miércoles, abril 05, 2006

Ruido

Los dos rasgos de nuestra época son la velocidad y el ruido, y sobre el ruido se prepara una ley a fin de que bajemos los decibelios. En España se mete mucho ruido y se recogen pocas nueces, se grita mucho y se desconfía del que está en silencio como si escondiera algo, pero a mí ya no me llama tanto la atención el estruendo de la ciudad, el hiriente sonido de las sirenas de las ambulancias, la pedorrez del tráfico, el griterío etílico del fin de semana, sino esos ruidos mas sutiles que son el sonido ambiente de nuestro tiempo. Ahora, por ejemplo, hay reuniones en las que no deja de sonar el móvil y mientras alguien expone algo hay dos o tres de pie, mirando a la pared y susurrando por el teléfono. Incluso cuando la gente lo apaga, consciente de su poder perturbador, lo suele dejar activo de tal forma que de vez en cuando se oye un pitidito que anuncia la llegada de un mensaje. Entonces, casi todos los asistentes sacan disimuladamente el móvil y comprueban si ha sido para él, y de paso dan un repaso a la lista de contactos o consultan la cotización del ibex. Dedicarse en profundidad a una sola cosa, y en silencio, es hoy la conducta más subversiva posible. Nuestra adicción es a la multiplicación de los estímulos. Es como leer el periódico y ver a la vez la televisión, un arte en que todos vamos mejorando. La tele, por cierto, sin la que mucha gente no lograría echar la siesta ni bastantes niños hacer la tarea. También en el tren, en cuanto te sientas, te dan unos auriculares para que oigas música o sigas la película y así en cuatro horas no intercambies una frase con el vecino y solo oigas su voz cuando conteste al móvil. El ruido es la cascara de nuestra burbuja, lo que nos aparta de la inquietante presencia del otro, de sus demandas y de sus necesidades, y dentro de esa burbuja que va muy deprisa de un lado a otro sin tiempo para nada, va un sujeto adormecido por el ruido, a quien un poco de silencio le haría tal vez despertar.

(Publicado en DN el 3-IV-06)

martes, marzo 28, 2006

Mas permanente

Una palabra se ha escapado del vocabulario y sobrevuela sobre nuestras cabezas: permanente. Cese permanente. Alto el fuego. Una matraca permanente de noticias y análisis nos persigue desde el gran día y nos satura. Se investiga si lo permanente llega a lo definitivo, a lo indefinido o quizás sea la antesala a lo perpetuo. Las palabras las hizo el diablo y es normal que las utilice luego. Yo, el día de la permanente estuve en el cementerio para despedir a un tío mío muy querido. Alrededor, todo era permanente, hasta las flores de plástico. Es más, reinaba allí una gran paz. La paz perpetua. Mientras en medio del corro, frente a la tumba, el sacerdote rezaba un responso salió un momento el sol, y yo cerré los ojos y sentí una sensación de liberación y a la vez una terrible pereza ante lo que se nos venía encima. Me quedé corto. No hay marca que tenga dinero para pagar una presencia así en lo medios. Un éxito. Un día histórico. Siempre, esta obsesión por convencernos de que asistimos al gran acontecimiento histórico. ¿Qué hacías el día en que Eta declaró el cese permanente? Yo estaba en Berichitos, pero de pie, apoyado en un ciprés y tomando el sol. Allí fuera, tras los muros, ya habían empezado los fuegos artificiales, los dardos cruzados, las grandes palabras y los grandes escepticismos, el tiempo de la ilusión y de la cursilería, las evocaciones del pasado, el columnista que habla de la llegada de la primavera, las comprensiones de la fiscalía, los brindis con cava por los ausentes involuntarios, la retórica bajo la boina, los comunicados esta vez más breves, pero sin rastro de una leve excusa, sin asumir responsabilidad alguna. Permanente. La guerra ha terminado, decía lacónicamente un comunicado que instauró la paz permanente. La paz es una falsa palabra. Hay que dar toda la guerra posible contra el olvido. Por la libertad, por la memoria. Viejas palabras, permanentes, que también escapan de las tumbas.

(Publicado en Diario de Navarra el 27-III-06)

jueves, marzo 23, 2006

Lo que no cesa

He visto en una patera que venía de Mauritania un africano encogido que tenía la misma cara que Eto’o. Lamentablemente este muchacho no debe saber darle al balón y su futuro es muy incierto. Así hemos hecho el mundo. Eto’o comenzó poniendo ladrillos en una obra y ahora conduce un deportivo y reacciona con furia en los estadios cuando oye insultos racistas. Que después del incidente su equipo aproveche para meter gol es otra historia. El 80% de los encuestados en un periódico dicen que el racismo en el fútbol responde a un fenómeno más profundo. El racismo, digo yo, ya es de por sí bastante profundo. De hecho, si uno se mira a sí mismo en lo profundo encuentra unas gotas. El racismo es miedo al otro, que es distinto, y además no hace falta que sea muy distinto. El racismo entre gente de raza negra es terrible, basta recordar a los hutus y los tutsis. Las pequeñas diferencias suelen ser las más explosivas. Por ejemplo, la que enfrentó durante siglos a católicos y protestante y que ahora vemos repetirse en el odio que se profesan sunnitas y chiitas. En España siempre hemos pensado que no éramos racistas. Lo que pasa es que no teníamos casi inmigrantes. Ahora vemos en el telediario a los cayucos esos que llegan de Mauritania, llenos de negros silenciosos y agotados que se cuidan de decir de donde son y comprendemos que no hay nada que hacer. Han comenzado las invasiones bárbaras. Europa tiene 13 millones de musulmanes. Europa, según oigo, será dentro de unos años una especie de Brasil: una mezcla de muchas razas con el alma mulata. De momento los equipos de fútbol ya son así y cuando meten un gol, los jugadores bailan la capoeira. Eto’o hace una gran pareja con Ronaldinho y ambos son una especie de negativo triunfal de los silenciosos negros de las pateras. Cuando un viajero de estos llega a tierra y le echan una manta encima, llama enseguida por el móvil a no se sabe dónde. Seguramente a casa, a decir que acaba de meter su primer gol.

(Publicado en DN 20-III-06)

martes, marzo 21, 2006

Dedos

Poesía. Palabra justa.
Han venido hablando un padre
y un hijo, subiendo por el jardín:
un pequeño edén con cuestas,
los cedros, el aromático pino,
los daphodils, el espino brillante
las nubes de siempre, la brea
y el cuervo. Han venido hablando
pero no había justamente palabras.
El silencio transcurría como
un cortafuegos entre ellos.
Silencio del padre, silencio
del hijo. Las palabras palpitan
allí dentro puras, redondas, sin
aristas. Las palabras justas.
Palabras que no pueden
ser arrojadas afuera, ser dichas.
Palabras de uno hacia otro.
Silencio en el que padre e hijo
avanzan, suben la cuesta del
jardín del Edén, hace el oeste.
Allí hay un sicómoro escondido
una escultura que se llama
landscape II, una angustiada espera
la necesidad de decir cualquier cosa
para no seguir en silencio. Entonces
la mano del padre se posa un
momento sobre la cabeza del chico.
Los dedos muy despacio escriben palabras
con tinta indeleble. El tiempo conoce
el secreto de este idioma invisible.

domingo, marzo 19, 2006

Biarritz

Salgo del casino con un hombre que me cuenta que hace unos años le trasplantaron el corazón. El hombre va con un bastón muy fino, apenas una vara. No se porqué pienso en Cristo azotando a los mercaderes del templo. El hombre me cuenta que estuvo varios meses ingresado a la espera del corazón. Recuerda a un compañero de habitación que se sentaba a horcajadas en una silla pequeña, con la cabeza gacha, intentando respirar algo mejor, como si quisiera cazar algo del aire que corría por el suelo. Antes de la operación, me cuenta el trasplantado, le dieron unos días de descanso y él se fue a Biarritz. En realidad él pensaba que iba a morir, que le habían dejado salir porque estaba deshauciado, y eligió Biarritz como destino antes de morir. Sin embargo no murió. Sigue viviendo, con un corazón nuevo que bombea la sangre. Por mi parte hago la pregunta, pero el hombre desconoce de quien era el corazón que le pusieron. Puede que fuera un muchacho que murió en un accidente de moto, dice. Sin embargo hay algo en el que no es posible explicar. Le pregunto si cabe la posibilidad de que le hubieran trasplantado un corazón de mujer. No me contesta.

miércoles, marzo 15, 2006

Alba

En una semana en que los negociadores conseguían himno, fiesta y bandera para Cataluña, Alba, una niña de cinco años de Barcelona ponía un interrogante mayúsculo en el sistema. Se nos había dicho que la autonomía era la cercanía al ciudadano, la eficacia, la capacidad de respuesta, pero a la hora de la verdad la policía autónoma recibe una denuncia de malos tratos a una niña y se inhibe por una cuestión de competencias, como la clínica que rechaza a un moribundo porque pertenece a otro distrito. La autonomía, la nación orgullosa y emergente, a veces es más burocracia y más chanchullo, pero esto es un pecado decirlo. La policía inhibida, el fiscal, ausente, el juez, mandando un oficio por correo ordinario. Mientras tanto, el horror dentro de casa. Sabíamos que este hombre era violento, dicen las vecinas, pero lo era de puertas adentro. Todo ha fallado esta semana. Lo reconoce hasta la consellera Tura, que se hace autocrítica, si bien echa la culpa a la familia de Alba porque no colaboraba. Algo así como si echáramos la culpa al ladrón por salir corriendo. Mientras el oficio iba y venía, estábamos muy ocupados con la ley de paridad y el lenguaje no sexista. Tenemos derecho a un lenguaje no sexista, leí en unos carteles colgados en la Plaza del Castillo. Un derecho más para un catálogo ilusorio. Seguro que se legisla enseguida para esto. Vivimos en un exceso de leyes que, como se sabe desde Platón, es la mejor manera para dejar de cumplirlas. Tras el incidente de Alba nos espera alguna nueva y seguro, algún comité, algún observatorio que llegará a inhibirse por completo si la cosa se agrava. Tal vez deberíamos velar por que se aplicara el código penal, pero esto no se le debe ocurrir a nadie. Que semana. MT bailando en África con las mujeres del tercer mundo, como una misionera moderna y concienciada de un país rico y culto, donde va y resulta que puertas adentro hay niños que casi mueren de una paliza sin que nadie mueva un dedo.
(Publicado en Diario de Navarra, 14-III-06)

jueves, marzo 09, 2006

Linda Graciela


El espléndido techo del casino principal. A los lejos se oye cantar: todo por tí, todo por ti, linda Graciela, de Compay. Día muy triste. En el Sario, alguien me ha escrito en un papel: Elvis Costello & the brodsky quartet. No se. no creo que sea capaz de ir hoy a una tienda de discos. El hombre, en el salón del casino, me dice que hemos metido la pata. Siempre cagándola, dice. Algo habría que haber hecho hace tiempo. Le digo que me es igual, que no pasa nada. En la Plaza del Castillo han colgado unos carteles de los escuálidos árboles en los que pone: tenemos derecho a un lenguaje no sexista. Un derecho más para un catalogo ilusorio. Hay una cariátide en el techo del casino que me recuerda al Musik Verein de Viena, pero sin dorar. Recuerdo al airado M.L. denigrando los valses de año nuevo. No sexista. En la silenciosa biblioteca del casino, tapizada de verde, es posible ver la foto de Maria Teresa (no de Austria, sino de la Vega) bailando en Kenia. Algo espantosamente sexista. Las chicas de la mano, sonrientes, haciendo de misioneras, inculturizándose en tierra de infieles. En el aire hay un suave perfume a ablación clitoridiana. El hombre sigue hablando: siempre hacemos mal las cosas por no contar con él. De reojo, vemos una partida que se está poniendo tensa. Me pregunto si yo seré igual dentro de unos años. Pero luego, enseguida, me cuenta el portentoso proceso electoral del casino. No sé porqué me encuentro ya mucho mejor. Todo es terriblemente sugerente bajo este techo. Tal vez a lo único que aspiramos es a un techo bajo el que cobijarnos.

jueves, marzo 02, 2006

Palabras para niños

Cuando yo era pequeño iba a un colegio solo para chicos. Los sábados teníamos clase y solíamos dormir una siesta sobre el pupitre. A veces, en alguna fiesta, nos daban una manzana sujeta por un palo y bañada de caramelo. Cuando yo era pequeño, recuerdo, tenía muchos más mocos que ahora y las rodillas siempre despellejadas porque era portero y el patio era de gravilla. A veces el balón salía por encima de la tapia y caía a una pocilga de cutos. Entonces había que correr para que los cerdos no se comieran el balón y el partido pudiera continuar.
Cuando era pequeño no había tele –sé que es difícil de creer- y oía por la radio un programa: Matilde Perico y Periquín. Periquín era el niño y al final siempre se llevaba una torta por travieso. Cuando cumplí 10 años tuve que cambiar de Colegio y recuerdo que para darnos la bienvenida nos pusieron en el cole nuevo una película: Rocha, el hijo de Sansón. Fue magnífica. A la salida, como todos, yo quería ser Rocha y machacar a todos los enemigos sin piedad.
No voy a seguir con más batallas. Simplemente apuesto a que dentro de un tiempo a vosotros también os apetecerá contar como era vuestro cole, vuestra casa y vuestra vida cuando érais niños. Lo contaréis y os parecerá mentira que ya seáis mayores. Así es la vida. Lo que no sabéis es que aun siendo mayores os pasará como a mí. Que de pronto me entran unas ganas enormes de hacer una pelea de globos de agua y ya no es posible. O que leéreis a vuestro hijo un cuento por la noche y no sabreis si en realidad se lo contáis a él o a vosotros mismos. Eso me pasa a mí, por ejemplo, ahora que leo Alí Babá. Ese es un buen cuento, aunque no sea sino porque Alí Baba encuentra tesoros, por no hablar del hecho de que tiene varias mujeres. Yo leo el cuento con la excusa de dormir a mi hijo, ya se sabe, pero al poco soy yo el que se va quedando dormido y comienzo a soñar que soy uno de los cuarenta ladones, de los que cortaron el cuerpo de Qasim en cuatro trozos. O sueño que el loro del pirata Silver me pica en la nariz, incluso con el capitán Aqab que está obsesionado con pescar una ballena. Los rollos de mi época, vamos. A saber en qué soñaréis vosotros. ¿Harry Potter? ¿Operaciópn triunfo? Seguro, eso sí, que nadie sueña con la relación de ríos de Europa que salen en el libro de cono. Me apuesto mi antigua colección de canicas. .
El caso es que yo sueño con la ballena que va a comerse al capitán Aqab, y cuando está a punto de comérsela de pronto despierto angustiado. Entonces, para mi pesar, descubro que ya nos soy niño, pero que al menos lo he sido un rato, durante el sueño. También pienso que es la hora, que ahora tengo que levantarme y seguir disimulando para que todo el mundo crea a pies juntillas que soy una auténtica persona mayor y no descubra que CHARRO mi apellido, si lo leéis al revés, esconde en realidad el nombre de ROCHA, el invencible hijo de Sansón.

Ensayo

Dice Chesterton que en realidad uno no escribe nunca un ensayo, lo que hace es ensayar un ensayo. Un ensayo, por su propio nombre, es un intento, un experimento. Ensayando un ensayo. El ensayo -dice Chesterton- es la broma. Así pues, sigamos adelante con el ensayo.

miércoles, marzo 01, 2006

OPA

Comienza la semana y estreno columna. Y desde aquí arriba, ¿qué veo? Veo a lo lejos un pato muerto sin consecuencias. Veo la gran tormenta de una nueva OPA. Veo el humo negro de un nuevo atentado de Eta. Incruento. Letal. Veo a Zapatero esperando en vano la tregua, paseando arriba y abajo como quien espera a una novia que se retarda. ¡Me había prometido ser puntual!, se queja. Pero en vez de la tregua, la que ha llegado es Angela Merkel, con esa pinta de profesora exigente, a anunciarle que mientras se lo iba pensando, el coloso alemán va a comerse a Endesa y además de forma amistosa, pagando a toca teja. Eso no se hace, dice Zapatero. No es posible. Zapatero quería una empresa eléctrica campeona, lo que es entendible en un aficionado del Barça, pero no había contado con que el mercado es una cosa fría, sin alma y sin fronteras y que Frankfurt, a la hora de comprar y vender, hoy en día está más cerca que Teruel, de donde por cierto es Pizarro. Qué situación. De pronto, vemos al gobierno y a sus socios de ERC protestando porque se va a poner en riesgo la españolidad de Endesa. ¿Y que hacemos con la Volkswagen? ¿mandarla a Polonia? Hemos llegado al cenit de la legislatura, al punto álgido. A partir de ahora, se puede hacer bueno eso de que nunca los males vienen solos: ni tregua, ni opa, solo falta la aparición de un pato muerto de forma sospechosa. La debacle. La energía es un sector estratégico, quiero un coloso español, clama Zapatero. Pero la gente lo que quiere es que le paguen la acción a mejor precio y sobre todo que al dar al interruptor se encienda la luz y pasa de la nacionalidad del coloso. Es más, visto lo visto (lo he visto en las preguntas de este periódico) prefiere que ya puestos, el coloso sea alemán. La gente ve en la carretera mucho molino, pero van conduciendo un coche alemán, y eso marca. Yo aquí arriba, en la columna, ni entro ni salgo. Veo una opa de Botín en el horizonte, pero patos, la verdad, no veo ni uno.

(Publicado en Diario de Navarra 27-02-06)

Ana Frank


El taller de teatro del Instituto Navarro Villoslada ha estrenado (ya van 25 años de estrenos), una conmovedora versión del Diario de Ana Frank. Cuando Ana fue sacada de su escondrijo por los nazis y llevada a Aushwitz, de donde no volvería, tenía la misma edad que estos actores, que estos chicos y chicas que representan el pequeño mundo en que Anna tuvo que encerrar su adolescencia. Esta coincidencia da la obra una especial emoción, como si hiciera más patente la injusticia y la brutalidad de esa persecución, e hiciera de pronto real la existencia de una niña judía que anotó en el diario la llegada de su primera regla, un primer beso, la rivalidad con su madre, la fiesta de Januka. Las palabras de esta obra tienen una extraña potencia, como si no dejáramos que Ana muriese del todo recuperando sus recuerdos más íntimos. Lo más intimo es a la vez lo más común, lo que nos define, lo que nos interesa más. Nada es más importante que las pequeñas trivialidades, la vida ordinaria. Pero toda esta pequeña vida de Ana, común, intercambiable, cobra de pronto una luz propia a la luz de su muerte, porque hay veces que la muerte nos dota de argumento. Es su destino lo que hace de su libro un libro sagrado, imperecedero. Esta niña no debió morir. No hizo nada. No había culpa en ella. Eso nos desasosiega. Vemos una niña, una Antígona, frente a la brutalidad de las armas y de la ley inicua y en la oscura platea nos cae por fin una lágrima largo tiempo retenida. Una vida no es una cifra estadística, un número, una losa que va criando musgo. Una vida no sabemos bien que es, pero tiene más que ver con las palabras escritas en un diario, donde palpitan afanes, deseos y desengaños que con cualquier otra cosa. Pasan los años y recordamos a Ana no por su talento o sus méritos, sino por lo que representa, por lo que convoca y lo que denuncia, porque nos habla mejor que cualquiera tratado de la naturaleza del totalitarismo y de la potencia del mal. Ana, como cualquier otra víctima inocente, no es un héroe a quien rendimos honor y fidelidad por sus hazañas. Es un testigo y un trozo de memoria. Hay memoria de Aushwitz, del Gulag, porque hay víctimas que lo han contado. El tiempo, los intereses, la comodidad, siempre conspiran contra la memoria viva de los ofendidos. Leo que en algunos países se insiste públicamente en que el holocausto no existió. Pero en un diario abandonado en su celda, una niña insiste en contar que está olvidando el olor de la hierba. Memoria de las victimas. He ahí la verdad que vuelve a salir a escena. Enhorabuena, muchachos.
(Publicado en Diario Navarra 20 - II- 06)

martes, febrero 14, 2006

De visita a Pound


Me interesa Pound. Un poeta de vanguardia que se hizo fascista. (Tal vez por contraste con el resto de la vanguardia, que se hizo comunista). En la obra selecta de Connolly hay una pequeña semblanza del poeta, a la que Connolly visitó en Venecia por sus octogésimo cuarto cumpleaños en 1969. "Daba la impresión –dice Connolly- de que dondequiera que fuera era una figura respetada y popular. Para los italianos no es un traidor, sino un mártir, o mas bien un amigo leal que estuvo a su lado en los momentos malos".
Por lo demás, el viejo poeta se mantuvo en general callado y distante. "Pound nos obsequiaba con el elixir de su silencio o se ausentaba por completo". A la hora de valorar la comida del cumpleaños, Connolly tiene un apunte digno de Chesterton: "nunca olvidaré las trufas blancas con salsa de queso y a ellas les llevó mucho tiempo olvidarme."
De camino al aeropuerto, la señorita Rudge cuenta a Connolly el último sueño de Pound: "Perdió todo su dinero, así que consiguió trabajo como peón de albañil acarreando dos largos maderos sobre los hombros. Era mucho más joven entonces."

Apple

De la mesilla del hotel Suecia de Madrid, donde a veces me he alojado, tomé un cartelito que todavía conservo con este consejo inglés: one apple a day, keeps de doctor away. (Una manzana al día, mantiene lejos al médico). Hoy, por causalidad, alguien me ha contado la respuesta que dió el viejo Churchill cuando le vinieron con ello: bueno, dijo, depende de la puntería.

domingo, febrero 05, 2006

La vida secreta de las palabras

Para empezar el espectador se pregunta: pero estas quemaduras, ¿serán suficientes para que este tipo se queje tanto? ¿No se nota demasiado el trabajo de la maquilladora? ¿Hay premio Goya al maquillaje? Luego recuerda uno vagamente ese pestiño de un aviador que se cayó y era cuidado por una enfermera. Ni me acuerdo como se llamaba. No se. El cine bélico y sus enfermeras. Esta película es más o menos así, pero mucho más sofisticada. La plataforma, la soledad. El que cuenta las olas. Todo, convenientemente pasado por esa pretenciosa sencillez del movimiento dogma. Es decir, los actores hablan mal, están parados, son en general inexpresivos (menos Cámara) y las visones del mar, como desde Homero (con perdón) funcionan como una potente metáfora. Una película tan seria, tan tremebunda. Las victimas que se avergüenzan de serlo, la violencia de aquel horror de los Balcanes. Y yo pregunto, Coixet, ¿de donde procede todo este mal desatado,cómo debemos prevenirlo y combatirlo, o será como las olas, algo que viene y va sin remedio?

viernes, febrero 03, 2006

RC

Una palabra sale del baúl de los recuerdos y ocupa el lugar que intentaron arrebatarle: responsabilidad. Todo ha conspirado durante décadas contra la responsabilidad. Pero en secreto comprendemos que el individuo, por mucho que viva en la maraña de los condicionamientos resulta responsable de su actos, de sus palabras, incluso de sus silencios, y que eso es lo que nos hace sujetos y no autómatas. Nos habíamos dedicado a elaborar excusas bienintencionadas para que la sociedad, el sistema, la familia, la publicidad, las enfermedades fueran los responsables vicarios de nuestros desvaríos, pero siempre hay un punto donde es preciso decir yo he sido y asumir las consecuencias. No vale decir no ha pasado nada. Lo vemos en el asunto de estar mujer, Pilar Elías, viuda de Baglietto, a quien la memoria de la muerte de su marido ha sacado de su casa y convertido en otra madre coraje. Este hombre – ha dicho un prócer nacionalista, refiriéndose al asesino de Baglietto- ya pagó lo que debía. No es cierto. Justamente este hombre, por lo que sabemos, no ha pagado lo que debía. Todo delito lleva aparejada una responsabilidad civil, una cantidad que se impone para compensar a la victima o su familia de los daños causados por el delito. No hay dinero que valga una vida, pero ese pago nos indica que no cabe matar en vano, que la victima debe ser resarcida. El asesino de Baglietto no hizo frente a dicha RC, fue declarado insolvente y de ese pago se hizo cargo el Estado. Al poner un negocio en los bajos de la casa de Pilar Elías, además de decirnos gráficamente que le importa una higa el dolor de una mujer a la que dejó viuda, resulta ya evidente que el asesino ya no es insolvente, y que el Estado debe resarcirse de lo que pagó en su nombre. No es una mera cuestión monetaria, sino algo más importante. Para la victima, pero también para el autor del delito, para quien debe arbitrase una forma de liberarse de culpa si alguna vez tiene el coraje de asumirla. El fin del terrorismo plantea esta cuestión candente, pone en circulación palabras como perdón, culpa y reconciliación, que insisten ante el intento de dar por sentado que aquí no ha pasado nada, y de confiscar la memoria. Ya que un gesto de respeto o de disculpa por parte del asesino de Baglietto (quien por cierto, debe la vida a su víctima) no parece posible, atendamos al menos al viejo y sabio derecho: que pague lo que debe, con la advertencia que de no hacerlo así, se procederá conforme a derecho. Por ser así de fría y estricta justicia.

(Publicado en Diario de Navarra el 6 - II- 2006)

2 centavos


En el mes de septiembre solía estar optimista, pero este año no lo veo claro. Antes, el inicio del nuevo curso, con sus libros para forrar y la perspectiva cotidiana del invierno, con su laboriosidad y calefacción central me auguraban una especie de futuro en paz, pero ahora, de pronto, allí donde voy se suscitan conflictos, y los problemas crecen hasta hacerse casi irresolubles. El inminente otoño, el largo invierno, se me aparecen ahora como grandes extensiones donde librar batallas. Puede –me digo- que el mundo entero se haya puesto de acuerdo para fastidiarme, pero también es posible que mi carácter se haya agriado. No me importa reconocerlo. De hecho, siempre he añorado tener peor carácter, o al menos tener una carácter y no mostrarme pusilánime y puede que con la edad lo esté consiguiendo. Tal vez cumplir años consista, además de no entender los anuncios de la tele, en labrarse por fin un carácter. Un carácter es como un estilo: lo que para bien o para mal nos diferencia de los demás. Lograr un carácter colérico o melancólico, incluso apacible, requiere años y dejar atrás toda una peripecia vital: nuestra novela familiar, nuestra hoja de servicios, nuestra pequeña colección de experiencias. De nuestro carácter, como de nuestro rostro, somos extrañamente responsables sin saberlo. De ambos, es imposible huir. Sentado en un banco, pienso todo esto mirando la hoja de un madroño. Ya hay en el aire un presagio del otoño, un cierta palidez que se desprende del sol. En cierta forma podíamos decir que el sol tiene ya otro carácter. Huir del propio carácter. Huir al sol. Recuerdo que ayer me encontré con un amigo desocupado que se iba ahora de vacaciones por dos centavos. Así me dijo, dos centavos. Opera de los dos centavos. Estoy sentado en un banco esperando a otro amigo que no termina de llegar. Esto es muy malo para mi carácter. Menos mal que en bolsillo llevo un pequeño libro de Zhuangzi. Zuangzhi viene a decir que en la descripción detallada de las cosas esta la solución de cualquier dificultad. Pero es preciso –señala- que nos detengamos en ella, que no tratemos de superarla. Eso es lo difícil, dice Z., detenerse. Cierro los ojos, me detengo, y pienso que esta visión de Z. va con mi carácter. Todas mis dificultades, sin duda, se desvanecerán en su descripción. Todo problema contiene, en el fondo, su solución. Llega mi amigo y le canto las cuarenta. Además, ya no quiero comer. Qué carácter, me dice.