jueves, marzo 21, 2019

Diario de Hendaya, ya en librerías

Pedro Charro. "Diario de Hendaya." Editorial Ken



DIARIO DE HENDAYA
Tras los pasos de Unamuno

En los largos días que Unamuno pasa en el exilio de Hendaya piensa en un libro que se titule “Los días de Hendaya”, que sería un ensayo de muchas cosas: “nada de política, sino poesía, descripciones, filosofía, religión y hasta mística” dice Unamuno, quien no escribirá el libro, aunque en Hendaya no pare de escribir. En la estela de este libro no escrito, el autor de estos otros días de Hendaya sigue los pasos de Unamuno y escribe un Diario que tiene algo de todo eso: modesta poesía, descripción, y hasta un poco de mística, además de autobiografía y hasta novela, no en vano para don Miguel eran lo mismo: palabras lanzadas a todos los vientos. Durante el ciclo de un año, entre dos Pascuas, el autor de este Diario  ve los mismos paisajes de aquel exiliado, recorre los mismos caminos, mira al otro lado del Bidasoa, pisa la tierra y contempla el mar y a veces ve pasar una sombra y siente que el mundo se va a acabar, hasta que al final de estos días de Hendaya  le alcanza  una revelación.

Caídos


Todas las propuestas que se han hecho sobre los Caídos en realidad no saben muy bien  qué hacer con este monumento, un petoste demasiado grande, quicio de un ensanche que se desparrama hacia el sur y lo rodean, lo amputan en sus arquerías por asearlo un  poco, recelan de sus simetrías excesivas, añoran algo más impar, oblicuo, japonés,  una pagoda y  un cerezo;  alguna propuesta incluso lo dilata, otras lo pierden en la extensión de un gran jardín, lo miran desde atrás, huyen de sus proporciones y su afán ostentoso, quieren abrirlo, airearlo, pero no se les ocurre qué meter:  un museo, una oficina más, un memorial;  todas están bien y mal al mismo tiempo, todas tienen algo de estación de tren de Canfranc y de San Francisco el Grande, en Madrid, lleno de polvo de siglos,  todas chocan, en fin, con  la molesta presencia de  este recordatorio del pasado que pide  a gritos una enmienda a la totalidad sin ser derribado, desde luego, pues la ciudad debe mantener sus capas sucesivas, las huellas del pasado, la textura de la historia, sino algo en la línea de lo que el historiador Santos Juliá dijo cuando estuvo por aquí, al rechazar que el Valle de los Caídos pudiera ser  el memorial definitivo que la guerra civil necesita, pues no es posible que un símbolo de reconciliación entre españoles sea algo con tanta significación de parte, de tanta católica exaltación, y debiera consistir tan solo en un muro con los nombres, uno a uno, de todos los muertos de uno y otro bando, igualados por fin, como igualados están frente a la muerte,  no vencedores ni vencidos;  algo así puede que falte en este juego de soluciones: un muro de nombres sin sigla alguna, sin bando, pues ya hace años que el país superó todo esto, es pura historia que remolonean los chicos en los textos escolares; tan solo un muro de nombres sobre el que pasar el dedo al  pronunciarlos:  nombres sonoros y elocuentes de vidas que acabaron antes de tiempo, y tal vez las palabras que pronunció  Azaña en su último discurso -las que recordó Juliá- como epitafio: paz, piedad y perdón.

domingo, marzo 03, 2019

El Ejido


Fui hasta El Ejido, en Almería, porque es difícil ir a un sitio más lejos, y allí encontré un resumen del mundo en miniatura, donde basta cruzar una calle para que todo cambie y  se vaya del todo a nada, de  Europa a África, del zoco a Mango,  del blanco al negro,  y si el mundo futuro dicen que va ser una mezcla de razas, un lugar mestizo, de culturas superpuestas, un lugar  desigual  y prodigioso al mismo tiempo, aquí es como si ya hubiera empezado. El Ejido es un laboratorio donde hay por lo menos noventa nacionalidades y trabajo para todo el mundo, pues esto es un milagro que empezó hace tiempo, cuando campesinos pobres bajaron de las Alpujarras y comenzaron a cubrir las viñas y los campos para  crear pequeños vergeles gracias al agua subterránea de Sierra Nevada, hasta hoy, que dicen que desde el aire, a vista de un satélite, lo primero que destaca en la península Ibérica es una gran mancha blanca brillando al sur, junto al mar; esa mancha que cubre el poniente almeriense y que son los plásticos bajo los que se cultivan  pepinos, tomates, pimientos, berenjenas y demás primicias que llegarán a todos los rincones de Europa. Hoy en estos campos apenas trabajan españoles, y dentro de estos invernaderos que parecen el jardín del edén,  donde un pepino da el estirón en cuando te das la vuelta, hay muchachos  que van tras un sueño imposible con el que han cruzado el mar, pero de momento tienen que doblar el lomo antes de seguir hacia arriba, hacia tierras más frías, donde piensan que todo es distinto; muchachos de Marruecos, de Mali, de Guinea, de cualquier parte, venidos con el empeño y el dinero de  la familia  a quien no pueden defraudar, gastando lo mínimo para mandar algo a casa, en busca de papeles para esquivar una ley que les condena al limbo, haciendo el trabajo que no quiere nadie, tampoco los hijos de aquellos de la Alpujarra que salieron poco a poco  p´alante, tampoco fue  un camino de rosas,  y que ahora se miran en el espejo de los recién llegados con una  mezcla de temor y de nostalgia.