martes, febrero 14, 2006

De visita a Pound


Me interesa Pound. Un poeta de vanguardia que se hizo fascista. (Tal vez por contraste con el resto de la vanguardia, que se hizo comunista). En la obra selecta de Connolly hay una pequeña semblanza del poeta, a la que Connolly visitó en Venecia por sus octogésimo cuarto cumpleaños en 1969. "Daba la impresión –dice Connolly- de que dondequiera que fuera era una figura respetada y popular. Para los italianos no es un traidor, sino un mártir, o mas bien un amigo leal que estuvo a su lado en los momentos malos".
Por lo demás, el viejo poeta se mantuvo en general callado y distante. "Pound nos obsequiaba con el elixir de su silencio o se ausentaba por completo". A la hora de valorar la comida del cumpleaños, Connolly tiene un apunte digno de Chesterton: "nunca olvidaré las trufas blancas con salsa de queso y a ellas les llevó mucho tiempo olvidarme."
De camino al aeropuerto, la señorita Rudge cuenta a Connolly el último sueño de Pound: "Perdió todo su dinero, así que consiguió trabajo como peón de albañil acarreando dos largos maderos sobre los hombros. Era mucho más joven entonces."

Apple

De la mesilla del hotel Suecia de Madrid, donde a veces me he alojado, tomé un cartelito que todavía conservo con este consejo inglés: one apple a day, keeps de doctor away. (Una manzana al día, mantiene lejos al médico). Hoy, por causalidad, alguien me ha contado la respuesta que dió el viejo Churchill cuando le vinieron con ello: bueno, dijo, depende de la puntería.

domingo, febrero 05, 2006

La vida secreta de las palabras

Para empezar el espectador se pregunta: pero estas quemaduras, ¿serán suficientes para que este tipo se queje tanto? ¿No se nota demasiado el trabajo de la maquilladora? ¿Hay premio Goya al maquillaje? Luego recuerda uno vagamente ese pestiño de un aviador que se cayó y era cuidado por una enfermera. Ni me acuerdo como se llamaba. No se. El cine bélico y sus enfermeras. Esta película es más o menos así, pero mucho más sofisticada. La plataforma, la soledad. El que cuenta las olas. Todo, convenientemente pasado por esa pretenciosa sencillez del movimiento dogma. Es decir, los actores hablan mal, están parados, son en general inexpresivos (menos Cámara) y las visones del mar, como desde Homero (con perdón) funcionan como una potente metáfora. Una película tan seria, tan tremebunda. Las victimas que se avergüenzan de serlo, la violencia de aquel horror de los Balcanes. Y yo pregunto, Coixet, ¿de donde procede todo este mal desatado,cómo debemos prevenirlo y combatirlo, o será como las olas, algo que viene y va sin remedio?

viernes, febrero 03, 2006

RC

Una palabra sale del baúl de los recuerdos y ocupa el lugar que intentaron arrebatarle: responsabilidad. Todo ha conspirado durante décadas contra la responsabilidad. Pero en secreto comprendemos que el individuo, por mucho que viva en la maraña de los condicionamientos resulta responsable de su actos, de sus palabras, incluso de sus silencios, y que eso es lo que nos hace sujetos y no autómatas. Nos habíamos dedicado a elaborar excusas bienintencionadas para que la sociedad, el sistema, la familia, la publicidad, las enfermedades fueran los responsables vicarios de nuestros desvaríos, pero siempre hay un punto donde es preciso decir yo he sido y asumir las consecuencias. No vale decir no ha pasado nada. Lo vemos en el asunto de estar mujer, Pilar Elías, viuda de Baglietto, a quien la memoria de la muerte de su marido ha sacado de su casa y convertido en otra madre coraje. Este hombre – ha dicho un prócer nacionalista, refiriéndose al asesino de Baglietto- ya pagó lo que debía. No es cierto. Justamente este hombre, por lo que sabemos, no ha pagado lo que debía. Todo delito lleva aparejada una responsabilidad civil, una cantidad que se impone para compensar a la victima o su familia de los daños causados por el delito. No hay dinero que valga una vida, pero ese pago nos indica que no cabe matar en vano, que la victima debe ser resarcida. El asesino de Baglietto no hizo frente a dicha RC, fue declarado insolvente y de ese pago se hizo cargo el Estado. Al poner un negocio en los bajos de la casa de Pilar Elías, además de decirnos gráficamente que le importa una higa el dolor de una mujer a la que dejó viuda, resulta ya evidente que el asesino ya no es insolvente, y que el Estado debe resarcirse de lo que pagó en su nombre. No es una mera cuestión monetaria, sino algo más importante. Para la victima, pero también para el autor del delito, para quien debe arbitrase una forma de liberarse de culpa si alguna vez tiene el coraje de asumirla. El fin del terrorismo plantea esta cuestión candente, pone en circulación palabras como perdón, culpa y reconciliación, que insisten ante el intento de dar por sentado que aquí no ha pasado nada, y de confiscar la memoria. Ya que un gesto de respeto o de disculpa por parte del asesino de Baglietto (quien por cierto, debe la vida a su víctima) no parece posible, atendamos al menos al viejo y sabio derecho: que pague lo que debe, con la advertencia que de no hacerlo así, se procederá conforme a derecho. Por ser así de fría y estricta justicia.

(Publicado en Diario de Navarra el 6 - II- 2006)

2 centavos


En el mes de septiembre solía estar optimista, pero este año no lo veo claro. Antes, el inicio del nuevo curso, con sus libros para forrar y la perspectiva cotidiana del invierno, con su laboriosidad y calefacción central me auguraban una especie de futuro en paz, pero ahora, de pronto, allí donde voy se suscitan conflictos, y los problemas crecen hasta hacerse casi irresolubles. El inminente otoño, el largo invierno, se me aparecen ahora como grandes extensiones donde librar batallas. Puede –me digo- que el mundo entero se haya puesto de acuerdo para fastidiarme, pero también es posible que mi carácter se haya agriado. No me importa reconocerlo. De hecho, siempre he añorado tener peor carácter, o al menos tener una carácter y no mostrarme pusilánime y puede que con la edad lo esté consiguiendo. Tal vez cumplir años consista, además de no entender los anuncios de la tele, en labrarse por fin un carácter. Un carácter es como un estilo: lo que para bien o para mal nos diferencia de los demás. Lograr un carácter colérico o melancólico, incluso apacible, requiere años y dejar atrás toda una peripecia vital: nuestra novela familiar, nuestra hoja de servicios, nuestra pequeña colección de experiencias. De nuestro carácter, como de nuestro rostro, somos extrañamente responsables sin saberlo. De ambos, es imposible huir. Sentado en un banco, pienso todo esto mirando la hoja de un madroño. Ya hay en el aire un presagio del otoño, un cierta palidez que se desprende del sol. En cierta forma podíamos decir que el sol tiene ya otro carácter. Huir del propio carácter. Huir al sol. Recuerdo que ayer me encontré con un amigo desocupado que se iba ahora de vacaciones por dos centavos. Así me dijo, dos centavos. Opera de los dos centavos. Estoy sentado en un banco esperando a otro amigo que no termina de llegar. Esto es muy malo para mi carácter. Menos mal que en bolsillo llevo un pequeño libro de Zhuangzi. Zuangzhi viene a decir que en la descripción detallada de las cosas esta la solución de cualquier dificultad. Pero es preciso –señala- que nos detengamos en ella, que no tratemos de superarla. Eso es lo difícil, dice Z., detenerse. Cierro los ojos, me detengo, y pienso que esta visión de Z. va con mi carácter. Todas mis dificultades, sin duda, se desvanecerán en su descripción. Todo problema contiene, en el fondo, su solución. Llega mi amigo y le canto las cuarenta. Además, ya no quiero comer. Qué carácter, me dice.