martes, febrero 28, 2017

Verdú

Verdú junto a Rato en febrero 2012
No todo el mundo tiene un precio, y este es el caso de Francisco Verdú, el único que rechazó la tarjeta black de Caja Madrid –otros dos tampoco la usaron-,  con la que se podía gastar sin justificación y  sin dejar rastro en Hacienda,  a  la que no pusieron pegas los 65 condenados en este asunto, la mayoría de ellos representantes políticos. Verdú fue fichado por Rato en el momento de lanzar Bankia, y fue el propio Rato quien le ofreció esa tarjeta. “Le dije que no podía aceptarla porque era una mala praxis. En 30 años en banca no había visto una cosa así”. El testimonio de Verdú ha sido muy clarificador, según la sentencia, y desmonta en buena parte el argumento de que esta tarjeta era una formula aceptable, y no una prebenda.  Verdú era un hombre muy bien pagado en Bankia, pero sobre todo alguien capaz de trazar esa línea que detecta algo incorrecto y no lo admite, aunque los demás lo hagan. En aquellos días de vino y rosas, los consejeros que debían controlar la entidad  decidieron que a nadie amarga un dulce y tiraron de tarjeta, algunos de forma moderada y   otros, como  el de IU, sin freno. En la banca privada, de donde Verdú venía, no había esta barra libre. En su salida a Bolsa, las  cuentas auditadas y bendecidas de Bankia acreditaban una solvencia que no era tal,  lo que puso en duda los controles y el rigor del sistema. En realidad, como el caso de Verdú demuestra, ningún sistema vale si no hay gente dispuesta a tomárselo en serio. Si el mundo rueda y mejora, lo hace gracias a un puñado de hombres libres que se limitan a cumplir con su deber, y resisten la tentación del dinero y el poder. Hay muchos ejemplos. Un hombre negro se negó a ceder su sitio a un  blanco en el bus; un puñado de gente salió por fin en el País Vasco, entre la indiferencia general, a  decir no a Eta. Después de ellos, vino una marea, como si hubieran dado permiso. Verdú es un tipo de Alcoy, de origen sencillo, que llegó a la cima y que ahora se ha ido a vivir a Miami. En sus ratos libres escribe poemas muy crudos. Llegué allí arriba/  a un despacho con vistas/ el Audi y el chofer  a la puerta/ cojones, que despacho/, escribe. 
(Publicado Diario Navarra 27/2/17)

lunes, febrero 20, 2017

Vientre de alquiler

Tanto en el reciente  congreso del PP, como en el de Podemos,  aparentemente tan distintos, se ha planteado a la vez un  asunto, en apariencia menor, como el de los vientres de alquiler, con el que ninguno de los dos sabe qué hacer. Pagar a una mujer para que tenga el niño que una pareja, o alguien solo, no puede –o no quiere- tener hace saltar alarmas, no en vano no permitimos que alguien venda el riñón o su propia sangre, y lo sacamos del comercio, pues no todo se puede comprar y vender, aunque alguno se sorprenda. Hacer cargar a alguien con la gestación y el parto, y desconocer el vínculo que se crea con ello y las consecuencias que acarrea, debería hacernos cautelosos,  pero como no es posible poner puertas al campo y ya hay quien lo ha apañado fuera y el niño ya está entre nosotros, no tenemos tiempo para pensarlo.  Si puede hacerse, ¿Por qué no aquí?  Todo lo que la ciencia está en condiciones de hacer, termina haciéndose, aunque esa  faz inquietante no queramos verla. Pero lo que  todo esto desvela, en realidad, es  la falta de  deseo de tener hijos que nos aqueja, salvo quizás entre aquellos que no pueden tenerlos, y eso les espolea. "He apostado todo a este proyecto", escuché a una diseñadora de moda que pugnaba por un Goya. "Ni pareja, ni hijos, ni nada que no sea mi trabajo". La necesidad de triunfar,  el brillo profesional, el todo se puede, son el modelo que  se nos propone por todas partes.  Es difícil que así quepa un niño, o que no se supedite a otros anhelos,  y resulta lógico que la engorrosa tarea de traerlo al mundo se quiera trasladar a otros.  No tener hijos es  un gran problema en nuestro país, un lugar cada vez más avejentado y picajoso que no va a poder pagar  sus hospitales y pensiones. Pero todo problema, en realidad, engendra su solución, como un vientre en que crece algo nuevo, podemos decir. Vivimos en un mundo confortable al que tocan a la puerta miles de inmigrantes, justo cuando  más necesitamos que vengan y que tengan los hijos que aquí no queremos tener. Al menos, hasta que se acomoden y se vuelvan tan perezosos y tan trabajadores a la vez, como nosotros.
(Publicado hoy Diario de Navarra)

lunes, febrero 13, 2017

Voz

Cesó la voz de Pérez de Arteaga, la voz del concierto de año nuevo y sobre todo la voz de tantos programas de Radio Clásica,  esa emisora a la que uno puede huir solo moviendo el dial y abandonar todo el ruido y la furia y sobre todo toda la tontería del mundo, y entrar en ese país vecino y a la vez distante de la música, cuyo idioma nos es desconocido pero a la vez entendemos a la perfección, y  que él iba descubriendo con su voz envolvente, algo aguda, que tenía algo de erudición y a la vez de fiesta,  como la de un niño embelesado con su juguete, y esa voz, al revés de lo  que ocurre  casi siempre, se correspondía con la de su imagen cuando la vi el otro día por primera vez: un hombre con perilla y gafas,  afable, con chaqueta, como un científico o un musicólogo despistado, que es lo que era; la propia voz es algo siempre extraño,  basta grabarse un momento en el móvil y escucharse para ver que parece la de  otra persona, y casi siempre imaginamos alguien distinto cuando oímos solo su voz; hay voces que imprimen carácter, como la del gran Fernán Gómez, o que son un obstáculo, como la del juez Garzón, y casi todas tienen la ventaja de comunicar mucho más de lo que dicen; algunas, demasiado  solemnes, por ejemplo, suenan ridículas; otras, que son rotundas y no admiten réplica, resultan falsas y hoy escuchamos a quienes  niegan lo evidente sin inmutarse, porque negar la verdad resulta rentable; hay voces que son historia, como la Franco en sus últimos años, quebrada y asustadiza, como su régimen, o la de Mao, un hombre que tenía en sus manos a otros mil millones,  y que debía ser de pito. Recuerdo muy bien la voz de Arteaga, su  manera de introducirnos en la profundidad de una música,  y a veces, en la radio, en algún día complicado, a punto del desánimo,  me dejaba llevar por su  voz de pícaro y de sabio a la vez, y así  podía escapar de esa otra voz  que nos persigue; esa voz interior que nos juzga y nos manda tanto, la que nos impide gozar con lo que hacemos y estar en paz,  a la que hay que mantener a raya.
(Publicado Diario deNavarra 13/II)

lunes, febrero 06, 2017

Caídos

Una docta comisión ha propuesto destinar los Caídos a museo de la ciudad, y su propuesta, llena de buenas razones y mejor voluntad, no puede sino ser acogida con alborozo y recuerda a esa otra de la comisión madrileña que está depurando el callejero, de cambiar el nombre de la calle Millán Astray por la de la inteligencia, algo lleno de fina ironía. Pero este edificio  no están para ironías, sino condenado y no me parece fácil hacer algo allí. Será porque toda mi vida lo he visto cerrado a cal y canto, sin gracia, demasiado grande, como uno de esos trastos que se heredan en una casa y nadie se atreve a quitar. Los Caídos, con su cúpula que parece desfallecer, tan solemne y solitario, es como un barco arrumbado, un pecio, y tal vez serviría como una gran  estación de metro,  con gente que viene y va, por fin lleno, pero si no tenemos  metro y el AVE no va a llegar, no hay nada que hacer; o podría acoger una pista de patinaje, se me ocurre, para deslizarse sobe el hielo bajo su bóveda, como en una película rusa. Hacer otro museo da un poco de pereza, y puede que el continente pese demasiado y se cargue el contenido, pero yo me someto a la comisión, que es la que  sabe,  y tiene razón en que, una vez desprovistos de viejas simbologías, a estos edificios que conmemoran gestas que ahora nos resultan incómodas, hay que darles uso.  Como la Plaza Roja, con su tumba de Lenin embalsamado, que sigue ahí, como si nadie se decidiera quitarlo. Algo parecido le ocurre a los Caídos, que basta verlo a lo lejos para sentir de pronto el peso de otro tiempo y la necesidad  de no volver a las andadas, porque en Navarra, como escribió alguien,  hay quien ha cambiado de ideas pero no de forma de pensar, y este edificio sirve  para recordarnos que ya no es posible imponer la verdad por la fuerza, aunque ahora sea una verdad de signo opuesto. Los Caídos son el  pasado que viene a vernos, un testigo molesto de una guerra terrible en la que, como dice un personaje de Trapiello, muchos lucharon en el lado bueno con las peores razones y otros en el lado malo con los mejores propósitos.
(Publicado Diario Navarra 6/2)

lunes, enero 30, 2017

Reverte

Jorge M. Reverte -el otro Reverte-,  cronista de la historia reciente y de la guerra civil, publicó un libro hace poco sobre la matanza de Atocha de la que ahora se cumplen 40 años, en que entrevistaba a los protagonistas de aquellos días en que todo pendía de un hilo y que fue sin duda el momento clave de la transición.  Los pistoleros que mataron a cinco abogados de CCOO querían reventar el frágil avance hacia la democracia y provocar una respuesta militar que desbaratara el proceso y, de hecho, el propio gobierno de Suarez, desbordado por la situación,  acuciado por todas partes,  reconoció que aquellos días  no era capaz de garantizar siquiera la seguridad de los heridos ni  el cortejo fúnebre.  Sin embargo,  aquel atentado logró lo  contrario que pretendía. “Sirvió para consolidar el camino a la democracia” explica Ruiz Huerta, el abogado que sobrevivió a la bala que chocó contra el bolígrafo que llevaba encima. “El ADN de la democracia está en Atocha”, dice. El orden estricto de aquel desfile con los féretros por las calles de Madrid, lleno de dignidad y silencio,  fue a cargo del PCE, que a los pocos meses estaba legalizado. Paca Sauquillo, cuyo hermano fue uno de los asesinados,  recuerda la enorme tensión de aquellos días, la violencia que acuciaba desde todos los lados, el miedo reinante. Quien hoy desprecia aquello, no sabe lo que dice.  El libro de Reverte confirma la idea de que la transición no fue un guion escrito, sino un proceso frágil y costoso, lleno de incertidumbre, y que las cosas podían  haber salido de otra manera. Es la confirmación de que la historia no está escrita, sino en nuestras manos, que nada está determinado del todo. Esto ocurre también para la vida de cada uno, cuya deriva  no podemos  atribuir sin más  a las circunstancias o al destino.  Con lo que nos toca, podemos hacer cosas distintas. Cuando escribía el libro de Atocha, Reverte sufrió un ictus que le llevó al borde de la muerte.  El mismo sintió en un instante que podía dejarse  llevar, o volver. Volvió, y terminó el libro. Desde entonces, por encima de sus secuelas y dificultades, no ha parado. Da gusto leerle.
(Publicado Diario Navarra 30/I)

lunes, enero 23, 2017

Semana negra


Mientras en el Baluarte de Pamplona se celebraba la semana negra, en la que novelistas, forenses,  y expertos hablaban del género y daban vueltas  a la potencia narrativa del  crimen y de su tratamiento en el cine y la literatura, fuera del Baluarte teníamos un caso práctico, la realidad mostraba su lado oscuro, y una mujer moría al parecer a manos de su pareja y era arrojada al río envuelta en una alfombra. El crimen nos horroriza y nos espanta, y nos levantamos contra él, pero al mismo tiempo nos atrae y nos produce una extraña fascinación. Por eso hay jornadas sobre el crimen que suscitan tanto interés, puede que más que cualquier otra cosa, y de qué sino del crimen tratan la mayoría de películas y series que vemos, llenas de asesinos en serie, policías corruptos y cadáveres en el armario.  Del crimen queremos saberlo todo y entrar en detalles que nunca nos bastan, y por eso los medio le dedican grandes espacios, junto con las catástrofes de todo tipo; aviones que caen, tornados, terremotos, que serían como un crimen sin autor o con un autor anónimo o genérico como la naturaleza, o el destino, por no hablar del género de las desapariciones, que son enigmas en los que intuimos un final fatal  y, que nos mantienen en tensión. Es como si tuviéramos dos almas: una amorosa y compasiva y otra que encuentra algún tipo de satisfacción en lo contrario, dos caras de la montaña, una de luz y otra en sombra, que van variando a lo largo del tiempo, dos pulsiones dentro de nosotros. La dificultad de vivir con los otros,  el fenómeno contagioso del odio, la patología del crimen, son también parte de nuestra naturaleza. Para ilustrar lo que es vivir en sociedad, Freud se refirió a un cuento en el que un grupo de erizos enfrenta una noche heladora y se juntan para darse calor, pero entonces las púas de unos y otros se clavan y vuelven a separarse, hasta que el frío les hace juntarse de nuevo  y volver a hacerse daño. Buscar la distancia precisa, salvarse uno solo y a la vez con los demás, como los erizos, esa es la cuestión.
(Publicado Diario Navarra 23/I)

lunes, enero 16, 2017

Rescate

Ang Rita. Sherpa.
En 1980 llegó Pamplona el sherpa Ang Rita, invitado por varios montañeros de Pamplona a quienes había acompañado en el asalto al Dhaulagiri, un clásico del Himalaya,  y su visita levantó mucha expectación. Para empezar, Rita y un compañero llegaron a Barcelona en avión,  pero sin equipaje, pues al parecer no vieron necesario traer ropa de recambio  o puede que no estuvieran seguros del clima de Pamplona,  no en vano era la primera vez que salían de su pueblo. La impresión ante una ciudad europea y moderna debió ser mucha, pero lo que más les llamó la atención,  por encima de cualquier otra maravilla, fue subir en un ascensor, lo que hicieron varias veces,  para comprobar cómo iba arriba y abajo cada vez. Eran, sin duda, otros  tiempos, los montes y los viajes se hacían con más calma,  regían las distancias y quedaba  alguna gente feliz.   Cómo nos ven los otros es algo que da muchas pistas de lo que realmente somos. Hay un hombre negro,  por ejemplo, que llegó hace tiempo del Camerún también sin equipaje, y que se dedica a la venta de collares y baratijas por los bares –me pregunto quién monta todo esto-, y que al llegar a Pamplona un otoño,  lo que más le  sorprendió fue que había gente cuyo trabajo era recoger las hojas que habían caído de los árboles. Cómo serán de ricos aquí, escribió a su familia, que pagan a alguien por barrer las hojas del suelo. Tenía razón. En África y en gran parte del mundo, la basura se amontona en cualquier parte, se vierte a los ríos, y las hojas se las lleva el viento muy lejos, a veces perseguidas por esos perros famélicos que sobreviven a duras penas y que ladran a todo lo que se mueve. Pero si ese hombre llegara hoy a nuestra ciudad,  no serían  las hojas barridas, sino la historia  del rescate de un perro con un helicóptero, que hemos conocido sin inmutarnos estas navidades, lo que le dejaría pasmado. El equipo de rescate  se descolgó de una peña cercana para no asustar el can, y se lo entregó a su dueño. Si este hombre cuenta esto a los que siguen allí en el Camerún, no van a creer que él siga a duras penas  vendiendo por los bares.
(Publicado Diario Navarra 16/I/17)

lunes, enero 02, 2017

Mesías

Fragmento del Mesias copiado por Beethoven.
El Teatro Real de Madrid se llenó para escuchar el Mesías esta Navidad, una obra que siempre es un acontecimiento, pero ya desde el principio se vio que William Christie, su director,  un tipo exigente, estaba molesto  con las toses de la platea, aunque lo peor vino más tarde, en el aria He was despised, cuando  el  contratenor proclama que el Mesías fue  "despreciado y rechazado por los hombres”, momento en que se oyó nítidamente un móvil en un palco cercano al escenario. No era la primera vez,  y Christie hizo callar de golpe la música. "Acaba usted de cargarse uno de los pasajes más bellos de una de las obras más hermosas jamás escrita", dijo enfurecido. Tal vez Händel en ese momento dio un respingo en su tumba.  En su época  no es que hubiera un gran silencio: la gente pateaba las obras, entraba y salía, cuchicheaba.  Pero el móvil logró lo que nadie antes: detenerla.  Puede que esto, ante la magnitud de problemas del mundo, parezca una minucia, pero no es así.   Pasan los años, se acumulan los dramas, las guerras se repiten, las generaciones se renuevan,  pero el Mesías sigue brillando sobe el escenario y su música, una vez empezada, sabemos que no se detendrá hasta el final, lo mismo que el día no termina hasta la noche. Esto no es en vano. La primera vez que oyó el Mesías, el rey inglés Jorge II se levantó de pronto en el Aleluya, conmovido, dicen que para  estar unas pulgadas más cerca del cielo.  Cuando Händel compuso esta obra estaba en bancarrota,  sufría una apoplejía y arrastraba una crisis creativa. Era un hombre acabado. Sin embargo, algo le hizo dejar de lamentarse, salir de la cama y acabarla en catorce días febriles, sin parar.  La otra noche, el Real  contuvo el aliento cuando Christie detuvo  la música.  Al poco se oyeron murmullos y la gente rompió a aplaudir. La orquesta atacó entonces el He was despised, y el mundo volvió a girar. Las toses callaron y los móviles, por una vez y sin que sirva de precedente, pues no es posible curar una epidemia, cesaron también, mientras  la música fluía a sus anchas, como un hombre liberado por fin de una gran carga.
(Publicado Diario de Navarra 2/I/17)

lunes, diciembre 26, 2016

Doctor Ho

Como cada vez que paso por M. fui a ver al Dr. Ho y me tumbé en su camilla, bajo el pequeño buda dorado, y mientras yo le contaba mis males, él  escribía silencioso en su libreta,  sin duda sabiendo que a partir de cierta edad las enfermedades son tan reales como ficticias, sin decir nada, mientras en el consultorio se oía una música china muy aguda, una ópera de máscaras y dragones, casi hiriente, que parecía ya parte el tratamiento, y cuando yo me quejé de un dolor concreto en la espalda él negó con la cabeza, se levantó por fin  y me tocó un punto del mandíbula, masajeándola, y dijo: “no apretar tanto, mejor relajar”. Dijo esto dos veces, mientras me la recomponía, y luego, antes de sentarse, apretó con el dedo un punto en la espalda como si quisiera traspasarla.  Cuando terminó pensé que iba a recetarme alguna hierba, o unas bolitas de homeopatía, de esas que retan a la ciencia, como solía hacer, pero cuando le pregunté me dijo que esta vez el tratamiento era el sueño, que debía dormir en los siguientes días todo lo que pudiera. Le dije que estaba ocupado y que no iba a ser capaz, pero no me escuchó. “Demasiada tensión”, dijo, con cara de desaliento, encogiéndose de hombros, como si se refiriera a una plaga.  Hacia las 7, cuando llegué  casa  pensé que sería incapaz de dormir, pero me metí por si acaso en la cama.  Enseguida noté cómo mi espalda se acomodaba en el cochón  y la mandíbula se me iba aflojando poco a poco, hasta que entré sin remedio en un sueño profundo. Al despertar me sentí otro. Salí de la cama, me comí un pera y miré por la ventana. De nuevo era de noche, pero la calle estaba oculta en la niebla, como si fuera una noche distinta, en otra parte. ¿Dónde estoy?, me dije y recordé un cuento en que duermen a un tipo que sufre una enfermedad sin cura posible y luego lo despiertan a los cien años, en un mundo hostil que ya no comprende. Una pesadilla. Miré  afuera de nuevo, y  reconocí aliviado las luces de Navidad parpadeantes en la calle, el denso silencio de la ciudad que parecía dormir  a pierna suelta para volver a empezar.
(Publicado Diario Navarra 26/XII)

lunes, diciembre 19, 2016

Generación

Cada generación tiene su prueba de fuego,  su momento crucial, en su día fue la guerra civil, que partió vidas de cuajo y dejó un país que todavía no ha terminado de reponerse, y donde, por cierto, Navarra se distinguió por abrazar la causa vencedora  -abrazar grandes causas ha sido siempre la virtud y el problema  de Navarra-, y en las siguientes fue el terrorismo de Eta la piedra de toque donde cada uno se retrató, y así, hubo quien miró para el otro lado, cuando no justificó ese furia totalitaria que quería romper el proceso democrático y la vida civilizada, para sustituirla por el sueño irredento de un nacionalismo obligatorio, del que con suerte nos libramos, y hay también quien no se hurtó de una batalla larga y penosa, sin otra arma que la palabra y el derecho, siempre tan frágiles, pero que a la postre se demostraron tan potentes. Es el terror de Eta el que ha marcado la historia de los últimos 50 años, y lo que cada uno  hizo con él, si supo verlo o se puso de perfil, nos define. No cabe ahora echar el reloj atrás, y ponerse a vencer el fascismo 80 años después, o aparecer como campeón de la causa de la víctimas cuando siempre se ha pasado olímpicamente ellas. No es  posible tampoco decir que se quiere gobernar para todos y jugar con medias verdades en un asunto tan sensible,  intentar diluir aquel terror o taparlo con otros el pasado.  Todo ese lenguaje tasado contra todas las violencias al que asistimos, esas direcciones y negociados –si quieres dilatar un asunto, crea una comisión-,  al servicio del disimulo, darían risa sino fueran parte de una operación de desmemoria y confusión. Así que no es raro que el gobierno de Navarra  se encuentre con la respuesta que las víctimas de ETA le han dado, hartas de que les intente manipular y se les sume  a lo que  no es. “Se trata de distintas percepciones”, ha contestado muy seria la portavoz del gobierno, “distintas formas de entender las cosas”. Se ve que  la forma en que se percibe y entienden ciertas cosas desde el gobierno,  no debe tener nada que ver con la de aquellos que las han sufrido de verdad.
(Publicado Diario de Navarra 19/12)

lunes, diciembre 12, 2016

Cadena


Tobías Wolf escribió un cuento perfecto que tituló “Cadena”, en el que un perro atado con una cadena ataca a un niño mientras su padre corre cuanto puede, ladera abajo,  para intentar salvarle, sin que ninguno sepamos si la cadena será tan corta como para parar al perro. Después del suspense, las consecuencias se van también encadenado, y una cosa trae otra, sin parar, en una sucesión regida por el azar y la necesidad a partes iguales. A esta cadena estamos todos atados y con sus eslabones  tejemos nuestra vida. Danilo, por ejemplo, el portero del Chapecoense, que sobrevivió unas horas a la catástrofe,  comenzó la cadena gracias a sus grandes  reflejos con los que paró contra todo pronóstico un penalti en los octavos de la Copa América, lo que franqueó el paso a su equipo a la semifinal.  Todo indicaba que allí terminaría su periplo, pues el rival que le correspondió, San Lorenzo, era un plantel mucho más potente. Sin embargo Danilo y sus compañeros lograron volver de Buenos Aires con un meritorio 1-1 que dejaba las espadas en alto,  y en la vuelta, empujado por una hinchada entusiasta y el desparpajo de los humildes, Chapecoense resistió las acometidas de San Lorenzo quien, a pesar de hacerse con el juego, vió pasar los minutos  sin lograr marcar, tal vez  porque sus dos máximas estrellas, Belluschi y Berggerio, fueron baja a ultima hora. Mediada la segunda parte, San Lorenzo tuvo una ocasión de oro que inexplicablemente perdió.  En los últimos minutos, por varias veces San Lorenzo estuvo a punto de horadar la meta de Danilo, héroe indiscutible, y fue en una última jugada fuera de tiempo, al borde del pitido, cuando también salvó prodigiosamente con el pie un remate de San Lorenzo, que quedó eliminado. Al acabar el partido, entre el éxtasis de la afición, los vivas y abrazos, el entrenador Caio Junior declaró “si muero hoy, moriría feliz”, adelantándose unos días a su destino. Antes de tomar aquel vuelo aciago, el lateral Tiaguinho supo que iba a ser padre. Desde el avión lo vimos saludar con el resto, eufóricos, a la cámara,  mientras  el perro corría sujeto a la cadena y ya nadie era capaz de pararlo.  
(Publicado Diario de Navarra 12/12)

lunes, diciembre 05, 2016

Isla

Oí un chiste hace poco, en el que Dios va  al infierno a ver a Fidel Castro, adonde le ha condenado, dice, por ser un dictador totalitario que ha causado mucho daño, y de paso, añade, me hago una fotito con él. Es como si este  el viejo guerrillero vestido de verde, últimamente de chándal, nunca hubiera dejado pese a todo de deslumbrar.   En el fondo, tendemos a justificar las dictaduras  de izquierdas porque dicen ir contra el capitalismo, un sistema por el que  sentimos un gran rechazo en teoría, aunque  nos aprovechemos de él cuanto podemos en la práctica,  incluidos sus más fieros enemigos. Antonio Escohotado, un pensador muy recomendable, que en su día trató en profundidad el tema de la drogas,  ha publicado un largo ensayo titulado  “Los enemigos del comercio”, al que considera el motor  del cambio y el progreso, y señala cómo el capitalismo, que en el fondo sabemos que nos ha hecho salir de la miseria y la barbarie, nos parece a la vez bárbaro y miserable. No puede compararse la prosperidad  lograda por  España en las últimas décadas, por ejemplo, con la penuria  y la esclerosis de una Isla donde quien puede se va  y que nos mira con envidia,  pero esto no termina de convencernos. O no lo suficiente, como si nos sintiéramos culpables por nuestra buena suerte. Lo cierto es que el capitalismo, como dice Escohotado, ha vencido sin convencer. Las razones de esto según él  son  muchas,  desde herencias religiosas, pues no en vano está escrito que no es fácil que un rico entre en el reino de los cielos, hasta que resulta  un sistema  lleno de  oportunidades -y de desigualdades-,  donde uno necesita sobre todo tener suerte y ser tenaz, para salir adelante. Es como si el capitalismo nos hubiera dado toda clase de bienes, pero nos hubiera privado de ideales; como si fuera una maquinaria  que marcha por su cuenta, destruyendo y creando nuevos prodigios sin cesar, cambiando el mundo de arriba abajo cada vez en menos tiempo,  pródigo y alienante. Un caballo que es necesario embridar. Pero la nostalgia del amo vestido de verde oliva que lo cambia todo con su fusil,  no conduce ya  a ninguna parte.
(Publicado Diario de Navarra 5/XII)

martes, noviembre 29, 2016

Agradecimiento


Oliver Sacks
La muerte de Fernando Redón a los 87 años, después de una vida larga y cumplida, apasionada por tantas cosas, y  que deja la sensación de que alguien se ha ido  después de vivir a fondo, y que el viaje ha merecido la pena,  me ha hecho recordar  las páginas que dejó escritas Oliver Sacks, un conocido neurólogo americano, además de buen  escritor,  autor de libros como “El hombre que confundió su mujer con un sombrero”, quien con un pié en el estribo nos dejó un último libro para darnos las gracias.  Cuenta Sacks cómo un  día descubre con sorpresa que ha cumplido 80 años y siente que todavía se encuentra muy bien, feliz de estar vivo, satisfecho de seguir trabajando en lo que le gusta, de poder pensar,  escribir y hacer ciencia.  Reconoce que ha pedido vigor, que es más lento y que se le olvida casi  todo, pero que también hay días que se descubre muy creativo y  lleno de energía. A los 80, parece tener  todavía mucha vida por delante. Al mirar atrás,  confiesa que solo se arrepiente de haber perdido mucho el tiempo, una queja muy común, por cierto,  entre  los que han hecho mucho;  también de ser muy tímido,  a pesar de ser viejo y de hablar una sola lengua. Poco tiempo después, a los 81, le  descubren un cáncer incurable de hígado y le dan unos pocos meses de vida. “No puedo decir que no tengo miedo”, escribe Sacks, pero enseguida añade que lo que domina en él es, sobre todo,  un sentimiento de gratitud. “He amado y he sido amado. He recibido mucho y algo he logrado devolver. He leído, viajado y escrito. Sobre todo  he sido un ser consciente, un animal pensante sobre este planeta bellísimo, lo que supone un gran privilegio y una grandísima aventura”. Lo dice alguien que fue un joven homosexual en una familia que no le aceptó,  alguien que ha vivido lo suficiente para apurar también la copa del dolor y las frustraciones que conlleva vivir.  Es, desde luego, un bello testamento que nos reconcilia con nuestro destino, sobre todo  en una época como ésta, tan lejana de ese viejo saber sobre la muerte,  y donde nada parece bastarnos. 
(Publicado Diario Navarra 28/XI)

lunes, noviembre 21, 2016

Trifulca

Protesta en Alsasua por las detenciones.
Ya no se habla de los hechos de Alsasua en sí, sino de que la juez ha decidido considerarlos terrorismo y van a ser juzgados en la Audiencia Nacional, lo que puede ser discutible pero da lugar a que se presente a los autores como víctimas, tratando de disculpar o de quitar importancia a una conducta que pone los pelos de punta, y que nos descubre de pronto cómo en muchos sitios la cultura del odio, sembrada durante años, todavía persiste. Esta operación ya empezó hace días, por medio del calculado uso de las palabras,  que  nunca son inocentes, llamando a la paliza a dos guardias civiles y sus mujeres “trifulca”, palabra  castellana que se refiere a lío, desorden, riña entre varios, como si se tratase de una pelea tumultuaria, una reyerta de todos contra todos, sin duda para encubrir que se trata de una agresión en grupo a dos hombres indefensos  y sus parejas  por el hecho de ser policías. No es una pelea de gamberros, sino una paliza deliberada de unos  energúmenos, que es una palabra sonora y griega que viene al caso, con la cabeza llena de serrín ideológico. Como los que han atacado estos días a un repartidor de pizzas en Inglaterra, por ejemplo, por ser pakistaní. No es trifulca y hay que decirlo, porque se empieza cediendo con las palabras y se termina cediendo en las cosas. Cuando una banda de energúmenos dan un  paliza a un musulmán  o a un  gay por serlo, cuando se prende fuego a un mendigo o se tiran monedas riéndose a unas gitanas,  no hablamos de una trifulca porque cometeríamos el pecado de llamar a las cosas por los nombres que no son, lo que es una de las peores formas de mentira, como acertó a expresar bien aquella madre coraje, la de Pagaza.  Cuando uno elige la palabra trifulca, lo que intenta es pasar de puntillas por encima de la verdad, y contar lo que no fue, lo que nos hace un flaco favor a todos, en especial a quienes se intenta disculpar, a los que se les impide enfrentarse a sus propios actos y darles la oportunidad de cambiar. Será lo que sea, pero no trifulca.
(Publicado Diario Navarra 21/XI)

lunes, noviembre 14, 2016

Cohen

Ha muerto Leonard Cohen. “Estoy listo para morir. Solo espero que no sea muy incómodo”, había dicho hace poco. Siempre fue muy certero con las palabras. Cuando recogió el premio Príncipe Asturias hizo un buen discurso en el que contaba como se hizo cantante gracias a un guitarrista callejero español, que se suicidó,  y cuando le dieron el Nobel a Dylan, a pesar de que  puestos a elegir un cantante quizás él se lo mereciera más,  dijo que  era como si le hubieran puesto una medalla al Everest. Tras anunciar su propia muerte no le creyeron, porque la muerte es de por si increíble y tuvo que aclarar que había exagerado. En nuestro inconsciente,  todos somos inmortales. El caso es que cumplió su palabra y se fue  poco después, justo cuando Trump llegaba a la gloria, como si tirara la toalla ante alguien con el que no tiene nada que ver, no solo por su ideas, que posiblemente las cambie si le conviene,   sino por el contraste ante un modelo de masculinidad  tan distinto al suyo, un retorno de un hombre más primario, mucho más ostentoso, en el fondo el retorno  del padre temido y  brutal pero lleno de certezas, al que uno admira y odia  a la vez. Un hombre de una pieza  para quien las cosas son blancas o negras, que detesta la ambigüedad sexual y que proclama unos valores que él mismo, como suele ocurrir,  se cuida de no seguir. Puede que  Trump sea el triunfador del momento, pero en realidad es un hombre del pasado,  un poco de mentiras, sobreactuado; uno que puede llevarse a las mujeres que quiera con la chequera, pero que sabe  que el que  de verdad las enamora es alguien como Cohen, capaz de sentirse frágil sin miedo y de expresar lo que siente y susurrarlo al oído.  Ser como Trump, además,  es agotador. No es fácil defender  una reputación así a todas horas.  Es imposible hallar allí un poco de serenidad. Cohen se arruinó, vivió en un monasterio budista y luego volvió a la carretera a cantar de aquí para allá y se apagó de pronto, como había anunciado.  Parecía que el éxito era una molestia que no podía evitar. “El amor no tiene cura, pero es la única cura para todos los  males”, dejó escrito.
(Publicado Diario de Navarra 14-XI)

lunes, noviembre 07, 2016

Baroja

Aguas de Menorca. Garcus.
Cuando volvía a casa, después de escuchar una conferencia sobre Baroja, muerto hace 50 años, recordé a J., una de las personas más generosas que he conocido, y aquella vez en que, tras una desgracia impeorable, como dijo alguien, nos invitó a su casa de Menorca, y allí, después de pasarse todo el día trajinando de aquí para allá, asando en la barbacoa pimientos y berenjenas, hinchando la barca, yendo a Mahón a por pescado, sopesando una langosta de Fornells, dando órdenes, navegando, pelando gambas, finalmente se iba a la cama, donde él caía redondo y los demás descansábamos,  pero a la mañana siguiente siempre  era el que amanecía primero, y por mucho que yo madrugara para tratar de ganarle, cuando salía al porche lo encontraba allí sentado frente al mar, mirándome por encima de la gafas con un libro de Baroja sobre las rodillas, al que volvía enseguida, después de sonreírme, como si le hubiera interrumpido,  mientras el sol comenzaba a subir en el cielo impoluto. Recuerdo un  día lluvioso en el que  dimos un largo paseo por la isla, entre aromas de manzanilla y pino, y otro día que pasamos a la tarde junto a un chalet y vimos a los componentes del grupo Deep Purple, a quien yo había escuchado con furor en mi juventud, sobre todo aquel disco “Made in Japan”, que todavía retumba en mi cabeza, arrastrándose  a duras penas por el  jardín.   Recuerdo muchas cosas de aquel viaje: las risas y los silencios, la botella de ginet,  la luna a la noche reflejada sobre el agua,   pero sobre todo recuerdo  la imagen de J en el jardín,   bajo la luz azulada del amanecer, atrapado por la prosa desmayada de Baroja que  lo mismo presenta a  un tipo en dos brochazos, que dice de una calle que era larga y olía a pan, y con eso basta; le veo  allí  leyendo tranquilamente mientras la casa duerme y el día espera;  veo cómo levanta la vista,  mira a lo lejos  y vuelve enseguida al libro -si junto a tu jardín, dejó dicho Cicerón,  tienes la biblioteca, lo tienes todo- y  si pudiera elegir un momento o pensar en la felicidad, no  se me ocurriría algo  mejor.
(Publicado Diario de Navarra 14/XI)

lunes, octubre 31, 2016

Investidura

Escuché un rato el debate de investidura, aunque a la tercera pierde mucho el clímax, pero al oír a Pablo Iglesias enseguida caí en cuenta de que estábamos ante una especie de escena del hijo pródigo, porque salió Rajoy, después de una lluvia de improperios, como si hubiera oído caer la lluvia y trató a este empollón con coleta como a un hijo descarriado, el hijo pródigo al que hay que hay advertirle que nunca se tiene toda la razón y que el tiempo le hará cambiar. Era entrañable ver a Mariano sin entrar al trapo, porque eso descoloca mucho, y el oponente no sabe bien que hacer. Aunque más que ira contra el padre, aquello era una riña de hermanos, donde Iglesias tiró a muerte contra Hernando, muy serio tras sus gafas de pasta azul, que le dan un aire de hermano Marx, quien parecía el hijo atormentado, preso de culpas inconfesables, que escribe una tortuosa carta al padre diciendo que toda su vida ha estado contra él, pero que ahora, por el bien de la familia, se ve obligado  a apoyarle. A Mariano todo esto parecía traerle un tanto al pairo, pues ha desarrollado una resistencia coriácea. Este hombre tiene un  lado admirable. En estos meses se le han dedicado todo tipo de insultos, se le ha tratado de indecente, ha sido  agredido en la calle sin que aprovechara para sacar tajada de ello, su pueblo le ha nombrado persona non grata a pesar de que no ha linchado a nadie, y él sigue en la brecha,  incluso ha dicho que está ilusionado. Hasta Rivera, al que logró convencer a duras penas y se  prestó a ayudarle, dijo que le vigilaría de cerca, a ver qué hace, como el heredero que sospecha de un padre disoluto. Se ve que este hijo no le hace tanta gracia como el de la coleta, por el que siente una debilidad especial. Es lo que suele pasar con los más cercanos, atónitos cuando se mata un cordero para el pródigo que vuelve al redil.  Desde la tribuna,  ebrio ya de su propio verbo, aplaudido como un tribuno de la plebe, el hijo descarriado  ha dicho que los delincuentes están dentro del Congreso y no fuera y ha mirado expectante al banco azul, pero el candidato le ha mirado por encima de las gafas sin inmutarse,   como acostumbra.
(Publicado Diario de Navarra 31/X)

lunes, octubre 24, 2016

Bravo

Plaza de toros. Miguel Barceló.
El TC ha anulado la prohibición de las corridas de toros en Cataluña, al entender que invadía competencias del Estado. Sin embargo es dudoso que esa rehabilitación de la  tauromaquia sea efectiva, pues en Cataluña, donde parece regir la vieja fórmula foral de esquivar la ley mediante el célebre mecanismo de  “se obedece pero no se cumple”, no suele atenderse estas resoluciones. Incluso cuando se trata de dar un día de fiesta se ponen pegas, como vimos el 12 de octubre, que expresó mejor que nada hasta donde hemos llegado, mediante la hosca imagen de ese concejal de Badalona rompiendo la providencia del Tribunal que le instaba a respetar el día inhábil y plegar. Esto es lo que hacemos aquí con las decisiones de los jueces, parece decir, sin que el resto de los mortales, jueces incluidos, seamos capaces de reaccionar. Frente al viejo sistema de división de poderes y jueces independientes que aplican el derecho e impiden la arbitrariedad, en Badalona tienen un sistema más efectivo: si no nos gusta, pasamos. Sabemos hace tiempo que en realidad es el pueblo de Cataluña, por medio de su Parlamento, quien tiene la última palabra. Así, si decide quitar el voto a la  mujer o suprimir la tauromaquia, nadie se lo puede impedir. La Generalitat y la propia alcaldesa de Barcelona han dicho que no hay cuidado, que nunca volverá a haber toros en Cataluña, un espectáculo que se basa en la tortura de un  animal etc. así  que a ver quién es el guapo que les lleva la contraria. Si había alguna duda, el TC deja una puerta abierta,  pues aunque no pueda decidir  prohibir los toros, a la Generalitat le corresponde regular estos espectáculos, así que no hay cuidado.  Ya decía  Romanones, con razón, aquello de “quedaros con las leyes y dejarme a mí escribir los reglamentos”, y es que con la letra pequeña se puede marear a cualquiera. No es que los toros sean en realidad la cuestión, sino la excusa para este pulso a ver quién manda,  pero es este bello animal, al que se dice querer proteger,  quien será al final el principal perjudicado. Si no hay corridas, se acabará el toro bravo, animal improductivo que requiere una costosa crianza.  Muerto el perro, por cierto, se acabará la rabia.
(Publicado Diario Navarra 24/X)

martes, octubre 18, 2016

Nobel

“Confío en que la Academia haya obrado con imparcialidad”, declaró Churchill con su habitual sorna después de recibir el Premio Nobel de literatura  en 1953, pues sabía que no le daban el premio por sus escritos,  sino como reconocimiento a su coraje al enfrentarse a Hitler, y  por haber perdido luego unas elecciones, tras lo que se retiró a escribir su memorias y pintar acuarelas.  En aquel tiempo, pues, también cocían habas y los premio se daban a veces por cálculo, compromiso o  compensación, como el Nobel de la paz que le han dado a Santos, o el que le dieron a Obama antes que hiciera nada, por si acaso.  Este año no sabemos tampoco  por qué se lo han dado a Dylan, quizás porque tocaba un americano, obviando a Roth (que parece ansiarlo más que nadie)  o De Lillo,  de mucha mayor estatura literaria que Dylan,  que es verdad  que ha escrito canciones magníficas, imborrables,  pero cuyos textos casi nadie habría  leído en un libro.  Cohen ha dicho que este premio es como ponerle una medalla al Everest, y puede que sea verdad, porque Dylan es parte  de la cultura de nuestro tiempo, un imprescindible,  y pertenece a una generación que está despareciendo, pero no es un gran escritor, sino un cantante popular que todavía nos emociona  cuando oímos en su voz desafinada que vamos dando tumbos, que somos  como cantos rodados, como si tuviera el don de haber dado en el clavo. Un chico apocado con una guitarra,  que hoy se mide a duras penas con lo que fue, uno de los grandes. Alguien ha dicho que este premio es un disparate, que el Nobel ha perdido toda credibilidad y que Borges, al que no se lo dieron,  estará satisfecho en su tumba. Pequeñas maldades. Hace años que Dylan  se puso un gran sombrero y se fue a cantarle al papa Wojtyla,  se hizo vagamente  católico, lo que inquietó mucho a sus viejos seguidores  que añoran tiempos de rebeldía. Alberto Manguel, que estuvo en Pamplona hace poco,  dijo que la lectura y los libros han perdido su prestigio,  y tiene razón. Puede que la Academia haya dado el premio a alguien popular en muchos ámbitos como Dylan,  como si escribir  una obra no bastara y  este fuera el precio a  pagar en estos días. (Publicado Diario Navarra 17/10)

lunes, octubre 10, 2016

Siluro

Veo la foto de este periódico, magnífica, en que un operario muestra un siluro gigante a un grupo de chicos que  le sacan fotos con el móvil, como si fuera un concursante de OT, el regreso.  Vean al monstruo, parece decir. El bicho ha salido del vaciado del estanque –llamarle lago es demasiado- de Mendillorri,  junto con esqueleto de un coche, sillas, bicicletas, tortugas, carpas y algún siluro que ha debido  llegar desde Mequinenza. Yo siempre he sido contrario a estos lagos de mentiras, que deben quedar muy bien en los planos pero que se convierten luego en agua estancadas y pantanosas que esconden secretos,  pero no hay barrio que se precie al que no se dote de un gran parque con bancos de diseño, pérgolas imposibles y de un lago con patos y geiser. La foto del lago  hecho un basurero  y el  siluro es una metáfora del mundo, seguramente arruinado de detritus y basura por nuestra desidia, en un día de octubre que parece verano, los arboles confusos sin decidirse a perder la hoja, con el fango y la mierda que aparece cuando quitamos la capa que cubre las apariencias. Puede que asistamos al fin de mundo y que eso es lo que  estén fotografiando los chicos sin saberlo,  el final de todo, en vez de las carpas, la tortuga y el feo  siluro. Podría hacerse un paralelismo entre lo que se esconde bajo la superficie y la situación política, pero no quiero hurgar en la herida, así que  me limito a observar a  esa fila de chicos que sacan fotos al monstruo cuando debieran  tal vez estar en el instituto.  La realidad no es suficiente, parecen decirnos estos muchachos ahí parados, haciendo foto en el móvil para que aflore, como el siluro, que  no es ya  un pez monstruoso sino un fake que circula por la red.  O tal vez el siluro se parezca al profe de sociales. Puede que escarbando en el fondo de estos falsos lagos encontrarán en el futuro un retrato de nuestro mundo,  piezas para  una exposición con  raspas de peces,  hierros retorcidos  y los restos de una laureada que terminó, nadie sabe cómo, bajo el agua, como un testigo molesto.
(Diario de Navarra 10/X)