martes, julio 29, 2014

Descartes

Compré para llevar a la playa una edición de bolsillo de “Los huesos de Descartes”,  un libro delicioso, ya de hace un tiempo,  en el que se investiga la desaparición de los huesos del filósofo, desde su entierro en Suecia, donde había acudido llamado por la reina Cristina, su traslado a Francia y su incierta suerte durante el periodo revolucionario y los años posteriores, cuando se descubre que falta el cráneo –una broma macabra para el inventor de la razón-  lo que el autor aprovecha para hacernos ver como surge el pensamiento crítico, a partir de esa  duda metódica cartesiana que conduce al rigor de la ciencia,  y la batalla que se libra en la actualidad entre la razón y los viejos y nuevos fundamentalismos, a la vista de que el triunfo de modernidad, que iba a ir liberando  a todos los pueblos de prejuicios y ataduras, no parece que  esté nada  claro. Un libro, pues, recomendable para el verano -ya que alguno me pide consejo- un refugio ante la galerna, la torrina y las deprimentes noticias de la tele, aunque llama  la atención  que en la contraportada se le catalogue de novela, y  se recomiende como un relato policíaco  fascinante, algo que es más que dudoso, pues no se trata para nada de una novela, aunque no sepamos muy bien que es tal cosa, ni mucho menos policíaca, pues no tiene nada de ficción. Se trata de un  reportaje filosófico, una hábil  introducción al pensamiento europeo y la modernidad. Puede que presentarlo  como relato  policiaco sea un reclamo comercial, pero también es algo que trae mucha cola: desde siempre preferimos las historias a los conceptos, la mayoría de las ideas y categorías que manejamos nos viene envueltas en narraciones -basta pensar en los evangelios-, nuestra propia vida no deja de ser un relato de un solo ejemplar,  lo narrativo nos puede, y dentro de él lo policíaco es hoy el género de mayor éxito. Esto, por cierto,  no deja de tener que ver con Descartes, no en vano nuestra cultura, tan cartesiana, requiere siempre pruebas para creer, busca respuestas por todas partes y para ello  sigue la pista como un detective,  en este caso a partir de unos viejos huesos.
(Publicado DN 28 julio)

lunes, julio 21, 2014

Manifiestos

Voy a comprar el pan, por la mañana, y por el pinganillo escucho la guerra de manifiestos ante la situación en Cataluña, y la próxima entrevista entre Mas y Rajoy, un encuentro casi en la tercera fase. Tenemos el manifiesto de la plataforma “Libres e iguales”, con Vargas Llosa, Savater, Redondo etc. por un lado, que denuncia que  el desafío secesionista está ganando por incomparecencia del contrario, y que hace falta un debate público sobre el fondo reaccionario del nacionalismo y sus consecuencias para la libertad y la igualdad de los ciudadanos y del otro, con Sartorius, Garzón,  Almudena Grandes etc, de corte, digamos,  federalista, que propone una nueva organización territorial donde Cataluña pueda sentirse cómoda, una especie de sofá nuevo donde hasta los independentistas se sientan sus anchas, lo que sería un momio.   Esto me recuerda a que hace poco leí con sorpresa que J.K. Rowling, la autora de Harry Potter, había  aportado  un millón de libras a la campaña Better toghether, mejor juntos, que se opone a la separación de Escocia del Reino Unido.  En España es posible firmar manifiestos de todo tipo, incluso sin leerlos, pero no es concebible que alguien de un dinero para algo así por. Apostar a que el país siga unido frente a quienes quieren desmembrarlo, con los interrogantes y los riesgos que eso supone,  es desde luego una causa lícita y noble, pero a nadie aquí se le ocurre rascarse el bolsillo por ello. Eso siempre es cosa de otros, de los políticos y las instituciones, de quien sabe quién.  Puede que se trate del famoso pragmatismo anglosajón, que hace mucho tiempo separó los caminos de las Islas y del continente, pero lo cierto es que  nuestra cultura el compromiso público  nunca se ha entendido así.  Nuestra tradición es más bien la de un cierto incivismo, hasta el punto que involucrase en una causa, incluso firmar un manifiesto, es algo sospechoso. El incivismo, es decir, el desentenderse de los asuntos comunes, la convicción de que es mejor  pasar, no involucrarse, callar, es, junto con el particularismo, que quiere a  cada uno en su territorio y su excepción, nuestro rasgo diferencial. Better Together.

(Publicado DN 21-7)

martes, julio 15, 2014

Bill


El americano Bill Himan, al que vimos saludando desde la camilla tras recibir varias cornadas en el tercer encierro de este año, es  autor de un libro que explica “Cómo sobrevivir a los toros en sanfermines”, lo que generó bastantes comentarios e incluso chanzas en las redes sociales. Algo así como si un analista de bolsa se arruinará en el parqué. Bill es más joven, pero pertenece a ese grupo de  entusiastas de la fiesta de varios países, sobre todo americanos,  a los que este periódico nos mostró reunidos antes de sanfermines en la casa que uno de ellos, Noel Chandler, tiene en la Estafeta, con  el champán preparado para el día 6, en que iba a recibir ir a un montón de amigos. Noel y los demás son gente curtida,  con muchas historias que contar, que viven aquí y allá: un fotógrafo que trabaja en Israel,  un ejecutivo jubilado, un profesor de literatura en Paris, y  llevan muchos años viniendo a Pamplona, enganchados a una fiesta que les deslumbra.  Todos ellos tienen el aire de haber salido de una página de Hemingway, aunque no sean tan convincentes, no en vano la ficción es siempre más real que la realidad misma y los tiempos de Fiesta son remotos. Alguno de ellos  escribe también, creo, en el libro en que Bill explica, antes de acabar en camilla, cómo sobrevivir a los toros en Pamplona, algo que requiere cada vez más advertencias pues,  como reconocen  Chandler y compañía, ya es casi imposible correr en una carrera tan masificada.  Sin embargo,  sobrevivir es bastante sencillo, ya que en realidad basta con no aparecer por allí. Elegir entre dejarse arrastrar por la tradición, por el vértigo de jugársela y salir vivo, o desistir de todo eso,  sigue siendo el dilema. “Estar cerca de la muerte te hace ver la vida más bella”, es la idea que arrastra hasta aquí cada año a  Chandler y sus amigos, algo que resulta muy seductor, pero que me recuerda también a aquel personaje de Melville, el autor de Moby Dick, capaz de negarse con elegancia a casi todo. “Preferiría no hacerlo”, era su máxima.
(Publicado DN 14 julio)

lunes, julio 07, 2014

Día 7

Como cada día 7, el hombre se atará el pañuelo al cuello y saldrá muy temprano de casa, estremeciéndose por el relente de la madrugada, pasará rápido por el parque, sin mirar al muchacho que vomita  junto al árbol, esquivando a los bultos que duermen sobre la yerba, y con paso rápido alcanzará  la Plaza del Castillo repleta de los sonidos del amanecer y mientras las mangueras comienzan a sacar la costra del suelo, pisará un instante, con un escalofrío,  la calle por la que en un rato pasarán los toros y entrará rápido en la casa y una vez allí, a salvo, pasará nervioso el tiempo acodado sobre la barandilla del balcón, asombrado como siempre por el gentío que se agolpa allí abajo, luego entrará un rato dentro, escuchará en la tele el cántico de los corredores en la cuesta,  y enseguida volverá a salir reclamado por el grito de los vencejos que sobrevuelan la calle, la misma calle que en una foto premiada recuerda a una multitud bañándose en el Ganges, y que dentro de nada arderá aquí abajo, apenas se verán los toros entre la masa de quienes quieren tocarlos como para curarse de algo. Han abierto ya el cordón policial y los más adelantados esprintan entre pitos hacia  la plaza, llega el momento de la verdad: desde el balcón el hombre observa a los corredores apostados, sus saltos y estiramientos, sus  saludos  al volver a encontrarse tras un año, interrumpidos, de pronto, por el estampido del cohete, su reguero de humo suspendido en el aire, luego el segundo y de pronto todo se acelera, imposible retener tantas imágenes que desfilan por la retina,  todo ese  fragor que dará paso a un instante de extraño silencio, a un ballet mudo  junto a  un trote negro.  Ahora atienden a un muchacho rubio, pasa un manso retardado, todo vuelve poco a poco a su ser, el hombre entra de nuevo en la casa, aliviado, del fondo del largo pasillo viene un aroma de café reciente, los churros están sobre la mesa junto a un periódico que trae la crónica de un hombre que sale temprano de casa, como cada día 7, con el pañuelo al cuello,  estremeciéndose.
(Publicado DN 7-VII)

Sting

El cantante Sting, que ha cumplido 62 años, ha declarado que no piensa dejar ni un centavo en herencia a sus hijos. “Me lo voy a gastar todo”, ha dicho Sting, que tiene una fortuna de más de 300 millones de euros, multitud de casas repartidas por todo el mundo -con más de 100 personas de servicio- y la coartada de declararse de izquierdas, que también ayuda a sentirse bien. “Gasto mucho, pero doy de comer a mucha gente”, ha dicho, lo cual es un argumento cierto, aunque vale también para cualquier adicto al lujo.   Lo que no consiga gastarse en vida, que podría ser bastante, Sting lo va a dejar a varias ONG con las que colabora y no a sus hijos. “Ellos tienen que trabajar y salir adelante por sí mismos”, ha explicado. Tener la vida resuelta desde pequeño no anima a esforzarse, desvaloriza los proyectos que uno tiene y  no suele conducir a nada bueno. Nada tan triste como un hijo de papa con todo resuelto.  Puede que la idea de Sting no sea mala, y en el fondo responde  a la cultura anglosajona, tan distinta en esto a la nuestra. Allí,  lo que se espera es que un hijo se independice lo antes posible, y consiga salir adelante por su cuenta. El sistema universitario, además,  hace que pocos puedan estudiar en su ciudad y la movilidad se percibe como algo lógico.  Pese a los cambios enormes que dicen hemos sufrido, entre nosotros sucede todavía lo contrario, y seguimos respondiendo más bien al modelo latino, mucho más proteccionista: los jóvenes se eternizan en casa de los padres,  y aspiran a estudiar, encontrar trabajo y vivir para siempre en su propia ciudad, comprando  una casa si no la reciben en herencia. Tal cúmulo de expectativas se han venido abajo con la crisis, desde luego, pero este modelo sigue funcionando como un ideal, de tal forma que quien no lo logra es visto con cierta compasión, no como a alguien que pretende volar por su cuenta. Lo cierto es que, según leo, los hijos de Sting ya están trabajando y se valen por si mismos, varios de ellos, al parecer, en distintos grupos de rock,  un sector, por cierto, donde ser hijo de Sting debe servir de algo. 
(Publicado DN 30 junio)

miércoles, julio 02, 2014

Secesión



Matías Múgica ha participado en un  libro sobre la secesión de Euskadi : ("La secesión de España. Bases para un debate sobre el Pais Vasco”. Taurus 2014), coordinado por el siempre brillante Ruiz Soroa, quien propone tomar la palabra a los desafíos del nacionalismo y ponerles en el brete de tener que definirse de una vez, legislando la posibilidad de secesión mediante un proceso pactado, una pregunta clara y sin posibilidad de volver  a las andadas en al menos 20 años. El asunto es discutible, pero no  aquí, porque de momento prefiero referirme al ensayo que cierra el libro, donde Matías expone la situación lingüística que vivimos y auspicia lo que podría ocurrir en un futuro de independencia para el País Vasco. Nada bueno, concluye,  ni para los ciudadanos que estimen  su libertad, puesto que la coacción se intensificaría,  ni para el propio euskera, a quien la obsesión nacionalista  enfrenta a la sociedad abierta en una batalla difícil de librar. En el mejor de los caso, para Múgica, la independencia permitiría cambiar libertad por euskera y eso a costa de intensificar la intervención en la vida de los ciudadanos, más allá de lo que ya se ha hecho hasta la fecha, es decir, la cuasi eliminación  del español en la enseñanza pública, la discriminación para el acceso a los puestos en la administración, la red de limitaciones y premios que acompañan al uso de la lengua según convenga al poder; además de todo  eso, que ya se hace sin rubor, la independencia permitiría utilizar nuevos medios para salvar como fuera al euskera, lo que hace abrigar los peores presagios.

 Pero quizás lo mejor del trabajo de Múgica, lo que  aporte la diferencia con otros sobre el asunto, sea que  además de un examen  crítico de lo que la política lingüística supone en el ámbito social, externo, dedica su atención a los aspectos internos a la lengua podemos decir, desde su conversión en una especie de neolengua al ser trasplantada allí donde no se habla, y utilizada  en la escuela, donde ni profesores ni alumnos la tienen como lengua materna, como su explicación acerca de la  propia aptitud comunicativa de la lengua vasca, la eficacia y el interés que tiene, más allá de la presión o coacción publica, su uso por el hablante concreto.  Aquí habría que sumar  la impericia comunicativa del neohablante  -los ímprobos esfuerzos que advertimos en algunos- junto, y esto no se suele explicar,  las propias limitaciones del euskera como instrumento lingüístico, que afectan también a los hablantes más competentes. Citando, por si acaso,  a Iban Sarasola, señala que "el euskera no es todavía una lengua de cultura cómoda y a la hora de hablar de ciertos temas cuesta verdaderamente mucho trabajo" y que en  realidad, como se viene a quejar   algún vascoparlante, “en cuanto nos relajemos, podemos caemos en el feo vicio de hablar español”.

Este infradesarrollo de la lengua, cuyas causas llevarían lejos, tiene también, según denuncia Múgica,  relación directa con el narcisismo identitario de los nacionalistas, que ven en la lengua un icono y no un instrumento, y consideran más importante que  sirva para apelar a una diferencia con el vecino, a que sea útil. El propio nacionalismo no le hace favor al euskera, y en el pecado lleva la penitencia. Frente a la hipocresía reinante, la falta de valor para hablar claro, la insensibilidad con la que se deja hacer sin que muchos, celosos de cualquier injusticia, clamen contra esta,  el ensayo de Múgica es demoledor. En algún momento sus citas al pie despistan un poco pero a cambio -como todo excurso- tienen su aquel. Un ensayo magnífico dentro de un libro que no debiera pasar desapercibido.