Dublín está lleno de estudiantes este verano,
grupos de jóvenes italianos y españoles que desfilan por el Trinity College sin
levantar la vista de los móviles, adolescentes a los que se ha facturado para
lograr una tregua familiar y para que
aprendan algo de inglés, si es posible, lo que es una paradoja porque
este país, Irlanda, se construyó contra Inglaterra, logrando costosamente la
independencia del poderoso vecino, lo que debía servir, entre otras cosas, para
recuperar el idioma gaélico, cosa que no consiguió, pues intentar gobernar las
lenguas contra su deriva y, sobre todo, contra la voluntad de los hablantes es causa perdida y
fuente de dolor, de hecho estos chicos que pasean por Dublín se pasan enseguida a su lengua y se ríen entre ellos,
excitados, sin saber que son parte del negocio de este pequeño país que también
fue rescatado hace 33 meses y que ahora mira a Grecia con sorpresa, como a un
niño travieso, encogiéndose un poco de hombros:
33 meses en los que ha hecho los deberes sin grandes protestas ni
aspavientos, este es un país pequeño, un poco derrotista y a la vez muy
socarrón, no tiene, en realidad, nada de la altivez británica, aquí todo es más
modesto y amable y los días son incluso
más nublados, hasta el punto que se podría decir que hay dos Dublines: el de
allí fuera, y el recogido Dublín de los pubs que proliferan por todas partes,
algunos desde hace siglos, como templos, y que son esa otra ciudad donde estar a salvo, lejos de la intemperie de esta
isla, en un ambiente tibio y enmoquetado, donde todo el mundo parece feliz y le
brillan un poquito los ojos. Este es el lugar que ha dado a luz a los grandes escritores de Irlanda y del
idioma inglés, desde Swift a Wilde y los de hoy, tipos que
mientras veían bajar la espuma de
una pinta escribían la vuelta al mundo de Ulises por las calles y puentes
de Dublín, lo mismo que en España la mejor prosa se hacía en los
viejos cafés y las tertulias, otros tiempos. Ahora la gente viene y va por la
calle, se oyen voces en italiano y en francés y al fondo, indefectible, se
lamenta una gaita.
(Publicado en DN 20 julio)