lunes, marzo 30, 2015

Roger

Un puñado de amigos nos reunimos el domingo en la Escuela Navarra de Teatro para el estreno de la "Pequeña suite emocional" de Roger Alvarez, en  la que, con la excusa de presentar cinco canciones compuestas en los ultimos años, Roger cuenta sobre el escenario cómo llegaron estas canciones, qué las justifica, para que sirvieron, además de pedir que algún coro las haga suyas.  En  esta Tabarca que habla de esa minúscula isla del mediterráneo, puede verse a Roger dirigir un coro, como si tratara de sacar oro de los cantantes. Según contó en escena, la estancia en esta Isla le ayudó a superar la muerte de un amor, y creó un vinculo muy profundo con esta isla plana y ventosa. La canción dedicada a Mui, la vietnamita que vendía bocadillos en la Gran Vía, Lisboa, el valsito de Lima, Samba para Sara, que la siguieron, también llevan algo de esta isla mínima.   En sus cuarenta ños de actividad profesional, apenas ha venido  Roger a Pamplona. Nadie, ha recordado en una entrevista, es profeta en su tierra. Al verle a la noche arrastrar una maleta con su cachivaches y la guitarra a la espalda, lo he visto como siempre desde  hace  50 años: brillante, libre, seguro de que lo que hace, sorteando el tiempo con una sonrisa.  

miércoles, marzo 25, 2015

La tumba de Cervantes

El académico Francisco Rico, estudioso del Quijote, dijo el mismo día en el que un grupo de expertos, tras largas pesquisas, exhumaciones y análisis, confirmaron que los huesos de Cervantes estaban en el Convento de las Trinitarias de Madrid -aunque  no podían distinguirse del resto-, que todo el revuelo y expectación creados  le parecía una chorrada y que lo importante era la obra, y no los hueso raídos del autor. Cervantes fue un hombre que vivió siempre en penuria, guerreando, cautivo, cobrando impuestos, arruinándose, yendo a la cárcel y escribió su obra cuando pudo, fruto de una voluntad que  se sobrepuso siempre a la  suerte. Su Quijote  contiene una gracia y una verdad que todavía perduran, disimulando su profundidad en un juego novelesco. “¿Habrá un libro más profundo que esta humilde novela de aire burlesco?”, escribió Ortega.  Libro perfecto y a la vez imperfecto, se aprecia mejor con el tiempo y es bueno releerlo abriéndolo al azar, como recomienda el propio Rico. Es la obra de Cervantes lo que vale, sin duda, pero siempre ante su figura, tan mal conocida, hay una suerte de deuda, como si él fuera de entre los españoles ilustres el más auténtico,  el que significa y resume más  cosas, al que más convendría imitar.  Es a estos pobres restos confundidos  del convento a los  que podemos llevar flores en comitiva, como al soldado desconocido, porque también él lo fue, y si no contamos más que con su huesos, no los menospreciemos, porque también los huesos hablan: ahí están por ejemplo  los de Descartes, sobre los que se escribió  un gran libro contando sus peripecias, sus idas y venidas desde la fría Suecia donde murió,  hasta Francia, donde su rastro vuelve a perderse varias veces. Cervantes, por su parte, sigue allí donde eligió ser amortajado y enterrado para la vida eterna, sin sospechar que la tendría aquí.  El tiempo es breve -escribió con un pie en la tumba, en el famoso prólogo al Persiles- las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo eso llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir. Así lo dijo.
(Publicado DN 23 marzo)

miércoles, marzo 18, 2015

LA ERA DE LA KALE BORROKA

Libro Relatos de plomo III


Oigo hablar en la radio de  Montaigne y de sus ensayos, de los pensamientos que dedica al amor entre padres e hijos, esa tierna afección que el progenitor tiene por su cría, y el respeto que esta le profesa (él prefería, tal vez con razón, la amistad al amor, como si desconfiara de éste, como si pudiera llevar a extremos peligrosos), y eso me trae de nuevo al asunto de la kale  borroka, me recuerda que tengo que decir algo de  la larga época –desde los años setenta hasta hace nada- en que los cachorros hacían el trabajo de los mayores, lo complementaban con la llamada violencia de baja intensidad, y me digo si en el fondo no se trata de  lo mismo,  del viejo relato amañado del nacionalismo sobre el pasado y  de sus efectos.
Lo escribió Jon Juaristi, hace años, evocando los versos de Kipling “¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes? ¿Y por qué hemos matado tan estúpidamente? Nuestros padres mintieron: eso es todo”. La  kale borroka es el trabajo sucio que se encargó irresponsablemente a los cachorros, engañándoles. Contando una historia que no es verdad. Es parte de la barra libre que se instauró en el País Vasco y Navarra respecto a ciertos actos criminales, justificándolos. Es disculpar lo indisculpable.
 ¿Cómo no me dijiste, padre,  que eso estaba mal?
 “Han quemado cajeros, lanzado cocteles molotov contra sedes de instituciones y bancos, pero también al interior de viviendas de concejales no nacionalistas, han hecho arder autobuses, coches… pero ¿cómo son esos jóvenes? ¿Por qué cometen este tipo de delito?” se preguntaba un artículo de ABC en 2003. Es el entorno familiar, concluía, lo que predispone a los menores a cometer acciones terroristas. Unos chicos, muchos de ellos muy jóvenes, de entre 14 y 18 años, que en realidad  no tenían que ver con la delincuencia juvenil habitual: no eran chicos sin recursos y oportunidades, con deficiencias afectivas, de barrios marginales o con familias rotas, sino jóvenes normales, chicos bien  integrados.
Eran “buenos chicos” convertidos de pronto en otra cosa, como si se manifestara en ellos una repentina enfermedad: de pronto aparecían embozados, llenos de excitación, lanzando insultos, gozando insensatamente, llenos de odio y desprecio. Recuerdo ver subir dos críos con capucha en la villavesa –seria el año 96 o 97-  en Marcelo Celayeta, y  mandarnos bajar a todos, sin que  nadie osara resistirse. El conductor, lívido, quitó las llaves del contacto y todos desfilamos en silencio. De pronto, apenas habíamos andado unos metros, el autobús comenzó a arder, mientras ya se olía en el aire el plástico de los asientos chamuscados, el crepitar de algo que nos hizo correr.
Eso era entonces cosa no rara, el pan de  cada día,  algo a lo que ya nos habíamos acostumbrado: era el folclore del fin de semana, “el espacio de la fiesta y la subversión”, se teorizó, refiriéndose a   una parte vieja que agonizaba, nadie se atrevía a poner ahí un negocio, los vecinos escapaban, los jóvenes airados parecían los dueños del mundo, aunque luego recuerdo haberlos visto -yo iba entonces por los juzgados-  detenidos: cabizbajos, temerosos, inofensivos, unos niños traviesos.
Esos festivos muchachos. Las memorias de la Fiscalía de la Audiencia Nacional, de aquellos años lo explica con asepsia contable: “solo en el 10%  de los casos hay una actitud clara y sin ambigüedades por parte de los padres de reprobación de los hechos terroristas y de la violencia callejera  en la que participan menores y jóvenes”. Y ello pese a que “el 70% de los caso estas familias constituyen un entorno válido para el desarrollo y evolución de los menores, con un buen grado de integración social y familiar”.
No son las familias, según los expertos de la fiscalía, quienes  incitan a estos jóvenes  a cometer actos de kale borroka, pero “tampoco les enseñan abiertamente a rechazar el terrorismo”.  Unas familias en las que hay una  actitud ambigua respecto a ETA y su entorno, de tal manera, como se dice en los informes, “sus acciones no son aplaudidas, pero tampoco objeto de crítica o rechazo”. (Imaginémonos que esto ocurriera con quien maltrata a su mujer o se enriquece con el tráfico de drogas, que el mensaje para un chico de 16 años fuera que eso no está tan mal).
Hay una perversión moral que explica lo que ocurrió.  Una ambigüedad en los mensajes que hace que los menores no sean capaces de ver porqué su comportamiento no es correcto y de asumir su responsabilidad. Por eso no es difícil, se dice en las memoria, que cumplidas las medidas que se les aplican y de vuelta al entorno habitual, alguno de ellos decida dar el paso de integrarse en las filas de Eta.
En un mundo donde muchos callan, donde hay temor a hablar y condenar, ahí están los padres para exculpar.  Para poner en duda que sus hijos hayan cometido actos terroristas –se trata de travesuras-,  para responsabilizar de esas acciones al sistema,  a la sociedad o a los abusos policiales. El culpable siempre es el otro. 
Era, pues, la ley del padre que no tendió el límite, que confundió las cosas. Todo estaba confuso, lo está en parte todavía.  No es lo mismo el vicio que la virtud, matar que poner la nuca, la victima que el verdugo. Pero eso todavía no está claro en muchas partes del país, eso todavía se juega en la pelea por la memoria de lo que ha ocurrido y en el empeño de disolverlo todo en un conflicto y en una paz para todos, sin vencedores ni vencidos, como pretenden tantas mentes piadosas. 
Pero estos muchachos creyeron la mentira de los padres, no oyeron otras voces que quizás callaron, acomplejadas. También de la culpa y la frustración y el tiempo que perdieron querrán pasarnos cuenta, por no haber sido claros.
¿Por qué no me dijisteis que esto estaba mal, que no podía hacerse? ¿Por qué me engañasteis?
Hizo bien  la ley, ese padre simbólico,  entendiendo que aquello no era gamberrismo de fin de semana  sino terrorismo, violencia dirigida a atemorizar a la gente, a desestabilizar y lograr así objetivos políticos. Sin embargo tardó mucho tiempo en verse así. Solo en 2007 el Tribunal Supremo, enmendando a la plana a una sentencia de la Audiencia Nacional, consideró a estas acciones como terrorismo y no como alborotos, acaloramientos pasajeros, violencia incontrolada. Fue la ley la que operó por fin  y su eficacia, como en otros casos, nos sorprendió.   La kale borroka se  persiguió y se penó  y -tiene gracia recordarlo-  comenzó a descender significativamente cuando se acordó que los padres pagaran los destrozos de sus hijos, desde que se les hizo también responsables. La ley, a su manera, daba en la diana. Hacía de padre del padre.
Dar cuenta de ello, decir algo de  la era de la kale borroka,  de la penetración de un discurso perverso que no trazó la frontera entre el bien y el mal, la civilización y la barbarie.  Lo dice el viejo Montaigne, desde hace siglos desde su torre:
“Así como Sócrates decía que el principal oficio de la filosofía era distinguir los bienes de los males, así nosotros, en quienes hasta lo mejor es siempre vicioso, debemos decir lo mismo de la ciencia de distinguir las culpas, sin la cual los virtuosos y los malos permanecen mezclados, sin que se distingan los unos de los otros”.
 Ejercitemos, pues, esa ciencia.

(Colaboración en la obra "Relatos de plomo" vol III)

lunes, marzo 16, 2015

Albert

“No queremos en Andalucía a un político que se llame Albert”, ha declarado el delegado del gobierno en esa comunidad, Antonio Sanz. “No me gusta que se la gobierne desde Cataluña”.  No sabemos de dónde hay que ser  y como llamarse para que le parezca bien a este hombre. ¿Hay que ser Pepe y de Chipiona, o vale con ser de Murcia? Habíamos oído acusar al Cs de ser  muy de  izquierdas o muy de derechas, depende, o de haber crecido a cualquier precio, pero esto es distinto. Este tipo de veto a los catalanes para acceder al gobierno es ridículo y no hace sino dar pábulo a todo el victimismo con que algunos se presentan, y a  la idea de Mas y compañía de que a los catalanes, en el fondo,  no se les quiere ni se les respeta  y lo mejor que pueden hacer es abandonar España. Es cierto que en campaña se dicen muchas tonterías, y que el aumento de expectativas de Cs, junto con Podemos, crean alarma entre sus competidores -incluida Rosa Diez, que no da crédito a tanta injusticia-  pero a Sanz habría que sacarle tarjeta roja. Poner el veto a  alguien por su origen, algo que ha dado lugar a tantos abusos y horrores en el pasado, es inaceptable y recuerda, por cierto,   a los feos escraches que hemos visto por aquí, en los que se ataca al alcalde por ser uruguayo –al parecer hay que ser de Pamplona de toda la vida para gobernar-  y no son sino pura caverna.  Lo malo, en el caso de Sanz, además, es que esta descalificación se haga con alguien como Albert Rivera y su partido,  que han sido los que con más claridad e inteligencia han mantenido la oferta de un  españolismo integrador  en Cataluña, explicando las  ventajas de  vivir en común y la ruina moral y económica de la deriva independentista.  Es el  PP el que se ha puesto de perfil allí, y les ha dejado el campo libre. La agresividad de parte del PP contra el partido de Rivera que es,  posiblemente, el único con el que le sería posible llegar a algún acuerdo tras  elecciones,  puede que le sirva  para ganar algún voto, pero le hará perder el de aquellos que vean en estas bravatas algo  revelador.
(Publicado DN 16 marzo)

jueves, marzo 12, 2015

Sueños

El escritor argentino, que también fue publicista y sociólogo, un tipo complejo, Federico Fogwill, dejó al morir un cuaderno donde llevaba apuntando sus sueños muchos años, y que fue  publicado hace un tiempo como obra póstuma.  Fogwill era un gran fumador y murió pronto, a los 69 años, creo, de un enfisema. En esa novelita suya, espléndida, que es “Los Pichiciegos”, que va de un grupo de soldados adolecentes en la guerra  de las Malvinas, carne de cañón, también esos chicos  pasan el tiempo fumando en el refugio, apurando puchos, hasta que la pifian. La guerra, el frío, aquellas islas inhóspitas, todo parece un mal sueño.  Contar los sueños es muy difícil y en general es algo tedioso. Cuando en una novela se cuenta un sueño dan ganas de saltárselo. Los de Fogwill, que apenas he ojeado, son extraños. No sabría definirlos. Me llama la atención que los recuerde tan bien, pues una de mis frustraciones, como la de tantos,  es no lograr recordarlos o conservar solo un vago recuerdo: una atmosfera, un paisaje, un temor, un rostro. Frente a la arrogancia del día, de sus razones, de las palabras que pronuncia y con las que no logra decir casi nada, la noche porta en los sueños una verdad que desconocemos y que a la vez es nuestra. La noche es más oscura y profunda que lo que el día sospecha, decía más o menos Nietzche, subrayando esta profundidad y ese prestigio de la noche, donde la conciencia se desvanece y renuncia a su reinado. Asomarse a la noche es asomarse a un pozo lleno de claves, pero el sueño en general está cifrado, escribe con una  gramática distinta que disfraza lo que quiere decirnos, se las ingenia para esconderse al amanecer como un vampiro ante la luz.  En el sueño siempre hay presente un deseo,  aunque se decline como temor. Yo tengo a veces el sueño placentero en que duermo en lo alto de una montaña, y también sueños ingratos en que me pierdo por calles de ciudades que no conozco, buscando la salida. A veces sueño  con un artículo redondo, y lo escribo palabra por palabra, pero en cuanto despierto  ya no logro recordar nada.

lunes, marzo 09, 2015

Tomos

Llamé a varios sitios, por si estaban interesados en quedarse toda la colección de jurisprudencia y legislación de Aranzadi desde el año 31, con la elegante encuadernación de la casa, pero en todas partes me dieron largas, me dijeron que no tenían sitio, aludieron a que hoy nadie quiere información en papel cuando todo eso, todas las leyes que se les han ocurrido a los sucesivos legisladores y que se van derogando una a otra, todas las sentencias que han recaído en el Supremo en los más peregrinos asuntos, todas esas largas parrafadas desde los tiempos en que el adulterio era delito, o se aplicaba el garrote vil, todo eso, digo, puede encontrase en la web.  El papel, el libro impreso, ya no cuenta, ha perdido su antiguo prestigio. Hoy este tipo de obras, me dijeron, se venden a peso para rellenar estanterías o se saldan en cualquier parte. No es extraño que las librerías vayan  menos, y que cierran cuatro por cada una que  abre, según se publica estos días. Antes, posar con toga con la colección de Aranzadi detrás, alineados en la estantería, era como posar con un ciervo abatido: una declaración de principios, un aval, una manera de acreditar que uno era de fiar y se había leído aquello gruesos tomos, lo que no era cierto, pero imponía. Hoy sobra todo eso. El BOE se lee en una pantalla  y  el prolijo derecho  no reposa en la estantería sino en un nube a la que se accede desde un  pequeño teléfono, sin necesidad de estos viejos tomos de letra pequeña que crían polvo en la estantería y que son la muda confesión de otra época, pero también la prueba fehaciente de que el mundo no cambia, sino que sigue en manos de las mismas pasiones que ellos describen:  la vanidad, el dinero,  la codicia, los viejo pecados capitales  por los que desfila la gente por los juzgados,  todo esto junto  a virtudes que lo engrandecen,  como si estuviéramos hecho de barro y oro, de lo mejor y lo peor, y es justo a un libro, recuerdo ahora, a lo que solía compararse el hombre,  porque Dios lo creó de la misma manera que un impresor crea un libro, se decía, y lo lanzó a su suerte.
(Publicado DN 9 de marzo)

lunes, marzo 02, 2015

Silo



Silo. 2006. JM Corral
Todavía persiste en la cuenca, junto a Noáin, el viejo silo de almacenamiento de potasa, una mole de hormigón inconfundible, con sus contrafuertes verticales de catedral, su pinta de gran  fortificación, su aire  de  enorme parapeto que,  junto al cercano acueducto, dan un carácter especial a una zona de polígonos y sembrados.  Durante años, allí se almacenaban  la carnalita y la silvinita y cuando uno llegaba a Pamplona, aun de noche, veía las luces rojizas del almacén, el trasiego de las labores de carga y los montones de mineral apilados, y sentía  que allí el trabajo no paraba y que el mundo seguía girando. Una vez cerrado, el pintor Corral descubrió este pecio y pintó los colores marchitos de sus pilares, hierros y espacios abandonados, el latido de este edificio que se levantó en los años 60, cuando en Navarra se iniciaba  la actividad industrial y la explotación de Potasas  atrajo a gente de mucho sitios, desde Asturias a Andalucía, llegados en masa al poblado de Beriain para sumarse al despegue económico de esta tierra, el profundo cambio que trajo prosperidad, pero también nuevas mentalidades e ideas, las luchas obreras,  la ebullición de la transición y el cambio político. No es extraño que contra el posible derribo de este silo se hayan alzado voces que recuerdan que  el patrimonio industrial,  como ocurre en otros países, también  merece protección: ahí están la cuenca del Rhur, en Alemania, o la central de Batersea, se ha recordado,  en Londres; sitios en que se cuidan  de  conservar y mostrar las huellas del pasado industrial,  lejos de ese furor de la piqueta que aquí nos ha llevado a hacerlo todo nuevo y de relumbrón. Nos interesa el pasado y la memoria,  decimos, sacamos pecho de cualquiera cosa, pero no hemos sabido mantener buena parte de lo que heredamos: viejas plazas, molinos, fábricas, caminos, casas, estaciones, rastros de trabajos y labores, todo aquello que da el carácter a un territorio y lo hace identificable, las huellas del tiempo   en las que reconocerse, como el viejo silo de potasa que se mantiene todavía, destechado, contra viento y marea. 
Pared sur. 2006.  Jose Miguel Corral
(Publicado DN 2/III/2015)