jueves, diciembre 28, 2017

Diario de Hendaya (23)

26 diciembre. De sol a sol. 

 

El escritor José Jiménez Lozano

Callejeando por la mañana entro en una librería de libros usados (un libro, 3 €, dos por 5 €y cinco por 10 €, es el precio) y me hago por 3 euros con un libro de Armada: España de sol a sol, encuadernado en tela, con fotos en blanco y negro, un viaje en el verano del año 2.000 (¡han pasado 17 años!) por España. El primer  capítulo,  en el que vuela desde Nueva York, donde era entonces corresponsal de ABC,  se titula Fuga de muerte como el poema de Celan, lo que dice mucho sobre las aspiraciones del libro y me trae recuerdos (sobre Celan escribí algo en algún tiempo).  La prosa del libro es trabajada, empeñada en describir con precisión, con cielos de basalto y un gato muerto en la carretera junto a un puticlub. Es España. A secas, como el tema de Chick Corea, Spain.   Enseguida me paro en el capítulo que dedica a Jiménez Lozano, Guía espiritual de Castilla, se titula, como la obra de este escritor que alguna vez dijo que no quería ser escritor, sino escribir, y donde caben judío, moros y cristianos. Jiménez vive en Alcazarén, un pueblo minúsculo de Valladolid lindando con Ávila. Cuando Armada le visita tiene 70 años. Por entonces acaba describir Un hombre en la raya y una biografía de Fray Luis de León y sigue leyendo a su autores de siempre: Kierkegard, Simone Weil, Pascal, Juan de la Cruz.  Quizás este hombre sea la expresión de unos  tiempos en que las palabras  querían decir otra cosa. Sobre un azulejo pegado a la tapia, dice Armada, hay una inscripción con una cita de Emily Dickinson:

Si ya no viviese
Cuando los petirrojos vuelvan,
Dadle al de la corbata roja una miga en mi recuerdo.

Armada le lleva en coche por la planicie castellana -esta parte podría tanto ser Jutlandia como Castilla, dice Jiménez mirando por la ventanilla esas extensiones sin un árbol- hasta su pueblo de nacimiento, Langa, y allí, junto al cartel del pueblo, sentado en el suelo y encendiendo un cigarro,  posa para una foto insólita. Hago cálculos y me digo que hoy, si vive, tendría 87 años. Entro en internet y compruebo que acaban de darle un premio, o una condecoración para laicos en la Iglesia, que le ha otorgado este Papa. El ya estuvo de corresponsal en el Vaticano II y siempre ha sido un cristiano heterodoxo (quizás la única forma de ser cristiano).  Representa la tentación mística, la religión inaprensible, la esperanzada llama en el vacío. En el vídeo de la concesión de la medalla se le ve muy mayor dentro de un traje con chaleco que le siente mal, con un cuello de la camisa rebelde que se le levanta y se va hacia un  lado, como si bizquease. Recuerda a Ferlosio recibiendo el Cervantes, pero más pequeño y rechoncho, como un sapo sabio. Sigue teniendo unos ojos azules en una mirada plácida, un poco vidriosa ya. Mirando aquí y allá  encuentro una referencia suya a Unamuno, escrita en 1986, en el cincuentenario de su muerte: "Unamuno es alguien que emite un mensaje directamente emanado de su existencia,  en lugar de dedicarse a una construcción intelectual respecto a la existencia",  que es algo que se dijo también de Kierkegard, el danés.
A veces pienso que debería dejar de escribir, se despide Jiménez, pero ¿qué haría entonces? 

sábado, diciembre 16, 2017

Diario de Hendaya (22)

14  diciembre: muñecas rusas


Como se hace una novela es una falsa novela que recuerda a las muñecas rusas. Unamuno escribe el libro en Paris, recién desterrado, en diciembre de 1924 y se lo entrega a su amigo Jean Cassou en el verano de 1925. Cassou lo traduce al francés -lo mete dentro de otra muñeca-,  y lo publica con el título Comment on fait un roman en la revista Mercure de France, con un prólogo suyo: "Portrait de Unamuno". También entrega el texto original en español a un editor alemán, para que lo traduzca y publique allí. En estas idas y  venidas el texto  se pierde, y cuando Unamuno vuelve a él en Hendaya, en su habitación  del hotel Broca, en 1927, ha de servirse de la versión francesa de Cassou, porque la muñeca primera se ha perdido.  En Hendaya  Unamuno amplía   considerablemente la novela. Allí está más sereno que en París. La visión de la cercana España, los paisajes vascos, dice que le hacen bien. También su empecinada oposición  al Directorio de Primo  le mantiene en tensión. No acepta invitaciones para ir a Europa o a América, ni para volver a España. Sigue en la frontera, negándose a traspasar la línea.  Se mantiene firme, lejos de su familia, sin aceptar siquiera publicar en la prensa española, escribiendo en el hotel, dando paseos a paso rápido. Esbelto –escribe Cassou en  el Portrait-, embutido en su uniforme civil (se refiere a su traje oscuro que usa todos los días)  firme la cabeza sobre los hombros que no han podido sufrir jamás, ni aun en tiempos de nieve, un sobretodo, marcha siempre hacia adelante, indiferente  a la calidad de sus oyentes…"
 Como  se hace una novela es una novela que no es propiamente novela, un texto  con añadidos y digresiones. Un artefacto moderno, podemos decir, en un hombre que no lo es. Una novela eternamente interrumpida, se ha dicho, que se va destapando,  y donde los prólogos y epílogos también son parte del mecanismo, como  patas de un cienpiés. En su Portrait  Cassou dice que Unamuno ha apartado todo lo que no es él mismo, y le tilda de "accidente"  (¿Para qué las coyunturas del mundo habrían de haber producido este accidente, Miguel de Unamuno, sino para que dure y se eternice?),  es pues  una especie de roca en el mar, como las que hay en Hendaya,  indiferente al ir y venir de la marea; un hombre, dice Cassou, formado, dibujado en su realidad física. Algo así como un cabo, o un promontorio. Es ante todo un cuerpo, en el sentido de que tal cosa  no es solo una entidad fisiológica, un mero organismo, sino  una construcción del tiempo, algo hecho tanto de órganos, como de ánimos,  palabras, decisiones, voluntad y azar. Un cuerpo, como dice el Zuagzhi, hecho de nuestras facultades, de nuestras  fuerzas conocidasy desconocidas. Este cuerpo, según Cassou, marcha derecho llevando por donde quiera que vaya su inacabable monólogo, siempre el mismo, a pesar de la riqueza de sus variantes. Un hombre siempre tras una idea y un propósito,  que no duda,  un hombre con la necesidad de hacerse, de crearse a sí mismo, de novelarse, de hacer de sí mismo  la auténtica obra. Vamos sacando una a una las muñecas y dentro está siempre él, bajo todas las capas.

lunes, diciembre 04, 2017

Diario de Hendaya (21)

3 diciembre. Messiaen

 

Oliver Messiaen
Día gélido en Hendaya. Por el camino el paisaje está blanco, y se ven los árboles con la nieve prendida, salpicados de un blanco impoluto, como si un pintor meticuloso hubiera pasado por cada uno, hubiera repetido el gesto.  La playa está batida por olas grandes y un viento helado  que las despeina. Es raro aquí este frío. Vamos hasta el final de la playa, hasta las dunas y a la vuelta comienza a granizar, luego llueve y para, como si el día no se decidiera, quisiera probarlo todo.  De pronto aparece una enorme luna llena pálida sobre la corniche, como si también hubiera nevado sobre ella. Una luna mucho mayor que lo habitual, que parece de tramoya, como si fuera un efecto óptico. Puede que la luna se esté acercando a la tierra y por eso se vea mas, me alarmo. Como si el choque fuera inevitable. Seguramente una tontería. Luego, en casa, veo que es algo así: estos días la elipse que traza la luna le acerca a la tierra y se ve mucho mayor. Al estar en fase de luna llena, el efecto es impactante. A la noche salgo un momento a la terraza por si la veo de nuevo, pero ya no está. Una capa blanca ha caído sobre el suelo y sobre los coches, una capa de hielo erizado. De dentro me llega la música extraña de Messiaen.
Por la mañana vamos a Sara. Caseríos pintados de rojo, restos del otoño en el bosque al abrigo de los montes que hacen frontera. El dulce y extendido paisaje de Sara, quizá el sueño de un país perdido, armónico, bello,  que hay quien busca toda su vida, como una utopía que queda detrás, en el pasado. El camino hasta Zugarramurdi, por la senda, el pueblo de las brujas. Bajo la gran bóveda de la cueva los turistas, bien abrigados, se sacan fotos. Al sol del mediodía tomamos un bocado. Un petirrojo, con el pecho naranja, merodea y al rato mordisquea un resto de manzana con su pequeño pico. Su pareja va y viene sin tenerlas todo consigo. El pájaro me hace pensar en Messiaen.   En 1940, cuando era joven soldado francés , Olivier Messiaen fue apresado por los alemanes y enviado a un stalag en Silesia. (El stalag es un campo para prisioneros de guerra). Allí compuso su “Cuartero para el fin  de los tiempos”, una obra para piano,  violín, violoncelo y clarinete, que eran los instrumentistas con los que contaba en el campo. Messiaen estimaba a los pájaros como los mejores compositores y siempre trató de imitarlos. Además, toda su obra responde a un intenso sentimiento religioso. Es un compositor con un afán profundamente espritual, un católico convencido. El cuarteto se inspira en una cita del Apocalipsis:
     “Vi entonces a otro ángel vigoroso que bajaba del cielo envuelto en una nube; el arco iris aureolaba su cabeza, su rostro parecía el sol y sus piernas columnas de fuego. Plantó el pie derecho en el mar y el izquierdo en tierra, levantó la mano derecha al cielo y juró por el que vive por los siglos de los siglos diciendo: Se ha terminado el tiempo".
La obra se ejecutó por primera vez en enero de 1941, en el propio stalag, frente a un auditorio de prisioneros y vigilantes, unas 5.000 personas.  "Nunca he sido escuchado con tanta atención y comprensión” cuenta  Messiaen, quien añade también:
 "El frío era atroz, el stalag estaba cubierto por la nieve. Los cuatro tocábamos con instrumentos rotos: el violoncelo de Etienne Pasquier sólo tenía tres cuerdas, las teclas del lado derecho de mi piano bajaban y no se levantaban más. Nuestras vestimentas eran inverosímiles: se me había disfrazado con un traje verde completamente desgarrado, y tenía puestos unos zuecos de madera….”
El “Cuarteto para el fin de los tiempos” es una obra difícil, vanguardista, impregnada de claves espirituales. No hay ninguna concesión a la melodía o un desarrollo armónico. No es un himno para elevar la moral de la tropa cautiva, ni una opereta para divertirla. Es una prueba de la profunda convicción de alguien en el valor de su obra y en la función de la música –y del arte en general- para elevar al hombre y salvarlo. Una prueba de pasión y determinación.