jueves, marzo 21, 2019

Caídos


Todas las propuestas que se han hecho sobre los Caídos en realidad no saben muy bien  qué hacer con este monumento, un petoste demasiado grande, quicio de un ensanche que se desparrama hacia el sur y lo rodean, lo amputan en sus arquerías por asearlo un  poco, recelan de sus simetrías excesivas, añoran algo más impar, oblicuo, japonés,  una pagoda y  un cerezo;  alguna propuesta incluso lo dilata, otras lo pierden en la extensión de un gran jardín, lo miran desde atrás, huyen de sus proporciones y su afán ostentoso, quieren abrirlo, airearlo, pero no se les ocurre qué meter:  un museo, una oficina más, un memorial;  todas están bien y mal al mismo tiempo, todas tienen algo de estación de tren de Canfranc y de San Francisco el Grande, en Madrid, lleno de polvo de siglos,  todas chocan, en fin, con  la molesta presencia de  este recordatorio del pasado que pide  a gritos una enmienda a la totalidad sin ser derribado, desde luego, pues la ciudad debe mantener sus capas sucesivas, las huellas del pasado, la textura de la historia, sino algo en la línea de lo que el historiador Santos Juliá dijo cuando estuvo por aquí, al rechazar que el Valle de los Caídos pudiera ser  el memorial definitivo que la guerra civil necesita, pues no es posible que un símbolo de reconciliación entre españoles sea algo con tanta significación de parte, de tanta católica exaltación, y debiera consistir tan solo en un muro con los nombres, uno a uno, de todos los muertos de uno y otro bando, igualados por fin, como igualados están frente a la muerte,  no vencedores ni vencidos;  algo así puede que falte en este juego de soluciones: un muro de nombres sin sigla alguna, sin bando, pues ya hace años que el país superó todo esto, es pura historia que remolonean los chicos en los textos escolares; tan solo un muro de nombres sobre el que pasar el dedo al  pronunciarlos:  nombres sonoros y elocuentes de vidas que acabaron antes de tiempo, y tal vez las palabras que pronunció  Azaña en su último discurso -las que recordó Juliá- como epitafio: paz, piedad y perdón.

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