jueves, febrero 26, 2015

La tierra baldía

"No hay, en el siglo XX, una obra que concentre con tanta intensidad todas las ideas preconcebidas acerca de lo que se entiende por poesía moderna como La tierra baldía, un poema que ha llegado a encarnar no sólo una imagen devastada de su tiempo, sino también una teoría de la tradición exhausta, a la vez que ha propuesto un paradigma de complejidad, oracular e intimidante, que ha generado una especie de ansiedad interpretativa por donde han transitado todas las escuelas críticas, desde el formalismo y el estructuralismo hasta el psicoanálisis y el feminismo", escribe Andreu Jaime, prologuista y traductor de la nueva y bella edición que saca Lumen del célebre poema de Eliot.
Tradición exhausta. Paradigma. Ansiedad interpretativa.
Las palabras del prólogo, complejo y certero, me vinieron  el  sábado a la cabeza cuando,  a pesar de la temible mañana de nieve,  fui  al seminario, en San sebastián, y releyendo a Lacan (Seminario 10, La Angustia) encontré de pronto una referencia a La tierra Baldía, una cita que le sirve para ilustrar la vieja teoría de la superioridad de la mujer en el plano del goce. Lacan se detiene  en un pasaje del poema, el del pobre muchacho chupatintas, que se marcha tras su pequeña aventura con la secretaria,  allí donde se dice:

 Cuando una bella mujer se abandona a la locura
para acabar encontrándose sola
 surca la habitación alisándose los cabellos
 con una mano automática y cambia el disco. 

lunes, febrero 23, 2015

Teoría del todo

Stephen Hawking es un héroe de nuestro tiempo, un superviviente contra todos los pronósticos de la ciencia y a la vez un científico que pretende explicarlo todo con una teoría escueta y bella, una formula en la pizarra que proporcione respuesta cualquier pregunta, o eso dice la película “Teoría del todo”, que cuenta parte de  su vida y que no va, en realidad, sobre ciencia sino sobre el amor, algo que tampoco cabe de momento en una  fórmula. Que Hawking sea una mente maravillosa habitando un cuerpo  desmoronado en una silla de ruedas,  parece la imagen del triunfo de la mente sobre el cuerpo, la prueba de que aquella no necesitaría en realidad del viejo cuerpo, con sus achaques y apetencias, sus impulsos contradictorios y su decadencia; una manera de decir que lo importante es la mente y no la carne, algo que ha sido común en nuestra cultura, pero al ver la película se ve hasta qué punto  es complejo el juego entre ambos, cuerpo y mente, no en vano  la parálisis de Hawking  viene de un fallo de la neurona motora, que no manda sus órdenes a los músculos, por lo que el cuerpo no puede hacer movimientos voluntarios como andar o hablar, pero sí involuntarios, automáticos, no pensados, podemos decir, con lo que Hawking, en realidad puede moverse siempre que no lo haga voluntariamente, sus órganos funcionan, y por eso es capaz de actividad sexual, por ejemplo, lo que es una extraña ironía, como si el cuerpo solo funcionara si la mente no se inmiscuyera y permaneciese al margen; en realidad puede que el cuerpo gane siempre a la mente, basta un dolor de muelas para comprobarlo, o tal vez la mente se sobreponga al cuerpo, o puede que ambos formen una sola cosa sutilmente entrelazada y dependiente una de otra, que es lo que dice la vieja sabiduría, y seamos  un todo, no dos partes, tanto biología como biografía, y así no  hay en realidad una historia del cuerpo o solo o de la mente, sino siempre la de alguien concreto, en este caso un tipo realmente listo, lleno de humor y que a pesar de sus limitaciones es capaz de decidir  y enredarse como cualquiera en este juego de empeños,  deseos y sorpresas que conducen la vida mientras el cuerpo aguante. 
(Publicado DN 23 febrero)

martes, febrero 17, 2015

Miedo

Lucien Freud. Gran interior.
 Muy de mañana el hombre se despierta y siente miedo. Es el peor momento, cuando nada ha ocurrido. Al otro lado de la ventana no ha amanecido todavía, pero el ya no se vuelve a dormir, escucha al rato a su mujer que va hacia la cocina mientras él se hace el dormido y espera la hora de levantarse, la misma de siempre, pero que ahora ya no tiene razón de ser, y allí agazapado en la cama, mientras la claridad comienza a extenderse, busca en vano dentro de sí algo de coraje, pero lo que siente es un temor creciente hacia nada en concreto, algo que viene de dentro de sí mismo, que le acongoja y que enseguida desciende a temores ciertos, externos: a no poder llenar las horas, a la mirada dura de su mujer, a la muerte que llegará, a la falta de señales de sus hijos, a los sonidos de la calle en que la gente se mueve ya con presteza,  sin importarle el frío de este invierno, la nieve acumulada, algo que a él le atemoriza también, le hace sentirse preso, sin poder moverse a sus anchas,   y siente que no va a poder levantase, que no podrá mirar a la cara a su mujer que trasiega en la cocina, que no sabrá qué hacer con el día, pero como son las ocho siente que no tiene otro remedio, se desprende de las sabanas y se levanta, se cruza con su mujer por el pasillo y emite un quejido que ella no contesta; luego, en la cocina, mientras se prepara el desayuno, escucha en la radio que en París reina el pánico tras el atentado de la yihad al periódico ese de las caricaturas,  y eso le suscita una especie de envidia: preferiría un enemigo externo, identificable, una amenaza clara con la que enfrentarse, a la que dedicar las cautelas, de la que protegerse, que este temor que le viene como a oleadas y no le deja vivir, este pánico que le acomete, esa forma de darse por vencido y no poder con nada, de sentirse en todas partes de más. Ahora, cuando va por la calle, se siente de pronto más pequeño, como si hubiera encogido,  se va apartando de los transeúntes, se hace  a un lado. Sentir su cobardía, comprende,  es lo que le da miedo.
  Lo que hace ahora es inspeccionar los jardines, velar porque todo esté en orden, porque él trabajó durante años de jardinero, así que ahora la vista se le va hacia las plantas, se duele del abandono de la hierba crecida en ciertos sitios,  comprueba  las matas de aligustres, de pasada retira las hojas secas de un arbusto,  arranca las cortezas de los chopos, mueve la cabeza ante esa palmera china que tiene los pies en el hielo y no va a soportarlo, se preocupa por las flores de la mediana que ve mustias por el paso de los coches, toda esa desidia también le duele y le hace recordar lo que él podría hacer, algo que le quema y le desazona, algo que ve injusto, pero ante lo que no puede hacer nada; al menos allí, en ese mundo vegetal, se ve a salvo,  allí no tiene nada que temer; siempre le han gustado las plantas, ahora es lo único que le hace sentirse mejor y por eso dedica una parte  de la mañanas a ese trabajo furtivo, a esa labor que le hace sentir que hace algo pero, a la vez, le da también miedo, como si alguien pudiera llamarle la atención y dejarle sin él, así que al cabo de un rato se escabulle y va  la compra, que es su auténtica labor ese día, como cualquier otro, intenta cumplir su tarea pero enseguida se detiene: tenía que comprar carne picada pero, ¿cuantos gramos le dijo ella? ¿400? ¿600? La duda le hace sentir un escalofrío y vuelve de pronto la desazón de la mañana, la sensación de que hubiera sido mejor no levantase, el no saber qué hacer, hasta que decide que debe preguntar a la carnicera, ella le dirá lo que es común para dos personas pero, tontamente, sin que puede evitarlo,  no se decide a hacerlo, le da miedo, y sin pensarlo deja el mostrador y se acerca a mirar las aceitunas de un puesto cercano,  escucha el regateo de las  mujeres en la pescadería, desde cuyo mostrador le mira una merluza rígida con la boca abierta en la que se ven los dientes afilados. No sabe qué hacer ni adonde ir, despacio se dirige a la salida, dará otra vuelta para ver si han resistido los geranios de la isleta y luego quizás vuelva por el picadillo, si puede; en la puerta un hombre de rodillas pide limosna y le mira con cara de lástima.   
(Publicado en Diván el terrible, 16/2/2015)

Diván el Terrible

lunes, febrero 16, 2015

Carnaval

Todavía hay grandes bolos de nieve helada cuando voy a casa, después de esta semana de intenso frío,  pero el sol ha salido un rato y el tiempo ha templado, un petirrojo busca aquí y allá, torciendo su cabeza, y mientras voy andando me cruzo con chicos disfrazados de pieles roja y de ranas verdes volviendo del colegio, un crío  muy pequeño, que también recuerda al petirrojo,  va del brazo  de su madre vestido como un personaje del carnaval de Lanz, con su gorro de cucurucho, la cara tapada, las cintas y una escoba en la mano, como un Chacho  de los que terminan moliendo  a palos a Miel Otxin, el bandolero.  Es carnaval. Un tiempo de exceso que antes se contraponía a la  cuaresma con sus ayunos y rigores. Sin una no había del otro. Don carnal contra doña cuaresma. El carnaval es un hijo del cristianismo, o mejor del catolicismo, que siempre ha tenido una moral muy particular,  una mezcla de exigencia y permisividad, que entiende que si se ha de hacer sacrificios y penitencias antes hay que pecar a conciencia,  hay que dar un poco de suelta, y esa mezcla de pecado y perdón, de flaqueza y misericordia,  siempre ha regido el calendario y las costumbres, ha organizado el comercio de las almas y la salvación, y algo de eso  hay todavía hoy en ese rasgo colectivo de la doble moral, del predicar y no dar trigo.  Mientras el hombre ha creído que su vida estaba sometida a fuerzas sobrenaturales, el Carnaval ha sido posible, escribió Caro Baroja, uno de los impulsores de la revivencia, como la llama, del carnaval de Lanz en 1964, con su desfile de personajes, zaldiko, ziripot, Miel Otxin, que es para él, el carnaval en sí mismo, juzgado y  quemado y que se termina y evapora como el invierno que declina y el tiempo viejo. Poco de esto tiene ya razón de ser hoy, donde el carnaval con sus máscaras y su disfraz, esa excitante sensación de estar oculto, irreconocible -es decir, impune- se ha traslado por encanto a la noche de fin de año,  como si algo de la vieja necesidad de ser por un rato otro, alguien distinto, no siempre yo,  todavía buscara su momento.
(Publicado DN 16 febrero)

lunes, febrero 09, 2015

Monedero

Después de haber dicho que estaba todo en regla y que no tenía miedo a Montoro, que ya es decir, Monedero, número 2 de Podemos, ha hecho una declaración complementaria para regularizar el dinero que no pagó a Hacienda –más de  100.000 €- reconociendo así, de hecho, que no había pagado los impuestos que le correspondían. Al crear una pantalla societaria para evitar tributar el máximo, entre otras cosas, demuestra que el principio de que quien más tiene, mas paga, está muy bien para defender desde la tribuna, pero a la hora de la verdad es mejor escaquearse.  Desde su partido han dicho que Monedero ha cumplido, pero lo cierto es que lo ha hecho tarde y mal, y ante la amenaza de una inspección inminente. Así no vale. Sin embargo, nada de esto va a afectar a Podemos, un partido al que se le perdona todo, y cuyas irregularidades aparecen, de momento, como peccata minuta frente  la sistemática corrupción que afecta a los grandes  partidos. En realidad, hacen mal sus competidores en cargar las tintas  sobre Podemos solo con este argumento, en centrarse en que en todas partes cuecen habas,  algo que se vuelve enseguida contra ellos, no en vano le llevan mucha ventaja,  mientras evitan la confrontación de las ideas, que sería lo procedente. Lo peor no es la tosca ingeniería fiscal de Monedero, bastante común -se supone que entre lo que llaman la casta- sino que cobrara por colaborar en un  delirio ideológico como el de Venezuela, un país al que se ha logrado arruinar sin remedio, desabastecido e inseguro, gracias a la ayuda, entre otros,  de estos revolucionarios de salón. Ahora que, bien mirado,   plantear una lucha de ideas con quien se dedica de momento a ocultarlas, y prefiere ponerse perfil, no es muy fácil. En Navarra han discutido mucho los tres candidatos de la cosa, pero no recuerdo de qué. Las ideas de Podemos son, hasta ahora,  una retahíla de nobles sentimientos e indignación genuina,  pero apenas se dignan descender  a lo concreto. Es como el sesudo Monedero, enfrascado siempre en hondas disquisiciones y afanes revolucionarios, como para pararse a pensar en las menudencias del dinero y el fisco, esa lata.

(Publicado DN 9 febrero)


lunes, febrero 02, 2015

Pobreza

Sebastiao Salgado
Manos Unidas me manda su boletín y su campaña de este año que titula “luchamos contra la pobreza”, que parece algo que hemos oído muchas veces, una frase hueca, pero que en este caso no es así, pue se trata de  una gente pegada  a la realidad, un grupo de mujeres, sobre todo, que lucha hace años contra el hambre y que hace cosas, muchas cosas,  en un mundo donde a algunos les basta con hablar. A mí me llama la atención  la palabra pobreza, que es equívoca, y me recuerda  a ese mendigo que veía desalojar un hotel de lujo por amenaza de incendio,  a señoras en camisón saliendo a toda prisa salvando sus joyeros.  “Pobre gente”, se dolía el mendigo. Pue eso. Pobre mundo el nuestro acobardado y pendiente de objetos y satisfacciones, con cada vez menos lugar para la palabra, la singularidad y el amor.  Una cosa que tiene la pobreza es que designa cosas distintas, que no es igual en todas partes. Cuando algunas organizaciones que quieren mover nuestra conciencia dicen que aquí ha aumentado la pobreza, lo cual es verdad,  hay que decir que la vara de medir es distinta, y el pobre de aquí es casi un potentado en otros sitios donde no hay de nada, y menos que nada esperanza. Este es el momento de cierta esperanza, cuando el sistema político salta por los aires y se advierte una reacción en la gente, aunque todo sea todavía muy confuso, cuando parece que podemos ir saliendo de la crisis, lo que es bueno también para la colaboración con los que son  pobres  de verdad, sin futuro, sin cobertura alguna y sin red, para apoyar a países, no con dinero sin control que al final es para gobernantes corruptos, sino con proyectos concretos de ONGs comprometidas. El camino debe ser que estos países salgan por sí mismos, y por eso economistas africanos de prestigio como Dambisa Moyo piden no tanto ayuda,  sino que se faciliten iniciativas de empresas, apoyo a proyectos propios, condiciones para la  actividad económica que saque a la gente de la pobreza y termine con la dependencia con los países ricos y sus ayudas. Luchar contra la pobreza es una causa noble, a la medida de lo mejor de nosotros, pobres también de solemnidad,  de otra manera.
(Publicado DN 2/II/2015)