miércoles, abril 26, 2006

Mistica


He vuelto de Peñíscola muy acatarrrado y en la cama, entre toses, lagrimeos, sorbiendome los mocos he intentado continuar con la lectura de Contra natura, de Pombo. A lo lejos oía un sonido de violoncelo (Brahms). Entre lágrimas he leído en el libro una frase de W:
"no como sea el mundo sino que sea, eso es la mística".
He cerrado el libro y los ojos, y me he recostado un buen rato dejando simplemente que el mundo siguiera, sin tratar de inmiscuirme en su marcha. Al rato, no sabía si sentía calor o frío y he sacado una pierna de debajo de la manta. Me he acordado de la ciudad de Morella, en lo alto del Maestrazgo por dando pasé hace unos días, de la sombra de Cabrera, del vacío de esas tierras con pinares, barrancos y rebaños de ovejas.
Pensaba en eso, pero mientras pensaba no dejaba de repetir que no como sea el mudo, sino que sea
etc, como si fuera una jaculatoria. Mistica.

lunes, abril 24, 2006

Ultramarinos

Sean los cien mejores libros de la historia, o los 20 personajes mejor vestidos, o los platos más populares, la confección de listas es una moda en auge, a la que acaba de añadirse una versión de gran éxito: elegir la palabra más bella del español, y así hemos podido ver como en este tiempo ligth y algo cursi la gente ha optado por la flor, el terciopelo, la esperanza, y el amor. El presidente Zapatero eligió generosidad, dada su conocida afición por las palabras que acaban en dad, si excluimos maldad. También ha habido votos más osados como libélula, o resplandor, por la que optó Ana Mª Matute, "por ser algo aun más poético que la luz". Raul del Pozo, por su parte, eligió coño, "por ser de donde sale todo", pero fue la palabra ultramarinos la que contó, contra pronóstico, con votos muy calificados, "por tener mar, aroma y memoria, y ser una palabra que está desapareciendo". A mí, de pronto, a pesar de que esta elección de miss palabra me parece una tontería, me atrae la palabra carraca, porque es onomatopéyica y poco pretenciosa. Antes que las grandes palabras, tan solemnes, erizadas de significados y que tras escucharlas tanto nos resultan vacías como una cáscara de nuez, prefiero las más modestas, como carraca, que es una cosa ruidosa y era propia de este tiempo pascual, y es el único instrumento que se me da bien. Dar la matraca. Tenemos demasiada fe en las palabras, que sirven lo mismo para un roto que para un descosido. La palabra más bella es la que un médico pronuncia con rutina, o aquel monosílabo que nos conmovió un día. La palabra ultramarinos no está mal. Esta palabra, como todas, ya escapó de su significado y ahora contiene cosas como mar, aroma, memoria. Palabras. Modestas mercancías que van de boca en boca. Ultramarinos del español. Tal vez la palabra más bella del español, sea español, porque en él podemos pronunciar la palabra libertad.

(Publicado en Diario Navarra 17-IV-06)

sábado, abril 15, 2006

Echano

Juevesanto

Ultimamente, lo olvido todo. Recuerdo, eso sí, que el jueves estuve en la Valdorba, solo, viendo el mundo desde la peña de Unzué. Un punto de vista modesto. Al bajar, fui hasta la Iglesia. Dentro se oían unas voces de mujeres atareadas, limpiando, poniendo flores, preparando el templo para los oficios. No entré. Me bastaron esas voces como prueba de la existencia de Dios. Todo era, desde luego, de otro tiempo. La vista de la peña, con los quejigos y las flores amarillas era una delicia. Contra mis principios, saqué una foto. Pregunté a una mujer con pañoleta por el Cristo de Catalain. ¡Hasta allí va ir usted andando!, se escandalizó. Le aseguré que cogería el coche. Por carreterillas, llegué hasta la ermita. Un erudito explicaba las imágenes románicas a un grupo de turistas. Como serán todos ustedes guipuzcoanos, le oí decir en un momento dado. No se muy bien a qué venía, pero me pareció que se hizo un extraño silencio. En el grupo hubo un murmullo. El erudito les señaló un gran álamo roto que hay junto a la ermita y les dijo que era una especie de arbol de Guernica (Gernikako arbola), donde se reunía la gente para tomar decisones. Allí, según dijo, habían salido varios cientos de hombres armados para la primera guerra carlista, junto con los curas de las parroquias. De otras guerras no dijo nada. (Es mejor). Explicó que allí también se pagaban los tributos, y que al ser en especie, ahora era posible saber qué se cultivaba en otros tiempos. Un hombre del grupo de turistas, muy gordo, comentó que es posible que los aldeanos hicieran ya en ese tiempo trampa con los impuestos. El comentario me sorprendió, porque era una especie de confesión del gordo, cuando nadie le había acusado de nada. Esa disculpa por adelatado, como uno comprueba, es algo muy normal y permite cazar enseguida a la gente si uno sabe escuchar.
Luego seguí al grupo hasta la ermita de Echano y volví a ver esa extraordinaria arquivolta que retrata a un grupo de hombres comiendo, alguno con la pata de palo y otros tocando la flauta. La imagen, la recóndita ermita, el riachuelo, el aroma de las flores, el vientecillo, la paliza de la mañana, la peña, la mujer de la pañoleta, el guía, mis extraños pensamientos, el gordo evasor, la primavera, enfin, me habían dado bastante hambre así es que sin despedirme tomé el coche y me volví a casa y mientras conducía me recordé de muy pequeño, en la procesión de Pamplonaa, mirando el paso de la flagelación, con la mano tendida, esperando que algún mozorro me diera un caramelo. Una infancia católica, de sangre y golosinas. Una espléndida mañana de abril.

martes, abril 11, 2006

Deshoras


Manuel Marín, Presidente del Congreso, ha citado a sus señorías a sesión a una hora intempestiva y pretende, además, que los diputados coman de 2 a 3, en vez de alargarse hasta las 5, para aprovechar el tiempo. El mismo Guerra ha dicho que esto son penosas costumbres europeas, y no mediterráneas, pero el Guerra, desde que predica lo contrario de lo que vota ha perdido mucho. De hecho el Presidente del Congreso, que en cuestión de votos no pierde nunca la virginidad, ha dicho que prefiere el mediterráneo al mar del norte, pero que conviene también racionalizar un poquito nuestros horarios. España, o lo que sea, es un país a deshoras. Marín ha vivido en Bruselas y sabe lo que dice, porque él mismo bajaba con la tartine a comer una hoja de lechuga y un sándwich de queso al parque cuando no llovía, es decir casi nunca, y volvía a la carrera al despacho, y sabe que a la hora en que aquí un diputado se sienta a despachar un plato de cocido, un comisario europeo lleva despachados ya varios expedientes. El Sr. Marín está dispuesto a poner un comedor en el Congreso con fruta del tiempo y yogures, (una dieta que parece pensada por Rubalcaba) para que una vez solventado frugalmente así el trámite del almuerzo los diputados vuelvan frescos al hemiciclo y se eviten bochornosos cabezazos y ronquidos. El ilustre Marín, que es manchego y tiene algo de quijotesco nos toma por Sancho, y nos pide comer poco y cenar más poco, que la salud del cuerpo se fragua en el estómago. Marín quiere ser la punta de lanza contra esas enojosas comidas de trabajo, esas jornadas abusivas y poco productivas. En la semana en que salía a la luz toda la hortera corrupción de Marbella, con sus mármoles y sus jirafas disecadas, Marín ha puesto un poco de puritanismo europeo, un punto de regeracionismo con barba y el énfasis en la necesidad de estar más a punto. Guerra protesta a deshora. Bono se va tarde, cuando todo está consumado. Marín, imperturbable, se come una pera.

(Publicado en DN el 10-IV-06)

miércoles, abril 05, 2006

Yo


En Madrid, Biblioteca Nacional (nacional o importación, decía al estanquera de Fellini) veo los grabados de Rembrandt, los pequeños autorretratos a los que la organización ha hecho acompañar una lupa. Con una lupa, cuento los pelos de Rembrandt, salvo los que oculta debajo del gorro. Una gran colección de gorros. El protestantismo es parco en todo, salvo en gorros.
Hay un grabado que se titula la casa del pesador de oro, y sin embrago es un paisaje con una torre de Iglesia, y unas granjas, y no es posible determinar cual debe ser la casa del pesador de oro, a quien cabe imaginar como otro hombre con gorro y una pequeña balanza, un tipo satisfecho que se ha puesto los ropajes para posar, como esos buenos burgueses de Amberes, de Amsterdam, que retrata Rembrandt.
A la entrada, junto a los pequeños autorretrato, hay también un grabado de los felices tiempos con Saskia, con ese vaso larguísimo que sostiene sonriente el maestro, vuelto hacia nosostros. Ese tiempo feliz, como acontece, debió ser muy breve. Luego vino la quiebra, los malos tiempos, la muerte. Pero hasta entonces ese es él, el del retrato, brindando sonriente. Es decir, ese soy YO, nos dice.
El yo: esa cosa pasajera, ese síntoma, como la fiebre que va y viene. El peso del yo, que se va esfumado en el tiempo. El polvillo del yo en la pequeña balanza,en el platillo casi vacío del pesador de oro.

Ruido

Los dos rasgos de nuestra época son la velocidad y el ruido, y sobre el ruido se prepara una ley a fin de que bajemos los decibelios. En España se mete mucho ruido y se recogen pocas nueces, se grita mucho y se desconfía del que está en silencio como si escondiera algo, pero a mí ya no me llama tanto la atención el estruendo de la ciudad, el hiriente sonido de las sirenas de las ambulancias, la pedorrez del tráfico, el griterío etílico del fin de semana, sino esos ruidos mas sutiles que son el sonido ambiente de nuestro tiempo. Ahora, por ejemplo, hay reuniones en las que no deja de sonar el móvil y mientras alguien expone algo hay dos o tres de pie, mirando a la pared y susurrando por el teléfono. Incluso cuando la gente lo apaga, consciente de su poder perturbador, lo suele dejar activo de tal forma que de vez en cuando se oye un pitidito que anuncia la llegada de un mensaje. Entonces, casi todos los asistentes sacan disimuladamente el móvil y comprueban si ha sido para él, y de paso dan un repaso a la lista de contactos o consultan la cotización del ibex. Dedicarse en profundidad a una sola cosa, y en silencio, es hoy la conducta más subversiva posible. Nuestra adicción es a la multiplicación de los estímulos. Es como leer el periódico y ver a la vez la televisión, un arte en que todos vamos mejorando. La tele, por cierto, sin la que mucha gente no lograría echar la siesta ni bastantes niños hacer la tarea. También en el tren, en cuanto te sientas, te dan unos auriculares para que oigas música o sigas la película y así en cuatro horas no intercambies una frase con el vecino y solo oigas su voz cuando conteste al móvil. El ruido es la cascara de nuestra burbuja, lo que nos aparta de la inquietante presencia del otro, de sus demandas y de sus necesidades, y dentro de esa burbuja que va muy deprisa de un lado a otro sin tiempo para nada, va un sujeto adormecido por el ruido, a quien un poco de silencio le haría tal vez despertar.

(Publicado en DN el 3-IV-06)