martes, abril 28, 2015

Ceniza

Arroyo con Bergamín en la plaza de toros de Ronda.
Manuel Arroyo, editor de Turner, ha escrito un libro que dice que no es de memorias, aunque se le parece bastante,  donde hila algunos  recuerdos del pasado, sobre todo de los años 70, cuando la dictadura declinaba, España vivía en blanco y negro,  y él hacía amistad y negocios con un librero de viejo de la calle Preciados que tenía  tesoros en la trastienda, o se echaba a la carretera con Bergamín, escritor furibundo y republicano,  siguiendo al torero gitano Rafael de Paula, del que llegó a ser apoderado y a quien Bergamín dedicó un libro de título esplendido -era especialista en ponerlos, incluso los prestaba- que es “La música callada del toreo”, una música, por cierto,  que ya no se aprecia mucho. El mismo Ordoñez, cuenta Arroyo, tenía celos de que fuera Paula el que hubiera merecido un libro y no él. Un día, comiendo en Madrid, le comentó al editor la desazón que tenía porque de lo que hace un torero no quede nada. El toreo se hace en el instante, y en el instante muere, dijo Ordoñez. Eso le pasaba a Nijinsky, el gran bailarín, replicó uno. Ya, pero ese no se jugaba la vida. Por tres pases con sentimiento, dijo Ordoñez, haciendo el gesto de levantar la  camisa, es por lo que tengo el cuerpo lleno de cicatrices. El libro de Arroyo es un libro sobre la muerte, y por eso va pisando cenizas, pero no un libro lúgubre. De aquella España que recorría siguiendo  a Paula, parando en hostales perdidos para dormir junto al afilado Bergamín, ya no queda nada, o casi.  Viendo esto días una foto de Rato –podía ser de tantos otros-  me he acordado de algo que cuenta Arroyo. La de Rato es una foto en que apenas se le ve por un  pequeño agujero, entre los cartones que han puesto en la ventana de su despacho para evitar que se le grabe. Es la necesidad de husmear, de verlo todo, de gozar con la caída de alguien en primera fila.  Parecido a lo que recuerda Arroyo de la tarde en que Sánchez Mejías se desangraba en la enfermería de Manzanares y la gente del pueblo se encaramaba a mirar por el ventanuco de  la enfermería. ¿Se ha muerto ya? preguntaban cada rato, intentado ver algo. Llanto por Sánchez Mejías, escribió Federico. 
(Pubicado DN 27 abril)

sábado, abril 25, 2015

El testamento de María

Blanca Portillo.

La desgarradura de esta mujer es por la separación del hijo. Una mujer real, se ha dicho, una madre; no la madre de Cristo, subalterna a la divinidad. Ese Cristo, cuyo nombre no se nombra, a quien reprocha que ande siempre entre inadaptados, impostando la voz, haciéndose el importante, de tal forma que, cuando está con sus amigos es como un jarrón lleno de agua estancada, y cuando se queda a solas con ella, poco a poco el agua se va volviendo clara, como recién salida del pozo. No hay para una madre nunca un hijo que hieda. Y así, la obra, vomitada por los registros inauditos de Blanca Portillo, va presentando a una mujer en Efeso, medio secuestrada, que tiene una verdad terrible que quiere contarnos, en la que no ha cabido casi ni una brizna de esperanza, nada la ha convertido, salvo el sueño que sueña a medias con Marta, en el que el hijo muerto -muerto después de los tormentos que por sabidos no podemos creer- sale del agua y abre los ojos, dulcísimo, trayendo las gozosas imágenes del pasado y de la infancia, y es una sábana  blanca que esta otra Blanca abraza, como en una Pietà, y se esfuma enseguida, entre el sueño y la vigilia y la nada, como un Dios.

viernes, abril 24, 2015

Cuando las cosas hablan



Ayer, día del libro, se presentó en Pamplona éste en el que he colaborado haciendo lo posible porque se escuche a una boina, un retal de San Miguel de Aralar,  una mandíbula con flecha de silex y el traje del bobo de Muskilda, el que va danzando por su cuenta. 

martes, abril 21, 2015

La tentación del fracaso

La historia de Rato vuelve a confirmar que la victoria tiene cien padres, pero la derrota es huérfana, y no hace falta sino  ver como su antiguo partido, que estuvo a punto de hacerlo presidente, lejos de poner una red a su caída, le convierte en  una especie de coartada para intentar convencernos  de que se es implacable con los corruptos. Pero la historia de Rato tiene una cara trágica, de personaje brillante que cae desde lo más alto, no en vano la derrota tiene su aura frente al éxito que es siempre insolente, sospechoso, un poco soez y su historia recuerda a la de aquellos triunfadores a quienes una fuerza interior  lleva a  recelar de su éxito  y a dilapidar su logros, como si no los merecieran y necesitaran castigarse, de una forma que desde fuera parece deliberada. Los que al fracasar triunfan, y al revés. La derrota tiene una dignidad, decían los clásicos, que la victoria no conoce.  Tal vez entre nosotros el ejemplo más notable sea Urralburu, que pudiendo ser un líder indiscutible por los servicios prestados, y convertirse en una especie de Arzalluz, con mando a la sombra,  se las apañó para labrase un fracaso definitivo e irrevocable. Teniéndolo todo, siendo un estratega curtido,  lo arrojó por la borda. El caso de Rato sería un escalón más de esta tentación irresistible al fracaso. Quizás en  mucho tiempo no veamos un ministro de economía tan providencial como él, que además parecía el político perfecto, con un punto aristocrático, desapegado, con la ventaja de que, al ser rico de familia, no necesitaba  enriquecerse con la política. Alguien  capaz, después de no ser elegido sucesor de Aznar, de salir fuera y  de presidir el FMI, un puesto a la altura incluso del exigente  Strauss Kahn. Allí dimitió por sorpresa, como si necesitara  volver a casa,  donde se las apañó para ir despeñándose en un tiempo record.  Ni planificándolo bien es facil llegar a tanto. El gran Julio Ramón Ribeyro tituló justamente su autobiografía  “La tentación del fracaso”, para explicar cómo tras un aparente éxito existe a veces una fuerza tenaz, autodestructiva,  que busca  un fracaso en toda regla. 
(Publicado DN 20 abril)

viernes, abril 17, 2015

Reloj sin manecillas

"La muerte es siempre la misma, pero cada hombre muere a su manera". Es la primera frase de este libro, "Reloj sin manecillas", justamente el reloj de aquel para quien el tiempo, en realidad, ya se ha acabado aunque siga aparentemente vivo. Es la última novela de Mc Cullers, soberbia, de una pieza, con palabras que suenan a verdad, que es lo mejor que se puede decir de  un libro.Tal vez no sea lo mejor que escribió -de hecho fue su ultimo empeño novelesco- y puede que en sus ultimos capitulos no sea capaz de mantener el listón, pero vuelvo a empezar de nuevo este libro y sucumbo enseguida a su poder.  Las malas críticas que obtuvo este Reloj sin manecillas disuadieron de volver a escribir una novela  a esta mujer extraña, enfermiza, siempre dolorida, febril. Hay en estas escritoras del sur, como ella y Flanery O'Connor, que tiene una sensibilidad incluso mas acusada, sibilina, casi mística, una presencia de la causa sureña y de los temas que parecen inevitables: la segregación, la negritud, el mundo rural, la guerra de secesión, el rechazo al gobierno de la Unión,  la religión, la violencia contenida, la locura, la sensación de un mundo en  que todo está en vilo,  al borde de un cataclismo, cercano  al estallido. Detrás de este libro está la Biblia y Shakesperae, y el aliento de un gran río que pasa, la luz dorada, los pies desnudos, los olores desde un porche.  Puede que  Reloj sin manecillas no sea el mejor libro de Carson Mac Cullers, pero sí quizas el que levanta un personaje mas completo: el viejo juez brutal y reaccionario, que a la vez nos suscita compasión, enternecido por su nieto Jester, el hijo de un hijo  que se ha suicidado. Ese viejo juez que,  en el primer capitulo,  toma un wiskhey a media mañana, tras el oficio religioso, en la farmacia de Malone, quien le confiesa que tiene una enfermedad en la sangre, ante lo que el viejo Juez protesta, le dice que es imposible, "porque tu Malone, llevas la mejor sangre del estado". Sangre sabia, es uno de los titulos de O'Connor, sangre que corre por las venas, como las palabras de este libro bombeadas desde el corazón.

miércoles, abril 15, 2015

Borgen

Rosa Díez dijo con despecho, tras lo de Andalucía, que lo que le pasaba a UPyD es que era un partido español pensado para Dinamarca, y claro, no hemos sabido estar a la altura. Garicano,  el sabio de  Ciudadanos,  ha dicho por su parte que nuestro objetivo es tratar de ser como los daneses, y no como Venezuela. Está claro que lo danés está de moda, entre otras cosas por la serie Borgen, que retrata la política de aquel país pequeño y bien ordenado y la historia de la primera mujer  que llegó a dirigirlo. Lo danés seria nuestro reverso, el objetivo de un país culto e igualitario, con un alto nivel de vida y una  economía productiva, en el que, para colmo,  todo el mundo es guapo. Un país que nos pone un poco rabiosos, como el empollón de clase.    Pero  lo mejor de Borgen, a mi juicio, es que ofrece una visión realista de la política,  de sus enredos  y sus batallas y de las víctimas  que va dejando por el camino, y de cómo esto se entrecruza con la vida privada. La primera ministra  se cuela en la lista de un hospital, se separa de su marido o tiene problemas con sus hijos y eso salta en seguida a los medios, se convierte en motivo de ataque de los adversarios, afecta a la visión de los ciudadanos y a su voto. La política, salvo en Corea norte,  supone estar siempre bajo los focos,  tener que dar explicaciones por todo, contratacar.  Estar bajo la lupa  es el coste de la política democrática,  donde es difícil guardar secretos y todo es significativo. Deslindar donde poner el límite a ese escrutinio es muy difícil.  Tal vez la prueba de esto sea aquí el caso de López Aguilar -donde, desde luego,  no nos corresponde hacer de jueces- con esa mezcla entre lo que sería íntimo y particular en él, con aquello que el ciudadano tiene derecho a saber. Es una trama digna de Borgen que  un ministro que impulsó una dura legislación contra la violencia machista, a la que se acusó de no ser muy delicada con los derechos del acusado, se vea ahora obligado a probar de su propia medicina. Saber si un político ha sido o no congruente con lo que predica, aquí como en Dinamarca, he ahí lo que de verdad importa.
(Publicado DN 13 abril)

martes, abril 14, 2015

GINKGO



En Pamplona, junto al patinódromo de Antoniutti, o en las cercanías del café vienes en la Taconera, desafiando a un frío que  no termina de dejarnos, el ginkgo biloba ha comenzado brotar. Este árbol notable, cuyas pequeñas hojas recién salidas son como un abanico hendido, dicen que  ya existía en el jurásico y que llegó a convivir con los dinosaurios. Procedente de China, el ginkgo llegó a Japón junto con el budismo y es un árbol común en los apacibles aledaños de esos templos que aman el follaje, las piedras y el estanque. Llamado arbre des pagodes y temple tree, fue Linneo quien lo llamó "ginkgo  biloba", por el doble lóbulo de su hoja, en su célebre clasificación de las plantas de 1771. Lo cierto es que este árbol  es ya común en las ciudades debido a una de sus principales características: su extraordinaria resistencia. Se puede ver amarillear este árbol en Tokyo y en Nueva York, entre rascacielos, pues la contaminación y el veneno letal de la gran urbe no le inmutan. En el mismo Japón, al parecer, se cuenta  que todavía no se ha visto morir a un Ginkgo de muerte natural, si es que alguna muerte lo es. De hecho, allí subsiste un ejemplar de Hiroshima que resistió la explosión de la bomba atómica. En la primavera siguiente a  ese fatal 6 de agosto de 1945, ese joven ginkgo que adornaba un templo que quedo arrasado, volvió a brotar como si tal cosa. De muchos Ginkgos se cuentan proezas portentosas, y su gran fortaleza, su aparente inmortalidad, casi, han hecho que sus raíces y hojas se utilicen desde antiguo con fines curativos. La farmacopea china, que junto a la medicina de ese pueblo nos sorprende por la aparente modestia de su arsenal terapéutico y con la paradoja de la longevidad de sus gentes, emplea el ginkgo para problemas circulatorios, respiratorios y otros. Un poco más acá, en el ilustrado occidente, la ciencia estudia sus principios activos que parecen desafiar la ley de la entropía. Ya hace tiempo, por lo demás, el ilustre Goethe dedicó al ginkgo un poema en el que abordó el tema del uno y del doble -que tan grato sería, por cierto, años después a Borges- basándose en el doble lóbulo de su hoja que es a la vez una y dos cosas.
(Publicado 2004)

sábado, abril 11, 2015

Garza


Pasó una gran garza por  el cielo, batiendo lentamente sus alas, y fue a parar frente a la presa del Irati, junto a las pasarelas, por donde todavía, después de las riadas de este invierno,  baja el agua con fuerza, limpia y rápida, sorteando los grandes troncos varados en la corriente, y se puso a mirar la lámina verdosa del río a la espera de algún bocado, inmóvil, hasta que de vez en cuando volvía su cuello y miraba de soslayo como si esperase a alguien.  En una isleta cercana  había florecido un arbolillo, vestido de pronto de un blanco refulgente, y el día compuso de pronto un paisaje japonés, como si el monte Fuji apareciese en el horizonte o el portentoso paisaje de los cerezos en flor que rodean al   castillo de Himeji, también llamado  de la garza blanca, que estos días visitan los niños y luego pintan en sus cuadernos junto a la cuidado caligrafía de los kanji, apareciera con sus tejados blancos y achinados, junto a la imagen de una garza o una grulla, que son animales de buena suerte.  Recuerdo que mi amigo R., que hacía figuras de origami, ese arte japonés de plegar el papel de arroz, lograba hacer una grullas con gran  esfuerzo, pues este arte requiere gran precisión, y mientras manipulaba el papel con cuidado, como una bomba, me contó que si uno hace mil grullas se cumple cualquier deseo, pasa lo mismo  que al tirar una moneda al agua, por ejemplo, o soplar una llama, como si los deseos se alcanzaran siempre  por caminos oblicuos  y uno de ellos fuera  lograr  las mil grullas del origami. Se cuenta que una niña de Hiroshima que sufrió leucemia después de aquel terrible bombardeo, intentó llegar a mil pero murió cuando había plegado 644,  Sasiki, se llamaba, es una historia triste y a la vez de esperanza,  propia de este día de fiesta y de sol  en el que la gente desfila  junto al río, como si llevara una ofrenda,  y todo el paisaje está en trance de resucitar, cosa que según un viejo relato sucederá en unas horas, y miran a  la garza con la boca abierta, cuando grita de pronto y eleva el vuelo, inclinada, batiendo sus alas muy despacio.   (Publicado DN 6 abril)




miércoles, abril 01, 2015

Avión

4U 9525 Barcelona

150 personas, como nos han contado con detalle desde hace días, murieron en el avión que Andrea Lubitz  estrelló a posta contra las montañas de los Alpes, en un estúpido y cruel acto suicida convertido en  carnicería, del que ya sabemos casi todo, incluida la lista de todos los que viajaban en el avión:  ejecutivos que iban a una feria de alimentación, periodistas deportivos que habían visto el Barça Madrid, esos 16 chicos ¡ay!  de intercambio que no llegaron a casa, un navarro de Delphi, una pareja marroquí de recién casados, un barítono y una contralto que habían actuado en  Barcelona. Ninguno de ellos, por desgracia, perdió el vuelo ni  tuvo una apendicitis, todos encontraron su hora final  en ese día, de la multitud de senderos que se bifurcan  fueron por este, en el que se toparon  con la firme decisión de Lubitz de inmolarse con aquello que al parecer más amaba: los aviones,  cuando una vez solo en la cabina, dirigió  alevosamente el morro del avión hacia la tierra sabiendo lo que hacía.  Nada diferencia, en realidad,  a este Lubitz del resto de pasajeros, su nombre podía haber aparecido con los demás en la lista; era en apariencia un muchacho deportista y sociable, no se trataba de un exaltado que daba gritos sediento de venganza,  ni un desheredado maltratado por la fortuna, ni el juguete de una ideología perversa sino alguien como los demás que, a pesar de haber conseguido lo que quería,  tenía tendencia a la depresión -nada nuevo- y al que ahora tratamos de diagnosticar algo severo que justifique su conducta inhumana, porque eso nos tranquilizaría,  alguien  del que apenas sabemos nada, como de uno de esos criminales que  cuando  es detenido sus vecinos cuentan que era un tipo educado que sacaba la basura a su hora, un hombre intachable que tenía una decena de  cadáveres enterrados en el  jardín. Este Lubitz era uno de ellos, alguien con una cara oculta, preso de un odio que no comprendemos, capaz del  mal sin sentido al que a veces se entregan los humanos, la prueba de que en ocasiones el monstruo viaja junto a nosotros, imposible de detectar.  
(Publicado DN 30 marzo)

lunes, marzo 30, 2015

Roger

Un puñado de amigos nos reunimos el domingo en la Escuela Navarra de Teatro para el estreno de la "Pequeña suite emocional" de Roger Alvarez, en  la que, con la excusa de presentar cinco canciones compuestas en los ultimos años, Roger cuenta sobre el escenario cómo llegaron estas canciones, qué las justifica, para que sirvieron, además de pedir que algún coro las haga suyas.  En  esta Tabarca que habla de esa minúscula isla del mediterráneo, puede verse a Roger dirigir un coro, como si tratara de sacar oro de los cantantes. Según contó en escena, la estancia en esta Isla le ayudó a superar la muerte de un amor, y creó un vinculo muy profundo con esta isla plana y ventosa. La canción dedicada a Mui, la vietnamita que vendía bocadillos en la Gran Vía, Lisboa, el valsito de Lima, Samba para Sara, que la siguieron, también llevan algo de esta isla mínima.   En sus cuarenta ños de actividad profesional, apenas ha venido  Roger a Pamplona. Nadie, ha recordado en una entrevista, es profeta en su tierra. Al verle a la noche arrastrar una maleta con su cachivaches y la guitarra a la espalda, lo he visto como siempre desde  hace  50 años: brillante, libre, seguro de que lo que hace, sorteando el tiempo con una sonrisa.  

miércoles, marzo 25, 2015

La tumba de Cervantes

El académico Francisco Rico, estudioso del Quijote, dijo el mismo día en el que un grupo de expertos, tras largas pesquisas, exhumaciones y análisis, confirmaron que los huesos de Cervantes estaban en el Convento de las Trinitarias de Madrid -aunque  no podían distinguirse del resto-, que todo el revuelo y expectación creados  le parecía una chorrada y que lo importante era la obra, y no los hueso raídos del autor. Cervantes fue un hombre que vivió siempre en penuria, guerreando, cautivo, cobrando impuestos, arruinándose, yendo a la cárcel y escribió su obra cuando pudo, fruto de una voluntad que  se sobrepuso siempre a la  suerte. Su Quijote  contiene una gracia y una verdad que todavía perduran, disimulando su profundidad en un juego novelesco. “¿Habrá un libro más profundo que esta humilde novela de aire burlesco?”, escribió Ortega.  Libro perfecto y a la vez imperfecto, se aprecia mejor con el tiempo y es bueno releerlo abriéndolo al azar, como recomienda el propio Rico. Es la obra de Cervantes lo que vale, sin duda, pero siempre ante su figura, tan mal conocida, hay una suerte de deuda, como si él fuera de entre los españoles ilustres el más auténtico,  el que significa y resume más  cosas, al que más convendría imitar.  Es a estos pobres restos confundidos  del convento a los  que podemos llevar flores en comitiva, como al soldado desconocido, porque también él lo fue, y si no contamos más que con su huesos, no los menospreciemos, porque también los huesos hablan: ahí están por ejemplo  los de Descartes, sobre los que se escribió  un gran libro contando sus peripecias, sus idas y venidas desde la fría Suecia donde murió,  hasta Francia, donde su rastro vuelve a perderse varias veces. Cervantes, por su parte, sigue allí donde eligió ser amortajado y enterrado para la vida eterna, sin sospechar que la tendría aquí.  El tiempo es breve -escribió con un pie en la tumba, en el famoso prólogo al Persiles- las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo eso llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir. Así lo dijo.
(Publicado DN 23 marzo)

miércoles, marzo 18, 2015

LA ERA DE LA KALE BORROKA

Libro Relatos de plomo III


Oigo hablar en la radio de  Montaigne y de sus ensayos, de los pensamientos que dedica al amor entre padres e hijos, esa tierna afección que el progenitor tiene por su cría, y el respeto que esta le profesa (él prefería, tal vez con razón, la amistad al amor, como si desconfiara de éste, como si pudiera llevar a extremos peligrosos), y eso me trae de nuevo al asunto de la kale  borroka, me recuerda que tengo que decir algo de  la larga época –desde los años setenta hasta hace nada- en que los cachorros hacían el trabajo de los mayores, lo complementaban con la llamada violencia de baja intensidad, y me digo si en el fondo no se trata de  lo mismo,  del viejo relato amañado del nacionalismo sobre el pasado y  de sus efectos.
Lo escribió Jon Juaristi, hace años, evocando los versos de Kipling “¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes? ¿Y por qué hemos matado tan estúpidamente? Nuestros padres mintieron: eso es todo”. La  kale borroka es el trabajo sucio que se encargó irresponsablemente a los cachorros, engañándoles. Contando una historia que no es verdad. Es parte de la barra libre que se instauró en el País Vasco y Navarra respecto a ciertos actos criminales, justificándolos. Es disculpar lo indisculpable.
 ¿Cómo no me dijiste, padre,  que eso estaba mal?
 “Han quemado cajeros, lanzado cocteles molotov contra sedes de instituciones y bancos, pero también al interior de viviendas de concejales no nacionalistas, han hecho arder autobuses, coches… pero ¿cómo son esos jóvenes? ¿Por qué cometen este tipo de delito?” se preguntaba un artículo de ABC en 2003. Es el entorno familiar, concluía, lo que predispone a los menores a cometer acciones terroristas. Unos chicos, muchos de ellos muy jóvenes, de entre 14 y 18 años, que en realidad  no tenían que ver con la delincuencia juvenil habitual: no eran chicos sin recursos y oportunidades, con deficiencias afectivas, de barrios marginales o con familias rotas, sino jóvenes normales, chicos bien  integrados.
Eran “buenos chicos” convertidos de pronto en otra cosa, como si se manifestara en ellos una repentina enfermedad: de pronto aparecían embozados, llenos de excitación, lanzando insultos, gozando insensatamente, llenos de odio y desprecio. Recuerdo ver subir dos críos con capucha en la villavesa –seria el año 96 o 97-  en Marcelo Celayeta, y  mandarnos bajar a todos, sin que  nadie osara resistirse. El conductor, lívido, quitó las llaves del contacto y todos desfilamos en silencio. De pronto, apenas habíamos andado unos metros, el autobús comenzó a arder, mientras ya se olía en el aire el plástico de los asientos chamuscados, el crepitar de algo que nos hizo correr.
Eso era entonces cosa no rara, el pan de  cada día,  algo a lo que ya nos habíamos acostumbrado: era el folclore del fin de semana, “el espacio de la fiesta y la subversión”, se teorizó, refiriéndose a   una parte vieja que agonizaba, nadie se atrevía a poner ahí un negocio, los vecinos escapaban, los jóvenes airados parecían los dueños del mundo, aunque luego recuerdo haberlos visto -yo iba entonces por los juzgados-  detenidos: cabizbajos, temerosos, inofensivos, unos niños traviesos.
Esos festivos muchachos. Las memorias de la Fiscalía de la Audiencia Nacional, de aquellos años lo explica con asepsia contable: “solo en el 10%  de los casos hay una actitud clara y sin ambigüedades por parte de los padres de reprobación de los hechos terroristas y de la violencia callejera  en la que participan menores y jóvenes”. Y ello pese a que “el 70% de los caso estas familias constituyen un entorno válido para el desarrollo y evolución de los menores, con un buen grado de integración social y familiar”.
No son las familias, según los expertos de la fiscalía, quienes  incitan a estos jóvenes  a cometer actos de kale borroka, pero “tampoco les enseñan abiertamente a rechazar el terrorismo”.  Unas familias en las que hay una  actitud ambigua respecto a ETA y su entorno, de tal manera, como se dice en los informes, “sus acciones no son aplaudidas, pero tampoco objeto de crítica o rechazo”. (Imaginémonos que esto ocurriera con quien maltrata a su mujer o se enriquece con el tráfico de drogas, que el mensaje para un chico de 16 años fuera que eso no está tan mal).
Hay una perversión moral que explica lo que ocurrió.  Una ambigüedad en los mensajes que hace que los menores no sean capaces de ver porqué su comportamiento no es correcto y de asumir su responsabilidad. Por eso no es difícil, se dice en las memoria, que cumplidas las medidas que se les aplican y de vuelta al entorno habitual, alguno de ellos decida dar el paso de integrarse en las filas de Eta.
En un mundo donde muchos callan, donde hay temor a hablar y condenar, ahí están los padres para exculpar.  Para poner en duda que sus hijos hayan cometido actos terroristas –se trata de travesuras-,  para responsabilizar de esas acciones al sistema,  a la sociedad o a los abusos policiales. El culpable siempre es el otro. 
Era, pues, la ley del padre que no tendió el límite, que confundió las cosas. Todo estaba confuso, lo está en parte todavía.  No es lo mismo el vicio que la virtud, matar que poner la nuca, la victima que el verdugo. Pero eso todavía no está claro en muchas partes del país, eso todavía se juega en la pelea por la memoria de lo que ha ocurrido y en el empeño de disolverlo todo en un conflicto y en una paz para todos, sin vencedores ni vencidos, como pretenden tantas mentes piadosas. 
Pero estos muchachos creyeron la mentira de los padres, no oyeron otras voces que quizás callaron, acomplejadas. También de la culpa y la frustración y el tiempo que perdieron querrán pasarnos cuenta, por no haber sido claros.
¿Por qué no me dijisteis que esto estaba mal, que no podía hacerse? ¿Por qué me engañasteis?
Hizo bien  la ley, ese padre simbólico,  entendiendo que aquello no era gamberrismo de fin de semana  sino terrorismo, violencia dirigida a atemorizar a la gente, a desestabilizar y lograr así objetivos políticos. Sin embargo tardó mucho tiempo en verse así. Solo en 2007 el Tribunal Supremo, enmendando a la plana a una sentencia de la Audiencia Nacional, consideró a estas acciones como terrorismo y no como alborotos, acaloramientos pasajeros, violencia incontrolada. Fue la ley la que operó por fin  y su eficacia, como en otros casos, nos sorprendió.   La kale borroka se  persiguió y se penó  y -tiene gracia recordarlo-  comenzó a descender significativamente cuando se acordó que los padres pagaran los destrozos de sus hijos, desde que se les hizo también responsables. La ley, a su manera, daba en la diana. Hacía de padre del padre.
Dar cuenta de ello, decir algo de  la era de la kale borroka,  de la penetración de un discurso perverso que no trazó la frontera entre el bien y el mal, la civilización y la barbarie.  Lo dice el viejo Montaigne, desde hace siglos desde su torre:
“Así como Sócrates decía que el principal oficio de la filosofía era distinguir los bienes de los males, así nosotros, en quienes hasta lo mejor es siempre vicioso, debemos decir lo mismo de la ciencia de distinguir las culpas, sin la cual los virtuosos y los malos permanecen mezclados, sin que se distingan los unos de los otros”.
 Ejercitemos, pues, esa ciencia.

(Colaboración en la obra "Relatos de plomo" vol III)

lunes, marzo 16, 2015

Albert

“No queremos en Andalucía a un político que se llame Albert”, ha declarado el delegado del gobierno en esa comunidad, Antonio Sanz. “No me gusta que se la gobierne desde Cataluña”.  No sabemos de dónde hay que ser  y como llamarse para que le parezca bien a este hombre. ¿Hay que ser Pepe y de Chipiona, o vale con ser de Murcia? Habíamos oído acusar al Cs de ser  muy de  izquierdas o muy de derechas, depende, o de haber crecido a cualquier precio, pero esto es distinto. Este tipo de veto a los catalanes para acceder al gobierno es ridículo y no hace sino dar pábulo a todo el victimismo con que algunos se presentan, y a  la idea de Mas y compañía de que a los catalanes, en el fondo,  no se les quiere ni se les respeta  y lo mejor que pueden hacer es abandonar España. Es cierto que en campaña se dicen muchas tonterías, y que el aumento de expectativas de Cs, junto con Podemos, crean alarma entre sus competidores -incluida Rosa Diez, que no da crédito a tanta injusticia-  pero a Sanz habría que sacarle tarjeta roja. Poner el veto a  alguien por su origen, algo que ha dado lugar a tantos abusos y horrores en el pasado, es inaceptable y recuerda, por cierto,   a los feos escraches que hemos visto por aquí, en los que se ataca al alcalde por ser uruguayo –al parecer hay que ser de Pamplona de toda la vida para gobernar-  y no son sino pura caverna.  Lo malo, en el caso de Sanz, además, es que esta descalificación se haga con alguien como Albert Rivera y su partido,  que han sido los que con más claridad e inteligencia han mantenido la oferta de un  españolismo integrador  en Cataluña, explicando las  ventajas de  vivir en común y la ruina moral y económica de la deriva independentista.  Es el  PP el que se ha puesto de perfil allí, y les ha dejado el campo libre. La agresividad de parte del PP contra el partido de Rivera que es,  posiblemente, el único con el que le sería posible llegar a algún acuerdo tras  elecciones,  puede que le sirva  para ganar algún voto, pero le hará perder el de aquellos que vean en estas bravatas algo  revelador.
(Publicado DN 16 marzo)

jueves, marzo 12, 2015

Sueños

El escritor argentino, que también fue publicista y sociólogo, un tipo complejo, Federico Fogwill, dejó al morir un cuaderno donde llevaba apuntando sus sueños muchos años, y que fue  publicado hace un tiempo como obra póstuma.  Fogwill era un gran fumador y murió pronto, a los 69 años, creo, de un enfisema. En esa novelita suya, espléndida, que es “Los Pichiciegos”, que va de un grupo de soldados adolecentes en la guerra  de las Malvinas, carne de cañón, también esos chicos  pasan el tiempo fumando en el refugio, apurando puchos, hasta que la pifian. La guerra, el frío, aquellas islas inhóspitas, todo parece un mal sueño.  Contar los sueños es muy difícil y en general es algo tedioso. Cuando en una novela se cuenta un sueño dan ganas de saltárselo. Los de Fogwill, que apenas he ojeado, son extraños. No sabría definirlos. Me llama la atención que los recuerde tan bien, pues una de mis frustraciones, como la de tantos,  es no lograr recordarlos o conservar solo un vago recuerdo: una atmosfera, un paisaje, un temor, un rostro. Frente a la arrogancia del día, de sus razones, de las palabras que pronuncia y con las que no logra decir casi nada, la noche porta en los sueños una verdad que desconocemos y que a la vez es nuestra. La noche es más oscura y profunda que lo que el día sospecha, decía más o menos Nietzche, subrayando esta profundidad y ese prestigio de la noche, donde la conciencia se desvanece y renuncia a su reinado. Asomarse a la noche es asomarse a un pozo lleno de claves, pero el sueño en general está cifrado, escribe con una  gramática distinta que disfraza lo que quiere decirnos, se las ingenia para esconderse al amanecer como un vampiro ante la luz.  En el sueño siempre hay presente un deseo,  aunque se decline como temor. Yo tengo a veces el sueño placentero en que duermo en lo alto de una montaña, y también sueños ingratos en que me pierdo por calles de ciudades que no conozco, buscando la salida. A veces sueño  con un artículo redondo, y lo escribo palabra por palabra, pero en cuanto despierto  ya no logro recordar nada.

lunes, marzo 09, 2015

Tomos

Llamé a varios sitios, por si estaban interesados en quedarse toda la colección de jurisprudencia y legislación de Aranzadi desde el año 31, con la elegante encuadernación de la casa, pero en todas partes me dieron largas, me dijeron que no tenían sitio, aludieron a que hoy nadie quiere información en papel cuando todo eso, todas las leyes que se les han ocurrido a los sucesivos legisladores y que se van derogando una a otra, todas las sentencias que han recaído en el Supremo en los más peregrinos asuntos, todas esas largas parrafadas desde los tiempos en que el adulterio era delito, o se aplicaba el garrote vil, todo eso, digo, puede encontrase en la web.  El papel, el libro impreso, ya no cuenta, ha perdido su antiguo prestigio. Hoy este tipo de obras, me dijeron, se venden a peso para rellenar estanterías o se saldan en cualquier parte. No es extraño que las librerías vayan  menos, y que cierran cuatro por cada una que  abre, según se publica estos días. Antes, posar con toga con la colección de Aranzadi detrás, alineados en la estantería, era como posar con un ciervo abatido: una declaración de principios, un aval, una manera de acreditar que uno era de fiar y se había leído aquello gruesos tomos, lo que no era cierto, pero imponía. Hoy sobra todo eso. El BOE se lee en una pantalla  y  el prolijo derecho  no reposa en la estantería sino en un nube a la que se accede desde un  pequeño teléfono, sin necesidad de estos viejos tomos de letra pequeña que crían polvo en la estantería y que son la muda confesión de otra época, pero también la prueba fehaciente de que el mundo no cambia, sino que sigue en manos de las mismas pasiones que ellos describen:  la vanidad, el dinero,  la codicia, los viejo pecados capitales  por los que desfila la gente por los juzgados,  todo esto junto  a virtudes que lo engrandecen,  como si estuviéramos hecho de barro y oro, de lo mejor y lo peor, y es justo a un libro, recuerdo ahora, a lo que solía compararse el hombre,  porque Dios lo creó de la misma manera que un impresor crea un libro, se decía, y lo lanzó a su suerte.
(Publicado DN 9 de marzo)

lunes, marzo 02, 2015

Silo



Silo. 2006. JM Corral
Todavía persiste en la cuenca, junto a Noáin, el viejo silo de almacenamiento de potasa, una mole de hormigón inconfundible, con sus contrafuertes verticales de catedral, su pinta de gran  fortificación, su aire  de  enorme parapeto que,  junto al cercano acueducto, dan un carácter especial a una zona de polígonos y sembrados.  Durante años, allí se almacenaban  la carnalita y la silvinita y cuando uno llegaba a Pamplona, aun de noche, veía las luces rojizas del almacén, el trasiego de las labores de carga y los montones de mineral apilados, y sentía  que allí el trabajo no paraba y que el mundo seguía girando. Una vez cerrado, el pintor Corral descubrió este pecio y pintó los colores marchitos de sus pilares, hierros y espacios abandonados, el latido de este edificio que se levantó en los años 60, cuando en Navarra se iniciaba  la actividad industrial y la explotación de Potasas  atrajo a gente de mucho sitios, desde Asturias a Andalucía, llegados en masa al poblado de Beriain para sumarse al despegue económico de esta tierra, el profundo cambio que trajo prosperidad, pero también nuevas mentalidades e ideas, las luchas obreras,  la ebullición de la transición y el cambio político. No es extraño que contra el posible derribo de este silo se hayan alzado voces que recuerdan que  el patrimonio industrial,  como ocurre en otros países, también  merece protección: ahí están la cuenca del Rhur, en Alemania, o la central de Batersea, se ha recordado,  en Londres; sitios en que se cuidan  de  conservar y mostrar las huellas del pasado industrial,  lejos de ese furor de la piqueta que aquí nos ha llevado a hacerlo todo nuevo y de relumbrón. Nos interesa el pasado y la memoria,  decimos, sacamos pecho de cualquiera cosa, pero no hemos sabido mantener buena parte de lo que heredamos: viejas plazas, molinos, fábricas, caminos, casas, estaciones, rastros de trabajos y labores, todo aquello que da el carácter a un territorio y lo hace identificable, las huellas del tiempo   en las que reconocerse, como el viejo silo de potasa que se mantiene todavía, destechado, contra viento y marea. 
Pared sur. 2006.  Jose Miguel Corral
(Publicado DN 2/III/2015)



jueves, febrero 26, 2015

La tierra baldía

"No hay, en el siglo XX, una obra que concentre con tanta intensidad todas las ideas preconcebidas acerca de lo que se entiende por poesía moderna como La tierra baldía, un poema que ha llegado a encarnar no sólo una imagen devastada de su tiempo, sino también una teoría de la tradición exhausta, a la vez que ha propuesto un paradigma de complejidad, oracular e intimidante, que ha generado una especie de ansiedad interpretativa por donde han transitado todas las escuelas críticas, desde el formalismo y el estructuralismo hasta el psicoanálisis y el feminismo", escribe Andreu Jaime, prologuista y traductor de la nueva y bella edición que saca Lumen del célebre poema de Eliot.
Tradición exhausta. Paradigma. Ansiedad interpretativa.
Las palabras del prólogo, complejo y certero, me vinieron  el  sábado a la cabeza cuando,  a pesar de la temible mañana de nieve,  fui  al seminario, en San sebastián, y releyendo a Lacan (Seminario 10, La Angustia) encontré de pronto una referencia a La tierra Baldía, una cita que le sirve para ilustrar la vieja teoría de la superioridad de la mujer en el plano del goce. Lacan se detiene  en un pasaje del poema, el del pobre muchacho chupatintas, que se marcha tras su pequeña aventura con la secretaria,  allí donde se dice:

 Cuando una bella mujer se abandona a la locura
para acabar encontrándose sola
 surca la habitación alisándose los cabellos
 con una mano automática y cambia el disco. 

lunes, febrero 23, 2015

Teoría del todo

Stephen Hawking es un héroe de nuestro tiempo, un superviviente contra todos los pronósticos de la ciencia y a la vez un científico que pretende explicarlo todo con una teoría escueta y bella, una formula en la pizarra que proporcione respuesta cualquier pregunta, o eso dice la película “Teoría del todo”, que cuenta parte de  su vida y que no va, en realidad, sobre ciencia sino sobre el amor, algo que tampoco cabe de momento en una  fórmula. Que Hawking sea una mente maravillosa habitando un cuerpo  desmoronado en una silla de ruedas,  parece la imagen del triunfo de la mente sobre el cuerpo, la prueba de que aquella no necesitaría en realidad del viejo cuerpo, con sus achaques y apetencias, sus impulsos contradictorios y su decadencia; una manera de decir que lo importante es la mente y no la carne, algo que ha sido común en nuestra cultura, pero al ver la película se ve hasta qué punto  es complejo el juego entre ambos, cuerpo y mente, no en vano  la parálisis de Hawking  viene de un fallo de la neurona motora, que no manda sus órdenes a los músculos, por lo que el cuerpo no puede hacer movimientos voluntarios como andar o hablar, pero sí involuntarios, automáticos, no pensados, podemos decir, con lo que Hawking, en realidad puede moverse siempre que no lo haga voluntariamente, sus órganos funcionan, y por eso es capaz de actividad sexual, por ejemplo, lo que es una extraña ironía, como si el cuerpo solo funcionara si la mente no se inmiscuyera y permaneciese al margen; en realidad puede que el cuerpo gane siempre a la mente, basta un dolor de muelas para comprobarlo, o tal vez la mente se sobreponga al cuerpo, o puede que ambos formen una sola cosa sutilmente entrelazada y dependiente una de otra, que es lo que dice la vieja sabiduría, y seamos  un todo, no dos partes, tanto biología como biografía, y así no  hay en realidad una historia del cuerpo o solo o de la mente, sino siempre la de alguien concreto, en este caso un tipo realmente listo, lleno de humor y que a pesar de sus limitaciones es capaz de decidir  y enredarse como cualquiera en este juego de empeños,  deseos y sorpresas que conducen la vida mientras el cuerpo aguante. 
(Publicado DN 23 febrero)

martes, febrero 17, 2015

Miedo

Lucien Freud. Gran interior.
 Muy de mañana el hombre se despierta y siente miedo. Es el peor momento, cuando nada ha ocurrido. Al otro lado de la ventana no ha amanecido todavía, pero el ya no se vuelve a dormir, escucha al rato a su mujer que va hacia la cocina mientras él se hace el dormido y espera la hora de levantarse, la misma de siempre, pero que ahora ya no tiene razón de ser, y allí agazapado en la cama, mientras la claridad comienza a extenderse, busca en vano dentro de sí algo de coraje, pero lo que siente es un temor creciente hacia nada en concreto, algo que viene de dentro de sí mismo, que le acongoja y que enseguida desciende a temores ciertos, externos: a no poder llenar las horas, a la mirada dura de su mujer, a la muerte que llegará, a la falta de señales de sus hijos, a los sonidos de la calle en que la gente se mueve ya con presteza,  sin importarle el frío de este invierno, la nieve acumulada, algo que a él le atemoriza también, le hace sentirse preso, sin poder moverse a sus anchas,   y siente que no va a poder levantase, que no podrá mirar a la cara a su mujer que trasiega en la cocina, que no sabrá qué hacer con el día, pero como son las ocho siente que no tiene otro remedio, se desprende de las sabanas y se levanta, se cruza con su mujer por el pasillo y emite un quejido que ella no contesta; luego, en la cocina, mientras se prepara el desayuno, escucha en la radio que en París reina el pánico tras el atentado de la yihad al periódico ese de las caricaturas,  y eso le suscita una especie de envidia: preferiría un enemigo externo, identificable, una amenaza clara con la que enfrentarse, a la que dedicar las cautelas, de la que protegerse, que este temor que le viene como a oleadas y no le deja vivir, este pánico que le acomete, esa forma de darse por vencido y no poder con nada, de sentirse en todas partes de más. Ahora, cuando va por la calle, se siente de pronto más pequeño, como si hubiera encogido,  se va apartando de los transeúntes, se hace  a un lado. Sentir su cobardía, comprende,  es lo que le da miedo.
  Lo que hace ahora es inspeccionar los jardines, velar porque todo esté en orden, porque él trabajó durante años de jardinero, así que ahora la vista se le va hacia las plantas, se duele del abandono de la hierba crecida en ciertos sitios,  comprueba  las matas de aligustres, de pasada retira las hojas secas de un arbusto,  arranca las cortezas de los chopos, mueve la cabeza ante esa palmera china que tiene los pies en el hielo y no va a soportarlo, se preocupa por las flores de la mediana que ve mustias por el paso de los coches, toda esa desidia también le duele y le hace recordar lo que él podría hacer, algo que le quema y le desazona, algo que ve injusto, pero ante lo que no puede hacer nada; al menos allí, en ese mundo vegetal, se ve a salvo,  allí no tiene nada que temer; siempre le han gustado las plantas, ahora es lo único que le hace sentirse mejor y por eso dedica una parte  de la mañanas a ese trabajo furtivo, a esa labor que le hace sentir que hace algo pero, a la vez, le da también miedo, como si alguien pudiera llamarle la atención y dejarle sin él, así que al cabo de un rato se escabulle y va  la compra, que es su auténtica labor ese día, como cualquier otro, intenta cumplir su tarea pero enseguida se detiene: tenía que comprar carne picada pero, ¿cuantos gramos le dijo ella? ¿400? ¿600? La duda le hace sentir un escalofrío y vuelve de pronto la desazón de la mañana, la sensación de que hubiera sido mejor no levantase, el no saber qué hacer, hasta que decide que debe preguntar a la carnicera, ella le dirá lo que es común para dos personas pero, tontamente, sin que puede evitarlo,  no se decide a hacerlo, le da miedo, y sin pensarlo deja el mostrador y se acerca a mirar las aceitunas de un puesto cercano,  escucha el regateo de las  mujeres en la pescadería, desde cuyo mostrador le mira una merluza rígida con la boca abierta en la que se ven los dientes afilados. No sabe qué hacer ni adonde ir, despacio se dirige a la salida, dará otra vuelta para ver si han resistido los geranios de la isleta y luego quizás vuelva por el picadillo, si puede; en la puerta un hombre de rodillas pide limosna y le mira con cara de lástima.   
(Publicado en Diván el terrible, 16/2/2015)

Diván el Terrible

lunes, febrero 16, 2015

Carnaval

Todavía hay grandes bolos de nieve helada cuando voy a casa, después de esta semana de intenso frío,  pero el sol ha salido un rato y el tiempo ha templado, un petirrojo busca aquí y allá, torciendo su cabeza, y mientras voy andando me cruzo con chicos disfrazados de pieles roja y de ranas verdes volviendo del colegio, un crío  muy pequeño, que también recuerda al petirrojo,  va del brazo  de su madre vestido como un personaje del carnaval de Lanz, con su gorro de cucurucho, la cara tapada, las cintas y una escoba en la mano, como un Chacho  de los que terminan moliendo  a palos a Miel Otxin, el bandolero.  Es carnaval. Un tiempo de exceso que antes se contraponía a la  cuaresma con sus ayunos y rigores. Sin una no había del otro. Don carnal contra doña cuaresma. El carnaval es un hijo del cristianismo, o mejor del catolicismo, que siempre ha tenido una moral muy particular,  una mezcla de exigencia y permisividad, que entiende que si se ha de hacer sacrificios y penitencias antes hay que pecar a conciencia,  hay que dar un poco de suelta, y esa mezcla de pecado y perdón, de flaqueza y misericordia,  siempre ha regido el calendario y las costumbres, ha organizado el comercio de las almas y la salvación, y algo de eso  hay todavía hoy en ese rasgo colectivo de la doble moral, del predicar y no dar trigo.  Mientras el hombre ha creído que su vida estaba sometida a fuerzas sobrenaturales, el Carnaval ha sido posible, escribió Caro Baroja, uno de los impulsores de la revivencia, como la llama, del carnaval de Lanz en 1964, con su desfile de personajes, zaldiko, ziripot, Miel Otxin, que es para él, el carnaval en sí mismo, juzgado y  quemado y que se termina y evapora como el invierno que declina y el tiempo viejo. Poco de esto tiene ya razón de ser hoy, donde el carnaval con sus máscaras y su disfraz, esa excitante sensación de estar oculto, irreconocible -es decir, impune- se ha traslado por encanto a la noche de fin de año,  como si algo de la vieja necesidad de ser por un rato otro, alguien distinto, no siempre yo,  todavía buscara su momento.
(Publicado DN 16 febrero)