jueves, enero 30, 2020

En Salamanca

El próximo día 12 de febrero, a las 8, estaré con los Amigos de Unamuno  en la Sala de la Palabra del Liceo de Salamanca para hablar de "Unamuno escritor de diarios", y de paso de mi Diario de Hendaya.

lunes, enero 27, 2020

Pradera

Pradera en el agua
Jordi Gracia ha escrito una  larga y completa biografía de Javier Pradera, (Javier Pradera o el poder de la izquierda) un personaje siempre en segundo plano pero central en la transición (el disco duro de la transición, lo llamó F. González), y este texto meticuloso y documentado es una forma de volver a contar esa etapa y sobre todo examinar el papel de la izquierda en España desde los años 50, tras la debacle de la guerra civil y lo primero que llama la atención de este tipo largo y serio, temprano miembro del PCE -y temprano también en abandonarlo- es su  propio origen, nieto del tradicionalista pamplonés Víctor Pradera, fusilado junto con su hijo en SS al comienzo de la guerra por las fuerzas republicanas, signo de aquella generación de hijos de ambos bandos que superaron la división de la guerra e iniciaron la reconciliación. Pradera ejemplifica también el tránsito desde las posiciones revolucionarias, irredentas, a zonas templadas de la socialdemocracia, cuando la realidad se iba imponiendo.  Pero sobre todo es el ejemplo que permite ligar a la izquierda de aquel tiempo con la cultura. Desde los 60 fue un editor importante, clave en Alianza Editorial, en cuyos libros de bolsillo, atraídos por las portadas de Daniel Gil, leímos desde Kafka a Freud. Pertenecía al grupo de Ferlosio, Martin Gaite y Benet, una generación brillante, injustamente olvidada. Al final del franquismo fue llamado al incipiente diario El País, y contribuyó a que ese periódico se convirtiera en la biblia progresista y el púlpito desde el que impartir doctrina.  Fue un ejemplo del intelectual orgánico, empeñado en que la transición no descarrilara, vinculado siempre a la regeneración que a su juicio traía el PSOE; alguien influyente y temido tanto por sus sesudos artículos, siempre con un deje de ironía, como por estar en el  cenáculo que cocinaba el editorial del día por el que debía transitar el país, el grande. Aquella izquierda de estatura alta, como él mismo, con sus pros y contras, tiene poco que ver con la actual, la de las tesis amañadas, y el vacío de tildar de progresista cualquier cosa, incluso el pacto con el diablo, y tal vez esta indigencia intelectual también explica lo que está pasando.

viernes, enero 03, 2020

...Y un quinto


Blanco y Negro

 

Puente la Reina

Volví el primero de año a andar camino de Eunate y de las Nequeas, hasta Puente, como viene siendo ya una costumbre, pero esta vez el día salió gris, el cielo estaba tomado por una espesa niebla que apenas dejaba ver a pocos metros, y hacía frio, de tal modo que cuando empezamos a andar el paisaje se mostraba solo en blanco y negro, como en una película antigua, y todo parecía vacío, sin un alma, como si el nuevo año hubiera ahuyentado a todos o el mundo hubiera acabado el día anterior y solo quedara un páramo desfallecido, sin contrastes, casi sin vida, y los adjetivos con lo que  en  otros años había tenido que batirme para describir el paisaje; los pardos, ocres, amarillos y blancos de los campos, los retales de tela y las piezas salpicadas aquí y allá  que recordaban las de un Tangram de colores brillantes ya no existían, ahora era solo un pino chato y solitario el que se veía sobre un montículo, apenas el primer plano de una campo recién brotado se presentaba verde sin terminar de llamar  atención; todo era pálido, simplón, tenue, vago, soñoliento, vacuo, y así como en otras ocasiones el camino me había llevado  a alguna parte, y paso tras paso había ido logrando tejer una pequeña historia –el ermitaño de Eunate y su abandono del mundo, la peregrinan coreana y el ying y el yang, la forma de estar y no estar en el mundo, o vinculado o no a la tierra- esas enseñanzas que me había deparado cada día primero, esta vez no aparecían por ninguna parte, no se me presentaba ningún  argumento, nada que pudiera dar consistencia al paseo para que fuera más que paseo; y esa falta, creí comprender mientras apretaba las manos frías en los bastones, también indicaba un pequeña senda  aunque fuera borrosa: la de una escritura que debe seguir desprendiéndose de cosas más allá del esfuerzo por  aquilatar las palabras, de quitarles filfa, como si lo que ahora necesitase fuera prescindir aún más, huir de lo pesado –la idea- e ir a lo ligero –sea lo que esto fuere- , no buscar siempre el  sentido sino andar por  fuera de los conceptos que siempre acuden para dignificar las cosas: el tiempo, la muerte, el pasado, los hombres; mejor quedar esta vez en medio del campo cerrado por la niebla, sin grandes perspectivas, en blanco y negro, sin sol, sin la gran cola desplegada del pavo real, dejarse ocupar por lo dado, expectante,  y afinar todavía la mirada.