viernes, septiembre 14, 2018

47

Solía leer el blog de Vicente Verdú, pero ahora que ha muerto ha desaparecido. Es como una doble muerte que le ha dejado sin nada. En ese blog había escrito durante años piezas sorprendentes que ya no se encuentran. Todos los enlaces llevan a otro sitio. Esto demuestra, por otro lado, que lo auténticamente duradero es el papel, que la posteridad se esfuma en las ondas. Desde que cayó enfermo, el blog de Verdú cambió mucho. Esa grave enfermedad con la que nos referimos al cáncer lo cambia todo. Durante un tiempo Verdú, que era un ensayista muy original, capaz de vislumbrar hacia donde iba el mundo, se dedicó a la poesía. Vertía cada día en el blog un poema al que daba como título un número. Poema número tal. Así escribió varios cientos. Luego se dedicó a reproducir los cuadros que pintaba, algo que fue su última vocación. Unos cuadros expresionistas, llenos de brochazos y de color, como buen levantino. En la pintura, como en todo, fue muy prolífico.  Para él, pintar era un recreo en comparación a la escritura que es algo lleno de reglas y cortapisas. He querido consultar el blog para escribir este artículo, en busca de un poema que he recordado y me he encontrado con la nada. La página que contenía su blog solo debe admitir escritores vivos. El poema en cuestión recuerdo que jugaba con el número 47. Verdú duerme y sueña que cumple 47 años. Es su momento de esplendor y madurez como hombre, como escritor, como padre. Está en plenitud, rodeado de los suyos, exultante, hasta que nota algo raro, que no cuadra. Todos le miran. Asustado, no comprende. Al despertar comprueba el error: el sueño ha cambiado ligeramente las cifras. Es el día de su cumpleaños, pero en realidad no cumple 47, sino 74. Ahora todo cambia. El futuro se achica. Las fuerzas flaquean. Además, está enfermo. No lo sabe, pero en un año morirá. El sueño contiene un deseo, como todos, en este caso de no haber envejecido, de no haber enfermado. Él lo expresaba mejor en el poema, pero nos lo han quitado. “Acercarse a la muerte pendiente del juicio de los demás me parece repugnante. Uno escribe, pinta o canta porque necesita hacerlo de forma sincera”, escribió antes de irse.  

lunes, septiembre 03, 2018

Veneno

Sobre la balconada del mar, en Hendaya, está la librería Ulysse, como si fuera una declaración de principios. En este país el mejor lugar, viene a decir, la primera línea, se reserva a los libros. Ulysse es un sitio grande, destartalado, plagado de libros viejos y de ocasión, sobre todo de viajes, con cajones de saldo y baldas repletas. Apenas abre tres meses al año, hasta que Catherine, su propietaria, echa el cierre y parte de viaje. Ella encuentra libros valiosos, pero dice que le da pena venderlos y los esconde. Los libros de Ulysse, de otra época, hablan de países que ya no existen. Estas tardes luminosas, con un vientillo fresco del océano, es una delicia entrar un rato en la penumbra de la tienda solitaria y echar un vistazo. Solo al cabo de un buen rato Catherine, que está en el balcón tomando un té frente al mar, sale a ver si necesita uno ayuda. Viendo todos estos libros reunidos por países e idiomas, he recordado a Abelardo Linares, gran librero y editor de Renacimiento, que ha dicho que los libros son como un veneno, pero al contrario que el resto, solo perjudican en pequeñas dosis. Es muy peligroso leer solo un libro, la Biblia o el Corán, alimentarse solo con una dieta. Tomar mucho de todo es lo más beneficioso. A veces, dice, no hace falta ni leerlos, basta con tenerlos cerca para sentir su protección. Linares fue tras libros por medio mundo, como un detective tras su presa. Ahora le llaman el hombre del millón de libros. En realidad, los libros son casi infinitos, para lo corta que es la vida humana. Por eso una gran librería siempre nos inquieta. Entre las pobladas baldas de Ulysse he visto un ejemplar de “El monje y el filósofo”, una conversación de J.F. Revel, el filósofo, con su hijo, monje budista. El padre intelectual, lleno de razonamientos, el hijo buscando el vacío donde se encuentra la iluminación.  Cuando se sigue un camino en la vida, siempre se añora otro. A veces son los hijos quienes lo siguen, como si les hubiéramos transmitido un deseo oculto. Del veneno de los libros es difícil desengancharse, sería una mala señal. Si deja de interesarme leer, ha dicho estos días Savater, cierro la tienda.