martes, abril 03, 2018

Guau

A. Macke. Paisaje con río.
Salí a la calle y hacía más frío de lo esperado, y junto a un árbol un hombre esperaba a que su perro orinase. El perro me miró como si le molestase mi presencia. Llevaba un traje ajustado al cuerpo, modelo manta escocesa, invernal,  y su mirada era vidriosa, parecía desanimado. Según me dijo el dueño, ya tenía 11 años. Eso es mucho para un perro, unos  ochenta para un humano. Allí quieto, jadeaba. El tiempo que viven los animales es la prueba de que existe una especie de reloj que rige cada especie. Si uno nace tortuga, le espera una vida larga, aunque bastante coñazo, donde con suerte comerá a veces un trozo de lechuga.  Ser una mariposa es el colmo. Apenas la vida alcanza un día, con suerte, pero de flor en flor. El ideal humano tal vez sería vivir tanto como una encina, estática y milenaria.  Este  perro, como la mayoría en la ciudad,  había llevado una  vida de lujo, siempre a cubierto, bien alimentado y con cuidados veterinarios, pero eso no parecía haberle servido de mucho. No había muerto apaleado, pero la buena vida no había impedido que a los 11 estuviera para el arrastre, artrósico y aburrido.  Como a todo perro, cada año contaba por siete. Tenía plazo fijo. Algo parecido, pensé,  pasa con el hombre. Ha aumentado la esperanza de  vida en todas partes, pero hay una frontera difícil de traspasar. Apenas hemos logrado aumentar la duración de nuestra existencia. Viene a ser unos 25.000 días.  Es una cuestión de diseño, como si también nosotros tuviéramos una obsolescencia programada. Esa frontera es la que se empeña en retar la ciencia y el delirio de algunos, y se llama transhumanismo: superar la muerte, sobrevivir a toda costa,  llegar a ser una encina.  Ganar tiempo. Es como si le diéramos al perro de la manta una prórroga, como si paráramos el reloj. Pero el tiempo, se ha dicho,  es como un río. En la infancia sentimos que va  despacio, y en la madurez se acelera. Al anochecer aumenta la corriente y nos quedamos muy atrás.  El tiempo huye. No es el rio el que corre, sino  nosotros quienes no podemos seguirlo. Como el perro ahí parado, junto al árbol.