lunes, julio 25, 2016

Comisión

Monumento a la batalla del Ebro. Tortosa.
Debido a que este país tiene pocos asuntos sobre la mesa, prosiguen los trabajos de diversas comisiones dedicadas a depurar de las calles nombres más o menos franquistas y juzgar monumentos, pero de todo se saca algo. En Madrid,  Carmena se arrepintió de su primera comisión presidida por la concejal Mayer, que generó bastantes protestas y nombró otra más ecuánime presidida por Paca Sauquillo, una política socialista de grato recuerdo, que ha entregado su primera propuesta para el cambio de 27 calles. Que esta comisión es mejor no solo lo demuestra los insultos que Mayer le ha dedicado, sino porque a la hora de renombrar las calles no ha dejado de hacerlo con cierto humor. En concreto a la calle de Millán Astray, propone rebautizarla como “calle de la inteligencia”, como réplica sin duda a ese ¡muera la inteligencia! que pronunció un desaforado Millán Astray ante Unamuno en Salamanca, al comienzo de la guerra civil. Además el pasaje del Genera Mola queda sustituido por general Espartero, así todo queda en la milicia, pero con diferencias. Quizás por contar con Trapiello en la comisión, aparecen muchos escritores: Max. Aub, Arturo Barea, y desde luego Chaves Nogales, ejemplo de un escritor de una tercera España no fratricida,  imposible en aquel momento y que no se cansa de reivindicar. Como Morla Lynch, amigo de Federico y  embajador de Chile que acogió  a muchos refugiados en el Madrid republicano, y fue crítico con ambos bandos. La comisión anterior quiso dejar sin calle   a Pla, a Mihura  o Dalí, lo que era una tontería, pero ahora las cosas se han hecho mejor.  Si esto sale adelante podremos pasear por la calle Besteiro, o Marcelino Camacho, y en vez de quedar en General Orgaz hacerlo en Fortunata y Jacinta. La memoria histórica depara sorpresas. En Tortosa han salvado por votación popular  un monolito   en mitad del río que conmemora la batalla del Ebro,  y el alcalde, de Convergencia,  ha explicado que solo pretenden mantener el recuerdo y reinterpretarlo, y que es otra forma de respetar la memoria y de ilustrarla,  algo a lo que ninguna comisión se hubiera atrevido. 
(Publicado 25/7/16)

lunes, julio 18, 2016

Lejos

Cabo San Vicente. Algarve.
Me fui hasta el fin del mundo, allí donde no hay ya sino mar, pero hasta  ese lugar, en esos días largos y plácidos en los que me creía  a salvo, llegaron los ecos de una fiesta que había dejado atrás, como siempre con una mezcla de melancolía y liberación,  y donde, según comprobé,  algunos ven la ocasión para la violación y el abuso y día a día, en lo que iba leyendo, era como si dos realidades se superpusieran: el discurso oficial, por una parte,  que condenaba sin paliativos las agresiones a mujeres indefensas, y el otro, el que circula a ras de tierra, insoslayable,  que hace tiempo hizo correr el mensaje de que en esta ciudad, durante unos días, no hay límites y puede uno desahogar sus peores instintos y emboscarse en la vorágine general, sin ley, y esta doble visión de las cosas, como estratos de un mismo paisaje,  coincidían al mismo tiempo, hasta el punto que  un mismo día, por la mañana, había una concentración de condena muy clara, un mensaje muy rotundo de basta ya, que me hizo recordar, por cierto, otros momentos en que parecía que sin fortuna se gritaba eso mismo, basta ya, algo que con el tiempo no fue en vano, pero por la tarde se presentaba una nueva denuncia, como si hubieran una legión de barbaros inmune a todo argumento, sorda y reincidente, y algo muy potente y perverso se hubiera colado en la fiesta, y todo eso no me dejaba en paz, me incomodaba como si con mi falta  las cosas  se hubieran  ido de la manos,  y  luego me iba tranquilizando de nuevo mientras veía deslizarse poco a poco el día hacia el fin: el cielo brumoso por el calor del día, la franja rojiza sobre el atlántico, y comenzaba ese viento que agita cada tarde los pinares del Algarve, esa tierra dulcísima, con olor a eucaliptus y a flores,  hasta que el nuevo día traía de nuevo un amanecer perfecto,   junto  la noticia de un canalla que se alegraba de la muerte de un torero en la plaza, o la de un camión que arrasaba  a la gente que disfrutaba de una fiesta haciendo una carnicería, las dos caras del mundo que se suceden: lo inhumano por un lado y  el denodado empeño   de belleza y vida en común que lo combate.
(Publicado Diario Navarra 18/7)

martes, julio 12, 2016

Víspera

El seis salió una día luminoso, y desde la mañana los contornos de los montes que rodean la ciudad se recortaron nítidos, como repasados a conciencia con una tijera contra el fondo rojizo del amanecer, y el sol lució enseguida a sus anchas, sin llegar a quemar, y poco después la noria comenzó a dar vueltas y  como atendiendo a una consigna, los acordeonistas de una canción, los vendedores de globos con su mercancía suspendida en el aire, los que acarreaban pañuelos, camisetas, fajas, botas de vino, gafas de sol, gorras y sombreros fueron tomando posiciones y enseguida, primero unos pocos, después más, la gente fue desfilando  a paso ligero, como si tuvieron un propósito común o fueran a tomar las plazas, engrosando una corriente  de color blanco impoluto urgida por la expectativa de la fiesta que no había comenzado y que llenaba el ambiente de una expectativa muy pura, como esa alegre espera que tiene algo que hemos anhelado mucho tiempo y que de pronto nos es concedido, porque a menudo ocurre que ese momento previo, esa víspera, es lo mejor, ya que después las cosas no suelen ser lo que esperábamos, o se esfuman enseguida sin darnos tiempo a saborearlas de verdad, y por eso resulta tan grato tener lo anhelado ahí, al alcance de la mano: el día por delante, el sonido de alguien que llama al timbre,   el paquete envuelto en papel de color  sobe la mesa, el cigarro sin encender,  la llamada que dejamos sonar unos segundos, compungidos; es mejor lo que antecede que lo que sucede, puede que el auténtico placer se tenga por anticipado, y tal vez por eso nos complace tanto la víspera:  ni siquiera  hace falta ponernos el pañuelo todavía,  ni deslizarnos por la pendiente, basta por con respirar  de mañana el aire purísimo de la ciudad que va a ser tomada, y conformarse con ese primer trasiego: el ir y venir de los que acarrean la mercancía con la esperanza de quedarse pronto sin nada, los muchachos que van por primera vez tomados de los hombros hacia el centro, pisando el suelo que todavía no está pringoso, con pasos apresurados, hacia lo desconocido.
(Publicado Diario Navarra 11/7)


lunes, julio 04, 2016

Viejos

La coalición Unidos Podemos (el nombre no debe tomarse al pie de la letra), a quien nunca agradeceremos lo suficiente haber vaciado de votos  a Bildu, que en estas dos ultima elecciones no ha llegado a un raquítico  10% en Navarra, ha quedado muy tocada por sus resultados en toda España, tras el fallido sorpasso y eso le ha sumido en la confusión. No se explican cómo la gente vota lo que vota pudiendo votarles a ellos, algo que debe ser incomprensible,  y hay explicaciones  para todos los gustos: el miedo, incluido a ellos mismos, como ha dicho Iglesias, su alianza con IU, el Brexit etc. Pero ha sido Monedero, quien suele encargase de las aportaciones de peso,  el que ha venido a decir  que el PP había ganado por culpa de los viejos. Según esto, los jóvenes, siempre en vanguardia, habría  votado lo correcto y los viejos se habrían aferrado a los viejos partidos y en especial al PP. Eso ha tenido su continuidad en las redes sociales, en la que es posible encontrar todo tipos de perlas: “los viejos jodiendo el futuro de los jóvenes” o “lo único positivo  es que dentro de poco habrán muerto todo los votantes del PP” o “tras la jubilación debería acabar el voto” decían los tuits más amables, o sencillamente:  “hay que matar los viejos”.  Enseguida he recordado una novela de Bioy Casares: “Diario de la guerra del cerdo”, en que dibuja un mundo extraño,  en el que crece el rencor y cunde el desprecio y la violencia hacia los viejos, que además se sienten culpables de serlo.  “La juventud está presa de desesperación”, explica un  personaje.  “El hombre viejo es el amo,  por simple matemática. La muerte ya no es a los 50 sino a los 80 y va para arriba, y son los mayores los que deciden los votos”.  Esto está escrito hace años. En la novela,  al final, se desata la guerra contra los molestos ancianos. “En esta guerra los chicos matan por odio al viejo que van a ser”, se duele lúcidamente un viejo en la novela. Ahí está el quid de la cuestión. La juventud, es sabido, es una enfermedad que se cura con el tiempo. Los jóvenes de hoy pensarán y votarán distinto mañana, es inevitable,  y no serán  comprendidos por los que vienen detrás.
(Publicado Diario Navarra 4/7)