lunes, diciembre 28, 2015

De pie

Louie C.K.

Salí a la calle de noche, después de la cena de Nochebuena, y el cielo, después de todo el día de niebla estaba rosáceo y con un velo blanquecino muy leve, como si tuviera vergüenza y en su resplandor  se recortaban las ramas de los árboles, negrísimas,  retorcidas, como si estuviera pintadas en tinta china, y como me dolían mucho los pies y tenía la cabeza cargada, me senté en un banco a observar el cielo, la gente que se apresuraba, y me quité el zapato que me apretaba, y entonces recordé que desde hace unos meses me duelen mucho los pies, siempre parecen protestar, enseguida duelen y se me agarrotan y laten a la noche como si fueran un corazón y pensé que los pies tiene una labor callada pero imprescindible, y que sostenerse con ellos y hacer que nos lleven de aquí para allá es un servicio portentoso,  y recordé un episodio de “Louie”, una serie que es necesario ver, mejor que nunca en navidades, para curarse un poco de tanta bolas de colores,  en el que sufre un terrible dolor de espalda que le tiene doblado y visita a un médico que vive en su mismo edificio que, tras echarle en cara que no venga con alguna dolencia más interesante, le dice que no se puede hacer nada, que su columna siempre le dolerá y, si algún rato no lo hace, puede considerarse afortunado porque, sencillamente, la columna  no está diseñada para la posición erecta, es antinatural, y sentado en el banco, pensé que a los pies le pasaba lo mismo, que no están pensados para que tengan que estar siempre soportando todo nuestro cuerpo en equilibrio;  el error humano fue ponerse pie hace miles de años, a partir de ahí todo cambió: avizoramos el horizonte, dejamos de andar a cuatro patas y las manos se liberaron para usar objetos y manejar enseguida armas, allí empezó todo a progresar y empeorar a la vez, hasta llegar hasta donde estamos, al borde de un  precipicio que hay que salvar,  así que me levanté del banco y me puse el zapato y fui andando despacio; un villancico salía de la ventana de un piso, la luces del árbol centellaban dentro, uno tras otro fui tras mis pies incansables, que parecen saber siempre a dónde me llevan.

(Publicado en Diario de Navarra 28/XII)

martes, diciembre 22, 2015

Miedo

Molenbeek. Gardien de la paix.
Se ha sabido que uno de los terroristas de los atentados de Paris, el hombre más buscado durante semanas, y que todavía sigue huído, Salah Abdeslan, fue localizada apenas dos días después de los atentados en el barrio de Molenbeek, en Bruselas, el refugio más lógico, según decían, no en vano Abdeslan era un chico del barrio, pero no fue detenido, pese  a tenerlo localizado, al no ser posible hacerlo de noche de acuerdo a la legislación belga. Mientras tanto, Bruselas  estaba en estado de alerta máxima, los colegios cerrados, las estaciones y calles vacías, y las instituciones europeas blindadas y  funcionando a medio gas. Los hoteles de Paris bajaron de precio y los vuelos a Bélgica se encontraban a precios de saldo. Hasta se llegó a suspender algún partido de futbol, algo que suena a sacrilegio.  Parece que Abdeslan no detonó en Paris su cinturón de explosivos, tal vez porque falló o se lo pensó mejor,  y que tras huir fue  parado en la frontera, aunque no se  le relacionó con los hechos. Después de esa noche en Molenbeek, mientras la policía esperaba el amanecer para entrar en la casa,   pudo escapar entre los clientes  de un burdel o dentro de un armario.  Ya se sabe que si de noche llaman al timbre en un  país democrático, se trata del lechero y en Bruselas se lo han debido tomar al pie dela letra. El resultado es esta mezcla de pánico, ruido mediático y episodio de la guerra de Gila, en el que el enemigo llama antes de atacar. Es como si todo se hubiera confabulado para desatar lo que es la auténtica epidemia de nuestra época: el miedo. El miedo es una forma de prudencia no pocas veces imprudente, ha escrito el gran Escohotado, que es un hombre que no lo padece. Todo nos produce miedo, y este nos paraliza. Miedo al calentamiento global,  miedo al futuro, a morir o a fracasar, y sobre todo miedo al miedo. No tengáis miedo,  era la frase evangélica que ya no tiene sentido, porque descreemos, y eso también tiene sus pegas. Nada que ver con el otro lado, los bárbaros que se lo creen todo a pies juntillas, para quienes estas sutilezas nocturnas y la historia del lechero que llama  a la puerta les hacen partirse de risa.
(Publicado Diario de Navarra 21/XII)

viernes, diciembre 18, 2015

Escalona


Pedro Escalona es un pintor de Málaga, con cara de apóstol, pelo y barba blanca, como un San Pedro, que expone estos días en la Galería Echauri de Pamplona sus cuadros nítidos y delicados de vegetales, vasijas, cuencos, bodegones, paños, botellas, unguentos, taleguillasy objetos varios, algunos de un pasado remoto. Un hombre sonriente, malagueño, que vive, según me cuenta, en Alhaurín el Grande, donde paró en su día Gerald Brenan, el inglés que escibió el Laberinto español, que hoy es más laberinto todavía. Charlando con él, le pregunto si se quedará unos días por aquí, y me dice, sonriendo, que vuelve enseguida a su casa, porque tiene que trabajar. Es un hombre maduro, que lleva muchos años en la brecha. Mientras hay esa pasión dentro, mientras uno quiere  hacer, es posible seguir, dice, y esas palabras, como las cosas que salen en sus cuadros, no precisan nada más. 
Veo esta pareja de cuencos sobre los dos planos, blanco y negro, y pienso en Malevich y en Sanchez Cotán, y en una pareja que sigue junta, al cabo del tiempo.

martes, diciembre 15, 2015

Decidir



Pasó por aquí Monedero, en la mitad de esta campaña desvaída, con esa estudiada pinta de personaje de doctor Zhivago,  y como parece ser inevitable habló del derecho a decidir, que debe ser, por lo visto,  lo que preocupa a toda esa marea de gente indignada, sin trabajo, o con empleo precario, a todos los  que demandan una nueva política: el derecho a decidir, el poder secesionarse del resto para crear un país para los de casa.  Seguramente pensó, con razón, que eso sería la debilidad de su filial aquí, inédita en cualquier cosa que nos sea dar coartada a estos dislates  y no poner pegas al  programa de este gobierno, mientras se va aclarando, y como si no tuviéramos suficiente ya con una  campaña donde no parece estar en juego el gobierno de la nación, sino la transitoria 4ª o quien es más navarro, abogó por este supuesto derecho a decidir, bello concepto que  sirve desde luego para el individuo, para quien la vida es ese brete de optar, algo que  solo es posible  en ocasiones, porque nadie puede decidir lo que piensa, ni sobre sus sentimientos, ni es posible decidir dejar cumplir un acuerdo, o no hacer  aquello a que  nos  comprometimos; siempre nuestra  decisión es limitada, supeditada a los otros,  al cómo y de qué manera y cuando se trata de colectivos y de pueblos, para qué hablar, entonces se trata ya de decisiones que  competen a muchos, que están sujetas a normas, y está claro que  una parte no pueden decidir por su cuenta y riesgo, en este caso separase de un estado, en ningún país es esto posible, salvo acuerdo de todos, no existe este derecho,  todo se vendría abajo, solo en aquellos lugares con minorías tiranizadas o coloniales podría plantearse, es raro que un  profesor de Ciencias Políticas  pueda ignorarlo, por mucho que haya decaído la  universidad. El derecho a decidir, en realidad, es lo que vamos hacer en unas días: votar  en unas elecciones libres, con opciones distintas, y luego que lo decidido por la mayoría se respete. Poca cosa, o mucha, según se mire, que se lo digan a los venezolanos hartos de ver cómo se arruina un país rico gracias  a políticas peregrinas, algo de lo que Monedero ha decidido no hablar.

 (Publicado Diario de Navarra 14/XII)

jueves, diciembre 10, 2015

Theroux

Merece la pena decir alguna cosa de este libro de viajes, levemente melancólico, del gran Theroux, el de "La costa de los mosquitos", "Las columnas de Hercules" etc. y de aquella biografía ácida sobre el premio Nobel  Naipaul, un ajuste de cuentas que nos recuerda que un buen escritor no tiene porqué ser una buena persona. Theroux, que ha sido un gran viajero y ha  tenido siempre predilección por Africa, en la que vivió y enseñó durante años, ha vuelto allí  por ultima vez (tiene más de 70 años), y se ha encontrado con un mundo desquiciado donde campan las ONG "porque  a los únicos que les interesa el bienestar de los africanos es a los extranjeros", lo que crea un círculo de depedencia, falta de iniciativa  y subdesarollo perpetuos, y donde las ciudades han crecido sin control y se han convertido en un compendio del horror. Eso es lo que se muestra en  especial en su retrato de Luanda, la capital de  Angola, un pais que ha vivido más de 30 años de guerra sin lograr inmutarnos, donde pelearon sudafricanos, angoleños de diversas facciones y cubanos, hasta dejar un pais esquilmado, desforestado, que acabó practicamente con la fauna y la vida salvaje y que ha encontado  a la postre la maldición de la riqueza en forma de petróleo (algo que nos recuerda a algún otro), lo que ha disparado la corupción, el lujo de las minorías y la violencia en el pais. Luanda, dice Theroux, es como la antesala del  infierno, un anticipo del mundo que nos espera.  Sin terminar el camino, cuenta el libro, el viajero desiste y vuelve a casa.

lunes, diciembre 07, 2015

Sincero

 


En el  Palacio de la Salina de Salamanca he visto una exposición de caricaturas de Unamuno, y cada una de ellas lleva un texto suyo, que corresponde al momento de la caricatura, como esta de Aristo Tellez que ilustra un artículo de El Sol, del año 31, cuando se estrenó la república, en el que Unamuno escribe:

"De todas las esclavitudes, la que mas temo es la que me esclavice a mi pasado y a las ideas que en un tiempo profesé. Como las recibí con sinceridad, quiero con sinceridad dejarlas cuando no respondan a a mi pensamiento.  No me resisto a las ideas nuevas, no defiendo tenazmante el concepto que de mí los demás se forjen, no quiero ser un hombre de convicciones, un hombre convicto,es decir, vencido. Me basta con ser un hombre sincero y a la sinceridad tiendo".

Dayan

Dayan, en la muga de Navarra.
Subimos al monte desde aquella Venta, y desde el principio nos siguió un perro lanudo, parecido a uno de esos border-collies blancos y negros que ahora se ven tanto, pero este tenía el pelo pelo rojizo y blanco,  y ya desde que nos miró con aire expectante, con la lengua fuera y se fue a husmear a la perrita que nos acompañaba, que para él parecía ser bien poca cosa, noté  que sus ojos parecían de perros distintos, porque uno era azul intenso, casi lila y el otro marrón apagado, y pensé que era tuerto, así que le llamé Dayan, en honor a Moshe Dayan, el general israelí  de la guerra de los seis días, el que aparece en las fotos con su parche en el ojo, sonriente, fumando en pipa, a veces junto a esa mujer con moño, Golda Meier, ambos con el halo de los pioneros del estado de Israel, del ideal sionista, con la mística de sus Kibutz y de una patria para los judíos perseguidos, que ya no es lo mismo, pues parece haber una ley  que hace que el tiempo degrade  los mejores impulsos del hombre.  El caso es que Dayan nos siguió un buen rato cuesta arriba, a lo que debía estar muy acostumbrado, era un perro libre y andarín, pero a la vez iba molestando todo el rato a nuestra perrita, que a veces se daba la vuelta y le soltaba un mordisco que Dayan esquivaba sin problemas, como aquel otro Dayan en el Sinaí, mientras nos vigilaba con uno de sus ojos impares, así que al final le dimos un grito para que parase, sin confiar en que sirviera para mucho, pero él entonces bajó la cabeza y se fue para abajo sin rechistar. Luego, en la Venta, mientras comíamos y el día  expiraba allí fuera, iluminando las hayas con su último suspiro, nos contaron que era un perro que desaparecía a menudo y llevaba su vida propia, lo que no dejó de suscitarnos cierta envidia, y cuando contamos cómo se había ido, la camarera se rió y nos dijo que este perro acompaña a la gente si ve buen rollo, pero si no, se va enseguida, lo que me hizo admirarlo más. Cuando salimos de comer hacía ya frío, como corresponde a diciembre, y Dayan miraba a nuestra perrita torciendo la cabeza y sin acercarse, como un pobre hombre enamorado.