viernes, agosto 24, 2018

Desvío

Noche en la montaña palentina. Una pareja holandesa, gente madura, pausada, de ojos claros, amantes del vino blanco (acostumbrados al Riesling, y deslumbrados por el Albariño) en la cena. Son de un lugar cerca de Delft. Ella va en bicicleta a dar clase de matemáticas en el Instituto. Han hecho una ruta imposible, pasando por Murcia, y ahora han caído aquí, desde Potes, camino de León y luego Galicia. Me recuerda a la ruta de Noteboom, el escritor holandés, en aquel libro que tituló “El desvío a Santiago” donde, con  la excusa de Santiago, daba un largo rodeo, lograba pasar por La Mancha,  Soria, Guadalupe, Sevilla etc. antes de llegar donde el apóstol. La esencia del viaje es el desvío.  Los holandeses conocen a Noteboom y me hablan otro escritor, el de Delicias turcas, que recuerdo se convirtió en una película impactante hace mucho tiempo. Hablamos en un  inglés macarrónico. Compruebo que están impactados por el sitio, les parece un lugar de otro tiempo, remoto, auténtico. Les doy la razón. Cuando yo llegué, había un perro dormido en la mitad de la calzada que no se movió. Eso lo dice todo. Por la noche se oyen los cencerros de las vacas y el gallo empieza a lo suyo antes del amanecer. Un camino que pasa por antiguas minas de carbón lleva hasta la Cueva del Cobre, a donde he subido esta mañana, y a las lagunas de Sel, en un antiguo circo de origen glaciar, donde el agua que se filtra  llega hasta la cueva y forma el Pisuerga. Allí arriba se atisba una extensión enorme, y se ven al norte los Picos de Europa pétreos,  tras una neblina, con algún pequeño nevero. No hay nada en kilómetros. Justamente a los holandeses les digo que España está en realidad vacía, que muchos lugares del interior cuentan con menos población que hace un siglo. Esto choca mucho a quien viene de un  lugar como Holanda, repleto, con su caminitos para bicicletas y sus casas con cortinas de encaje.  Es difícil traducir la carta a los holandeses, explicarles qué es una crema de calabacín, hasta que el camarero viene con el calabacín en la mano. Sin embargo optan por el Risotto, tal vez por ser una palabra que no necesita traducción. Salgo a ver las estrellas en la noche que refresca y los holandeses me siguen. Quedamos un rato en silencio. Se oye un pequeño riachuelo que corre allí cerca, invisible. Luego comprobamos que la luna está creciente y nos retiramos. A la mañana los encuentro cargando el coche, excitados. Me preguntan, inquietos, si los aullidos que han oído a la noche eran de lobo. Les aseguro que no, que se trataría de un perro,  pero no parecen creerme. En un lugar perdido, con lobos aullando a la noche, en la cordillera cántabra, contarán en la civilizada Delft. De nuevo es un día soleado, con bruma , en el  hay que ponerse a andar, pues algo me dice que  acabará en tormenta.


sábado, agosto 18, 2018

Rayo

Cayó un rayo con gran estrépito  a la noche, precedido de una cortina de lluvia y su explosión recordaba a la de un gran fuego de artificio, una bomba, la quiebra del cielo por algún avión supersónico. De pronto paró la música de la Ciudadela, como si el rayo hubiera fulminado al grupo de country que hacía rato se oía a lo lejos, inmune a la tormenta. Al día siguiente vi de cerca el árbol sobre el que el rayo había caído. Desde una rama alta había levantado la corteza y parte del tronco, y había seguido por la raíces, creando un reguero. Pensé que si alguien se hubiera refugiado allí estaría bien chamuscado. Este mes de agosto es de las perseidas y las tormentas. Muchas noches me he tumbado en esta yerba, no lejos el árbol, a ver pacientemente si pasaba por el cielo una lágrima de san Lorenzo o si eran aviones esas luces parpadeantes. Pensar en las perseidas, en el rayo, en el árbol, es pensar de otra manera, con otra dimensión del tiempo. Han descubierto unos gusanos que siguen vivos tras miles de años, en Siberia, junto al río Kolimá. Ese río, por cierto, da nombre a un campo de concentración del Gulag, y a los relatos de Kolimá, donde un prisionero aterido que pica en una cantera medio muerto distingue un pequeño brote ente el barro y se alegra porque llega la primavera. El hombre resiste todo. Están estudiando esos gusanos enterrados en el hielo desde hace milenios, y que han logrado resistir. Se trata de unos organismos muy simples, lo que debe ser un requisito para la longevidad. Bacterias, amebas, gusanos, una inmortalidad bien aburrida. Todo es asombroso, propio de las noticias del verano, junto a grandes incendios. El tema de los gusanos no es baladí, permite estudiar el envejecimiento y volver a la idea de la criogenización. Recuerdo que cuando era pequeño se decía que habían congelado a Walt Disney y que le veríamos renacer en el futuro. Según los expertos los gusanos recuperados del hielo son hembras y pueden reproducirse sin necesidad de machos. Todo esto demuestra, dicen, la resistencia de los seres vivos ante todas las circunstancias más extremas. Esperemos que el árbol herido por el rayo también pueda recuperarse.

martes, agosto 07, 2018

Bas

El escritor bilbaíno Juan Bas ha ganado el prestigioso premio Dashiel Hammett  de novela negra, con un libro El refugio de  los canallas,  en el que da cuenta de las consecuencias de violencia de Eta, del odio, del Gal. El libro es duro, certero, impactante. La historia va dando saltos y crea un mosaico que abarca un largo  periodo y hace desfilar a todo tipo de personajes que se entrecruzan.   ¿Qué hacía yo en esos años, como reaccioné a lo que pasaba? Es la temible pregunta que surge al leer libros como este, tal vez por eso resulten incómodos. Pero poco a poco, a contramarea,  va apareciendo esta literatura sobre "la despiadada y absurda gratuidad de todo aquello", como dice Bas,  como aparecen en verano esos cadáveres en los Alpes,  al retirarse la nieve.   Bas es un autor en medio del mundo, que no deja títere con cabeza; alguien que ha utilizado  mucho el humor, no en vano dirige el festival  Ja! en Bilbao. Su libro "Alacranes en su tinta" es un retrato deformado y  esperpéntico de Bilbao, lleno de humor negro. Lo mismo que su biografía novelada  sobre Urtain, aquel personaje portentoso –el prototipo de vasco de la época-,  alguien a quien el  triunfo destroza, y que termina tirándose por la ventana perseguido por sus acreedores. Que una novela sobre el reguero de dolor que supuso ETA gane un premio de novela negra llama la atención. Puede que Eta sea un asunto negrísimo, pero también es algo de lo que ya se puede hablar,  que va siendo pasado,  que se va borrando. Hacen falta libros que le hagan justicia. Yo no diría que la novela de Bas es negra, pero  es verdad que  que hoy cualquiera lo puede ser, y que este género sirve para todo. Se ha dicho que es el que mejor retrata nuestra sociedad, una forma de tocar asuntos  que sería más difícil abordar de frente. Así que la novela negra es la excusa para hablar del mal, del poder,  de la corrupción, de la injusticia, también de la generosidad y el perdón, mientras se descubre o no al asesino. Es un espejo que refleja lo que hay. Puede que nuestro mundo sea una novela negra, intrincada y confusa, como las mejores, donde es difícil saber quién es el malo.