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El escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia |
Perilli es un escritor italiano que vive en México y escribe también en español. Me recuerda a Tabuchi, que se convirtió en un portugués a base de seguir a su admirado Pessoa. Mientras hablamos de México, del inmenso DF, de las colonias donde viven los artistas, recuerdo de pronto a Ibargüengoitia, ese escritor de apellido inacabable, como de chiste vasco, un autor, sin embargo, profundamente mexicano. (Mientras más enojado estoy con este país y más lejos viajo, más mexicano me siento, escribió).
Recuerdo su humor tan fino, literario, demoledor a veces, sus parodias de México revolucionario -y del PRI luego- sus retratos irónicos, inmisericordes, sus artículos ligeros y humorísticos. Fue periodista del Excelsior y de la revista Vuelta. En 1983, un avión de Avianca que le trasladaba a Bogotá, a un congreso cultural, junto a varios escritores hispanoamericanos como el peruano Scorza, o Ángel Rama, o pintores como Jairo Tellez, cayó cuando iba a aterrizar en el aeropuerto de Barajas. Todos murieron. Quizás estaba un poco más allá del mezzo del cammin de la vida -tenía 55 años- pero todavía no era tiempo de morir. Poco antes había escrito: cada año que pasa tengo más libros que escribir, y cada año escribo más lentamente.
El año pasado Ibar –le reduciré el apellido- hubiera cumplido 90 años. El caso es que nos quedamos sin esos libros lentos, lo que es una pena pues estamos faltos de humor inteligente. Y es que no es fácil escribir humor. Enseguida uno puede despeñarse por lo fácil, por lo coyuntural, por lo histriónico. El humor es una forma desplazada de decir cosas serias. De no ir de frente, de jugar al sobreentendido, de hacer metáfora. Quien creyó que todo lo que dije fue en serio es muy cándido, y quien creyó que todo fue una broma, un imbécil, escribió Ibar. Quizás a su humor le cuadre decir que se atrevió a quitar la solemnidad a las cosas, algo muy higiénico. La solemnidad, la impostación, la gravedad, sobre todo en el ámbito de la política, en la universidad (donde se renueva cada día) nos asedia.
Ahora me viene a la cabeza algo que ocurrió tras la triste muerte de Ibar y compañía. Una de las cosas que se dijeron fue que el avión había caído por una bomba que había puesto la CIA, al viajar en él unos peligrosos escritores izquierdistas latinoamericanos. Algo muy halagador para la escritura, sin duda, pues la hace tan importante como para urdir una conspiración internacional dirigida a cargarse a un humorista y dos novelistas no muy leídos camino de un evento cultural (y de sus cócteles). Esto, que da desde luego para una buena novela de humor, lo dijo, entre otros, el chileno Jordorowsky, un escritor, o algo así, chileno y francés (bastante solemne, creo) que todavía anda por ahí. Enseguida me he puesto a mirar, porque el asunto me ha hecho gracia y he recordado la Revolución en el jardín. Prometo seguir.