martes, mayo 29, 2018

Aira y el Nobel

El escritor César Aira
Debido a una serie de abusos sexuales que han salido a la luz en torno al jurado del Nobel de literatura, este año no se concederá el premio. Alguna vez se había pospuesto, o la guerra lo había impedido, pero nunca había pasado algo así. Algo huele a podrido. En realidad si no se da el Nobel no pasa nada. El mundo sigue girando. Mucho más grave sería que los basureros no recogieran la basura, que los cirujanos no tomaran el bisturí, que lo importante fallara. El nobel es una pugna de países y lenguas. Una Eurovisión pero con smoking y canapés caros.  Cesar Aira, un escritor argentino que suele ser candidato, ha dicho que no le gustaría que se lo dieran. Perdería mi anonimato, dice, y yo le creo. Este escritor prolífico, cuyos libros tienen algo de  broma, es un tipo notable, distinto. Apenas da entrevistas ni aparece en la tele, lo que quizás sea ya, para variar, la mejor manera de proyectar la imagen. Ya tenemos al Papa, y a Messi, se trata de logar un nuevo número uno, dice sobre el premio. Aíra acaba de publicar una novelita sobre un escritor de novela gótica que se retira y se dedica al opio. Un disparate, como todas. La literatura es el opio de Aíra, el medio en el que existe. Libros buenos hay muchos, lo difícil es hacer algo distinto, es su lema.  Cuando en su país insisten en el nobel, le piden también un pequeño esfuerzo. Quieren que hable de los derechos humanos, la situación de la mujer o el capitalismo, lo que vendría de perlas para lograrlo. Ningún lugar como estos foros para que brille lo políticamente correcto, y todos saquen pecho, aunque tras las bambalinas, como vemos, impere lo contrario.  Aíra no está dispuesto. Para el, el escritor no tiene otra función que su escritura.  Lo ha repetido en Madrid estos días. Lo importante es ser fiel a sí mismo. No lanzar mensajes. No halagar. Escribo lo mío, dice encogiéndose de hombros. Eso es todo. Su caso me hace recordar esa película soberbia que es "Ciudadano ilustre", que muestra un escritor argentino a quien dan el nobel y vuelve a su pueblo. Un sitio de donde escapó hace tiempo y con razón, según descubre. No hay nobel este año y es un silencio que de pronto se agradece.    

viernes, mayo 04, 2018

Clasico

Boda de Tetis y Peleo. Jacobo Jordaens.
Pasé  por las jornadas de estudios clásicos, en el Museo, para escuchar a Siles, un  poeta que habló  del mito, esa lógica que gobernó el mundo hace tiempo, y a Emilio Río,  que explicó como el latín es la lengua que hablamos sin caer en cuenta, y allí encontré un nutrido grupo que escuchaba atentamente y aplaudía con ganas, y sentí que, a diferencia de otros foros, donde menudean la queja y cierta displicencia, como si nada estuviera como debe, en este había un entusiasmo contenido, un orgullo sereno, tal vez la convicción de que el humanismo clásico, que es la fe que profesan, merece la pena, y puede ser todavía la tabla de salvación para este mundo desquiciado, la medicina para superar las dificultades de la vida. Es como si más allá de los problemas, del arrinconamiento educativo y el menosprecio generalizado hacia las humanidades, no todo estuviera perdido y ahora más que nunca hubiera que conservar la llama.  Onfray, el filósofo francés más irreverente,  ha escrito que nuestra civilización, como todas,  es mortal,  que como cualquier organismo nace, se desarrolla y  muere, y que el mundo que forjaron Grecia y Roma y  la cultura  judeo cristiana,  que es el humus que nos alimenta, lo que nos proporciona nuestras categorías mentales y nuestra forma de entender la vida,  está en trance de desaparecer.  Puede que lo que venga sea un erial donde un cuadro de Rubens no diga nada, y donde Horacio no haya existido. Puede que la ignorancia sea cada vez más orgullosa. Puede que, como en la caída de Roma, vivamos el estertor final de la decadencia. Durante siglos se ha contado la guerra de Troya, que comenzó cuando Eris, diosa de la discordia, lanzó una manzana  de oro preguntando quien era la más bella, vengándose por no haber sido invitada a una boda. Nada nuevo ha ocurrido desde entonces: discordia sigue lanzando su manzana, las guerras, como en Troya, no acaban nunca, la bella Helena es codiciada y los invitados pelean en las bodas. Pero antes la gente conocía el sentido de la historia y el destino de los hombres: lo veía en cuadros y lo escuchaba en versos que hoy se han olvidado y hay que volver a explicar.

martes, abril 03, 2018

Guau

A. Macke. Paisaje con río.
Salí a la calle y hacía más frío de lo esperado, y junto a un árbol un hombre esperaba a que su perro orinase. El perro me miró como si le molestase mi presencia. Llevaba un traje ajustado al cuerpo, modelo manta escocesa, invernal,  y su mirada era vidriosa, parecía desanimado. Según me dijo el dueño, ya tenía 11 años. Eso es mucho para un perro, unos  ochenta para un humano. Allí quieto, jadeaba. El tiempo que viven los animales es la prueba de que existe una especie de reloj que rige cada especie. Si uno nace tortuga, le espera una vida larga, aunque bastante coñazo, donde con suerte comerá a veces un trozo de lechuga.  Ser una mariposa es el colmo. Apenas la vida alcanza un día, con suerte, pero de flor en flor. El ideal humano tal vez sería vivir tanto como una encina, estática y milenaria.  Este  perro, como la mayoría en la ciudad,  había llevado una  vida de lujo, siempre a cubierto, bien alimentado y con cuidados veterinarios, pero eso no parecía haberle servido de mucho. No había muerto apaleado, pero la buena vida no había impedido que a los 11 estuviera para el arrastre, artrósico y aburrido.  Como a todo perro, cada año contaba por siete. Tenía plazo fijo. Algo parecido, pensé,  pasa con el hombre. Ha aumentado la esperanza de  vida en todas partes, pero hay una frontera difícil de traspasar. Apenas hemos logrado aumentar la duración de nuestra existencia. Viene a ser unos 25.000 días.  Es una cuestión de diseño, como si también nosotros tuviéramos una obsolescencia programada. Esa frontera es la que se empeña en retar la ciencia y el delirio de algunos, y se llama transhumanismo: superar la muerte, sobrevivir a toda costa,  llegar a ser una encina.  Ganar tiempo. Es como si le diéramos al perro de la manta una prórroga, como si paráramos el reloj. Pero el tiempo, se ha dicho,  es como un río. En la infancia sentimos que va  despacio, y en la madurez se acelera. Al anochecer aumenta la corriente y nos quedamos muy atrás.  El tiempo huye. No es el rio el que corre, sino  nosotros quienes no podemos seguirlo. Como el perro ahí parado, junto al árbol.

viernes, marzo 23, 2018

Gatopardo


 Escuché a mi amigo R, en la imponente Biblioteca de Navarra, hablar de “El Gatopardo”, esa novela deliciosa del día en que Garibaldi llega a Sicilia,  cuando todo, como es sabido, va a cambiar para que todo siga igual, y más allá de otras cosas, de recordar como Visconti llevó al cine esta historia sobre la decadencia de un noble y de una forma de vida, con Burt Lancaster y la bellísima Cardinale recorriendo las estancias del palacio de Donnafugata para estar a solas,   me conmovió de nuevo  el escuchar el balance de pérdidas y ganancias  que el príncipe Fabrizio, el protagonista,  hace antes de morir,  tratando de “extraer de las cenizas del pasivo las diminutas briznas de oro de  los momento felices”,  de los que apenas rescata las dos semanas previas  a su casamiento y las seis siguientes, media hora cuando nació su primer hijo, ciertas conversaciones, las horas en el observatorio astronómico,  el afecto a algunas personas,  los perros, los alegres escopetazos de la cacería, algunos momento de entusiasmo amoroso, la satisfacción de haber dado respuesta a algún necio;   frente a ello, dice, se impone el contrapeso de  tantos años de dolor y de tedio. Puede que esta sabia novela sea pesimista, pero es una verdad  que la felicidad es una palabra equívoca y lo que la vida nos ofrece son  más bien momentos felices, oportunidades de alcanzar algo profundo, de  captar la belleza, sentir amor, reir,  poder gozar,  experimentar hasta qué punto la vida puede ser indestructiblemente poderosa y placentera solo al sentir el sol en la cara o ver un rostro amado,  cumplir un sueño, ser fiel a uno mismo, comprender. Porque,  por otro lado, siempre somos felices, nos adaptamos a todo. Hay quien es feliz en la indigencia o atado a un trabajo inicuo, idiotizado por  una pantalla, en la ignorancia o sometido a un  amo. Se es feliz en el pabellón de desahuciados, si se vive un día más,  o cuando un dolor nos abandona por fin,  o al ver a alguien más desgraciado. A veces se es feliz con aquello de lo  que uno más se queja.  Pero todo eso no cuenta. Solo cuentan al final las briznas de oro para salvar el balance.

martes, marzo 13, 2018

Primavera

Este ha sido un invierno duro, la nieve todavía acecha y el Arga, como todos los años, vuelve  a dejar un palmo de agua en la Magdalena. Pero ya A. me ha mandado una foto de un crocus amarillo, heraldo de la primavera. Primero salen amarillos, y al poco tiempo lilas o blancos. Misterio. E.B. White, escritor del New Yorker, un clásico,  cuenta en un artículo de 1957, el año que nací yo,  que ha adoptado un cachorro de teckel, un salchicha. Ya había tenido uno, Fred,  que se había dedicado con éxito a bajarle los humos, porque los teckel son perros insobornables. Ahora cuenta que lleva a su casa de Maine al nuevo cachorro y cómo este se pone a husmear por ahí y desentierra una raíz de crocus. Un presagio de la primavera, anota. White tiene un manual para escritores que todavía se usa. En cierto modo, sus consejos podrían resumirse en que no hay que escribir sobre la humanidad, sino sobre un hombre en concreto. Incluso de un perro concreto. White vivía  a caballo entre New York y su granja en Maine, y cuando habla de la vida campestre, resume el mundo.  Una hembra de mapache ha intentado meterse en el hueco del árbol de su jardín donde ya había otra, cuenta, lo que genera una pelea feroz. Al rato, ve a la vencida, que era la primera inquilina, bajar del árbol derrotada y marchar al bosque. Me dio pena, dice, como cualquiera que es desalojado de su lugar por alguien más joven, sea animal u hombre. Cuando está a punto de volver a New York, le llegan unos huevos de oca que había encargado, porque el otoño pasado el zorro se zampó la que tenía, y  decide comprar unos patos para que los incuben en su ausencia. Ese propósito de que un pato críe un ansarino le motiva mucho. El tema de mi vida es el placer que me da la complejidad, dice. En realidad, eso es la mejor definición de su escritura, donde  las pequeñas cosas logran algo rico y frondoso. Los días de febrero se alargan, la luz cobra fuerza, la osa mayor se ve por la noche. Es como un haiku escrito para hoy mismo. De vuelta a la ciudad, con el huraño Fred, recuerda a unos niños que vio al partir, ella con un par de violetas, él con unos narcisos, como si agarraran la primavera.

miércoles, marzo 07, 2018

Diario de Hendaya (28)

5 marzo. Madrid

 

M. Fortuny “Los hijos del pintor Mariano y Maria Luisa en el jardín japonés”

En Madrid siento el agobio de la gente, las calles llenas, los  museos atestados, el enjambre incesante de las abejas, el mundo abigarrado de la ciudad. Pero, a la vez, la calidez que le es propia, la desenvoltura de sus gentes, la cercanía con que te tratan, tan distinta de la forma hosca y lapidaria de Pamplona. Al salir del hotel vamos por la calle del León hasta Atocha y luego por la Cava Baja hasta la Plaza Mayor. En una terraza un tomate enorme y dulce de Barbastro. San Francisco el Grande, con su gran cúpula, la tercera de la Cristiandad, dicen. Un lugar que desde fuera parece lúgubre, cerrado a  cal y canto con una reja. Imposible no pensar en Los Caídos de Pamplona. El cielo encapotado chispea mientras esperamos, lo que hace el lugar todavía más oscuro, vagamente jesuítico.   Un ujier con cara cansada abre por fin la puerta con un chirrido. Dentro lucen dorados y verdes de esperanza, santos,  figuras enormes  por doquier. Todo el Olimpo  pagano del catolicismo que ha llegado hasta aquí después de siglos, con su imaginería y su simbolismo: vírgenes, ángeles, querubines, cortes celestiales, virtudes teologales, advocaciones, monjes franciscanos, dominicos, jerónimos, órdenes militares, cruces de los santos lugares, casullas, ornatos, bronces, mármoles y delirios neo platerescos y barrocos. Ese catolicismo que ha impregnado la historia de España, hasta confundirse con ella.  En medio de todo esto, se pregunta uno, ¿dónde está Dios?
La visita es larga, prolija, interminable.  En la sacristía se ven cuadros sobrantes del museo del Prado y sillerías de monsaterio. Un Zurbarán emboscado. Aquí dentro se guardaron los muebles del Palacio Real durante la guerra, en la seguridad de que este templo tan grandioso no sería bombardeado. Hace frío bajo esta cúpula, un frío de siglos. Aquí fue el funeral de Carrero oficiado por Tarancón. Luego, años de andamio, humedades y silencio. 
Por la noche en la Plaza de Santa Ana. En la mesa de al lado hay tres mujeres, dos de ellas con velo, que apenas comen, junto a un hombre. Una camarera muy joven llega con una  paellera enorme. Las mujeres y el hombre la miran sin tocarla y apenas pican algo de una ensalada cogiendo las hojas de lechuga con la mano,  o examinan con recelo un recipiente con aros de calamar. Hay una extrañeza con la comida, como si nunca hubieran visto algo así. Al rato, la paella vuele casi sin tocar a la cocina. Pagan sin rechistar. Para mí es un pecado de soberbia, un dispendio. No se puede despreciar así la comida. Será el catolicismo que se me ha contagiado en San Francisco, el grande.
Por la mañana tenemos hora para la exposición de Mariano Fortuny. Como si fuéramos al dentista. Recuerdo que de muy pequeño tuve un cuaderno, uno de esos dietarios lujosos que regalaban  a los médicos que me dio mi padre,  que llevaba reproducciones magníficas de Fortuny: batallas  carlistas, la reina en carroza, imágenes de  moros con ropajes y espingardas, caballos, camellos,  jardines, flores, arenas.  Los cuadros que veo ahora –a duras penas, pues hay mucha gente- son, en su mayoría, más pequeños de lo que creía pero están llenos de detalles minúsculos, de humedades y texturas en los muros, de lentejuelas y ojales en los  ropajes. En todos reina la luz. Al final de la exposición están los cuadros que Fortuny pintó  el último verano en Portici, junto a Nápoles, antes de morir, unos cuadros  que adquieren un significado especial, una aire melancólico, que recuerda los versos de Wordsworth, el esplendor en la hierba.

Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo. 


Fortuny había alquilado una villa en Portici con su familia, para pasar el verano. Desde allí escribe a Goyena, un coleccionista de su obra, ferviente admirador y amigo. :
 “Estoy contento y alegre. Me siento libre para pintar de la forma que quiero, alejado de de las exigencias de mi marchante (…) Aquí en Portici, en la villa que he alquilado con mi familia,  me siento relajado  y capaz de pintar lo que me gusta. La playa, el mar, mis hijos. Quiero expresar mis ideas verdaderas, evolucionar como artista. Pinto, pinto todos los días y estoy consiguiendo lo que quiero”.
A los pocos días de escribir esto, Fortuny muere repentinamente de una hemorragia de estómago. Es el  fin de verano. Sus objetos, sus antigüedades,  sus cuadros, se sacan a subasta. Cecilia, su mujer, llama a Goyena -José Irurretagoyena en realidad-  que, como Errazu, otro gran coleccionista de la época, tiene  raíces navarras. Cecilia le pide por favor que sobre todo se haga con una pieza, una obra inacabada de esa dulce época de vacaciones, breve y feliz, en la que pinta a sus hijos en el sofá de un salón japonés. Es su último cuadro. Una obra  distinta, oriental, donde el tema se escapa, sin simetría, con un largo diván y en una esquina una planta enorme junto a un niño, como pintará en su día Lucien Freud. Es el inicio de algo completamente nuevo para lo que no tendrá ya tiempo. Tal vez, se ha dicho, una ruptura comparable con el inminente impresionismo.
La obra se llama “Los hijos del pintor Mariano y Maria Luisa en el jardín japonés”. Cecilia quiere que esa obra no llegue a cualquiera y habla con Goyena. “Pujaré por ella hasta el límite”, promete éste. “El cuadro volverá  casa con usted y sus hijos”.  Goyena cumplió su palabra y Cecilia mantendrá el cuadro toda su vida.  A su muerte pasará a su hijo Mariano, quien lo donará al museo del Prado en 1950.
“Nos habíamos hecho buenos amigos”, había escrito Goyena a Fortuny en una de sus cartas, “aunque, todo hay que decirlo, nunca quiso pintarme un retrato y finalmente se lo tuve que pedir a Madrazo”.

viernes, marzo 02, 2018

Vuelve

De nuevo, Fin de Fiesta

 


 Gracias a ALT autores podéis encontrar aquí  en E Book una nueva edición de mi libro  Fin de Fiesta, con esta jutificación:

"Este es un libro que en 2014 trató de llamar  la atención sobre la deriva de un fenómeno como la fiesta, tan común y a la vez tan propio de cada lugar y momento, tomando como ejemplo las fiestas de sanfermines y el espectáculo vibrante y peligroso del encierro. Hemos perdido la capacidad para la vieja fiesta, venía a decir. Hemos perdido el control. La fiesta no es sinónimo de juerga sin freno donde todo vale.  El libro no encontró en aquel momento los ojos para leerlo, tal vez porque no se posicionaba claramente a favor o en contra, y los asuntos que trataba no admitían tibiezas: estaba en juego la tradición, siempre intocable, la visión de los toros como espectáculo artístico o como barbarie, el estar a favor o en contra de los derechos de los animales, el elogiar a los sanfermines o detestarlos por ser sinónimo de exceso. Los acontecimientos que han sucedido estos años, y la alarma sobre las agresiones sexuales en el contexto de la fiesta, reflejan que esta  preocupación no estaba desencaminada. De todo esto habla este libro, pero no de una manera teórica o discursiva, sino  a través  de una  crónica de la muerte de un joven corredor en el encierro,  algo que pone de pronto  a todo tipo de gente a discutir con ardor, en foros muy distintos, sobre el sentido de jugarse la vida porque sí, del trato a los animales, del respeto a la tradición o  la manera en que gozamos y  de esa cosa que viene de lejos, y que todavía nos distingue como  humanos, la vieja fiesta,  allí donde es posible el éxtasis y el encuentro con los demás de otra manera".

miércoles, febrero 07, 2018

Empty Library


Alguien que estaba en Berlín me mandó hace poco una foto de la Empty Library, la librería vacía, una obra de arte urbano, en una plaza,  que consiste en una ventana de cristal en el pavimento que mira hacia abajo, hacia una habitación bajo tierra llena de estantes vacíos, blancos, sin nada en ellos; un recuerdo de la quema de libros realizada allí por los nazis, en la que ardieron los libro de Freud, de Zweig, de Rosa Luxemburgo y de tantos otros. La piel de la ciudad revela así lo que está escondido, como si fuera un tatuaje que confiesa un secreto. Detrás de la ciudad que vemos  hay una ciudad oculta, a veces llena de marcas del pasado que hay que descubrir. Sobre todo en Berlin, pero no solo.  Ahora han puesto aquí por fin una placa en el portal de la casa donde un niño al que apodaban Godo subió a por la merienda y bajó a jugar a la calle y desde a pocos metros, a pesar de verlo, unos terroristas lo mataron activando una bomba para sorprender a la policía que habían acudido por una  falsa alarma. Era el año 1985.  La madre del niño, al oír la explosión, bajó rápidamente y lo encontró agonizando en el portal. Recordar esto con una placa, más de 30 años después, es abrir un boquete en el tiempo, un agujero en el suelo,  como el de Berlin, para volver a esa época que va quedando atrás. El juicio sobre la época nazi ya está hecho. Hubo una guerra, violencias desatadas,  pero fue esa idea perversa de superioridad racial y desprecio a la vida, ese régimen brutal, el principal culpable y el tiempo lo ha juzgado con severidad, sin difuminar sus culpas, tratando que algo así no se repita.  La muerte de Godo fue como el golpe a una  bola de billar. No tenían nada contra él, no le conocían. Tampoco a los policías que acudieron al aviso. Matarlos era solo la manera de golpear a la sociedad, de  crear miedo para que aceptara lo que quienes mataban querían. La vida  concreta de un  niño no valía nada frente al ideal de conseguir no se sabe qué nación ideal. Ese fanatismo no cabe olvidarlo. Después de su muerte, sus compañeros de curso pintaron en la pizarra: Godo, no te olvidamos y luego firmaron. Está escrito con tiza, pero nunca se va a borrar.   

lunes, febrero 05, 2018

Diario de Hendaya (27)

 L. G. Egido "Agonizar en Salamanca"

 


"Estaba bonita Salamanca, a pesar de la guerra, vista desde fuera, con los signos de su eternidad frente a la fugacidad de la historia".
"Solo los tontos se mueven por una sola razón".
"Al sentarse el viejo rector en su alto sillón presidencial crujió la carta de la mujer de su amigo Atilano Coco, el pastor protestante condenado a muerte que llevaba en su bolsillo".
"Hay que tener cuidado con Azaña que es un escritor sin lectores y será capaz de hacer la revolución para que la gente le lea". (Unamuno)
"La humanidad es como una gata con siete gatitos: se come tres y cría cuatro." (Unamuno)
"No hay peor resentido que el que no quiere entender". (Unamuno)
"Ya no estaba convencido de que la lucha española fuera entre civilización y barbarie, sino entre una barbarie y otra barbarie".
"Dobló la cabeza como un Cristo agonizante y nadie supo que había muerto". 

miércoles, enero 17, 2018

Diario de Hendaya (26)

  15 enero. Diente.

 


Ella está reclinada, en silencio, absorta, esculpiendo mi pequeño diente con una lima, que luego ha de encajar en su agujero, y yo la miro de reojo desde el sillón, con la boca abierta. "Me das envidia", le digo. Ella levanta la cabeza y me mira, interrogante. "Trabajar con las manos", le digo. "No pensar, sino limar ese pequeño diente que me va ir bien". Ella sonríe de nuevo y vuelve al diente. Trabaja con seguridad, como si algo le indicara cuando tiene que parar. Repite el mismo gesto con su  dedo extendido pasando la lima por el diente mientras le da vueltas muy despacio. El dominio del gesto, que siempre pasa desapercibido,  implica   un conocimiento profundo, fundamental, hecho de un montón de experiencias, un largo aprendizaje.  Solo tras muchas repeticiones el carpintero desbroza, el escultor golpea, y el cirujano corta. Algo simple y complejísimo, una actividad a medio camino entre la conciencia y lo que está fuera de ella.  "Entre fuerza y suavidad la mano encuentra y la mente responde", dice el Zhuangzhi, sobre ciertos gestos.  La mano y la mente trabajan una con la otra, sin tensión, en una concentración profunda, silenciosas.   "Al comienzo veía todo el buey ante mí –dice el carnicero que lo ha despiezado mil veces-, luego parte. Hoy lo encuentro con el espíritu, sin verlo ya con los ojos".

martes, enero 09, 2018

Diario de Hendaya (25)

1 enero 2017. HELADO



El mundo estaba helado cuando salí a dar mi paseo el primer día del año,  el paisaje envuelto en nieblas y blanco de cencellada, con el muérdago colgando de los árboles, y mientras andábamos deprisa tras el propio vaho que salía  de la boca, vimos a lo lejos la capilla  de  Eunate,  difuminada entre los árboles, cerrada a cal y canto, más extraña que nunca, como si fuera un templo de tiempos de Zoroastro y después de reponer allí fuerzas, subimos hacia las Nequeas, esos campos que parecen piezas de  patchwork, hechos de lienzos de cereal recién brotado entre  ribazos marrones, retazos de tela atravesados por pistas como cintas blancas.  Allí mismo debían estar los pueblos, pero no se veía nada a causa del puré de niebla que lo cubría todo y que había embarrado la senda que sube hacia Arnotegui.  Allí,  según me contó F., vivía  hace años un ermitaño que no tenía agua, ni luz, ni trabajo; era, el sí, un auténtico antisistema, alguien que se ha salido de la rueda, que ha vencido por fin al consumo y el dinero, que no vive de apariencias y embelecos, sino de lo esencial, algo a la vez valiente y deseable, un signo en este tiempo de locos, pero mientras ascendía con el corazón en un puño y la niebla seguía calándome los huesos, no pude dejar de preguntarme si  ese desprendimiento no sería también una trampa, más vicio que virtud, pues desentenderse del mundo,  ¿no es sobre todo una forma de escapismo?  ¿No se trata de algo muy egoísta? ¿Qué pasaría si todo el mundo desertara, si nadie tirara del carro y cargara con las cosas? Sí, me dije, todo es contradictorio, todo es doble, todo parece siempre oculto por una densa niebla: involucrarse o no,  abstenerse o mancharse las manos,  esa es siempre la cuestión, y ya en lo alto recordé de pronto la máxima  de que hay que estar en el mundo pero sin el mundo, es decir, que hay que emplearse a fondo y perseguir las  cosas, sí,  pero sin esperar nada a cambio, hacer simplemente  lo que uno debe, y confiar. Eso es todo. Así que  descendí bien ligero hacia el pueblo, a paso vivo, sin  quedarme en lo helado, sino yendo mejor al calor de los otros.


1 enero 2018 COMIENZO 

 


No había nadie en las Nequeas cuando pasamos de nuevo el día primero del año, y esta vez el sol lucía a ratos –no como el año pasado, en que había caído la cencellada y la niebla hacía todo indistinguible- de tal forma que los colores del campo, ese patchwork de verdes y marrones, esos violetas repentinos, el amarillo de las grandes pajeras, el marrón de los campos, el azul de las pequeñas flores estaban por doquier, pero de una forma muy tímida, como si no se atreviesen  a brillar y parecían más bien  recién pintados con los pequeños toques de un pincel finísimo, y viendo aquellas extensiones que se ondulaban hacia lo lejos: el pueblo de Mendigorría, el perfil de lejanas sierras, la líneas apenas intuidas del Moncayo, todo bañado en un luz  matizada, como si la luz del amanecer quisiera alargarse hasta el mediodía, hacían que el  paisaje pareciese recién estrenado, como el propio año nuevo en el que las desgracias todavía no habían ocurrido y todo era posible todavía, como sucede con aquello que deseamos pero no hemos emprendido, antes de que nos  muestre sus dificultades e imperfecciones, y mirando aquel paisaje recién hecho, sentí a la vez el orgullo de vivir en un sitio así,  de pasearlo de arriba abajo, buscar sus secretos  y escuchar su voces y a la vez de poder sentirme también ajeno a él, aligerado de todo su peso, casi como un extraño,  pues ya dijo  alguien que pertenece a la moral, es decir, que es un bien que hay que buscar, "no sentirse en casa al estar en  casa", sino sentirse siempre de otra parte, no ser dueños celosos del lugar que habitamos sino inquilinos que están un tiempo de prestado,  de paso, al cuidado de las cosas, pues todos vinimos de algún otro sitio hambrientos o huyendo y al poco tiempo, como suele ocurrir,  nos pusimos a levantar murallas que nos protegen y nos encierran  a la vez,  y peor que despojar a alguien de su origen, es impedir que se desarraigue y eche a volar, sea él mismo, cuando toque, me dije, mirando  los verdes y amarillos, los pequeños caminos, ribazos y sementeras, las piedras y los pájaros que parecían hablarse entre ellos,  siempre de aquí para allá,  sin equipaje.

jueves, enero 04, 2018

Cuaderno de Hendaya (24)

3 Enero. Retrato

 
Juan de Echeverría. Retrato de Unamuno.

Este es el retrato de cuerpo entero: "Unamuno con cuartilla en la mano" que pintó en 1929 el pintor vasco Juan de Echeverría. Al final de su estancia en Hendaya Unamuno posa para distintos artistas que van a verle. Además de Echeverría, que es un viejo amigo, acuden Bienabe Artía, Flores Caperochipi, o el escultor Victorio Macho, que le hace un busto que se hará famoso, a pesar de que Unamuno se presta a posar a regañadientes, pues está posando a la vez para Echeverría. Éste, ya había pintado varios retratos de Unamuno en 1927, y una serie de apuntes y dibujos pero, a su vuelta a Madrid, no está satisfecho, piensa que no ha capturado suficientemente el carácter del modelo, "Debo hacer otro retrato que responda más a la idea que ahora tengo de este escritor".

Cuando vuelve a Hendaya, en 1929, trabaja en este gran óleo en que retrata a Unamuno de cuerpo entero, con aire envarado, lleno de una gran tensión espiritual, con una cuartilla en la mano, como si quisiera impartirnos una lección, vestido con su perenne terno negro, su uniforme civil. La figura, electrizada, con los pelos en punta, tiene la sobriedad de un pastor protestante, recuerda al pastor de la película “Luz de noviembre” con la que inicié este diario. Es un hombre lleno de convicciones, atormentado, que a la vez parece a punto de desmoronarse en cualquier momento, como si su determinación ante las cosas fuera excesiva y encubriera en el fondo una gran debilidad. Es un hombre incorruptible, el escritor –el tiempo lo demostrará, con su enfrentamiento con Millán Astray al comienzo de la guerra- más libre de España.


Para el historiador Lafuente Ferrari se trata de un retrato espectral "con su rostro gastado por la edad y el tenso anhelo de España" y ve en este personaje a un hombre que no es solo el escritor sino "el profeta de la angustia de Dios".


La cuartilla en la mano del retrato no es casual. Mientras posaba, según cuentan testigo de aquellos días, Unamuno no paraba de sacar del bolsillo papeles con versos y escritos sobre la situación española, proclamas y coplas políticas. Flores Caperochipi escribe "D. Miguel posando era un modelo enérgico. De sus bolsillos hinchados sacaba cuartillas que leía, comentaba y aplaudía".


Durante cinco meses, entre 1929 y el comienzo de 1930 en que Unamuno vuelve España, Echeverría pinta éste y otro gran lienzo de Unamuno en pie. Para plasmar la idea que tiene de él, necesita pintarlo e cuerpo entero. Todas las mañanas el pintor toma "el topo" en San Sebastián hasta Hendaya y pinta a su modelo en lo que parece la modesta habitación del Broca, con su papel pintado y su tarima gastada, y luego vuelve a casa. A veces, ambos acuden al Grand Café, en la Place de la Republique de Hendaya, a charlar con otros españoles y jugar a las cartas.


El último día de su destierro, el 9 de febrero de 1930, Echeverría acompaña a Unamuno en la comida de despedida que se le da en Hendaya. "Me despido de esta noble Francia para volver a España en mi segundo nacimiento". Tras esta vuelta a la vida, vivirá seis años más, hasta el aciago fin de año del 36. Una vez en Irún, recibido por Indalecio Prieto, Unamuno da su primer discurso multitudinario y en días sucesivos lo hará en San Sebastián y Bilbao. "La democracia vascongada acoge con delirante entusiasmo a D. Miguel de Unamuno", dirá la prensa local. En Madrid, aparte de los actos oficiales, Echeverría organiza una fiesta en su honor, llena de políticos que van a brillar en la inminente República, y que quieren aparecer a su lado. El, por su parte, ha dejado de momento la cuartilla.

jueves, diciembre 28, 2017

Diario de Hendaya (23)

26 diciembre. De sol a sol. 

 

El escritor José Jiménez Lozano

Callejeando por la mañana entro en una librería de libros usados (un libro, 3 €, dos por 5 €y cinco por 10 €, es el precio) y me hago por 3 euros con un libro de Armada: España de sol a sol, encuadernado en tela, con fotos en blanco y negro, un viaje en el verano del año 2.000 (¡han pasado 17 años!) por España. El primer  capítulo,  en el que vuela desde Nueva York, donde era entonces corresponsal de ABC,  se titula Fuga de muerte como el poema de Celan, lo que dice mucho sobre las aspiraciones del libro y me trae recuerdos (sobre Celan escribí algo en algún tiempo).  La prosa del libro es trabajada, empeñada en describir con precisión, con cielos de basalto y un gato muerto en la carretera junto a un puticlub. Es España. A secas, como el tema de Chick Corea, Spain.   Enseguida me paro en el capítulo que dedica a Jiménez Lozano, Guía espiritual de Castilla, se titula, como la obra de este escritor que alguna vez dijo que no quería ser escritor, sino escribir, y donde caben judío, moros y cristianos. Jiménez vive en Alcazarén, un pueblo minúsculo de Valladolid lindando con Ávila. Cuando Armada le visita tiene 70 años. Por entonces acaba describir Un hombre en la raya y una biografía de Fray Luis de León y sigue leyendo a su autores de siempre: Kierkegard, Simone Weil, Pascal, Juan de la Cruz.  Quizás este hombre sea la expresión de unos  tiempos en que las palabras  querían decir otra cosa. Sobre un azulejo pegado a la tapia, dice Armada, hay una inscripción con una cita de Emily Dickinson:

Si ya no viviese
Cuando los petirrojos vuelvan,
Dadle al de la corbata roja una miga en mi recuerdo.

Armada le lleva en coche por la planicie castellana -esta parte podría tanto ser Jutlandia como Castilla, dice Jiménez mirando por la ventanilla esas extensiones sin un árbol- hasta su pueblo de nacimiento, Langa, y allí, junto al cartel del pueblo, sentado en el suelo y encendiendo un cigarro,  posa para una foto insólita. Hago cálculos y me digo que hoy, si vive, tendría 87 años. Entro en internet y compruebo que acaban de darle un premio, o una condecoración para laicos en la Iglesia, que le ha otorgado este Papa. El ya estuvo de corresponsal en el Vaticano II y siempre ha sido un cristiano heterodoxo (quizás la única forma de ser cristiano).  Representa la tentación mística, la religión inaprensible, la esperanzada llama en el vacío. En el vídeo de la concesión de la medalla se le ve muy mayor dentro de un traje con chaleco que le siente mal, con un cuello de la camisa rebelde que se le levanta y se va hacia un  lado, como si bizquease. Recuerda a Ferlosio recibiendo el Cervantes, pero más pequeño y rechoncho, como un sapo sabio. Sigue teniendo unos ojos azules en una mirada plácida, un poco vidriosa ya. Mirando aquí y allá  encuentro una referencia suya a Unamuno, escrita en 1986, en el cincuentenario de su muerte: "Unamuno es alguien que emite un mensaje directamente emanado de su existencia,  en lugar de dedicarse a una construcción intelectual respecto a la existencia",  que es algo que se dijo también de Kierkegard, el danés.
A veces pienso que debería dejar de escribir, se despide Jiménez, pero ¿qué haría entonces? 

sábado, diciembre 16, 2017

Diario de Hendaya (22)

14  diciembre: muñecas rusas


Como se hace una novela es una falsa novela que recuerda a las muñecas rusas. Unamuno escribe el libro en Paris, recién desterrado, en diciembre de 1924 y se lo entrega a su amigo Jean Cassou en el verano de 1925. Cassou lo traduce al francés -lo mete dentro de otra muñeca-,  y lo publica con el título Comment on fait un roman en la revista Mercure de France, con un prólogo suyo: "Portrait de Unamuno". También entrega el texto original en español a un editor alemán, para que lo traduzca y publique allí. En estas idas y  venidas el texto  se pierde, y cuando Unamuno vuelve a él en Hendaya, en su habitación  del hotel Broca, en 1927, ha de servirse de la versión francesa de Cassou, porque la muñeca primera se ha perdido.  En Hendaya  Unamuno amplía   considerablemente la novela. Allí está más sereno que en París. La visión de la cercana España, los paisajes vascos, dice que le hacen bien. También su empecinada oposición  al Directorio de Primo  le mantiene en tensión. No acepta invitaciones para ir a Europa o a América, ni para volver a España. Sigue en la frontera, negándose a traspasar la línea.  Se mantiene firme, lejos de su familia, sin aceptar siquiera publicar en la prensa española, escribiendo en el hotel, dando paseos a paso rápido. Esbelto –escribe Cassou en  el Portrait-, embutido en su uniforme civil (se refiere a su traje oscuro que usa todos los días)  firme la cabeza sobre los hombros que no han podido sufrir jamás, ni aun en tiempos de nieve, un sobretodo, marcha siempre hacia adelante, indiferente  a la calidad de sus oyentes…"
 Como  se hace una novela es una novela que no es propiamente novela, un texto  con añadidos y digresiones. Un artefacto moderno, podemos decir, en un hombre que no lo es. Una novela eternamente interrumpida, se ha dicho, que se va destapando,  y donde los prólogos y epílogos también son parte del mecanismo, como  patas de un cienpiés. En su Portrait  Cassou dice que Unamuno ha apartado todo lo que no es él mismo, y le tilda de "accidente"  (¿Para qué las coyunturas del mundo habrían de haber producido este accidente, Miguel de Unamuno, sino para que dure y se eternice?),  es pues  una especie de roca en el mar, como las que hay en Hendaya,  indiferente al ir y venir de la marea; un hombre, dice Cassou, formado, dibujado en su realidad física. Algo así como un cabo, o un promontorio. Es ante todo un cuerpo, en el sentido de que tal cosa  no es solo una entidad fisiológica, un mero organismo, sino  una construcción del tiempo, algo hecho tanto de órganos, como de ánimos,  palabras, decisiones, voluntad y azar. Un cuerpo, como dice el Zuagzhi, hecho de nuestras facultades, de nuestras  fuerzas conocidasy desconocidas. Este cuerpo, según Cassou, marcha derecho llevando por donde quiera que vaya su inacabable monólogo, siempre el mismo, a pesar de la riqueza de sus variantes. Un hombre siempre tras una idea y un propósito,  que no duda,  un hombre con la necesidad de hacerse, de crearse a sí mismo, de novelarse, de hacer de sí mismo  la auténtica obra. Vamos sacando una a una las muñecas y dentro está siempre él, bajo todas las capas.

lunes, diciembre 04, 2017

Diario de Hendaya (21)

3 diciembre. Messiaen

 

Oliver Messiaen
Día gélido en Hendaya. Por el camino el paisaje está blanco, y se ven los árboles con la nieve prendida, salpicados de un blanco impoluto, como si un pintor meticuloso hubiera pasado por cada uno, hubiera repetido el gesto.  La playa está batida por olas grandes y un viento helado  que las despeina. Es raro aquí este frío. Vamos hasta el final de la playa, hasta las dunas y a la vuelta comienza a granizar, luego llueve y para, como si el día no se decidiera, quisiera probarlo todo.  De pronto aparece una enorme luna llena pálida sobre la corniche, como si también hubiera nevado sobre ella. Una luna mucho mayor que lo habitual, que parece de tramoya, como si fuera un efecto óptico. Puede que la luna se esté acercando a la tierra y por eso se vea mas, me alarmo. Como si el choque fuera inevitable. Seguramente una tontería. Luego, en casa, veo que es algo así: estos días la elipse que traza la luna le acerca a la tierra y se ve mucho mayor. Al estar en fase de luna llena, el efecto es impactante. A la noche salgo un momento a la terraza por si la veo de nuevo, pero ya no está. Una capa blanca ha caído sobre el suelo y sobre los coches, una capa de hielo erizado. De dentro me llega la música extraña de Messiaen.
Por la mañana vamos a Sara. Caseríos pintados de rojo, restos del otoño en el bosque al abrigo de los montes que hacen frontera. El dulce y extendido paisaje de Sara, quizá el sueño de un país perdido, armónico, bello,  que hay quien busca toda su vida, como una utopía que queda detrás, en el pasado. El camino hasta Zugarramurdi, por la senda, el pueblo de las brujas. Bajo la gran bóveda de la cueva los turistas, bien abrigados, se sacan fotos. Al sol del mediodía tomamos un bocado. Un petirrojo, con el pecho naranja, merodea y al rato mordisquea un resto de manzana con su pequeño pico. Su pareja va y viene sin tenerlas todo consigo. El pájaro me hace pensar en Messiaen.   En 1940, cuando era joven soldado francés , Olivier Messiaen fue apresado por los alemanes y enviado a un stalag en Silesia. (El stalag es un campo para prisioneros de guerra). Allí compuso su “Cuartero para el fin  de los tiempos”, una obra para piano,  violín, violoncelo y clarinete, que eran los instrumentistas con los que contaba en el campo. Messiaen estimaba a los pájaros como los mejores compositores y siempre trató de imitarlos. Además, toda su obra responde a un intenso sentimiento religioso. Es un compositor con un afán profundamente espritual, un católico convencido. El cuarteto se inspira en una cita del Apocalipsis:
     “Vi entonces a otro ángel vigoroso que bajaba del cielo envuelto en una nube; el arco iris aureolaba su cabeza, su rostro parecía el sol y sus piernas columnas de fuego. Plantó el pie derecho en el mar y el izquierdo en tierra, levantó la mano derecha al cielo y juró por el que vive por los siglos de los siglos diciendo: Se ha terminado el tiempo".
La obra se ejecutó por primera vez en enero de 1941, en el propio stalag, frente a un auditorio de prisioneros y vigilantes, unas 5.000 personas.  "Nunca he sido escuchado con tanta atención y comprensión” cuenta  Messiaen, quien añade también:
 "El frío era atroz, el stalag estaba cubierto por la nieve. Los cuatro tocábamos con instrumentos rotos: el violoncelo de Etienne Pasquier sólo tenía tres cuerdas, las teclas del lado derecho de mi piano bajaban y no se levantaban más. Nuestras vestimentas eran inverosímiles: se me había disfrazado con un traje verde completamente desgarrado, y tenía puestos unos zuecos de madera….”
El “Cuarteto para el fin de los tiempos” es una obra difícil, vanguardista, impregnada de claves espirituales. No hay ninguna concesión a la melodía o un desarrollo armónico. No es un himno para elevar la moral de la tropa cautiva, ni una opereta para divertirla. Es una prueba de la profunda convicción de alguien en el valor de su obra y en la función de la música –y del arte en general- para elevar al hombre y salvarlo. Una prueba de pasión y determinación.

martes, noviembre 28, 2017

Diario de Hendaya (20)

26 noviembre. En la cantera

 

Camino desde la cantera.

Domingo. Voy a la cantera de Alaiz temprano, donde transcurre el final de RC. (Donde Luis ensaya el arma y dispara con la pistola de alférez). Comienzo a caminar entre los riscos de la escuela de escalada. El día es frío y las nubes tapan la cima del monte. Recuerdo que un día de año nuevo estuve aquí con Esteban camino de un monte con un nombre que nos daba risa. Putrenaiza. No se ve un alma por este pequeño desfiladero. Miro las paredes y la posibles vías  de escalada y siento de nuevo   el antiguo pánico de alguna  escalada en Echauri, sobre todo un día que se enganchó una cuerda y no podíamos bajar. Más adelante me encuentro con tres paseantes, dos mujeres y un hombre que vienen de Unzué. Uno de ellos lleva un transmisor con el  que escucha las conversaciones  de los  cazadores del pueblo, que están al jabalí.  Hace poco, les digo, he oído  algún tiro. Me cuenta, satisfecho, señalando el aparato que lleva en el bolsillo, que la batida  ya se ha cobrado tres piezas. Más deberían matar, dice el otro. Hay mucho jabalí,  se queja,  y fastidian los campos. Lo remueven todo. También hay mucho corzo dice el primero.  Hablamos del sabor de la carne de corzo, muy fuerte para su gusto. El monte está abandonado. Jabalís por todas partes, corzos, también algún ciervo.  Incluso uno dice haber visto ayer mismo  un muflón. Como me extraño me cuenta que los muflones viajaban  en un camión, camino de alguna parte y como el conductor se enteró de  que había un control de la policía los soltó en la Valdorba. Ahora aparecen de vez en cuando, van de aquí para allá. Como son fauna extraña, no se sabe si han podido contagiar algo a otros bichos, puede que a las ovejas. Por eso la policía advirtió a los cazadores para que si los veían los matasen,  y luego les avisaran. No muy lejos en la ciudad, la gente pone abriguitos y lleva al dentista  a sus mascotas, pienso.  Todavía queda gente de verdad. Esto podía ser un tema para un cuento, me digo, esta doble sensibilidad. El pasado que hace chorizos con la carne de jabalí  y el presente, totalmente alejado de la naturaleza y que trata a los animales como personas.  Enseguida pienso en S que ayer mismo me contó que no sabía si regalarle a su mujer unas clases de piano, porque ella tiene la carrera pero hace muchos años que no toca. Le pregunté por qué y me dijo que no quiere hacerlo a pesar de tener un piano en casa -un piano que nadie toca- pues teme haber perdido la habilidad, no tocar como antes, no estar a la altura. Esto también se presta a un buen relato. No querer algo si no es como antes, tener miedo a no estar a la altura. Una lógica cruel que lleva a desperdiciar el talento. La lógica de nuestra mente es implacable.  No atiende a la utilidad o la moral. Así que ella no quiere en realidad tocar el piano ya.  Le digo que en ese caso debería consultarle antes de regalarle las clases de piano, ya que puede tomarse como una especie de reproche.  Él me da la razón y luego me cuenta que una amiga canadiense  que también tenía la carrera de piano  no podía tocar en Pamplona y él le invitó a su casa, pues allí estaba  el piano al que nadie hacía caso y quedaron un día, pero ella no acudió y luego le confesó que le daba pánico tocar delante suya y de su familia y no hacerlo tan bien como antes, pues aunque ellos no supieran como tocaba antes, ella sí lo sabía y no soportaba no hacerlo igual de bien. En realidad yo entendí el caso perfectamente. No es sino la historia del tiempo que nos va sorprendiendo restándonos facultades. El caso es que ella, la canadiense,  no lo podía soportar. Entonces él buscó una solución y le dio una llave para que acudiese a su casa a una hora que ellos no  estaban para tocar el piano a sus anchas, pero no sabe si llegó a  ir, no se lo comentó nunca. 
Después de despedirme de los paseantes tuerzo a la izquierda y subo por una senda muy empinada un buen rato,  hasta toparme con la niebla. Cuando miro atrás veo los campos de la Valdorba como lienzos verdes. De pronto, un poco más arriba, hace más frio, el aire es distinto y allí es donde comienzan las hayas. Es el paso de la influencia  mediterránea a la atlántica, el paso de una frontera de verdad.  Ahora se ve poco, y entre las hayas todo es más ceremonioso y los pies hacen sonar la hojas caídas como si pasaran hojas de un libro.  Más adelante hay una campa de hierbas altas y secas donde corren a refugiarse los pájaros. Cuando vuelvo al bosque, entre la niebla, aparece un animal parado mirándome Por un momento creo que es un muflón, pero cuando se mueve se oye un badajo. Es un gran potro, los ojos tapados por las crines blancas. Sigo por la senda y más arriba encuentro una balsa vacía, porque este otoño apenas ha llovido todavía. Apenas queda un charco en el fondo y barro. Escribir, recuerdo,  es un trabajo cotidiano que se hace y se decide frase tras frase, un trabajo que no puede definirse, un trabajo que impugna los clisés expresivos. Eso es así. Al escribir es tan importante lo que se pone como los que se quita porque no funciona y no suena bien. No hay que cometer errores fatales. La materia de la escritura es muy equívoca. Yo mismo, me digo pisando las hojas con cuidado, como si hubiera  debajo una trampa, en cierto modo con una precaución parecida a la que es preciso tener al escribir,   voy a tientas. No se trata de conceptos ni de historias. Es un trabajo de percepción.  El mar, los caminos del bosque. Una voluntad de explicarse.  De contar lo que es. Porque lo que es, es  asombroso.  Expresar lo que hay es lo más difícil. Es un esfuerzo por levantar una realidad.  La prosa conduce el curso del pensamiento, es la fuente  a través de la cual entender a los demás y a uno  mismo. Es el sustento de nuestra interioridad. Hay que batallar por la consistencia de la prosa. Escribir de forma prosaica, fuera del concepto, más entre las cosas,  en medio del mundo, fuera de la cháchara incesante, con palabras que vuelven a cobrar sentido.
Desde la balsa vi en un segundo cómo se abría la niebla y  la cima allí cerca, rocosa. Quedarían unos 10 minutos, quizás algo más  pero me entró una extraña prisa (que suele atacarme cuando voy solo), y un deseo intenso de no llegar hasta arriba para así tener excusa y poder volver otro día. Algo así como no tocar el piano pudiendo hacerlo. Así  que di la vuelta y volví sobre mis pasos hasta llegar de nuevo de vuelta a la cantera.