miércoles, junio 25, 2014

El hijo del otro

Esta es una película en la que se intercambian por error dos niños justo después de nacer, uno palestino y otro israelí, de tal forma que  cada uno de ellos vive una vida distinta a la esperada, y solo mucho después, cuando uno va a entrar en el ejército, se descubre la verdad. El muchacho judío es en realidad palestino y el palestino,  judío. Todo esto no es sino una forma de subrayar lo arbitrario de nuestra identidad, su carácter intercambiable, lo frágil que puede ser  aquello que creemos más nuestro e irrenunciable. Cuando Joeph y Jacine descubren que no son lo que pensaban, que uno no es judío sino árabe y al revés, quedan en el aire, desconcertados, y esta confusión es una manera de desactivar el conflicto entre ambos, de relativizarlo, una enseñanza práctica de que por encima de cualquier cosa está  la condición humana. Todo somos en realidad de cualquier parte, del lugar al que otros nos trajeron sin preguntarnos,  de ningún sitio y de todos a la vez. Todos somos lo mismo. Es solo la historia, nuestras experiencias y decisiones –además de nuestra genética-  lo que nos hace. Cada uno de estos chicos está viviendo una vida que no le corresponde, la vida del otro, lo que es la mejor forma de ponerse en su lugar. Esto que ocurre con los individuos sucede también en los pueblos y las naciones, que siempre tienden a creerse poseedores de una identidad única, y se ven distintos a todos los demás. En España, por ejemplo, siempre ha abundado la idea de ser un  país aparte, singular, diferente a todos –y lo mismo cabe decir ahora de sus autonomías- cuando no es así, y no hay nada diferente, como tener una lengua propia por ejemplo, que no podamos encontrar en cualquier parte como hecho diferencial. Tal vez la  tendencia a sentirse muy distinto sea justo el rasgo más común de todos los pueblos, porque ser como los demás es en el fondo  una herida narcisista. La identidad colectiva, como la de los individuos,  es  el fruto de la historia, de los avatares del tiempo, algo que se sigue haciendo, que puede cambiase. La auténtica identidad es algo siempre provisional y depende –lo que nos inquieta- de nosotros mismos.
(Publicado DN 23 junio)

lunes, junio 23, 2014

Romería

Subí de nuevo hasta la ermita,como el año pasado, muy temprano, el sol dándome en la cara y la fresca brisa del norte que me despejaba la mente, ascendiendo por los rasos con la verde yerba bajo los pies,  sorteando pequeños cardos de flores fucsia, margaritas y  violetas, viendo de lejos la ermita y cuando por fin llegué ariba, realmente no muy cansado, viendo el despejado horizonte, la cima de san Donato, Urbasa, la Higa e Izaga hacia el sur, encontré los coches de los que habían subido desde el pueblo, la camionta  que vende garapiñadas, el puesto de quesos, la gente agrupada bajo el porche y me sentí hambriento, más todavía por el olorcillo a tocino que venía de las brasas que allí, bajo cubierto, estaban tostanto, así que me dejé caer, puse cara de bueno y  esperé, pero como nadie me dijo nada, sino que más bien seguían a lo suyo, pregunté a una mujer si había almuerzo, así, en general, dando por sentado que haber subido uno a pie le hacía merecedor de un trozo de longaniza, pero no obtuve respuesta sino que la mujer se encogió de hombros y yo quedé ayuno, así que salí otra vez a apostarme frente al paisaje, que esta vez no me consoló,  porque me entró un gran desazón, me vi desplazado, fuera de onda, no admitido en la cuchipanda y eso me produjo una mezcla de ira y vergüenza, y contra toda cautela, me azuzó, así que esperé un rato y fue llegando más gente, también llegó en andas el santo, más bien la imagen trina, padre hijo y espíritu (en forma de paloma) de la Trinidad, muy deprisa,como si los costaleros hicieran una carrera, y volvió a humear el fuego y a crepitar el torrezno, todo el mundo parecía de nuevo muy animado, comenzaron a  sonar las bandurrias, luego se atacó una ranchera, así que más animado también me acerqué de nuevo hacia una bandeja de metal que ofrecía  pan con tocino y que hacía rato había divisado de reojo,   y lentamente, como un ladrón,  extendí la mano y toqué el alimento, pero justo entonces algo me paralizó, sentí una mirada en el cogote  y me quedé allí, con la mano sobre el bocadillo, inmóvil, pillado in fraganti;  la rondalla atacaba entonces el canto de No te vayas de Navarra, algo que en aquel momento terrible no descarté, y  mientras duró la canción seguí allí sin moverme un milímetro, con las manos en la masa, hasta que ella se acercó y me dijo muy despacio, como si yo no hablara  su idioma,  que ese almuerzo era para los de no sé que pueblo, y que yo no podía coger nada. Correcto, dije yo, dejando de inmediato el bocadillo,  correcto, repetí abrumado,  no se cómo se me ocurrió esa palabra ridícula, correcto, balbucí,  mientras salía de allí falto de aire,  mi reino por un plato de lentejas.

viernes, junio 20, 2014

Taxi

En varias ciudades ha habido huelga de taxistas por la llegada de una aplicación llamada Uber,  por la que conductores no profesionales cobran a usuarios de la plataforma por viajar en coche. Con este sistema cualquiera puede ser taxista sin necesidad de trámites ni autorizaciones, basta tener un móvil y conectarse a la app. “No es justo que, después de pagar una licencia de 155.000 euros, un seguro a todo riesgo y de pasar mil y un controles, cualquiera pueda ejercer de taxista”, ha declarado un portavoz del taxi en Madrid.  Lo cierto es que Uber es un monstruo que cotiza en la bolsa de New York y que ha generado muchas protestas en distintos países,  incluso está prohibido en alguno. No  se trata solo de viajar compartiendo gastos, como hacen otras aplicaciones  y webs;  no es lo mismo que  intercambiar casas de vacaciones o trayectos al trabajo, que es algo que los particulares hacemos cada vez más mediante distintas plataformas, puesto que Uber es, ante todo, una actividad mercantil en la que se cobra un precio, donde existe el ánimo de lucro; a fin de cuentas  una actividad puramente empresarial, salvo que opaca al fisco y   al margen de cualquier regulación. Lo cierto es que vivimos en una sociedad donde la red está a punto de acabar con muchas cosas, desde la manera de leer y escuchar música a las  formas tradicionales de aprender, comprar o comunicarse, y no es posible saber adónde vamos.  Nada es lo mismo cuando cualquier cosa debe estar al alcance de todo el mundo con un clic, sin coste alguno, e intentar regularlo parece estar condenado el fracaso. Todo esto resulta anticuado y poco realista, pero cierto. Hoy, todo lo que la tecnología permite, sea lo que sea, termina haciéndose y nadie es capaz de poner puertas al campo, pues es ella la que está al mando.  Por lo demás, puede ser cierto que la regulación del taxi sea obsoleta y poco accesible,  y seguramente requiere modificaciones profundas, pero mientras lo pensamos y decidimos qué hacer, como ocurre casi siempre,  llega algo como Uber y lo  pone todo patas arriba.
(Publicado DN 16 junio)

martes, junio 10, 2014

Monarquia



Es difícil saber por qué se va el rey Juan Carlos, pero hay quien dice que lo hace en el peor momento, y que su salida es una forma de decir: ahí os quedáis, a ver qué hacéis. El futuro Felipe VI se enfrenta a una situación complicada. Tal vez no tanto como la de su padre,  por quien no se daba un duro en su día  y que ha reinado una época larga y fecunda, con la baraka casi siempre a su favor, pero la conmoción política actual, con el órdago independentista, la profunda crisis de la política, y el propio desprestigio de la corona no presentan un panorama mucho mejor. Para Felipe, se abre la incógnita. Eso me hace pensar que la monarquía es algo de mucho lustre,  pero a la vez un destino impuesto que no siempre debe resultar apetecible y me hace recordar el ejemplo de Claudio, aquel emperador romano  contrahecho y tartamudo, que se puso de moda con la serie Yo Claudio,  a quienes los soldados  pretorianos que acababan de matar a su penoso sobrino, Calígula, encontraron escondido tras los cortinas y le obligaron  a convertirse en emperador, ya que era el único hombre adulto de la familia, lo que  tuvo que aceptar para salvar el pellejo.  En realidad lo hicieron porque pensaban que era tonto, y que sería fácilmente manipulable, pero Claudio, que era un hombre culto y con recursos, se destapó como un  buen  gobernante, ganó gran popularidad y se dedicó a acrecentar el imperio, y terminó convirtiéndose en el  hombre más poderoso de su tiempo. Otro monarca, Amadeo de Saboya, traído por el General  Prim para terminar con la dinastía de los Borbones, se enfrentó a la hostilidad de la corte y al desdén popular y se fue de Madrid a los pocos meses renunciando a la corona. Ser rey es una carga que tiene que gustar mucho para poder ser sobrellevada y  no es extraño que haya lugares en que se extinguió la monarquía pues no había nadie dispuesto a ostentarla,  y otros en que debía ser confiada extranjeros, de acuerdo a testimonios de la antigüedad. Se rey es dejar expropiar tu vida para convertirte en una especie de símbolo,  algo  poco entendible en este mundo de hoy, donde una república parece siempre mejor, aunque alguna sea como la de Kim Jong Un.

(Publicado DN 9 junio)

Podemos



A Felipe González no le gusta “Podemos”, y ha  alertado de que una alternativa bolivariana –algunos dirigentes de ese partido tienen corazón chavista- sería una catástrofe, porquen los  programas utópicos y maximalistas al final terminan repartiendo pobreza. No me gustaría tener decir con el tiempo que ya  lo advertí, ha advertido sin embargo Felipe  que, como hombre de izquierdas, recela del izquierdismo.  “Podemos” ha hecho daño a Psoe y a IU, y no se sabe si es un síntoma pasajero, una fiebre que se curará para las próximas elecciones o la aparición de algo nuevo, mas fresco, capaz de recoger y encauzar el descontento social hacia alguna parte, pero al escuchar a Felipe, me he acordado de la reciente entrevista del Follonero a Mujica, el presidente de Uruguay, al que visitó en esa chacra destartalada en pleno campo que se ha hecho famosa,  con  su perra coja, su cortejo de gatos, el sonido del bandoneón de fondo.  El viejo Mujica habla allí de muchas cosas, con sus ojos brillantes y traviesos a ratos,  un hombre al que el tiempo ha dado una extraña lucidez, a la vez entusiasta y descreído, pero consciente de los límites de las cosas que pueden hacerse.  No es mucho lo que podemos, viene a decir, pero hacer algo merece la pena. Como Felipe, desconfía de la utopía y su objetivo cuando deje el gobierno  sería hacer una escuela de oficios en un campito cercano. La sobriedad, en el fondo, es su programa vital. Cuanto más tienes, más necesitas y más tiempo pierdes, es su mensaje.  Pobres, dice, son aquellos que necesitan mucho. Con este ideario, tal vez imposible en el disparatado mundo de hoy, parece querer retornarnos a un mundo de hace años, cuando todavía no nos gobernaban las fuerzas que hemos desatado, sino que las gobernábamos más o menos.  Ante el Follonero, Mujica explica que la patología conservadora es caer en lo reaccionario, en la vuelta atrás, mientras que la de la izquierda sería caer en el infantilismo, que para él no es sino la confusión permanente de los deseos con la realidad. Lúcido, el viejo.
 (Publicado DN 2 junio)