefieren hacer tiro sobre  los alumnos y mandar un aviso a navegantes.  Lo cierto es que ante estas barbaridades hay quien reacciona con cierta prevención, sin la rotundidad que se usa en otros casos. Enseguida hay quien alega que también el cristianismo tuvo sus guerras de religión, como si eso excusara a quien las hace ahora, y sin añadir que  el conjunto de nuestras sociedades fueron evolucionando costosamente hacia modernidad, la tolerancia y el pluralismo religioso, algo que en el Islam no se ha producido. Allí no ha llegado todavía la Ilustración, y la religión no se ha separado de la política ni de la ley civil. Los disparos contra una niña como Malala, toda esta violencia desatada que vemos día a día,  expresan en realidad una enorme fragilidad y miedo ante la cultura y la sociedad abierta que se cuela por todas partes, y pone en peligro un edificio que cada vez exige mayores sacrificios.
(Publicado DN 22-XII)

martes, diciembre 16, 2014

Iguales

El fiscal Horrach ha presentado su  acusación en  el llamado caso Noos, en el que acusa a Urdangarín y otros más -no así a la infanta Cristina que, como la ministra Mato, no sabía de donde venía tanto dispendio en casa-  en un escrito de nada menos 572 folios, lo que supera a los 167 que necesitó el auto de procesamiento del juez Castro, los 227 con los que  justificó  la  imputación a la infanta, o los 160 que necesitó  la Audiencia de Palma para  confirmarlo. Esto  no es normal. Si los procedimientos del resto de los mortales necesitasen tanta tinta, los juzgados quedarían (más) paralizados. Puede que todos seamos iguales ante la ley, pero como se decía en “Rebelión en la granja”, unos son más iguales que otros, porque hay muy poca gente que exija tan amplias precauciones y tanto celo para decidir su caso.  He comprobado que mi Quijote, incluidas las viejas estampas de Doré, tiene 627 páginas y que la Biblia llega casi a las 2.000, pero esto es poca cosa frente a los tomos que ocupa este caso de campanillas, en el que una vez se ha entrado, debe ser difícil hallar la salida. Es inútil pensar que algún ser humano retenga tanta letra. Verlo en la estantería debe dar grima. Es claro que Horrach y Castro  pecan por exceso, escriben demasiado, lo que es algo que el lector nunca perdona, máxime en un mundo  donde prima breve y todo se mueve con un tuit.  Nadie se lee una cosa tan larga.   Por lo demás, el escrito de acusación pide una condena  de 19 años a Urdangarín, algo que, como ha dicho su abogado, parece más propio  de un delito de sangre. Esto ha coincidido, perdónenme la obviedad, con la semana en que Santi Potros, aquel de los atentados de Hipercor y República Dominicana -con 21 y 12 muertos respectivamente-    salía a la calle tras  pasar 24 de los 3.100 años de prisión a los que fue condenado,  al abonársele los 6 años de cárcel que pasó en Francia, y en aplicación de una decisión marco europea sobre acumulación de condenas.  Al parecer, esa decisión  llevaba cinco años durmiendo el sueño de los justos, durante dos gobiernos, a la espera de que alguien hiciera algo o terminara  de   leérsela  entera.
(Publicado DN 15-XII)

lunes, diciembre 08, 2014

Medalla

Los hombres acostumbran a ser de carne y hueso, producto de su época y sus circunstancias y a partir de ahí han de hacer o no hacer algo, vivir una vida intensa, enredada en proyectos, seguramente contradictoria y fallida muchas veces,  o vivir una vida gris y acomodaticia sin arriesgarse; las de Huarte y Urmeneta, a quienes se ha dado una medalla,  son más bien del primer tipo, volcadas siempre en algún empeño,  imparables, con el rasgo de los hombres de acción, barojianos; Urmeneta, por ejemplo, pasó por la guerra y luego por la división azul, una expedición en la que hubo de todo: rojos que querían disimular, buscavidas, idealistas, el propio cineasta Berlanga, recuerdo, o  Ridruejo, un falangista de primera hora que luego cambió, renunció a todo y combatió el régimen. Puede que Urmeneta tuviera ya el corazón nacionalista, y que la coyuntura le llevara por otro lado, pero el tiempo demostró que la cabeza la tenía muy pragmática, y que puso por encima de todo ese talante íntegro y responsable que siempre tuvo,  y en eso se `parece a otro navarro eminente, Manuel Irujo, un nacionalista vasco que terminó siendo ministro de justicia, pero de la república española, y logró poner orden y terminar con los paseos y matanzas indiscriminadas en el Madrid republicano. Salirse del molde, escapar a lo previsible, cambiar, ese es el valor que nos exige a veces la vida, en la que nada está escrito.  También en aquellos años 60 había que tener la mente clara, pues si Huarte y Urmeneta, ente otros,  no se hubieran empeñado en impulsar el plan de industrialización, es decir, el progreso, Navarra hubiera seguido siendo una especie de reducto, una caja de esencias tradicionales, encerrada en sí misma, tal como querían algunos, amoscados ante el temor de que algo pudiera cambiarla. Recordar  la figura de estos dos hombres,  que hicieron lo que pudieron e incluso un poco más, en unos tiempos oscuros, puede que sea oportuno en esta hora, necesitada, tal como ha explicado  el filósofo Gomá, de una nueva ejemplaridad pública, de algún modelo que,  aunque no sea  perfecto, nos saque de tanta queja y tanto desánimo.
(Publicado DN 8-XII)

martes, diciembre 02, 2014

Bach

“Escrito por la señora Bach” es un documental que se ha estrenado hace poco en Inglaterra, que  sostiene que varias obras de Bach en su última etapa, en concreto parte de las “Variaciones Goldberg” y de “El clave bien temperado” -una obra apropiada para escuchar estas tardes de otoño, mientras el viento barre las hojas- se deben a su segunda mujer, Anna Magdalena Bach. Hasta ahora se tenía a Anna como la copista a quien su célebre marido dictó las obras de su último periodo,  pero un tal profesor Martin Jarvis, investigador de una universidad australiana, sostiene que un análisis de la letra denota que su escritura carece de la calma y peso de un mero dictado y que ella sería la autora. La verdad que no parece una prueba muy concluyente, pero no es muy raro que alguien se empeñe durante años en refutar la autoría de un genio, seguramente porque con eso logra, como en este caso,  cierta repercusión en todas partes, y acaso porque debe producir un placer especial poder vengarse de alguien muy brillante, así que hay quien dedica su vida a  demostrar  que Homero no era Homero,  sino una grupo de bardos errantes, que Shakespeare era incapaz de escribir su obra etc. y ahora Jarvis niega a Bach y reivindica a Anna Magdalena, una soprano que fue su segunda mujer, y que además de copiar en un famoso cuaderno las composiciones de su marido, alumbró y cuidó 12 hijos, atendió la casa y, según Jarvis, aún tuvo tiempo para componer las obras cercanas a la perfección que hoy, siglos después, oímos con estupor. Todo esto supone una cierta herida narcisista para el hombre, como si la sumisa Anna, al  despojar a su famoso marido de parte de sus obras, lograra una victoria un poco tardía para todas aquellas mujeres que han quedado en segundo plano, seguramente muchas injustamente olvidadas o usurpadas por sus maridos o amantes que se aprovecharon de su talento; aquellas hermanas Brönte que firmaban sus libros como hombres en la Inglaterra victoriana,  o la delicada   Fanny Mendelsohn, eclipsada por su hermano Félix; mujeres a la sombra durante mucho tiempo, observando al hombre en primer plano con una sonrisa enigmática.
(Publicado DN 1-XII-2014)