lunes, agosto 29, 2016

Balance

Un tanto desvaído por la competencia  del calor y las fiestas de los pueblos, el cuadripartito ha hecho balance tras un año de gobierno, con la inevitable autocomplacencia de estas ocasiones, felicitándose por la labor realizada y haciendo votos por seguir muchos años en el cargo. El consejero Laparra, por ejemplo, ha dicho doctoralmente que prevé una hegemonía progresista para los próximo 30-40 años, así que si no queremos pasar por reaccionarios tendremos que aguantarnos. En realidad este año ha sido bastante irrelevante. Los impuestos han subido y en las fiestas la gente participa más que nunca, no se sabe si para celebrarlo o para olvidar.  Por lo demás, lo de siempre.  Aquí toda política tiende siempre a acentuar lo colectivo, lo  propio, aquello que tiene que ver con la tradición y la historia,  y esto vale para todos, a derecha e izquierda.  Nadie discute nuestras peculiaridades,  nadie se atreve a reformar la Administración ni la partida de subvenciones, aunque  cambien los destinatarios.   Si antes teníamos una política donde el sujeto era Navarra, ahora tenemos otra que tiende a un  sujeto colectivo distinto, un programa máximo que lo impregna todo, como si tuviéramos que encontrar una esencia perdida y a eso dedicáramos el tiempo. Yo no sé muy bien hacia dónde irá este gobierno,  oigo que insiste que quiere gobernar para todos, como si en realidad supiese que esa es su piedra en el zapato.  Me fastidia que se pierda tanto tiempo para que algunos  caigan en cuenta  de obviedades.  Por ejemplo,  que todavía haya quien proponga  una banca pública, después del resultado que ha dado mezclar la política con el dinero.  Por lo demás, hemos escuchado muchas lecciones de  ética, mucho anuncio de cambio y regeneración. Siempre el pecado, ya se sabe,  es de los otros.   Aunque luego oigamos a un portavoz del gobierno,  con una venda en los ojos,   decir que un condenado por terrorismo –la peor corrupción de la política-, puede ser un digno candidato a las elecciones.
(Publicado 29-8 Diario de Navarra)

lunes, agosto 22, 2016

Veinticinco


 La última humorada de este largo verano de bloqueo político, un esperpento al que el país ha asistido con cierta displicencia, es que de no prosperar la investidura de Rajoy, las terceras elecciones podrían celebrarse el 25 de diciembre.  Esto es un auténtico tour de force que se suma a las presiones  de todo orden que no sabemos si Sánchez va ser capaz de soportar, para que franquee de una vez el paso a un  gobierno en minoría, lo que sería costoso para su ego, pero le ofrecería al menos alguien  al que poder por fin  oponerse. El infierno de Dante era un lugar en que nada se conectaba con nada, lo que daba mucho vértigo; un  lugar fuera de la lógica y la causalidad de las cosa, que es  lo que nos permite situarnos en el mundo y eso es lo que le está pasando al PSOE con su  decisión de lograr a la vez tres cosas incompatibles: no  permitir gobernar a Rajoy, no querer nuevas elecciones y no poder cerrar un pacto a lo Frankenstein, como bautizó Rubalcaba a una amalgama con Podemos y los nacionalismos. Un imposible infernal. Puede que la intención de Sánchez sea facilitar al final el gobierno, pero haciéndose antes con la cabeza de Rajoy como trofeo y coartada, pero éste no parece estar por la labor. No en vano ha ganado las tres últimas elecciones y ganaría las siguientes, las de la broma del  25 de diciembre, llegado el caso. En realidad, lo que el país está demandando son  respuestas claras a cosas que no se arreglan solas, como el reto independentista del parlamento catalán, y se echa mucho en falta que el constitucionalismo, en vez de dedicarse a maniobras y cálculos,  no sume fuerzas y razones de una vez. Aquí, lo inédito sería una política laica  que saltase por encima de los grandes tabúes y que lograse acuerdos entre distintos, y no jugar a enrocarse.  Un poco de   lógica, de esa que faltaba en el infierno dantesco. “Queremos una reforma valiente”, ha dicho Cs, dispuesto a hacer valer sus condiciones, una vez que  el PSOE les ha cedido gratis todo el campo de juego  y se ha ausentado hasta nuevo aviso.

(Publicado hoy Diario de Navarra.)

viernes, agosto 19, 2016

Ceniza.

Manuel Arroyo en el burladero junto a José Bergamín.
Me alegro que el fino escritor Ayacam, no tan prolijo como desearíamos, haya dedicado esta entrada al libro   "Pisando Ceniza" (agradezco la cortesía de nombrarme), de Manuel Arroyo Stephens, en su repaso de memorias, autobiografías y otros géneros digamos del yo, instancia por otra parte, como se sabe, tan poco fiable. De hecho, en una entrevista en el El Pais, cuando se publicó el libro, el mismo Arroyo declara que "Todo lo que he vivido es una ficcion", lo que suena un poco a pose, pero luego precisa :  "la memoria es una continua invención  que reinventa cuando recuerda", lo que es bastante cierto y basta  ponerse a ello para caer en cuenta. Ademas, como él dice "la escritura tiene ciertas normas que te llevan por su camino". Es decir, exige mas síntesis, mas trama y mas sorpresa que los que la vida real ofrece. Así que la escritura falsea las cosas para hacerse legible, podemos pensar. En realidad falsea las cosas -vaya ironía- para decir la verdad.  Eso es al menos lo que propone la cita en la que se apoya Ayacam, de Vizinczey: "la verdad completa sobre alguien solo puede ser contenida en una novela". Será porque la verdad, como decía Lacan, tiene  estructura de ficción. Es decir, la verdad es inseparable del lenguaje, de sus mecanismos  y de sus efectos, es una construccion del lenguaje. La verdad no es lo real, ni la fisica de particulas, ni una cámara que graba,  ni el microscopio,  sino la narración del sujeto comprometido en su decir. No es el reflejo detallado e inacabable de lo sucesos, sean nimios o enormes, el afán de reproducir la vida en su conjunto, sin prescindir de nada, sino una revelación que tiende a abrirse paso.
 "Solo escribo para la muerte", declara al final  Arroyo en la entrevista. "Es  lo único que me importa".
No. Leyéndole, yo no creo que sea verdad.

lunes, agosto 15, 2016

Rayos

Turner. "La tempestad".
De noche subí a la azotea para tratar de ver las perseidas, pero el cielo estaba cubierto y cuando miré hacia el mar, vi que a lo lejos seguía la tormenta que había pasado sobre nosotros hacía tiempo, y ahora el cielo se iluminaba de pronto y la línea negruzca del agua era acuchillada por un relámpago y enseguida, antes de que uno se diese cuenta, en la otra punta le sucedía otro resplandor, como el juego de luces en un  concierto de rock, y poco a poco aquel espectáculo fue llevando más gente  hasta la playa:  grupos  que se paraban frente a un mar parpadeante y señalaban con el dedo esa masa oscura que  se  iluminaba durante unos segundos por el rayo y, cuando me acerqué hasta la orilla, sentí que hacíamos algo muy especial allí al mirar simplemente al horizonte y esperar,  una suerte de rebeldía: algo en el fondo muy distinto, pensé, a lo que vemos a todas horas en todas partes y que no  es gente que mira el cielo sino  mas bien hacia abajo, hacia  la pantalla del móvil: tipos solos con la vista fija , inmóviles,  como si fueran a entrar en ella,  filas de chicos sentados en un banco, como si esperaran una  consigna para mirase entre ellos, autómatas que hablan por la calle; nada que ver con ese contemplar pacientemente el cielo, algo que también hizo el hombre de las cavernas,  con esperar pacientemente el siguiente resplandor y asistir al viejo espectáculo del mundo,  empalidecido hoy por la pantalla que lo chupa todo y  pensé en Turner, ese pintor de tempestades e incendios, que se ató al  mástil de un  barco para comprobar el fragor de la tormenta, la cascada de colores y sal gruesa, el rayo y el agua helada que le azotó la cara, para poder pintar después el ruido y la furia, el corazón de la tempestad que había sentido en sus propias carnes, eso que llamamos una experiencia real, todo aquello que todavía no ha conseguido -pero lo hará-, ninguna pantalla ni dispositivo, ninguna realidad virtual:  la arena en los pies,   la brisa del mar, el aroma de los pinos, y que quizás alguien esté a punto de lograr, para recluirnos del todo. 
(/Publicado hoy Diario de Navarra)

lunes, agosto 08, 2016

Basiano

Basiano.Foto Joaquín Ciga.
En mi casa había un cuadro de Basiano en el que se veía la Vuelta del Castillo en los años 40, amarillenta por el verano, con la Ciudadela al fondo,  y unas figuras pequeñas que están trillando. Basiano pintaba lo que veía,  y esa Pamplona hoy remota es la que aparece en sus cuadros, reconocible todavía, como si en realidad viviera bajo la actual, con sus escarpadas ripas, el viejo puente de san Pedro, las murallas, el Redín,  los recodos del Arga, un río  que a veces, como él lo pinta, se mancha de nieve, y ese claustro de la catedral que repintó con detalle, como un puntillista; una Pamplona de la que  salía a veces, sin rumbo,  en su biscuter, para pararse frente a las Malloas, el verde de Burguete, o un rincón estellés.  En la exposición que ahora se le dedica en la Ciudadela, a los 50 años de su muerte, hay dos fotografías en las que aparece a contraluz, con gabán, la boina echada atrás, como un pintor parisino.  En una, posa fumando con boquilla, sofisticado, como Gilda.  Era un personaje libre, siempre a su aire, de bohemia modesta, que pintó sin parar durante toda su vida y que pagaba la cuenta pintando un cuadro en la dura posguerra. Basiano tenía don, todo le era fácil,  era muy rápido y el ser tan prolífico le hizo desigual, pero le sirvió para poder sacarse los garbanzos. Dicen que en una época su baremo para cerrar el precio de un cuadro era alegar el frío que había pasado o lo que le costó la pensión cuando lo pintó. Su figura en segundo plano, tratando de vender un cuadro en el café, mientras las largas horas invernales se demoran en los veladores,  podría dar para una película de época, una Colmena en pequeña escala.  Viendo su obra, tan pamplonesa como una ángulo de Eusa, he pensado en este chico de Murchante que empezó a pintar de crío, sin ningún  antecedente familiar, sin nada que lo justificase, como si hubiera sido tocado por un destino irrenunciable, por ese dedo caprichoso que llamamos vocación y que cuando nos señala ya no podemos hacer nada,  so pena de traicionarnos y volvernos mustios, hasta perdernos.

lunes, agosto 01, 2016

Trastienda


La 2 de TVE repuso la otra noche  “La trastienda”, una película de Jorge Grau del ya lejano 1975, que se desarrolla en los sanfermines, y que causó sensación en su día por mostrar el primer desnudo llamado integral de Mª José Cantudo, que hacía el papel de una enfermera que tenía un tórrido romance con un médico de Pamplona, el doctor Navarro, quien se resistía en vano a caer en sus redes. Por la película ha pasado el tiempo y la breve imagen de la Cantudo mirándose en el espejo, que llevó a miles de espectadores al cine, hoy resulta inocua.  Los  sanfermines parecen un poco falsos,  a pesar de estar rodados en la calle, porque quizás es imposible trasladarlos a la pantalla. “La trastienda” en realidad es un film que denuncia la doble moral imperante en la época, en la que por debajo de las apariencias las cosas eran de otra manera. Una sociedad hipócrita,  que se escandaliza y quiere esconder lo que considera moralmente incorrecto, pero que  todo el mundo hace en privado.  Para ello, nada mejor que la conservadora Pamplona de 1975 y el retrato de un médico del Opus atormentado entre sus convicciones y  la caída de ojos de su  enfermera, un clásico. Pero viendo de nuevo esta película, se aprecia  que no solo el desnudo ha perdido ya toda posible provocación, empalidecido por la oferta que hay en todas partes, sino que el propio conflicto de fondo pertenece en buena medida a otra época.  El virtuoso médico que se  debate entre sus instintos y sus convicciones, y se siente culpable, la pugna entre los deseos más secretos y la conciencia, ya no es lo que era. Hoy no hay tanta trastienda. Más bien  existe lo que se llama un empuje a gozar: no se trata tanto de reprimir los impulsos  sino de lanzarlos detrás  de la multitud de objetos que se nos ofrecen para colmarlos, y que prometen una suerte de felicidad  sin excusa posible.  Así, uno ya no es culpable de nada,  salvo de no ser capaz de  disfrutar a tope,  de no gozar como los demás, de ser un aguafiestas,  lo que resulta algo tan inaceptable como antes  al doctor Navarro  no poder contenerse.
(Publicado hoy Diario de Navarra)