martes, junio 27, 2006

Ibo

Habla el gran Kapuscinsky en Ébano, libro (imprescindible) que recoge sus andanzas por Africa, de la comunidad de los Ibo, pueblo que, según asegura, no conoce la noción de culpa y cuyos miembros no sienten remordimientos ante las malas acciones, salvo que éstas sean descubiertas. Sostiene K que frente a nuestra tradición cristiana que interioriza la culpa y provoca el remordimiento y la mala conciencia, la tradición africana viviría de forma más laxa la responsabilidad individual. Todo esto es muy discutible. El propio K, en el mismo libro, relata el trágico destino de Rwanda, y la culpa aniquiladora que aquejó a multitudes enloquecidas en el enfrentamiento entre los hutus y los tutsis. Mi amigo A, cuya opinión estimo mucho, y al que conté las peculiaridades de los Ibo en una de estas soleadas mañanas, me replicó que esto le resultaba de todo punto increíble, ya que no es posible hablar propiamente de ser humano sin incluir la conciencia del mal, la culpa y el remordimiento. ¿Es posible? En estos días me he acorado de K y de los Ibo al ver a los acusados de matar a sangre fría a Miguel Ángel Blanco, atendiendo indiferentes al relato de su crimen. Ha sido un espectáculo tan inquietante, que ha hecho surgir enseguida las interpretaciones piadosas. Seguramente, se nos dice, esta gente esté aparentando. En realidad sienten horror de lo que han hecho, pero no están dispuestos a reconocerlo por las consecuencias políticas que supondría. No es posible, viene a decirse, que un hombre permanezca impertérrito, sin mostrar compasión, ante la madre doliente de quien él ha matado. Uno oye las palabras del acusado al final del juicio, despechadas, llenas de consignas gastadas y de estereotipos (del mismo cariz de las que hemos leído luego en un comunicado) y quiere a toda costa pensar que es todo impostura, un velo para no mirar de frente a la verdad. Es difícil hablar con alguien sumido en un monólogo así. Mas difícil que entendérselas con un Ibo.

(Publicado en DN el 26-6-06)

miércoles, junio 21, 2006

EL VALOR DE UNA VIDA

Hoy juega España (pan comido), juzgan a Txapote por el crimen de Miguel Angel Blanco (hace años, un tiro en la nuca, la gente lloraba) , Cataluña hace cuentas del Estatuto (el caso es hacer cuentas) y en Pamplona todavía queda, colgando de las farolas, algún cartel del congreso que los geriatras, a pesar del calor, celebraron en el Baluarte bajo el lema de “el valor de una vida”. La vida termina siendo, con suerte, competencia de la geriatría. La vida, como dice la canción, no vale nada y está muy bien que alguien, desde las farolas, nos invite a mirar al sujeto concreto, más allá de los porcentajes y las generalizaciones de la política y la ciencia, y señale hacia el hombre como un ser irremplazable, un haz de sentimientos, de dolencias, de sucesos, una historia. Hoy en la tele, antes del partido, veremos tal vez de nuevo al acusado (la gente lloraba) dando despectivamente la espalda al tribunal y charlando para matar el tiempo. El poco valor de una vida. Luego, el equipo español confirmará su buen momento ante los ingenuos saudís. A Zapatero volverán a salirle bien las cosas: nadie se aclara bien con los estatutos, la financiación, el endeudamiento de las familias y la lengua vernácula pero si España vuelve a golear es seguro que no va tan mal. Ya se sabe que los equipos nacionales son un fiel reflejo del país. Serbia, por ejemplo, se duele de la deserción de Montenegro y ha sido goleada por la potente Argentina. Con razón el novelista Gándara, que hoy nos visita en el Museo, dice que Argentina sale al campo con el psicoanálisis hecho: sin angustia y sin presión extra. Algo así es lo que nos han predicado los geriatras en su congreso: el tomarse las cosas con cierta distancia, sin angustias, el intentar ser feliz, es lo que alarga la vida. Y eso, doctor, ¿cómo lo hago.) La geriatría no tiene respuesta para eso. Nadie tiene respuesta para eso. De momento, al menos que el niño Torres esté en plena forma.

(Publicado en DN el 19-VI-06)

miércoles, junio 14, 2006

Maleta

En el gran hotel de Albacete estuve hablando con un abogado de Algeciras que era uno de esos sujetos que uno se encuentra muy raramente, un tipo con un extraordinario talento narrativo, es decir, alguien que aunque en general cuente historias triviales (he venido conduciendo de Sevilla a Albacete, p. ej) lo hace con una gran encanto, sabiendo dosificar la información, crear suspense, incitar interés donde aparentemente no lo hay, cambiar de pronto el foco. (El viaje, en el fondo, escondía dentro el relato de la noche anterior en Sevilla, como una ostra esconde a veces una perla). Este hombre, en la interminable cena del Gran Hotel, con su cambio de tenedores y sus distintas copas de vino (siempre me digo demasiado tarde que no debería haber bebido blanco) me contó varias historias. En una de ellas, muy larga, a su hijo le robaban el equipaje de mano en la estación de Atocha cuando iba acoger el Ave, con la cartera del dinero y el ordenador portátil. El portátil era un regalo que el abogado había hecho a su hijo hacía poco. El chico estaba sin blanca, sin BILLETE, sin ordenador y sin movil, en la estación de Atocha, en el inicio de la Semana Santa.
Cuando una historia es buena, uno vislumbra varias líneas de continuidad, todas prometedoras. El abogado eligió una en la que el chico escarba en el bolsillo y encuentra unas monedas con las que llama a su padre, quien en ese momento, recién llegado a casa, se está quitando la corbata para tirarla a la pisicina. Por mucho que este hombre se indigne y proteste en el teléfono, no tiene nada que hacer. Sabemos empáticamente como padres, y el narrador experimentado nos lo transmite simpelmente con una triste sonrisa, que no solo hará el viaje hasta Madrid y volverá con el chico, sino que pese a sus mas firmes propósitos acabará comprando un nuevo ordenador y un móvil, que salve a su hijo del ostracismo social y de la incomunicación y lo retorne al mundo de los vivos.

martes, junio 13, 2006

Fascista

Se abusa de la palabra fascista. Ya significa cualquier cosa y ninguna. A Arcadi Espada, representante de Ciudadanos de Cataluña, le han llamado fascista y le han agredido por defender el no al Estatut. Ciudadanos es el fenómeno más refrescante que ha dado la política en la última década y lo que ha ocurrido es un disloque y una muestra de la pobreza mental y la agresividad que se genera en ciertos ambientes. Recuerdo aquellas concentraciones hace años para pedir la libertad de un secuestrado por Eta, en las que se nos insultaba y lanzaban pilas, maderas y tornillos. ¡Fascistas!, nos gritaban. No éramos fascistas, pero sí un poco tontos por permanecer allí en silencio, dignamente, como corderos. Nos costó mucho tiempo comprender que era mejor abrir la boca, responder a tanta tontería, reaccionar. Ahora algunos de los que lanzaban tornillos sugieren que tal vez en el pasado tuvieron falta de sensibilidad. Es enternecedor. El caso es que no se sabe bien lo que es un fascista, como tampoco que es un demócrata, pero sospecho que debe tener algo que ver con dejar o no hablar al que piensa diferente. Todos tenemos algo de fascista, todos quisiéramos acallar las insensateces que escuchamos de otros pero tragamos bilis y nos contenemos, cambiamos de cadena, pasamos de largo. El fascista no pasa de largo, sino que en general es acarreado en grupo para reventar actos o dar palizas. El fascismo, históricamente, ama los desfiles, la simbología, la exaltación patriótica desmedida. Arcadi Espada ha escrito un libro con criticas muy fundadas al Estatut desde el punto de vista democrático, ético y hasta gramatical. A un fascista, por ejemplo, no le venga usted con esas zarandajas. El fascismo consiste en consignas claras y en un enemigo que sea claramente identificable. El fascista, por lo demás, fuera del grupo es cobarde y no hace nada si no se le alienta y se le enciende la cabeza, por lo que es vital que quien conscientemente o no le ha dado alas, se las corte. Aunque entonces sea a él a quien le llamen fascista.

(Publicado en DN 12-VI-06)

lunes, junio 12, 2006

Diario

La otra noche, al caer rendido en la cama tras la batalla del día, soñé que recibía una lúcida y buena crítica.

lunes, junio 05, 2006

Magician

Blake

Hice todo lo posible, pero al final no pude resistirme y fui a ver al mago y mentalista Blake en el Gayarre. Dicen que este hombre acertó el gordo de navidad de hace unos años, si bien nunca se ha explicado por que no compró el número. En la sala había un tipo de gente muy distinta a otros espectáculos: parejas de enamorados, familias enteras, adolescentes, sudamericanos, algún barbudo. Era un publico popular, discreto, muy colaborador que, contra toda prudencia, se animaba rápidamente a salir a escena cuando Blake pedía voluntarios. En pocos espectáculos como en la magia, por cierto, el espectador cuenta tanto en la trama. Blake, vestido de negro, comenzó escogiendo contra el calculo de probabilidades la llave que abría el cofre, adivinó los números del DNI de cinco sujetos, hizo con ellos un juego matemático, adivinó el pensamiento, desveló los recuerdos que cinco mujeres habían escrito en un papel, bordó un número de costosa telepatía, en el que descubrió un falta de ortografía en el mensaje mental, falló alguna vez, tal vez para dejara claro que era mortal, y exhibió una gran labia y una elegancia de galán maduro. A mi juicio debió hablar menos y mostrarse más concentrado y hasta un poco ausente, como los magos más clásicos, tipo Mandrake. La gente se veía complacida, no entusiasmada, y en los que subían a escena había una expresión de sorpresa e incredulidad. Todo los que estábamos allí esperábamos, confusamente, algo extraordinario, o temíamos, contra toda lógica, que ese hombre nos mirase a los ojos y supiese ya todo sobre nosotros, que es uno de los temores que arrastramos todos y que mas nos irritan. A la salida un padre mostraba su escepticismo. Había cámaras ocultas, decía. Su hija lo negaba y le reprochaba ser tan incrédulo. En el fondo estaban un poco tristes, como si supieran uno y otro lo que pensaban sin decirlo, como el mismo Blake, o tal vez porque ya era domingo por la noche y volvía la vida de todos los días.
(Publicado en DN el 5-VI-06)