lunes, enero 25, 2016
Medalla
El Ministerio de Cultura ha concedido la medalla de Alfonso X el Sabio al periodista Iñaki Gabilondo, lo cual no tendría mayor importancia si no fuera porque la concesión ha sido a título póstumo, lo que confirma que en España hasta que te mueres no te conceden mérito alguno, pero que choca con el inconveniente de que Gabilondo sigue tan vivo como siempre, incluso ahora un poco más. Se comprende que el Gobierno y sus ministros están en funciones, y algo alicaídos ante lo complicado que lo tiene Rajoy para formar gobierno -aunque hacer predicciones sobre ello es hoy como jugar a la bolsa, una ruleta rusa-, pero dar por muerto al premiado es como matarle si no de obra, de pensamiento y queda mal, aunque a las horas se rectifique. Recuerdo un cuento de Tobías Wolff, un escritor de relatos, certero y feroz en su estilo, como un halcón cazando, de aquellos que siguen la máxima de Chejov de que a un cuento siempre le sobra la primer parte, en el que un joven periodista metía la pata publicando la necrológica de un hombre todavía vivo, por lo que era despedido, pero luego se demostraba que el tipo había simulado su propia muerte para poder salir en el periódico. El hombre quería darse el gusto de acudir a su propio funeral y luego resucitar, como podría ufanarse Gabilondo. A Wolff le interesa la mentira, casi todos sus cuentos juegan con ella: un niño, tras la muerte de su padre, se inventa terribles enfermedades en su familia, un hombre sin fortuna dice saber dónde se encuentra una mina de oro, o el falso obituario. Todas estas mentiras, en realidad, son una especie de salida, un intento de enmendar las cosas, una forma de hacer la justicia que la vida no nos ofrece. Son fantasías más que mentiras, aunque a sus autores les remuerda la conciencia. Se trata de huir de los hechos, lo que siempre es una tentación. Hay otro cuento de Wolff que recuerdo ahora, en el que un perro ataca a un niño y eso desencadena una reacción en cadena que nadie controla. Nada es en vano, viene a decirnos, todo es una trama que hay que saber ver y en eso andamos.
(Publicado Diario de Navarra 25 de enero)
lunes, enero 18, 2016
Finezza
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Andreotti. Finezza. |
(Publicado Diario de Navarra 18 enero)
jueves, enero 14, 2016
Hemeroflexia: Lo que yo me figuraba
Hemeroflexia: Lo que yo me figuraba: EL lector habitual de esta página acaso haya observado que el epígrafe que la encabeza ha cambiado, como es costumbre a comienzo del año: h...
lunes, enero 11, 2016
Magos
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Reinas magas. Valencia. |
(Publicado Diario Navara 11/I)
miércoles, enero 06, 2016
Knausgärd
En una especie de vorágine exhibicionista, el escritor noruego Karl Ove Knausgärd, ha publicado 6 libros -he leído el primero, La muerte del padre- en los que cuenta su vida con un extraordinario realismo, sin ocultar nada, desvelando aquello que no debe ser dicho: lo que uno piensa en realidad de gente cercana, por crudo que sea, las miserias diarias, la muerte de un padre devastado por el alcohol; todo ello junto al relato de las menudencias cotidianas, lo banal, lo repetitivo, el chisporroteo de un huevo en la sartén. Un empeño para hacer volar por el aire cualquier ficción, que se empequeñece ante este propósito desaforado. Y es que existe una cierta sensación de que la ficción ya no vale, que es una impostura, un artificio que muestra sus costuras, y que lo literario, hoy, debe arriesgarse a incorporar la verdad de quien escribe, su libra de carne, que decía Lacan. Todo es materia literaria. La ficción se queda para el cine y las series, con las que no es posible competir, y la literatura huye y se refugia en los márgenes, se enreda con aquello que no se puede contar.
Los seis tomos de Knausgärd completan una serie que bautizó con humor negro “Mi lucha”, una auténtica vuelta de tuerca al relato autobiográfico en el que el autor, ya que no en sutilezas de estilo –dice haber escrito 20 folios diarios durante años-, gana por la ambición de su escritura, por el empeño en desnudarse, por la decisión de abarcarlo todo. Su estilo es el hiperrealismo del detalle, la digresión y la asociación libre y esa escritura torrencial, ese empeño de inventariar los hechos, esa ambición de contarlo todo, crean en el lector una especie de atracción hipnótica, un estrecho contacto con una voz que atrae y provoca rechazo a la vez.
Puede que haya a quien repugne, pero el éxito de Knausgärd ha sido grande en los países nórdicos, y no ha pasado desapercibido entre nosotros, por mucho que su familia cercana le haya retirado la palabra. Pero el arte, por lo visto, debe estar por encima de eso. Sin embargo, es justamente el arte el que siempre ha ido por otro lado: no en mostrarlo todo, sino más bien en ocultar una buena parte, en trabajar con símbolos e indicios, en velar las cosas, en sugerirlas, en dejar huecos. Solo así se suscitaba la atraccion de la obra. La transparencia no ha sido nunca lo bello. Las cosas no desaparecen en la oscuridad, sino en el exceso de iluminación, dice Braudillard. No concluyen en la oscuridad y el silencio, se desvanecen en lo más visible que lo visible: la obscenidad.
lunes, enero 04, 2016
Carta
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Pedro Ituralde, premio Ppe. Viana 2007 |
(Publicado Diario Navarra 4/I)
lunes, diciembre 28, 2015
De pie
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Louie C.K. |
Salí a la calle de noche, después de la cena de Nochebuena, y el cielo, después de todo el día de niebla estaba rosáceo y con un velo blanquecino muy leve, como si tuviera vergüenza y en su resplandor se recortaban las ramas de los árboles, negrísimas, retorcidas, como si estuviera pintadas en tinta china, y como me dolían mucho los pies y tenía la cabeza cargada, me senté en un banco a observar el cielo, la gente que se apresuraba, y me quité el zapato que me apretaba, y entonces recordé que desde hace unos meses me duelen mucho los pies, siempre parecen protestar, enseguida duelen y se me agarrotan y laten a la noche como si fueran un corazón y pensé que los pies tiene una labor callada pero imprescindible, y que sostenerse con ellos y hacer que nos lleven de aquí para allá es un servicio portentoso, y recordé un episodio de “Louie”, una serie que es necesario ver, mejor que nunca en navidades, para curarse un poco de tanta bolas de colores, en el que sufre un terrible dolor de espalda que le tiene doblado y visita a un médico que vive en su mismo edificio que, tras echarle en cara que no venga con alguna dolencia más interesante, le dice que no se puede hacer nada, que su columna siempre le dolerá y, si algún rato no lo hace, puede considerarse afortunado porque, sencillamente, la columna no está diseñada para la posición erecta, es antinatural, y sentado en el banco, pensé que a los pies le pasaba lo mismo, que no están pensados para que tengan que estar siempre soportando todo nuestro cuerpo en equilibrio; el error humano fue ponerse pie hace miles de años, a partir de ahí todo cambió: avizoramos el horizonte, dejamos de andar a cuatro patas y las manos se liberaron para usar objetos y manejar enseguida armas, allí empezó todo a progresar y empeorar a la vez, hasta llegar hasta donde estamos, al borde de un precipicio que hay que salvar, así que me levanté del banco y me puse el zapato y fui andando despacio; un villancico salía de la ventana de un piso, la luces del árbol centellaban dentro, uno tras otro fui tras mis pies incansables, que parecen saber siempre a dónde me llevan.
(Publicado en Diario de Navarra 28/XII)
martes, diciembre 22, 2015
Miedo
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Molenbeek. Gardien de la paix. |
(Publicado Diario de Navarra 21/XII)
viernes, diciembre 18, 2015
Escalona
Pedro Escalona es un pintor de Málaga, con cara de apóstol, pelo y barba blanca, como un San Pedro, que expone estos días en la Galería Echauri de Pamplona sus cuadros nítidos y delicados de vegetales, vasijas, cuencos, bodegones, paños, botellas, unguentos, taleguillasy objetos varios, algunos de un pasado remoto. Un hombre sonriente, malagueño, que vive, según me cuenta, en Alhaurín el Grande, donde paró en su día Gerald Brenan, el inglés que escibió el Laberinto español, que hoy es más laberinto todavía. Charlando con él, le pregunto si se quedará unos días por aquí, y me dice, sonriendo, que vuelve enseguida a su casa, porque tiene que trabajar. Es un hombre maduro, que lleva muchos años en la brecha. Mientras hay esa pasión dentro, mientras uno quiere hacer, es posible seguir, dice, y esas palabras, como las cosas que salen en sus cuadros, no precisan nada más.
Veo esta pareja de cuencos sobre los dos planos, blanco y negro, y pienso en Malevich y en Sanchez Cotán, y en una pareja que sigue junta, al cabo del tiempo.
martes, diciembre 15, 2015
Decidir
Pasó por aquí Monedero, en la mitad de esta campaña desvaída, con esa estudiada pinta de personaje de doctor Zhivago, y como parece ser inevitable habló del derecho a decidir, que debe ser, por lo visto, lo que preocupa a toda esa marea de gente indignada, sin trabajo, o con empleo precario, a todos los que demandan una nueva política: el derecho a decidir, el poder secesionarse del resto para crear un país para los de casa. Seguramente pensó, con razón, que eso sería la debilidad de su filial aquí, inédita en cualquier cosa que nos sea dar coartada a estos dislates y no poner pegas al programa de este gobierno, mientras se va aclarando, y como si no tuviéramos suficiente ya con una campaña donde no parece estar en juego el gobierno de la nación, sino la transitoria 4ª o quien es más navarro, abogó por este supuesto derecho a decidir, bello concepto que sirve desde luego para el individuo, para quien la vida es ese brete de optar, algo que solo es posible en ocasiones, porque nadie puede decidir lo que piensa, ni sobre sus sentimientos, ni es posible decidir dejar cumplir un acuerdo, o no hacer aquello a que nos comprometimos; siempre nuestra decisión es limitada, supeditada a los otros, al cómo y de qué manera y cuando se trata de colectivos y de pueblos, para qué hablar, entonces se trata ya de decisiones que competen a muchos, que están sujetas a normas, y está claro que una parte no pueden decidir por su cuenta y riesgo, en este caso separase de un estado, en ningún país es esto posible, salvo acuerdo de todos, no existe este derecho, todo se vendría abajo, solo en aquellos lugares con minorías tiranizadas o coloniales podría plantearse, es raro que un profesor de Ciencias Políticas pueda ignorarlo, por mucho que haya decaído la universidad. El derecho a decidir, en realidad, es lo que vamos hacer en unas días: votar en unas elecciones libres, con opciones distintas, y luego que lo decidido por la mayoría se respete. Poca cosa, o mucha, según se mire, que se lo digan a los venezolanos hartos de ver cómo se arruina un país rico gracias a políticas peregrinas, algo de lo que Monedero ha decidido no hablar.
(Publicado Diario de Navarra 14/XII)
jueves, diciembre 10, 2015
Theroux
Merece la pena decir alguna cosa de este libro de viajes, levemente melancólico, del gran Theroux, el de "La costa de los mosquitos", "Las columnas de Hercules" etc. y de aquella biografía ácida sobre el premio Nobel Naipaul, un ajuste de cuentas que nos recuerda que un buen escritor no tiene porqué ser una buena persona. Theroux, que ha sido un gran viajero y ha tenido siempre predilección por Africa, en la que vivió y enseñó durante años, ha vuelto allí por ultima vez (tiene más de 70 años), y se ha encontrado con un mundo desquiciado donde campan las ONG "porque a los únicos que les interesa el bienestar de los africanos es a los extranjeros", lo que crea un círculo de depedencia, falta de iniciativa y subdesarollo perpetuos, y donde las ciudades han crecido sin control y se han convertido en un compendio del horror. Eso es lo que se muestra en especial en su retrato de Luanda, la capital de Angola, un pais que ha vivido más de 30 años de guerra sin lograr inmutarnos, donde pelearon sudafricanos, angoleños de diversas facciones y cubanos, hasta dejar un pais esquilmado, desforestado, que acabó practicamente con la fauna y la vida salvaje y que ha encontado a la postre la maldición de la riqueza en forma de petróleo (algo que nos recuerda a algún otro), lo que ha disparado la corupción, el lujo de las minorías y la violencia en el pais. Luanda, dice Theroux, es como la antesala del infierno, un anticipo del mundo que nos espera. Sin terminar el camino, cuenta el libro, el viajero desiste y vuelve a casa.
lunes, diciembre 07, 2015
Sincero
En el Palacio de la Salina de Salamanca he visto una exposición de caricaturas de Unamuno, y cada una de ellas lleva un texto suyo, que corresponde al momento de la caricatura, como esta de Aristo Tellez que ilustra un artículo de El Sol, del año 31, cuando se estrenó la república, en el que Unamuno escribe:
Dayan
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Dayan, en la muga de Navarra. |
lunes, noviembre 30, 2015
Libertad
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Monumento a los Caídos. Plaza de la Libertad. |
Si me hubieran dicho hace años cómo sería una plaza dedicada a la libertad en Pamplona, nunca me hubiera imaginado que fuera ésta, la de los Caídos, demasiado solemne, aplastada por el gran monumento que destaca demasiado, como uno de esos muebles heredaros de los antepasados de los que es imposible desprenderse, el aparador sombrío que nadie abre, un edificio siempre cerrado a cal y canto –durante años y años nunca lo vi abierto-hasta que alguien tuvo la vana idea de dedicarlo al arte de vanguardia, sin sospechar que un día se fuera a liar parda, pero tras tanto esfuerzo baldío para cambiarle de nombre y amagar con llamarla Serapio, el alcalde ha accedido a bautizarla libertad, como si fuera una especie de solución de emergencia; al fin y al cabo, parece pensarse, se trata una palabra inocua que no compromete, que no dice nada; libertad, algo para salir del paso y a lo que todos se apuntan, como solidaridad, libertad, justicia; grandes palabras, como luces de neón brillantes y falsas, qué más da, nadie se preocupa mucho por ella, la libertad, sólo los que la perdieron: los presos, los cautivos del amor, los faltos de dinero, la conocen de verdad, recuerdo que oía en el coche cantar a Calamaro; la que siempre se busca y no se puede encontrar, decía la canción; la que posponemos para perseguir antes cualquier otra cosa, la que tuvimos y dejamos escapar. Eso debe ser la libertad. Podríamos salir con un candil a buscar un hombre de verdad libre, un hombre que no tuviera nada y que aspirara, como Diógenes, a que no le tapáramos el sol y no lo encontraríamos en esta plaza ni en ninguna otra, pero eso a nadie le importa una higa, porque aunque se le dediquen plazas y estatuas, nada nos da más miedo que ella, siempre hay quien prefiere antes un amo o un sueño colectivo al que entregarse, como si no fuéramos nosotros, cada uno, quienes tuviéramos que decidir cada día, y eso no fuera nuestro auténtico derecho y nuestra condena. Se trata tan solo de una palabra –oigo esa voz rasgada- la hermana más hermosa, la libertad.
(Publicado Diario Navarra 30/XI)
jueves, noviembre 26, 2015
El camino de los difuntos
Compré este libro en Madrid, para leer en el tren, y cuando lo acabé, mucho antes de que el tren llegara a Calatayud, cuando entre espasmos y vaivenes cambia de ancho de vía, lo había terminado y al cerrarlo de golpe sentí una potente indignación; o no tanto, pues estaba tan cansado de las gestiones en Madrid, de las palabras que había oído, de los incesantes estímulos de la ciudad, para mí, que soy un tipo de provincias, que apenas pude reaccionar, pero después, cuando el tren se demoraba en plena noche y las luces de Pamplona se veían a lo lejos pero no llegaban, comprendí su juego sucio.
En este "Camino de los difuntos" François Sureau –éxito en Francia, se dice- relata la historia de un refugiado vasco a comienzos de los años 80, cuando el autor, joven letrado del Consejo de Estado francés, debe decidir si se otorga o deniega la condición de asilado político a este etarra de primera hora, huido a Francia después de participar en la muerte de Melitón Manzanas. El etarra se llama Ibarrategui y alega tener miedo de volver a España pues, pese a estar en una aparente democracia, todavía existe peligro de atentados parapoliciales del Gal. Todo aquello, ya cuando lo leía, me sonó raro: el Gal, a comienzos los 80, todavía no existía, y cuando lo hubo mató sobre todo en Francia, por lo que era un absurdo que alguien pensara que la vuelta a España supusiera mayor riesgo. Además, estaba esa delicada sensibilidad del joven letrado ante la situación de Ibarrategui, en un momento en que quienes morían principalmente eran españoles a manos de Eta: eran los años de plomo, y lo fueron en buen medida por la cobertura dada por Francia a los etarras, algo que sí puede ser objeto de una delicada revisión moral.
Todo aquello podía escudarse, desde luego, en la necesaria licencia que hay que conceder a las obras de ficción, donde ya se sabe que no es preciso atenerse a la realidad de las cosas, ni a la coherencia del tiempo histórico o los personajes más o menos reales. Pero en este caso era distinto, porque justamente este libro –me fijé en ello cuando lo compré- se presentaba expresamente como: "Una novela autobiográfica que se puede definir en dos palabras que riman: brevedad e intensidad. Una obra bellísima y exacta”.
El caso es que de vuelta a casa decidí buscar un poco. Enseguida confirmé que, como sospechaba, no hubo un Ibarrategui etarra, ni alguien así disparó a Melitón Manzanas, ni se le retiró la condición de refugiado político para volver España. A ningún etarra que actuase en el franquismo, de hecho, se le retiró el estatuto de refugiado, eso es lo que demostraba, entre otras cosas, este artículo bien documentado de Rogelio Alonso en el ABC, que me hizo salir de dudas.
Lo que hay en este libro, como demuestra Alonso, es una ruptura del pacto de lectura: no se puede presentar como autobiografía lo que es ficción -esto sí que es el abc-, por mucho que la frontera entre géneros, como se sabe, se esté difuminando y que lo autobiográfico y la novela se entrecrucen. En realidad, la novela siempre es autobiográfica en cierto sentido, porque parte de la experiencia vital del autor, pero esas experiencia son luego elaboradas, enriquecida, transformadas, convertidas en otra cosa: en ficción. Esto es lo que en realidad hace Seurau, pero entonces no debería hacer pasar este relato por un testimonio verdadero.
El pacto con el lector en una confesión autobiográfica, para ser preciso, no es con la verdad, algo esquivo y fuera del alcance del que cuenta algo en lo que está involucrado, pero sí al menos la sinceridad y el respeto a los hechos, pues estos van a ser leídos no como verosímiles, sino como verdaderos.
No existe ningún Ibarrategui que hubiera muerto, como se pretende en el libro, en la plaza de San Nicolás de Pamplona a manos de los Gal, ni que esté enterrado en Zestoa bajo una lápida escrita en vasco. Ni, lo que es peor, puede existir el sentimiento de culpa y de responsabilidad, el serio dilema moral al que dice enfrentarse el autor, como juez, porque nunca ocurrieron.
Con hechos inventados se puede escribir una verdad narrativa, trasladar la lector al verdad de una época, de una sociedad, de un conflicto -o si no, léase Guerra y paz- pero lo que no se puede es hacer pasar por verdad la construcción mitificada del autor sobre lo que él imagina que existió en el País Vasco en una época, aunque el libro se feche en Bayona, como si ese estar sobre el terreno garantizase algo.
Sureau nos vende gato por liebre, y cosecha, eso sí, su dudoso éxito.
lunes, noviembre 23, 2015
Algunas lecciones
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Bataclan |
El terrible atentado en París, que sin duda buscaba objetivos precisos, seguramente que la opinión pública amedrentada cuestionara el papel de Francia, también tiene enseñanzas que ofrecer, así le hacemos un poco la cusqui. Lo primero, que contra lo que se repite a veces como una especie de mantra, no hay que estar “contra toda violencia venga de donde venga”, lo que puede ser un deseo bienintencionado pero sobre todo una solemne tontería. Si un grupo terrorista tiene secuestrado a 100 personas o está disparando en los cafés será ridículo pensar que la policía debe limitarse a hablar con ellos y no tengan derecho a intervenir, lo mismo que hay que hacer frente a un maltratador o alguien que nos quiera arrebatar nuestro derecho. Hace mucho que Weber resumió esto con un conocido enunciado, al señalar que el estado es quien tiene monopolio de la violencia legítima, y no está mal recordarlo, porque hay gente, incluso en lugares relevantes, que no lo debe tener muy claro, o le interesan las equiparaciones odiosas. Entregamos a un grupo de hombres la posibilidad de llevar armas para que nos protejan, usando la fuerza como último recurso y de forma proporcional –lo que es el quid de la cuestión- y si no fuera así, sería justamente cuando la violencia imperaría, y viviríamos bajo la ley del más fuerte. Esta violencia no es en absoluto comparable a las de los terroristas, salvo en estados en que los gobernantes también lo son. La segunda, es que no todas las victimas merecen la misma consideración. Los terroristas de Paris eran seres humanos y sus familiares estarán muy compungidos, pero han sido víctimas de su propio crimen. No es posible equipararlas o atender a la reparación y memoria de igual forma. Eso sería una nueva humillación para los inocentes muertos, y un mensaje desconcertante para la sociedad. Por último, está la reacción francesa, que tanto nos ha impresionado: la marsellesa, el no convertir los atentados en munición política, la imagen de unidad y fortaleza del país. Todo eso que descubrimos de pronto tan necesario para que no sea el terrorismo el que termine mandando.
(Publicado Diario de Navarra 23/XI)
lunes, noviembre 16, 2015
Democrática
Hace tiempo, cuando había dos Alemanias, la comunista se llamaba asimismo “república democrática”, justamente porque todo el mundo entendía que no lo era, como si confiara en que las palabras pudieran disimular los hechos, y es que en política hay quien cuanto más niega, más notamos que afirma y quien al justificarse demasiado muestra sus auténticas intenciones y esto es algo a lo que no escapa el actual gobierno al predicarnos, por ejemplo, que la reforma fiscal es cosa inocua por la que deberíamos estar agradecidos, o cuando ha definido su prodigiosa oferta de empleo en la enseñanza -70% en euskera- como una propuesta “técnica”, tan técnica que basta oír al consejero para comprobar que ni él mismo, pese a leer los papeles, logra entenderla. Y es que técnica, de acuerdo al diccionario de la corrección política, quiere decir en realidad política, que es, por cierto, lo que corresponde a un gobierno: llevar un proyecto político adelante, elegir entre las opciones. Se nos dijo que este gobierno del cambio sabía que iba a gobernar una comunidad plural, pero eso significa en realidad, como vamos comprobando, mientras no logre que deje de serlo. El punto filipino del nacionalismo es la pluralidad, pues lo vive como déficit, aunque disimule, pues la diversidad nos acerca al resto, nos hace ver que somos mezcla y devenir continuo, cuando lo que se pretende es ser puro y distinto. Para un nacionalista un país es lo que es, y no puede ser otra cosa y construirlo es lo primero en su agenda. En este empeño se gasta mucha energía, y se hace daño a mucha gente –basta pensar en los docentes que se han preparado en vano- y sobre todo distrae de lo importante. Lograr un cambio profundo en la enseñanza, que sería esencial, ya no interesa, porque todo se centra en el debate de la lengua. La política navarra se vuelve más hacia dentro, más particularista y resentida ante el resto. Se esperan grandes agresiones contra nuestro autogobierno, he oído anunciar, como si no nos bastáramos nosotros solos para perdernos, enredados con un solo juguete.
(Publicado Diario de Navarra 16 noviembre)
lunes, noviembre 09, 2015
Moore
La Caixa, que según proclamó en su día es una entidad con alma , nos ha traído seis esculturas de un artista de primer orden, fallecido hace tiempo, el británico Henry Moore, que se han colocado en el paseo de Sarasate y el día que las descubrí, bajo una fina lluvia, esos grandes bronces estaban mojados y resbaladizos, como si sudaran en sus posiciones forzadas, y noté enseguida que aquel sitio no era un buen espacio para ellas, que aquellas obras colosales necesitaba más aire y más espacio, atrapadas de pronto entre los edificios del paseo, incómodas como un concejal de Podemos en una procesión, enfrentadas sin remedio a las efigies de molde de los reyes que flanquean el paseo, a esa gran estatua que lo mira todo desde arriba, la de los Fueros, con la que las obras expuestas, como se suele decir, no dialogaban bien, se llevaban de hecho a matar; y de pronto noté que esa chata columna sobre la que se aúpa un rey asexuado mostrando algo parecido a las tablas de la ley resultaba chocante, chirriaba frente a todas esas figuras, óvalos, filos, cuerpos, formas más o menos naturales de Moore; unas obras, por cierto, que recuerdan mucho a una época de Oteiza, pese a que éste, con su diplomacia habitual, tildara las esculturas de Moore de engendro, como las de Chillida; algo que no es verdad, porque aunque ya no nos resulten algo novedoso, siguen mostrando esa fina frontera entre la abstracción pura y la evocación a lo que quieren y no quieren representar, como ciertos brochazos vistos de cerca, como ciertos brillos de las frutas de un bodegón o los ropajes de Zurbarán, así que yendo atrás y adelante frente a esas figuras imponentes, volví a ver que no pegaban, que estaban demasiado apretadas, como si alguien las hubiera amontonado allí a la espera de una mejor ubicación, y se mostraran incómodas, fuera de sitio, añorando los finos yerbines en los que hasta hace poco descasaban, ajenas a los elogios y las ofensas de los paseantes, tan sutilmente feas y tan solitarias.
(Publicado Diario de Navarra 9-11)
lunes, noviembre 02, 2015
Truman
Después de esa notable película que fue “Una pistola en cada mano”, en la que Cesc Gay retrataba en varias viñetas los avatares del hombre de hoy, más o menos desconcertado, más o menos infantilizado ante las mujeres y el mundo, ha vuelto ahora con el gran Darín y Javier Cámara, que siempre tiene el don de la comicidad, en una película, Truman, en la que un tipo vuelve de Canadá a despedirse de un amigo de infancia que sufre un cáncer terminal, algo que sigue ocurriendo aunque se sigan todas las recomendaciones OMS, siento darles esta mala noticia: la cosa acaba mal y esta es la mala nueva que se celebra esto días en ese grotesco Halloween, antes todos los santos: el triunfo de los muertos, por eso todas esas calaveras y esqueletos que mostramos con una especie de excitación malsana, que nos asusta y nos atrae a la vez, son el “tema” recurrente, no hace mucho vi una película que lo trataba de forma distinta, con una estética adolescente, no se si seguirá en cartel porque duran poquísimo, era “Yo, él y Raquel”, y va de una chica muy joven, del instituto, que sufre cáncer y las cosa se van poniendo feas; el día que fui la sala estaba llena de adolescentes bulliciosos que de pronto callaron, porque esto no falla, el cáncer y la muerte siguen teniendo mucho gancho, y Cesc ha dicho que es un tema apropiado para sus 48 años, ahora que las balas comienzan a caer cerca, y que ha hecho la película desde el miedo, que no es un buen sitio para hacer nada pero puede que a él no se le note. Es difícil, en todo caso, hacer otra película sobre el cáncer sin caer en el sentimentalismo: es una experiencia que hace que uno valorare más la vida etc. se dice en estos casos, con las mejores intenciones, pero parece que el cáncer fuera algo que no puede uno perderse, como un viaje a Cancún. Lo mejor de Gay es que hace un cine cercano a la vida y deja que uno ponga las conclusiones, que no es poco. En esta sale un perro, Truman, la excusa perfecta para trenzar una historia, pues algo hay que hacer con él, como con el resto de nuestros asuntos, antes de salir de escena.
(Publicado DN 2 noviembre)
(Publicado DN 2 noviembre)
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