miércoles, enero 16, 2019

Fukushima


Junto a Fukushima, donde seguía viviendo, ha muerto Takashi Sasaki, un hombre que se negó a evacuar su casa tras el desastre de aquel tsunami de 2011 que arrastró las barcos tierra adentro y devastó la ciudad y los pueblos costeros, dejando un paisaje de guerra nuclear. Sasaki vivía con su madre y su mujer en un pueblo que fue declarado zona devastada, pese a lo cual se negó a irse, alegando que, como lector de Unamuno, sabía distinguir entre biología y biografía, es decir, que frente a la pura conservación de la vida biológica, importa más la historia que construimos, los vínculos que creamos con las cosas y con los demás,  sin los que  no somos en realidad nada.  Somos un recorrido, una circunstancia, unas huellas reconocibles. No se puede imponer la biología, podemos decir, a costa de la vida.  "La biografía es a la biología", decía Unamuno, "lo que la geografía a la geología". Todo esto debió pensar Sasaki, o es lo que vio en el rostro de su madre anciana y de su mujer enferma, que no querían dejar su casa para ir a un refugio del que ya no podrían volver. Así que resistieron todas las presiones y toda la burocracia bienintencionada para hacerles marchar, y esto es lo que cuenta Sasaki en un diario que escribió titulado “Fukushima, vivir el desastre”, que relata los meses posteriores al tsunami, la vida precaria que se abrió paso tras aquella destrucción. Pese a la buena imagen que tenemos de Japón, Sasaki lo describe en su diario como un país donde lo colectivo se impone al individuo, donde un hombre no es nada frente a la masa, lo que nos hace pensar también en la inmensa y obediente China y en el impenetrable oriente. Sasaki fue un hispanista y un gran amante de Unamuno, al que había estudiado y traducido, pero su principal legado es su sencillo diario, o tal vez el gesto de no dejar su casa, pues a veces un gesto dice más que las palabras. Empeñados en alargar la biología aun a costa de la biografía, Sasaki nos muestra que es la textura y la intensidad de la vida lo importante y que basta con escribir un diario, un empeño oportuno a comienzo de año, para poder soportar incluso un tsunami.

domingo, enero 13, 2019

Tangram


Esta vez el camino de cada  año nuevo estaba muy soleado, y después de pasar Eunate, cuando una corta subida nos dejó en las Nequeas, los campos resplandecían como si alguien hubiera subido la intensidad del color en una pantalla, y en el horizonte lejano se veía el Moncayo con apenas una pelusa de nieve, reverberando en la mañana soleada y luego la silueta de las sierras chatas que siguen hacia la Rioja y, como siempre,  la vista de estos campos era como la de trozos de tela recortados en verde, marrón y amarillo: un patch work de  tonos distintos que esta vez se me antojaron piezas de un enorme tangram, ese juego chino en el que hay que formar figuras con siete piezas: cinco triángulos, un cuadrado y un rombo, con las que  pueden hacerse muchas figuras: pajaritas,  elefantes, conejos, monjes, casas, pagodas, patos, jarrones, o también simples formas geométricas, figuras puramente abstractas, combinaciones que se van sumando: parece que se han hecho ya más de 900 figuras con este juego que la leyenda atribuye a un sirviente de un emperador chino que rompió un valioso mosaico y al no poder  rehacerlo se dio cuenta de que con las piezas rotas podía componer un sinfín de figuras nuevas; un pequeño puzle que tiene, a su vez,  algo de ilimitado; un rompecabezas  capaz de abrir la mente de un niño a las formas, la percepción y el espacio y espolear su  creatividad en la misma medida que la puede quitar una pantalla que se lo da todo hecho, así que mientras contemplaba el tangram de los campos verdes, pardos y amarillos; los triángulos, cuadrados y rombos esparcidos en el paisaje,  pensé  que era sin duda con las piezas gastadas del año que acaba, con los platos rotos y los restos de la batalla,  con aquello que tenemos a nuestro alcance, a base de paciencia e imaginación, con lo que hay que componer el  rompecabezas de los días,  ir  armando el nuevo año, casar las piezas una y otra vez, construir una y otra cosa,  y guardarlas luego como en el tangram en un cuadrado en su caja, donde descansan.