lunes, noviembre 30, 2015

Andres Calamaro: La Libertad

Libertad

Monumento a los Caídos. Plaza de la Libertad.

Si me hubieran dicho hace años cómo sería  una plaza dedicada a la libertad en Pamplona, nunca me hubiera imaginado que fuera ésta, la de los Caídos, demasiado solemne, aplastada por el gran monumento que destaca demasiado,  como uno de esos muebles heredaros de los antepasados de los que es imposible desprenderse, el aparador sombrío que nadie abre, un  edificio siempre cerrado a cal y canto –durante años y años nunca lo vi abierto-hasta que alguien tuvo la vana idea de dedicarlo al arte de vanguardia, sin sospechar  que un día se fuera a liar parda,  pero tras  tanto esfuerzo baldío para cambiarle de nombre y  amagar con llamarla Serapio,  el alcalde ha accedido a bautizarla libertad, como si fuera una especie de solución de emergencia; al fin y al cabo, parece pensarse,  se trata una palabra inocua que no compromete, que no dice nada; libertad, algo para salir del paso y a lo que todos se apuntan, como solidaridad, libertad, justicia; grandes palabras, como luces de neón brillantes y falsas, qué más da, nadie se preocupa mucho por ella, la libertad,  sólo los que la perdieron:  los presos, los cautivos del amor, los faltos de dinero, la conocen de verdad,  recuerdo que oía en el coche cantar a  Calamaro;  la  que siempre se busca y no se puede encontrar, decía la canción;  la que posponemos para perseguir antes cualquier otra cosa, la que tuvimos y dejamos escapar. Eso debe ser la libertad. Podríamos salir con un candil a buscar un hombre de verdad libre, un hombre que no tuviera nada y que aspirara, como Diógenes, a que no le tapáramos el sol y no lo encontraríamos en esta plaza ni en ninguna otra, pero eso a nadie le importa una higa,  porque aunque se le dediquen plazas y estatuas, nada nos da más miedo que ella, siempre hay quien prefiere antes un amo  o un sueño colectivo al que entregarse, como si no fuéramos nosotros, cada uno, quienes tuviéramos que decidir cada día, y eso  no fuera nuestro auténtico derecho y nuestra condena.  Se trata tan solo de una palabra –oigo esa voz rasgada- la hermana más hermosa, la libertad.
(Publicado Diario Navarra 30/XI)




jueves, noviembre 26, 2015

El camino de los difuntos


Compré este libro en Madrid, para leer en el tren, y cuando lo acabé, mucho antes de que el tren  llegara a Calatayud, cuando entre espasmos y vaivenes cambia de ancho de vía, lo había terminado y  al cerrarlo de golpe sentí una potente indignación; o no tanto, pues estaba tan cansado de las gestiones en Madrid, de las palabras que había oído, de los incesantes estímulos de la ciudad, para mí, que soy un tipo de provincias,  que apenas pude reaccionar, pero después, cuando el tren se demoraba en plena noche y las luces de Pamplona se veían a lo lejos pero no llegaban,  comprendí su juego sucio.
En este "Camino de los difuntos" François Sureau –éxito en Francia, se dice- relata la historia  de un refugiado vasco a comienzos de los años 80, cuando el autor, joven letrado del Consejo  de Estado francés, debe decidir si se otorga o deniega la condición de asilado político a este etarra de primera hora, huido a Francia después de participar en la muerte de Melitón Manzanas. El etarra se llama Ibarrategui y alega tener miedo de volver a España pues, pese a estar en una aparente democracia, todavía existe peligro de atentados parapoliciales del Gal. Todo aquello, ya cuando lo leía, me sonó raro: el Gal,   a comienzos los 80,  todavía no existía, y cuando lo hubo mató sobre todo en Francia, por lo que era un absurdo que alguien pensara que la vuelta a España supusiera  mayor riesgo. Además, estaba esa delicada sensibilidad del joven letrado ante la situación de Ibarrategui, en un momento en que quienes morían principalmente eran españoles a manos de Eta: eran los años de plomo, y lo fueron en buen medida por la cobertura dada por Francia a los etarras,  algo que sí puede ser objeto de una delicada revisión moral.
Todo aquello podía escudarse, desde luego, en la necesaria licencia que hay que conceder a las obras de ficción, donde ya se sabe que no es preciso atenerse a  la realidad de las cosas, ni a la coherencia del tiempo histórico o los personajes más o menos reales. Pero en este caso era distinto, porque  justamente este libro –me fijé en ello cuando lo compré- se presentaba expresamente como: "Una novela autobiográfica que se puede definir en dos palabras que riman: brevedad e intensidad. Una obra bellísima y exacta”.
El caso es que de vuelta a casa decidí buscar un poco. Enseguida confirmé que, como sospechaba,  no hubo un Ibarrategui etarra, ni alguien así disparó a Melitón Manzanas, ni se le retiró la condición de refugiado político para volver  España. A ningún etarra que actuase en el franquismo, de hecho,  se le retiró el estatuto de refugiado, eso es lo que demostraba, entre otras cosas, este artículo bien documentado de  Rogelio Alonso en el ABC, que me hizo salir de dudas.
Lo que hay en este libro, como demuestra Alonso, es una ruptura del pacto de lectura: no se puede presentar como autobiografía lo que es ficción -esto sí que es el abc-, por mucho que la frontera entre géneros, como se sabe, se esté difuminando y que lo autobiográfico y la novela se entrecrucen. En realidad, la novela siempre es autobiográfica en cierto sentido, porque parte de la experiencia vital del autor, pero esas experiencia son luego elaboradas, enriquecida, transformadas, convertidas en otra cosa: en ficción. Esto es lo que en realidad hace Seurau, pero entonces no debería hacer pasar este relato por un testimonio verdadero.
El pacto con el lector en una confesión autobiográfica, para ser preciso, no es con la verdad, algo esquivo y fuera del alcance del que cuenta algo en lo que está involucrado, pero sí al menos  la sinceridad y el respeto a los hechos, pues estos van a ser leídos no como verosímiles, sino como verdaderos.
No existe ningún Ibarrategui que hubiera muerto, como se pretende en el libro, en la plaza de San Nicolás de Pamplona a manos de los Gal, ni que esté enterrado en Zestoa bajo una lápida escrita en vasco. Ni, lo que es peor, puede existir el  sentimiento de culpa y de responsabilidad, el serio dilema moral al que dice enfrentarse el autor, como juez,  porque nunca ocurrieron.
Con hechos inventados se puede escribir una verdad narrativa, trasladar la lector al verdad de una época, de una sociedad, de un conflicto -o si no, léase Guerra y paz-  pero lo que no se puede es hacer pasar por verdad la construcción mitificada del autor sobre lo que él imagina que existió en el País Vasco en una época, aunque el libro se feche en Bayona, como si ese estar sobre el terreno garantizase algo.
Sureau nos vende gato por liebre, y cosecha, eso sí, su dudoso éxito.

lunes, noviembre 23, 2015

Algunas lecciones

Bataclan

 El terrible atentado en París, que sin duda buscaba objetivos precisos, seguramente que la opinión pública amedrentada cuestionara el papel  de Francia, también tiene enseñanzas que ofrecer, así le hacemos un poco la cusqui.  Lo primero, que contra lo que se repite a veces como una especie de mantra, no hay que estar “contra toda violencia venga de donde venga”, lo que puede ser un deseo  bienintencionado pero sobre todo una solemne tontería. Si un grupo terrorista tiene secuestrado a 100 personas o está disparando en los cafés será ridículo pensar que la policía debe  limitarse a hablar con ellos y no tengan derecho a intervenir, lo mismo que hay que hacer  frente a un maltratador o alguien que nos quiera arrebatar nuestro derecho. Hace mucho que Weber resumió esto con un conocido enunciado, al señalar que el estado es quien tiene monopolio de la violencia legítima, y no está mal recordarlo, porque hay gente, incluso en lugares relevantes, que no lo debe tener muy claro, o le interesan las equiparaciones odiosas. Entregamos a un grupo de hombres la posibilidad de llevar armas para que nos protejan, usando la fuerza como último recurso y de forma proporcional –lo que es el quid de la cuestión- y si  no fuera así,  sería justamente cuando la violencia imperaría,  y viviríamos bajo la ley del más fuerte.  Esta  violencia no es  en absoluto comparable a las de los terroristas, salvo en estados en que los gobernantes también lo son. La segunda, es que no todas las victimas merecen la misma consideración. Los terroristas de Paris eran seres  humanos y sus familiares estarán muy compungidos, pero han sido víctimas de su propio crimen. No es posible equipararlas o atender a la reparación y memoria de igual forma. Eso sería una nueva humillación para los inocentes muertos, y un mensaje desconcertante para la sociedad.  Por último, está la reacción francesa, que tanto nos ha impresionado: la marsellesa, el  no convertir los atentados en munición política,  la imagen de unidad y fortaleza del país. Todo eso que descubrimos de pronto tan necesario para que no sea el terrorismo el que termine mandando.

(Publicado Diario de Navarra 23/XI)

lunes, noviembre 16, 2015

Democrática


 Hace tiempo, cuando había dos Alemanias,  la comunista se llamaba asimismo “república democrática”, justamente porque todo el mundo entendía que no lo era, como si confiara en que las palabras pudieran disimular los hechos, y es que en política hay quien cuanto más niega, más notamos que afirma y  quien al justificarse demasiado muestra sus auténticas intenciones y esto es algo a lo que no escapa el actual gobierno al  predicarnos, por ejemplo, que  la reforma fiscal es cosa inocua por la que deberíamos estar agradecidos,  o cuando ha definido su  prodigiosa oferta de empleo en la enseñanza -70% en euskera- como una propuesta “técnica”, tan técnica que basta oír al consejero para comprobar que ni él mismo, pese a leer los papeles, logra entenderla. Y es que técnica, de acuerdo al diccionario de la corrección política, quiere decir en realidad política, que es, por cierto,  lo que corresponde  a un gobierno: llevar un proyecto político adelante, elegir entre las opciones. Se nos dijo que este gobierno del cambio sabía que iba a gobernar una comunidad plural, pero eso significa en realidad, como vamos comprobando, mientras no logre que deje de serlo. El punto filipino del nacionalismo es la pluralidad, pues lo vive como déficit, aunque disimule, pues la diversidad nos acerca al resto, nos hace ver que somos mezcla y devenir continuo, cuando lo que se pretende es ser puro y distinto. Para un nacionalista un país es lo que es, y  no puede ser otra cosa y construirlo es lo primero en su agenda.  En este empeño se gasta mucha energía, y se hace daño a mucha gente –basta pensar en los docentes que se han preparado en vano- y sobre todo distrae de lo importante.  Lograr un cambio profundo en  la enseñanza, que sería esencial, ya no interesa, porque todo se centra en el debate de la lengua.  La política navarra se vuelve más hacia dentro, más particularista y resentida ante el resto. Se esperan grandes agresiones contra nuestro autogobierno,  he oído anunciar, como si no nos bastáramos nosotros solos para perdernos,  enredados con un solo juguete.
(Publicado Diario de Navarra 16 noviembre)

lunes, noviembre 09, 2015

Moore


La Caixa, que según proclamó en su día es una entidad con alma , nos ha traído seis esculturas de un artista  de primer orden, fallecido hace tiempo, el británico Henry Moore, que se han colocado en el paseo de Sarasate y el día que las descubrí, bajo una fina lluvia, esos grandes bronces estaban mojados y resbaladizos, como si sudaran en sus posiciones forzadas, y noté enseguida que aquel sitio  no era un buen espacio para ellas, que aquellas obras colosales necesitaba más aire y más espacio, atrapadas de pronto  entre los edificios del paseo, incómodas como un concejal de Podemos en una procesión, enfrentadas sin remedio a las efigies de molde de los reyes que flanquean el paseo, a esa gran estatua que lo mira todo desde arriba,   la de los Fueros, con la que las obras expuestas, como se suele decir, no  dialogaban bien, se llevaban de hecho a matar; y de pronto noté que esa chata columna sobre la que se aúpa  un rey asexuado mostrando algo parecido a las tablas de la ley resultaba chocante, chirriaba frente a todas esas figuras, óvalos, filos, cuerpos, formas más o menos naturales de Moore; unas obras, por cierto,  que recuerdan mucho  a una época de Oteiza, pese a que éste, con su diplomacia habitual,  tildara las esculturas de Moore de engendro, como las de  Chillida; algo que no es verdad, porque aunque ya no nos resulten algo novedoso, siguen mostrando esa fina frontera entre la abstracción pura y la evocación a lo que quieren y no quieren representar, como ciertos brochazos vistos de cerca, como ciertos brillos de las frutas de un bodegón o los ropajes de Zurbarán,  así que yendo atrás y adelante frente a esas figuras imponentes, volví a ver que no pegaban,  que estaban demasiado apretadas, como si alguien las hubiera amontonado  allí a la espera de una mejor ubicación, y se mostraran incómodas, fuera de sitio, añorando los finos yerbines en los que  hasta hace poco descasaban, ajenas  a los elogios y las ofensas de los paseantes, tan sutilmente feas y tan solitarias.
(Publicado Diario de Navarra 9-11)

lunes, noviembre 02, 2015

Truman

Después de esa notable película que fue  “Una pistola en cada mano”, en la que Cesc Gay retrataba en varias viñetas los avatares del hombre de hoy, más o menos desconcertado, más o menos  infantilizado ante las mujeres y el mundo, ha vuelto ahora con el gran Darín y  Javier Cámara, que siempre tiene el don de la comicidad, en una película, Truman,  en la que un tipo vuelve de Canadá a despedirse de un amigo de infancia que sufre un cáncer terminal,  algo que sigue ocurriendo aunque se sigan todas las recomendaciones OMS, siento darles esta mala noticia: la cosa acaba mal  y esta es la mala nueva  que se celebra esto días en ese grotesco Halloween, antes todos los santos: el triunfo de los muertos, por eso todas esas calaveras y esqueletos que mostramos con una especie de excitación malsana, que nos asusta y nos atrae a la vez, son el “tema” recurrente,  no  hace mucho vi una película que lo trataba de forma distinta,  con una estética adolescente, no se si seguirá en cartel  porque duran poquísimo, era “Yo, él y Raquel”, y va de una chica muy  joven, del instituto, que sufre cáncer y las cosa se van poniendo feas;  el día que fui la sala estaba llena de adolescentes bulliciosos que de pronto callaron, porque esto no falla, el cáncer y la muerte siguen teniendo mucho gancho, y Cesc ha dicho que es un tema apropiado para sus 48 años, ahora que las balas comienzan a caer cerca, y que ha hecho la película desde el miedo, que no es un buen sitio para hacer nada pero puede que a él no se le note. Es difícil, en todo caso, hacer otra película sobre el cáncer sin caer en el  sentimentalismo: es una experiencia que hace que uno  valorare más la vida etc. se dice en estos casos, con las mejores intenciones,  pero parece que el cáncer fuera algo que no puede uno perderse, como un viaje a Cancún. Lo mejor de Gay es que hace un cine  cercano a la vida y deja que uno ponga las conclusiones, que no es poco.  En esta sale un perro, Truman, la excusa perfecta para trenzar una historia,  pues algo  hay que hacer con él, como con el resto de nuestros asuntos,  antes de salir de escena.

(Publicado DN 2 noviembre)