miércoles, mayo 27, 2020

Crónica de un confinaminento: el e-book


Ya ha salido a la venta  el libro Crónica de un confinamiento, que viene al ser el día a dia de los 50 que estuvimos recluidos en casa y que  fui poniendo en este blog. Las fotos son de Eduardo Buxens. He añadido alguna cosa pero no he modificado nada de lo escrito. Queda como la huella que dejaron esos días extraños en el ánimo de un contemplador.

domingo, mayo 24, 2020

Tomeo y el cuervo

El escritor Javier Tomeo
El cuervo me ha hecho recordar a Tomeo, un escritor con quien coincidí alguna vez en Cadaqués. Tomeo también era un escritor de imaginación pura como Ramón, con tendencia al absurdo; un aragonés grande, rotundo y buñuelesco, con algo de gran sapo bondadoso. Yo admiraba mucho su literatura, deudora seguramente de Kafka y sin duda de Freud, que a la vez era sobria, llena de humor y desconcertante. Era también amigo de escribir fábulas con animales -con el cuervo, desde luego- y por tanto un moralista. Durante mucho tiempo su obra no tuvo mucha repercusión, porque no era comprometida y tenía una relación lejana, aunque muy certera, con la realidad, pero más tarde fue redescubierta, sus libros se reeditaron, y él logró publicar de nuevo. Era además un gran dialoguista, lo que explica que alguna de sus novelas, para su sorpresa, se convirtiera en obras de teatro. También se cotizó como articulista.
Un día que estábamos en la terraza frente a la playa en Cadaqués, tomando un perfumat -que es la palabra elegante que el catalán tiene para referirse al carajillo- aludió a que le habían sugerido desde el periódico que se ciñera  más a la actualidad (no atenerse a ella es la máxima aspiración de un columnista, por cierto; lograr el artículo redondo que no hable de nada) y me contó que había mandado uno hablando de un cuervo, tras una larga serie dedicada a pájaros, del que estaba muy orgulloso, pero que el director (fastidiado seguramente por estar en agosto trabajando) le había sugerido que, ya que estaba en la playa, podía hablar algo del verano y las vacaciones. Tras el perfumat, Tomeo me dijo que le esperara un momento y se fue al hotel. Volvió enseguida, sonriente, pidió otro perfumat y dijo que todo estaba solucionado. Donde hablaba del cuervo en el artículo había añadido: que ese año no había salido de vacaciones y el resto seguía igual

miércoles, mayo 20, 2020

Cuervo

Cuervo plegado en origami. Ramón Jimenez.

Mi amigo Ramón ha plegado en origami un cuervo magnífico, blanco, níveo, elegante. Es un cuervo de fábula, según dice. Le escribo diciéndole que puede ser también el cuervo de Poe. El cuervo, me contesta, es un pájaro que le atrae mucho por su inteligencia. Cita  el libro “Cuervo” de Boria Sax (no se quién es) que le parece magnifico. En la mitología nórdica, me informa, Odín se servía de dos cuervos Huginn y Muninn para traerle noticias sobre el mundo.
La afición de Ramón a los cuervos me ha extrañado, pues los córvidos en general tienen muy mala fama. Cría cuervos, se dice. A la picaraza, que está por todas partes, por ejemplo, se le tilda de ladrona y de traidora. El grajo es ave como de cementerio. Cuando vuela bajo, además, el frío es del carajo como exige la rima.  Los mirlos quizás sean más simpáticos. Conocí a alguien que tenía uno que silbaba cualquier música que escuchase, y hablaba a veces sin saber que decía, como algún político. 
Existe la creencia de que los grajos son inmortales pues, según parece, nunca nadie ha visto un grajo muerto, cosa que no se si es verdad. Por eso leí a Aldecoa, o tal vez fuera a Benet, que un día que paseaba cerca de  Alcalá de Henares vio un grajo que, según pensó,  bien podría haber conocido a Cervantes.

lunes, mayo 11, 2020

Diario de un confinamiento. Final. Retrato

Foto de Eduardo Buxens


Una vez terminado este diario  he posado para la ocasión. Le he pedido a Buxens que me sacara unas fotos y también alguna de las que que ha sacado estos días en la ciudad para que ilustren mi Crónica de un confinamiento que saldrá en ebook.

lunes, mayo 04, 2020

Diario de un confinamiento XXXIII. Día 50

Día 50. Para celebrarlo amanece un día limpio, brillante, soleado. Por la mañana, muy pronto, salgo a pasear como ayer. Recorro las calles y bajo hacia el campus. Intento seguir el perímetro que he marcado con el radio de un km desde casa, como si circunnavegara la tierra.  No conviene aventurarse fuera de él. Ese es ahora todo el orbe para mí. En algunas panaderías la gente hace cola para que le sirvan un café. Paso por el centro desierto, atravieso el Paseo Sarasate y entro en la parte vieja. En la plazuela de San Francisco dos mendigos charlan tranquilamente en un banco con todas sus pertenencias esparcidas. Ese es el banco donde pasan la cuarentena, me digo. Mas adelante, cerca de Tejería, un gitano sale de una pensión con la mascarilla en el cogote, como un gorro de carnaval y saluda a un vecino que fuma vigilando la calle solitaria.  Se diría que ninguno de los dos ha dormido. Voy por el Paseo de Ronda echando un vistazo al río allí abajo, a los montes recortados en el horizonte que ayer no estaban. En la Taconera un equilibrista que ha tendido una maroma entre dos árboles, a baja altura, da unos pasos cautelosos sobre ella como si se jugara el pellejo. Cerca ya de casa, con la mascarilla puesta, embozado, reconozco caras que no me ven, como si yo también fuera a un baile de carnaval.
Después de desayunar me voy a la cama y caigo redondo. Me siento como si viniera de una expedición por el desierto, con la cara herida por el sol y el viento, ebrio de aire puro, colores y estímulos. Es la falta de costumbre, el enclaustramiento, me digo. O tal vez la astenia de este primer calor. Con la ventana abierta caigo en un sueño hondo del que emerjo a duras penas cada tanto. El golpe que me di hace tiempo en el costado, en Viernes Santo,  todavía me duele y me hace estar boca arriba. Medio dormido recuerdo la historia del prisionero tumbado en la piedra a quien van a arrancar el corazón, la ceremonia sacrificial de los aztecas que se trunca por el eclipse de sol. Sobre esto hizo Cortázar un gran cuento: La noche boca arriba, donde mezcla realidad y sueño.
Pasa el tiempo y sigo en la cama, sin fuerzas. De vez en cuando abro un ojo y luego vuelvo a las profundidades. Por la ventana abierta van llegando sonidos que se alternan según las fases del día.  Hasta las 10, los pasos rápido de corredores y las conversaciones de los paseantes; después, la hora de los mayores: voces aisladas que van menguando. A las 12, los niños, que han salido en masa al parque a disfrutar de sus horas. Es una rueda que se repite. Qué rápido nos acostumbramos a todo. Haríamos cola sin problema con una cartilla de racionamiento. Una larga fila para sacar un poco de dinero. Qué fácil hacen con nosotros lo que quieren.
Cerca de las dos me encuentro mejor y bajo a por el pan y compro una botella de vino. Hoy es el día de la madre. El repartidor viene con unas pizzas. Según el hinduismo, que también tiene predilección por las etapas y las ruedas, ahora estamos en una fase llamada Kali Yuga, que no es muy buena. En este tiempo lo virtual sustituye a lo real, la discordia a la concordia, la materia al espíritu. Está muy bien traído. Ahora, al final del confinamiento,  todo son presagios, propósitos, remordimientos. Nadie sabe qué vendrá. Pienso en la edad del espíritu, la otra cara de la moneda, que iluminará las mentes y abrirá los ojos y los oídos.  A la noche volvemos a salir. Viendo a la gente por la calle se nota un aire distinto. Se diría que estamos ya en la cuesta abajo, en una rampa que nos lleva de vuelta a la vida de antes o a lo que se le parezca. Avanzamos por la hierba húmeda, cautelosos, cruzándonos con más gente y volvemos pronto a casa.

viernes, mayo 01, 2020

Diario de un confinamiento XXXII. Trías

El filososfo Eugenio Trías.
Mientras hago bici escucho podcasts, últimamente a Eugenio Trías, un filósofo que ya murió, el único, dicen, que edificó un sistema de pensamiento propio, quizás el filósofo más importante de la segunda mitad del siglo XX en lengua española, puesto que de la primera parte lo sería Ortega. Trías siempre se ha parecido a Nietzsche, con esos grandes bigotes que casi le tapan la boca y confirma la idea de que uno se va pareciendo a aquello que ama, o a lo que se dedica.  En una de sus últimas entrevistas que he visto pedaleando aparece hinchado ya por la enfermedad que acabaría pronto con él, en su casa de Barcelona con amplios ventanales abiertos a una plaza anodina, la biblioteca ordenada y una gran mesa blanca  de líneas simples, casi vacía de objetos. Cuando se levanta y va hacia la ventana se ven varios cactus alargados, alguno con una discreta flor azul.  Esta predilección por los cactus resistentes, elementales, llenos de pinchos, debe querer decir algo. O tal vez es que necesitan pocos cuidados. Como está mayor y enfermo habla de la muerte con cercanía y pide a la vida en este momento un poco de sosiego, una reconciliación con lo que le rodea. En la pared hay también, perfectamente alineados, una gran cantidad de CD. Trías fue un gran melómano y escribió al final sobre música, algo que es muy difícil. También su última etapa es un largo empeño por batirse con lo espiritual, a lo que dedica la obra que él más estima: La edad del espíritu. Desde el comienzo Trías estuvo volcado en la filosofía, pero también en su sombra. Así se llamaba su primer libro: La filosofía y su sombra. Su propuesta es no abandonar la razón ilustrada, pero no desdeñar lo otro: la pasión, lo espiritual, la religión, las artes. Otras formas de conocimiento que siempre han acompañado al hombre. Hay que reformar la razón y hacer que preste atención a aquello que a veces ha desdeñado demasiado pronto, dice. Quedarse solo la razón y su deriva técnica nos lleva al despeñadero. Hay que buscar la otra mitad. La edad del espíritu es una edad no confesional, ecuménica, unificadora. Una transformación.
El gran concepto unificador de la filosofía de Trías es la idea de límite, ese lugar fronterizo que existe, por ejemplo, entre la razón y lo que esta no alcanza, un limes, una franja que separa, pero a la vez une. Somo habitantes de la frontera; entre la naturaleza y la cultura, entre la razón y la pasión, entre consciente e inconsciente, entre la vida y la muerte. Puede que esta idea de limite sea ahora oportuna, cuando habitamos al borde de algo que no dominamos, en la incertidumbre, recluidos en un estrecho espacio, fiados a la razón y la ciencia, pero a la vez abocados a lo que le sobrepasa. Con una suerte de nostalgia. Ahí está Trías con su vuelta al  espíritu -el pneuma de los griego, el aire- que sopla donde quiere, lo mueve todo y lo transforma, como el viento de esta tarde en que escribo, que mueve las copas de los árboles y crea un sonido como de olas que van y vienen.