Aquí tenéis ya RC en formato Epub
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miércoles, julio 19, 2017
viernes, mayo 19, 2017
Making of
(Texto solicitado sobre cómo escribí RC)
El 30 de mayo de 1985 una bomba explotó en un portal de la parte vieja de Pamplona, justo cuando Alfredo Aguirre, un chico de 13 años, entraba en el portal de su casa. La bomba iba dirigida a unos guardias que habían acudido a una falsa llamada de socoro, y fue detonada desde la distancia por unos etarras apostados allí. La explosión de la bomba, que estaba dentro de una bolsa de basura en el portal, destrozó a Alfredo e hirió de gravedad al policía Francisco Sánchez, que había acudido a llamada y que moriría poco después en el hospital. La madre de Alfredo bajó corriendo y se abrazó primero al policía agonizante, creyendo que era su hijo, y luego al ver unas zapatillas que no le eran desconocidas en el otro cadáver comprendió su error. Al día siguiente, los compañeros de Alfredo, a quien apodaban Godo, su clase de 7º de EGB del colegio de Jesuitas, pintaron espontáneamente en la pizarra de su clase: GODO nunca te olvidaremos. En una foto de entonces, un profesor de espadas contempla en silencio la pizarra. 25 años después, aquellos muchachos se reunieron para decir que todavía lo recordaban.
Aquellos eran los años de plomo de Eta, que mataba cada tres días, con una saña que hoy cuesta trabajo imaginar. Mi generación ha tenido que convivir toda la vida con esta violencia nada ciega, sino certeramente dirigida a amedrentar a la sociedad para que cediera por la fuerza a sus pretensiones. A base de bombas, tras esa pesadilla, se iba a construir una Arcadia feliz. Nada nuevo. Después de Aguirre todavía vinieron muchos más. Imposible retener tantos. En Pamplona esto se vivía con una especial intensidad, desde el centro del huracán, con una parte de la población que disculpaba esas muertes, o se inhibía, por miedo o comodidad, como si no pasara nada.
Mucho tiempo después, hacia 2007, cuando el terrorismo estaba en su final, sentí la necesidad de escribir algo sobre este tiempo, esa larga época de violencia, sobre sus víctimas y sus autores. Era algo difícil de evitar y a la vez difícil de abordar para un escritor. Como si faltaran las palabras para hacerse cargo. Como si fuera todo demasiado cercano. Sin embargo, comprendí que no podía escurrir el bulto, que escribir consiste en contar lo que no procede, aquello en que nos va la vida. Si no, ¿para qué hacerlo? Sin embargo, no tenía claro el cómo, me sentía incapaz de inventar algo que lo resumiera todo, buscaba una historia significativa. Por azar me topé con un asunto en el que un etarra, después de salir de la cárcel, encuentra un trabajo e intenta alejarse de su pasado. Pero de pronto, una orden judicial ordena embargar parte de su sueldo para hacer frente a su RC, a su responsabilidad civil, a la indemnización que debe a la víctima. La cuestión es que dejarse embargar era tanto como aceptar que había algo que reparar, reconocer el mal causado, admitir que no hubo razón para matar. Eso, cuando la consigna en ese mundo era rechazar cualquier beneficio penitenciario, cualquier forma de reinserción que viniera a reconocer que la violencia terrorista no era lícita o no estaba justificada. Dejarse embargar era sencillamente colaborar con el enemigo. Una traición. Un ejemplo que no se podía permitir.
Antonio, el preso, se ve presionado para que deje el trabajo de inmediato y debe elegir entre hacer lo que le mandan o salirse de la fila. También Luis, el padre del niño, debe elegir entre pasar página y no reclamar, para que el preso se reinserte, para pacificar las cosas, o seguir demandando lo que se le debe. Aquello, comprendí, concentraba todas las cuestiones en juego que se iban a suscitar enseguida: la muerte, el dolor, la culpa, el duelo, la responsabilidad, el perdón; en suma, como íbamos a cerrar la larga etapa del terrorismo. Y las reunía no de una manera teórica, sino narrativa: en un dilema real. Empecé a escribir. Tenía el etarra que sale de prisión, Antonio, un pobre tipo hijo de un emigrante de Zamora que quiere integrase como sea, no un héroe aguerrido y cruel, como se presenta a veces a los terrorista, sino un buen ejemplo de la banalidad del mal y necesitaba al otro lado a una víctima de su desvarío. Entonces me acordé de Alfredo, Godo, y me valí de él, para arrancar la novela y crear el personaje de Luis, su padre, enfrentado a un duelo imposible. El que empieza ese día maldito en que un niño da una patada a una bolsa de basura en el portal. Luego, escribiendo, comprendí que aquello, más allá de la anécdota, la época y el contexto, adquiría un rango superior, como si fuera aplicable a otras víctimas y otras situaciones, como si fuera parte de una historia mayor que viniera de muy atrás.
Alfredo fue el detonante de esta historia, un niño que apenas aparece en la primera página pero deja un rastro imborrable. Un agujero negro. En el fondo, aunque no salga más que al inicio, todo lo que ocurre depende directamente de él: el desconsuelo y el alejamiento de sus padres, incapaces de soportar su falta; el largo proceso de Antonio, en la cárcel, que poco apoco va sentirse culpable; el devenir de un mundo en que él ya no está y que pese a todo sigue girando; la historia de ambos, Luis y Antonio, víctima y asesino, que van a reunirse por fin un día, frente a frente, por su causa.
Todo es ficción en la novela: la historia, los personaje, y a la vez todo es verdad, pues responde a lo que ocurrió. Cada día, sin faltar uno, hay alguien que recuerda a un ser querido que le fue arrebatado sin razón. Quizás la deuda que tenemos con él sea contar lo ocurrido y que eso consiga darle un poco de consuelo.
El 30 de mayo de 1985 una bomba explotó en un portal de la parte vieja de Pamplona, justo cuando Alfredo Aguirre, un chico de 13 años, entraba en el portal de su casa. La bomba iba dirigida a unos guardias que habían acudido a una falsa llamada de socoro, y fue detonada desde la distancia por unos etarras apostados allí. La explosión de la bomba, que estaba dentro de una bolsa de basura en el portal, destrozó a Alfredo e hirió de gravedad al policía Francisco Sánchez, que había acudido a llamada y que moriría poco después en el hospital. La madre de Alfredo bajó corriendo y se abrazó primero al policía agonizante, creyendo que era su hijo, y luego al ver unas zapatillas que no le eran desconocidas en el otro cadáver comprendió su error. Al día siguiente, los compañeros de Alfredo, a quien apodaban Godo, su clase de 7º de EGB del colegio de Jesuitas, pintaron espontáneamente en la pizarra de su clase: GODO nunca te olvidaremos. En una foto de entonces, un profesor de espadas contempla en silencio la pizarra. 25 años después, aquellos muchachos se reunieron para decir que todavía lo recordaban.
Aquellos eran los años de plomo de Eta, que mataba cada tres días, con una saña que hoy cuesta trabajo imaginar. Mi generación ha tenido que convivir toda la vida con esta violencia nada ciega, sino certeramente dirigida a amedrentar a la sociedad para que cediera por la fuerza a sus pretensiones. A base de bombas, tras esa pesadilla, se iba a construir una Arcadia feliz. Nada nuevo. Después de Aguirre todavía vinieron muchos más. Imposible retener tantos. En Pamplona esto se vivía con una especial intensidad, desde el centro del huracán, con una parte de la población que disculpaba esas muertes, o se inhibía, por miedo o comodidad, como si no pasara nada.
Mucho tiempo después, hacia 2007, cuando el terrorismo estaba en su final, sentí la necesidad de escribir algo sobre este tiempo, esa larga época de violencia, sobre sus víctimas y sus autores. Era algo difícil de evitar y a la vez difícil de abordar para un escritor. Como si faltaran las palabras para hacerse cargo. Como si fuera todo demasiado cercano. Sin embargo, comprendí que no podía escurrir el bulto, que escribir consiste en contar lo que no procede, aquello en que nos va la vida. Si no, ¿para qué hacerlo? Sin embargo, no tenía claro el cómo, me sentía incapaz de inventar algo que lo resumiera todo, buscaba una historia significativa. Por azar me topé con un asunto en el que un etarra, después de salir de la cárcel, encuentra un trabajo e intenta alejarse de su pasado. Pero de pronto, una orden judicial ordena embargar parte de su sueldo para hacer frente a su RC, a su responsabilidad civil, a la indemnización que debe a la víctima. La cuestión es que dejarse embargar era tanto como aceptar que había algo que reparar, reconocer el mal causado, admitir que no hubo razón para matar. Eso, cuando la consigna en ese mundo era rechazar cualquier beneficio penitenciario, cualquier forma de reinserción que viniera a reconocer que la violencia terrorista no era lícita o no estaba justificada. Dejarse embargar era sencillamente colaborar con el enemigo. Una traición. Un ejemplo que no se podía permitir.
Antonio, el preso, se ve presionado para que deje el trabajo de inmediato y debe elegir entre hacer lo que le mandan o salirse de la fila. También Luis, el padre del niño, debe elegir entre pasar página y no reclamar, para que el preso se reinserte, para pacificar las cosas, o seguir demandando lo que se le debe. Aquello, comprendí, concentraba todas las cuestiones en juego que se iban a suscitar enseguida: la muerte, el dolor, la culpa, el duelo, la responsabilidad, el perdón; en suma, como íbamos a cerrar la larga etapa del terrorismo. Y las reunía no de una manera teórica, sino narrativa: en un dilema real. Empecé a escribir. Tenía el etarra que sale de prisión, Antonio, un pobre tipo hijo de un emigrante de Zamora que quiere integrase como sea, no un héroe aguerrido y cruel, como se presenta a veces a los terrorista, sino un buen ejemplo de la banalidad del mal y necesitaba al otro lado a una víctima de su desvarío. Entonces me acordé de Alfredo, Godo, y me valí de él, para arrancar la novela y crear el personaje de Luis, su padre, enfrentado a un duelo imposible. El que empieza ese día maldito en que un niño da una patada a una bolsa de basura en el portal. Luego, escribiendo, comprendí que aquello, más allá de la anécdota, la época y el contexto, adquiría un rango superior, como si fuera aplicable a otras víctimas y otras situaciones, como si fuera parte de una historia mayor que viniera de muy atrás.
Alfredo fue el detonante de esta historia, un niño que apenas aparece en la primera página pero deja un rastro imborrable. Un agujero negro. En el fondo, aunque no salga más que al inicio, todo lo que ocurre depende directamente de él: el desconsuelo y el alejamiento de sus padres, incapaces de soportar su falta; el largo proceso de Antonio, en la cárcel, que poco apoco va sentirse culpable; el devenir de un mundo en que él ya no está y que pese a todo sigue girando; la historia de ambos, Luis y Antonio, víctima y asesino, que van a reunirse por fin un día, frente a frente, por su causa.
Todo es ficción en la novela: la historia, los personaje, y a la vez todo es verdad, pues responde a lo que ocurrió. Cada día, sin faltar uno, hay alguien que recuerda a un ser querido que le fue arrebatado sin razón. Quizás la deuda que tenemos con él sea contar lo ocurrido y que eso consiga darle un poco de consuelo.
viernes, mayo 12, 2017
martes, marzo 21, 2017
martes, marzo 14, 2017
La vida lenta
lunes, marzo 06, 2017
Rulfo, o la maldición de la obra maestra
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El escritor mexicano Juan Rulfo. |
martes, febrero 28, 2017
Verdú
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Verdú junto a Rato en febrero 2012 |
(Publicado Diario Navarra 27/2/17)
lunes, febrero 20, 2017
Vientre de alquiler
Tanto en el reciente congreso del PP, como en el de Podemos, aparentemente tan distintos, se ha planteado a la vez un asunto, en apariencia menor, como el de los vientres de alquiler, con el que ninguno de los dos sabe qué hacer. Pagar a una mujer para que tenga el niño que una pareja, o alguien solo, no puede –o no quiere- tener hace saltar alarmas, no en vano no permitimos que alguien venda el riñón o su propia sangre, y lo sacamos del comercio, pues no todo se puede comprar y vender, aunque alguno se sorprenda. Hacer cargar a alguien con la gestación y el parto, y desconocer el vínculo que se crea con ello y las consecuencias que acarrea, debería hacernos cautelosos, pero como no es posible poner puertas al campo y ya hay quien lo ha apañado fuera y el niño ya está entre nosotros, no tenemos tiempo para pensarlo. Si puede hacerse, ¿Por qué no aquí? Todo lo que la ciencia está en condiciones de hacer, termina haciéndose, aunque esa faz inquietante no queramos verla. Pero lo que todo esto desvela, en realidad, es la falta de deseo de tener hijos que nos aqueja, salvo quizás entre aquellos que no pueden tenerlos, y eso les espolea. "He apostado todo a este proyecto", escuché a una diseñadora de moda que pugnaba por un Goya. "Ni pareja, ni hijos, ni nada que no sea mi trabajo". La necesidad de triunfar, el brillo profesional, el todo se puede, son el modelo que se nos propone por todas partes. Es difícil que así quepa un niño, o que no se supedite a otros anhelos, y resulta lógico que la engorrosa tarea de traerlo al mundo se quiera trasladar a otros. No tener hijos es un gran problema en nuestro país, un lugar cada vez más avejentado y picajoso que no va a poder pagar sus hospitales y pensiones. Pero todo problema, en realidad, engendra su solución, como un vientre en que crece algo nuevo, podemos decir. Vivimos en un mundo confortable al que tocan a la puerta miles de inmigrantes, justo cuando más necesitamos que vengan y que tengan los hijos que aquí no queremos tener. Al menos, hasta que se acomoden y se vuelvan tan perezosos y tan trabajadores a la vez, como nosotros.
(Publicado hoy Diario de Navarra)
(Publicado hoy Diario de Navarra)
lunes, febrero 13, 2017
Voz
Cesó la voz de Pérez de Arteaga, la voz del concierto de año nuevo y sobre todo la voz de tantos programas de Radio Clásica, esa emisora a la que uno puede huir solo moviendo el dial y abandonar todo el ruido y la furia y sobre todo toda la tontería del mundo, y entrar en ese país vecino y a la vez distante de la música, cuyo idioma nos es desconocido pero a la vez entendemos a la perfección, y que él iba descubriendo con su voz envolvente, algo aguda, que tenía algo de erudición y a la vez de fiesta, como la de un niño embelesado con su juguete, y esa voz, al revés de lo que ocurre casi siempre, se correspondía con la de su imagen cuando la vi el otro día por primera vez: un hombre con perilla y gafas, afable, con chaqueta, como un científico o un musicólogo despistado, que es lo que era; la propia voz es algo siempre extraño, basta grabarse un momento en el móvil y escucharse para ver que parece la de otra persona, y casi siempre imaginamos alguien distinto cuando oímos solo su voz; hay voces que imprimen carácter, como la del gran Fernán Gómez, o que son un obstáculo, como la del juez Garzón, y casi todas tienen la ventaja de comunicar mucho más de lo que dicen; algunas, demasiado solemnes, por ejemplo, suenan ridículas; otras, que son rotundas y no admiten réplica, resultan falsas y hoy escuchamos a quienes niegan lo evidente sin inmutarse, porque negar la verdad resulta rentable; hay voces que son historia, como la Franco en sus últimos años, quebrada y asustadiza, como su régimen, o la de Mao, un hombre que tenía en sus manos a otros mil millones, y que debía ser de pito. Recuerdo muy bien la voz de Arteaga, su manera de introducirnos en la profundidad de una música, y a veces, en la radio, en algún día complicado, a punto del desánimo, me dejaba llevar por su voz de pícaro y de sabio a la vez, y así podía escapar de esa otra voz que nos persigue; esa voz interior que nos juzga y nos manda tanto, la que nos impide gozar con lo que hacemos y estar en paz, a la que hay que mantener a raya.
(Publicado Diario deNavarra 13/II)
(Publicado Diario deNavarra 13/II)
lunes, febrero 06, 2017
Caídos
(Publicado Diario Navarra 6/2)
lunes, enero 30, 2017
Reverte
Jorge M. Reverte -el otro Reverte-, cronista de la historia reciente y de la guerra civil, publicó un libro hace poco sobre la matanza de Atocha de la que ahora se cumplen 40 años, en que entrevistaba a los protagonistas de aquellos días en que todo pendía de un hilo y que fue sin duda el momento clave de la transición. Los pistoleros que mataron a cinco abogados de CCOO querían reventar el frágil avance hacia la democracia y provocar una respuesta militar que desbaratara el proceso y, de hecho, el propio gobierno de Suarez, desbordado por la situación, acuciado por todas partes, reconoció que aquellos días no era capaz de garantizar siquiera la seguridad de los heridos ni el cortejo fúnebre. Sin embargo, aquel atentado logró lo contrario que pretendía. “Sirvió para consolidar el camino a la democracia” explica Ruiz Huerta, el abogado que sobrevivió a la bala que chocó contra el bolígrafo que llevaba encima. “El ADN de la democracia está en Atocha”, dice. El orden estricto de aquel desfile con los féretros por las calles de Madrid, lleno de dignidad y silencio, fue a cargo del PCE, que a los pocos meses estaba legalizado. Paca Sauquillo, cuyo hermano fue uno de los asesinados, recuerda la enorme tensión de aquellos días, la violencia que acuciaba desde todos los lados, el miedo reinante. Quien hoy desprecia aquello, no sabe lo que dice. El libro de Reverte confirma la idea de que la transición no fue un guion escrito, sino un proceso frágil y costoso, lleno de incertidumbre, y que las cosas podían haber salido de otra manera. Es la confirmación de que la historia no está escrita, sino en nuestras manos, que nada está determinado del todo. Esto ocurre también para la vida de cada uno, cuya deriva no podemos atribuir sin más a las circunstancias o al destino. Con lo que nos toca, podemos hacer cosas distintas. Cuando escribía el libro de Atocha, Reverte sufrió un ictus que le llevó al borde de la muerte. El mismo sintió en un instante que podía dejarse llevar, o volver. Volvió, y terminó el libro. Desde entonces, por encima de sus secuelas y dificultades, no ha parado. Da gusto leerle.
(Publicado Diario Navarra 30/I)
(Publicado Diario Navarra 30/I)
lunes, enero 23, 2017
Semana negra
Mientras en el Baluarte de Pamplona se celebraba la semana negra, en la que novelistas, forenses, y expertos hablaban del género y daban vueltas a la potencia narrativa del crimen y de su tratamiento en el cine y la literatura, fuera del Baluarte teníamos un caso práctico, la realidad mostraba su lado oscuro, y una mujer moría al parecer a manos de su pareja y era arrojada al río envuelta en una alfombra. El crimen nos horroriza y nos espanta, y nos levantamos contra él, pero al mismo tiempo nos atrae y nos produce una extraña fascinación. Por eso hay jornadas sobre el crimen que suscitan tanto interés, puede que más que cualquier otra cosa, y de qué sino del crimen tratan la mayoría de películas y series que vemos, llenas de asesinos en serie, policías corruptos y cadáveres en el armario. Del crimen queremos saberlo todo y entrar en detalles que nunca nos bastan, y por eso los medio le dedican grandes espacios, junto con las catástrofes de todo tipo; aviones que caen, tornados, terremotos, que serían como un crimen sin autor o con un autor anónimo o genérico como la naturaleza, o el destino, por no hablar del género de las desapariciones, que son enigmas en los que intuimos un final fatal y, que nos mantienen en tensión. Es como si tuviéramos dos almas: una amorosa y compasiva y otra que encuentra algún tipo de satisfacción en lo contrario, dos caras de la montaña, una de luz y otra en sombra, que van variando a lo largo del tiempo, dos pulsiones dentro de nosotros. La dificultad de vivir con los otros, el fenómeno contagioso del odio, la patología del crimen, son también parte de nuestra naturaleza. Para ilustrar lo que es vivir en sociedad, Freud se refirió a un cuento en el que un grupo de erizos enfrenta una noche heladora y se juntan para darse calor, pero entonces las púas de unos y otros se clavan y vuelven a separarse, hasta que el frío les hace juntarse de nuevo y volver a hacerse daño. Buscar la distancia precisa, salvarse uno solo y a la vez con los demás, como los erizos, esa es la cuestión.
(Publicado Diario Navarra 23/I)
lunes, enero 16, 2017
Rescate
![]() |
Ang Rita. Sherpa. |
(Publicado Diario Navarra 16/I/17)
lunes, enero 02, 2017
Mesías
![]() |
Fragmento del Mesias copiado por Beethoven. |
(Publicado Diario de Navarra 2/I/17)
lunes, diciembre 26, 2016
Doctor Ho
(Publicado Diario Navarra 26/XII)
lunes, diciembre 19, 2016
Generación
Cada generación tiene su prueba de fuego, su momento crucial, en su día fue la guerra civil, que partió vidas de cuajo y dejó un país que todavía no ha terminado de reponerse, y donde, por cierto, Navarra se distinguió por abrazar la causa vencedora -abrazar grandes causas ha sido siempre la virtud y el problema de Navarra-, y en las siguientes fue el terrorismo de Eta la piedra de toque donde cada uno se retrató, y así, hubo quien miró para el otro lado, cuando no justificó ese furia totalitaria que quería romper el proceso democrático y la vida civilizada, para sustituirla por el sueño irredento de un nacionalismo obligatorio, del que con suerte nos libramos, y hay también quien no se hurtó de una batalla larga y penosa, sin otra arma que la palabra y el derecho, siempre tan frágiles, pero que a la postre se demostraron tan potentes. Es el terror de Eta el que ha marcado la historia de los últimos 50 años, y lo que cada uno hizo con él, si supo verlo o se puso de perfil, nos define. No cabe ahora echar el reloj atrás, y ponerse a vencer el fascismo 80 años después, o aparecer como campeón de la causa de la víctimas cuando siempre se ha pasado olímpicamente ellas. No es posible tampoco decir que se quiere gobernar para todos y jugar con medias verdades en un asunto tan sensible, intentar diluir aquel terror o taparlo con otros el pasado. Todo ese lenguaje tasado contra todas las violencias al que asistimos, esas direcciones y negociados –si quieres dilatar un asunto, crea una comisión-, al servicio del disimulo, darían risa sino fueran parte de una operación de desmemoria y confusión. Así que no es raro que el gobierno de Navarra se encuentre con la respuesta que las víctimas de ETA le han dado, hartas de que les intente manipular y se les sume a lo que no es. “Se trata de distintas percepciones”, ha contestado muy seria la portavoz del gobierno, “distintas formas de entender las cosas”. Se ve que la forma en que se percibe y entienden ciertas cosas desde el gobierno, no debe tener nada que ver con la de aquellos que las han sufrido de verdad.
(Publicado Diario de Navarra 19/12)
(Publicado Diario de Navarra 19/12)
lunes, diciembre 12, 2016
Cadena
Tobías Wolf escribió un cuento perfecto que tituló “Cadena”, en el que un perro atado con una cadena ataca a un niño mientras su padre corre cuanto puede, ladera abajo, para intentar salvarle, sin que ninguno sepamos si la cadena será tan corta como para parar al perro. Después del suspense, las consecuencias se van también encadenado, y una cosa trae otra, sin parar, en una sucesión regida por el azar y la necesidad a partes iguales. A esta cadena estamos todos atados y con sus eslabones tejemos nuestra vida. Danilo, por ejemplo, el portero del Chapecoense, que sobrevivió unas horas a la catástrofe, comenzó la cadena gracias a sus grandes reflejos con los que paró contra todo pronóstico un penalti en los octavos de la Copa América, lo que franqueó el paso a su equipo a la semifinal. Todo indicaba que allí terminaría su periplo, pues el rival que le correspondió, San Lorenzo, era un plantel mucho más potente. Sin embargo Danilo y sus compañeros lograron volver de Buenos Aires con un meritorio 1-1 que dejaba las espadas en alto, y en la vuelta, empujado por una hinchada entusiasta y el desparpajo de los humildes, Chapecoense resistió las acometidas de San Lorenzo quien, a pesar de hacerse con el juego, vió pasar los minutos sin lograr marcar, tal vez porque sus dos máximas estrellas, Belluschi y Berggerio, fueron baja a ultima hora. Mediada la segunda parte, San Lorenzo tuvo una ocasión de oro que inexplicablemente perdió. En los últimos minutos, por varias veces San Lorenzo estuvo a punto de horadar la meta de Danilo, héroe indiscutible, y fue en una última jugada fuera de tiempo, al borde del pitido, cuando también salvó prodigiosamente con el pie un remate de San Lorenzo, que quedó eliminado. Al acabar el partido, entre el éxtasis de la afición, los vivas y abrazos, el entrenador Caio Junior declaró “si muero hoy, moriría feliz”, adelantándose unos días a su destino. Antes de tomar aquel vuelo aciago, el lateral Tiaguinho supo que iba a ser padre. Desde el avión lo vimos saludar con el resto, eufóricos, a la cámara, mientras el perro corría sujeto a la cadena y ya nadie era capaz de pararlo.
(Publicado Diario de Navarra 12/12)
lunes, diciembre 05, 2016
Isla
Oí un chiste hace poco, en el que Dios va al infierno a ver a Fidel Castro, adonde le ha condenado, dice, por ser un dictador totalitario que ha causado mucho daño, y de paso, añade, me hago una fotito con él. Es como si este el viejo guerrillero vestido de verde, últimamente de chándal, nunca hubiera dejado pese a todo de deslumbrar. En el fondo, tendemos a justificar las dictaduras de izquierdas porque dicen ir contra el capitalismo, un sistema por el que sentimos un gran rechazo en teoría, aunque nos aprovechemos de él cuanto podemos en la práctica, incluidos sus más fieros enemigos. Antonio Escohotado, un pensador muy recomendable, que en su día trató en profundidad el tema de la drogas, ha publicado un largo ensayo titulado “Los enemigos del comercio”, al que considera el motor del cambio y el progreso, y señala cómo el capitalismo, que en el fondo sabemos que nos ha hecho salir de la miseria y la barbarie, nos parece a la vez bárbaro y miserable. No puede compararse la prosperidad lograda por España en las últimas décadas, por ejemplo, con la penuria y la esclerosis de una Isla donde quien puede se va y que nos mira con envidia, pero esto no termina de convencernos. O no lo suficiente, como si nos sintiéramos culpables por nuestra buena suerte. Lo cierto es que el capitalismo, como dice Escohotado, ha vencido sin convencer. Las razones de esto según él son muchas, desde herencias religiosas, pues no en vano está escrito que no es fácil que un rico entre en el reino de los cielos, hasta que resulta un sistema lleno de oportunidades -y de desigualdades-, donde uno necesita sobre todo tener suerte y ser tenaz, para salir adelante. Es como si el capitalismo nos hubiera dado toda clase de bienes, pero nos hubiera privado de ideales; como si fuera una maquinaria que marcha por su cuenta, destruyendo y creando nuevos prodigios sin cesar, cambiando el mundo de arriba abajo cada vez en menos tiempo, pródigo y alienante. Un caballo que es necesario embridar. Pero la nostalgia del amo vestido de verde oliva que lo cambia todo con su fusil, no conduce ya a ninguna parte.
(Publicado Diario de Navarra 5/XII)
(Publicado Diario de Navarra 5/XII)
martes, noviembre 29, 2016
Agradecimiento
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Oliver Sacks |
(Publicado Diario Navarra 28/XI)
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