De un día para otro ha vuelto el frío, y después de unos días luminosos la temperatura ha caído más de diez grados, lo que resulta obligado anotar, no en vano leo estos días
La vida lenta, los dietarios de Pla, llenos de notas sobre el tiempo, los vientos –ese pánico a la tramontana- el garbino, el mistral; sobre el calor y el frío; los cielos verdosos, violáceos, gélidos, clarísimos, plácidos; la nieve y las tormentas. Son notas para tres diario: 1956, 57 y 64, a razón de 10 líneas cada día: secas, precisas, sin elaborar, que buscan fijar cosas para que no se escapen. Un tiempo distante, irreconocible, en un Ampurdán remoto, sin turismo ni glamour. El lejano franquismo, el miedo a la censura, el mundo de ayer.
Paso la tarde y la noche en la masía entre el fuego y la cama, con los viejos papeles, anota. Eso es más o menos su programa de vida: levantarse tarde, escribir un rato, esperar que Teresa, o quien toque, le haga algo de comer, leer a Voltarire, a Chateaubriand, al doctor Johnson, a Montaigne, a Léautaud. Al final de la tarde ir a Palafrugell, a la tertulia y luego cenar en
Can Miquel -una corvina,un congrio, trigueros, caracoles, carn d`olla- donde bebe demasiado y luego se lo reprocha al volver al Mas, a escribir o leer un poco más. En esa última hora, ya casi amaneciendo, es cuando se preocupa de anotar casi telegráficamente el día. Donde ha ido, que ha hecho, si llovía o no, que ha pasado por delante. Un material para elaborar, un guion, un boceto, un negaivo. Todo tiene un tono algo melancólico, descreído, con toques de humor. La situación del país, la vida literaria, el tiempo que pasa, la sensación de hacerse viejo. Es un hombre sin máscara que se sincera -hasta cierto punto-, y en esa verdad cotidiana nos sentimos reflejados y entramos a la perfección, no en vano nuestra vida es
la vida diaria. Pero no es una confesión, ni hay intimidad que desvelar; no hay exhibición, como ocurre hoy con cierta literatura, incluso con cierta posición en la vida, en donde todo se hace público, todo es transparente y a la vista de todos –tenemos el modelo extremo de
Knausgard- y no hay que ocultar nada. Desnudarse es la obsesión de la época. Contarlo todo, no tener pudor, llamar la atención como sea. Pero la intimidad, en realidad, es algo poco interesante. No es la oscuridad, sino el exceso de iluminación lo que oculta las cosas. Lo interesante, más bien, es lo velado, lo que hay que descubrir, lo que se revela y permite relaciones y sugerencias. Lo importante es siempre cuestión de detalle, porque en él aparece algo vivo.
Viento de garbino cuaresmal que trae el olor de las mimosas y de las primeras violetas, leemos. ¡Ay, cuantos sabores y olores! En el
Cuaderno gris se comía, recuerdo, mucho pollo con langosta y en un veraneo en La Escala yo encontré un cocinero que se prestó a preparar una cazuela que nos duró varios días. Estaba magnífica, como diría Pla. Para que luego digan que leer no sirve para nada.