|
Boda de Tetis y Peleo. Jacobo Jordaens. |
Pasé por las jornadas de estudios clásicos, en el Museo, para escuchar a Siles, un poeta que habló del mito, esa lógica que gobernó el mundo hace tiempo, y a Emilio Río, que explicó como el latín es la lengua que hablamos sin caer en cuenta, y allí encontré un nutrido grupo que escuchaba atentamente y aplaudía con ganas, y sentí que, a diferencia de otros foros, donde menudean la queja y cierta displicencia, como si nada estuviera como debe, en este había un entusiasmo contenido, un orgullo sereno, tal vez la convicción de que el humanismo clásico, que es la fe que profesan, merece la pena, y puede ser todavía la tabla de salvación para este mundo desquiciado, la medicina para superar las dificultades de la vida. Es como si más allá de los problemas, del arrinconamiento educativo y el menosprecio generalizado hacia las humanidades, no todo estuviera perdido y ahora más que nunca hubiera que conservar la llama. Onfray, el filósofo francés más irreverente, ha escrito que nuestra civilización, como todas, es mortal, que como cualquier organismo nace, se desarrolla y muere, y que el mundo que forjaron Grecia y Roma y la cultura judeo cristiana, que es el humus que nos alimenta, lo que nos proporciona nuestras categorías mentales y nuestra forma de entender la vida, está en trance de desaparecer. Puede que lo que venga sea un erial donde un cuadro de Rubens no diga nada, y donde Horacio no haya existido. Puede que la ignorancia sea cada vez más orgullosa. Puede que, como en la caída de Roma, vivamos el estertor final de la decadencia. Durante siglos se ha contado la guerra de Troya, que comenzó cuando Eris, diosa de la discordia, lanzó una manzana de oro preguntando quien era la más bella, vengándose por no haber sido invitada a una boda. Nada nuevo ha ocurrido desde entonces: discordia sigue lanzando su manzana, las guerras, como en Troya, no acaban nunca, la bella Helena es codiciada y los invitados pelean en las bodas. Pero antes la gente conocía el sentido de la historia y el destino de los hombres: lo veía en cuadros y lo escuchaba en versos que hoy se han olvidado y hay que volver a explicar.