lunes, octubre 04, 2010

Octubre

Todos los años al llegar octubre, siento que es ahora cuando debería tomarme las vacaciones, que este es el mejor momento, pero es justamente ahora cuando comienza el curso, las obligaciones crecen como las setas y se acentúa ese aire severo que tiene Pamplona desde final de septiembre hasta adentrarse en junio (en Pamplona, me dijo hace tiempo un amigo de fuera, todo el mundo parece siempre muy preocupado). Quisiera estar libre ahora, sin obligaciones, y así –fabulo- mientras me decidiese adonde ir, aprovecharía para subir no se qué monte, me dedicaría a esquivar los cazadores, tocaría las hayas, olería las setas, y vería como todo pierde peso, hoja, brillo, hasta quedar como dormido. También iría a la vendimia, desde luego, a ver llegar los remolques de uva y sentir los potentes olores –esta es, desde luego, la estación de los buenos olores- y escuchar lo que se dice. En realidad haría más o menos lo que ya hago, pero de una manera más seria, más intensa. Ahora soy un amateur del otoño, y me gustaría, aunque sé que es difícil, llegar a ser un profesional. Hace días, por ejemplo, ya probé las uvas que colgaban de la vid en espaldera, en una finca junto a Montejurra. Había llovido hace poco y el campo parecía recién dispuesto. Desde el jardín miramos el monte carlista, con sus grandes lajas de roca que parecen cuchillos, y a alguien le dio por pensar en el significado de aquel lugar, en las batallas que se han dado en los alrededores, en la potencia que los grandes argumentos de la causa carlista han tenido en nuestra historia: Dios, Patria, Fueros, Rey. Esas palabras colmaron el pecho de miles de jóvenes; por ellas han matado y muerto cientos de antepasados nuestros, aunque apenas nadie las quisiera recordar hasta hace poco, y ahora, de pronto, al socaire de la memoria histórica, vuelven de nuevo en reportajes, libros, y programas de televisión –Requetés de las trincheras al olvido, un digno ejemplo- en medio de la añoranza de algunos y de un cierto pudor general, como si nos costara ver el pasado tal como fue.

(Publicado 4 octubre 2010)

Princesa

Cunde la alarma por el dato de que Belén Esteban, princesa del pueblo, lograría ser la tercera fuerza parlamentaria en unas elecciones. Seguramente ella ya sabe, o le han explicado, que sería una estupidez presentarse, y que una silla en TV es mucho más importante que una en el Parlamento, y que allí, entre comisiones, expedientes, pactos y aburridos papeles, su desparpajo se apagaría enseguida. Poco pintó -salvando las distancias, que son muchas- alguien como Labordeta, que estuvo allí ocho años más bien mortecinos. Por no hablar de Ruiz Mateos, o Gil, quienes ya sucumbieron al fuego lento de la vida pública. Hoy las cosas importantes no suceden en el Parlamento sino en el mundo virtual, en los medios, en las redes, en los lanzamientos mediáticos. Hoy interesan personajes como la Esteban o Mourinho, por ejemplo (los dos protagonizaron el mismo día grandes reportajes en tv), con los que la gente se identifica, envidia, ama u odia, y que logran una enorme influencia de la que pueden sacar partido y dinero, y a cualquiera de ellos una carrera política lo único que les daría es la puntilla. Este es el mundo de las apariencias, los mensajes efectistas, las grandes audiencias y los acontecimientos planificados, donde vale más, como sabemos, una buena foto que algo de contenido y por eso, aunque nos alarma el fenómeno Esteban, no debiera extrañarnos tanto, pues no es sino el extremo deformado de lo que ocurre en todas partes, incluida la política, que también se rindió hace tiempo al dictado de de la notoriedad y la imagen por encima de cualquier otra cosa. De forma machacona, por ejemplo, se insiste en que Trinidad Jiménez debe ser candidata en Madrid, porque es más conocida por el público que Tomás Gómez, y cuando este propuso un debate entre ambos, nadie le hizo el menor caso. ¿Un debate? ¡Que cosa más rollo y anticuada! Aquí, allá y en todas partes se trata de encontrar un candidato que brille más que el contrario, aunque no se sepa bien para qué. Pues eso.

(Publicado 20 septiembre 2010)

jueves, septiembre 16, 2010

Boby Fisher


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Ha muerto Fisher, a los 64 años (uno por cada ficha del tablero, se ha dicho), en Islandia, un lugar lejano e inhóspito, donde su paranoia le había confinado hace tiempo. Fisher era un genio, una persona de una inteligencia deslumbrante, lo que siempre es sinónimo de infelicidad y a veces de locura. Los hombres inteligentes son como esas mujeres bellas que cohíben a todo el mundo y a las que nadie se acerca. La gente muy inteligente suele ser muy pobre emocionalmente e incapaz de manejar sus vidas. Fisher, que derrotó por su cuenta y riesgo al imperio soviético, (cuando la superioridad rusa en ajedrez era el orgullo del sistema) era ya entonces un hombre atormentado, insociable, con un duro pasado en que fue abandonado por su padre (los niños abandonados, declaró una vez, se vuelven lobos) y vivía siempre en guardia ante supuestas conspiraciones para acabar con él. Ganó a Spasky, y décadas después éste fue a visitarle a Islandia, donde ha vivido los últimos años tras desobedecer y jugar de nuevo el título mundial en una Yugoslavia en guerra, pero no sé si logró que Fisher le recibiera, pues temía alguna trampa. Las fotos que hemos visto ahora de Fisher nos muestran a un barbudo de cara labrada por el aire libre o tal vez por la permanente angustia. La aparición de esta cara después de años de esconderse, me ha recordado a Salinger, ese mítico escritor que nunca aparece en público y del que apenas hay imágenes. También me ha recordado a el solitario, ese delincuente que estos días ha venido a declarar a Tudela por el doble crimen de Castejón. También la inquietud que provoca el solitario deriva de su inteligencia, de la frialdad con que parece cometió sus crímenes, de su rigurosa preparación, del disimulo con el que elaboró una doble vida con la que engañó a todos. A veces somos muy duros con la mediocridad y la torpeza en nuestra vidas, con las limitaciones de la gente o, sin ir más lejos, de los políticos, sin caer en cuenta que a veces es la poderosa inteligencia la que nos ha traído el horror.