lunes, julio 08, 2019

Tres sombreros de copa

Hacía  un calor terrible en Madrid y, mientras paseaba haciendo tiempo para el teatro, vi como en la terraza del café Gijón  regaban a los clientes con vapor de agua, como si los fumigaran, mientras un pianista tocaba  a Chopin, y un poco más allá, exhausto, entré en el Museo del Romanticismo, que apareció de pronto como un salvavidas, con sus salones sombríos donde Bécquer agoniza en un  retrato y Prim sigue montado en su caballo, y me senté en el coqueto jardín con su gran magnolio, sus hortensias, su palmera china, y en aquel oasis pedí un café  con hielo y ojeé  la prensa desde la que disparaban a Rivera desde todos los frentes acusándole de una cosa y de la  contraria, de ser un peligroso derechista y un antipatriota, como si fuera un mono de feria,  el malo de la película, y recordé otro pequeño cuadro del museo en que se ve a un hombre en la picota, con saya blanca y un gran capirote juzgado por la Inquisición, que eso sí que es algo muy del país y que seguimos practicando,   y al rato, una  vez repuesto, fui a ver el nuevo montaje de Tres sombreros de copa, la obra que Mihura escribió  muy joven, en los años 30, pero que no se estrenó hasta mucho después, en los 50, y que tiene la frescura de un texto en estado de gracia, escrito con una imaginación desbocada y  toques de absurdo, algo con lo que se adelantó a su tiempo, no en vano Ionesco la vio en Paris y se entusiasmó; una obra  que refleja muy bien la oposición entre el día y  la noche: entre el tiempo de lo obligatorio, lo laborioso, lo formal, y el de  la libertad que nace cuando todo eso duerme; los dos mundos por los que transitamos en  la vida: aquel en que  seguimos nuestros deseos, donde no calculamos y nos dejamos llevar, frente al de la fría razón que modera las pasiones, nos hace productivos y obedientes, y con la que tratamos de entender y ordenar el mundo; el tiempo de la fiesta y el de trabajo, el invierno y el verano, lo práctico y lo romántico, lo de fuera y el jardín escondido donde refugiarse. En algún momento tuvimos la felicidad al alcance de la mano, viene a decir Mihura en Tres sombreros de copa, y no nos atrevimos a tomarla.

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