Cunde la alarma por el dato de que Belén Esteban, princesa del pueblo, lograría ser la tercera fuerza parlamentaria en unas elecciones. Seguramente ella ya sabe, o le han explicado, que sería una estupidez presentarse, y que una silla en TV es mucho más importante que una en el Parlamento, y que allí, entre comisiones, expedientes, pactos y aburridos papeles, su desparpajo se apagaría enseguida. Poco pintó -salvando las distancias, que son muchas- alguien como Labordeta, que estuvo allí ocho años más bien mortecinos. Por no hablar de Ruiz Mateos, o Gil, quienes ya sucumbieron al fuego lento de la vida pública. Hoy las cosas importantes no suceden en el Parlamento sino en el mundo virtual, en los medios, en las redes, en los lanzamientos mediáticos. Hoy interesan personajes como la Esteban o Mourinho, por ejemplo (los dos protagonizaron el mismo día grandes reportajes en tv), con los que la gente se identifica, envidia, ama u odia, y que logran una enorme influencia de la que pueden sacar partido y dinero, y a cualquiera de ellos una carrera política lo único que les daría es la puntilla. Este es el mundo de las apariencias, los mensajes efectistas, las grandes audiencias y los acontecimientos planificados, donde vale más, como sabemos, una buena foto que algo de contenido y por eso, aunque nos alarma el fenómeno Esteban, no debiera extrañarnos tanto, pues no es sino el extremo deformado de lo que ocurre en todas partes, incluida la política, que también se rindió hace tiempo al dictado de de la notoriedad y la imagen por encima de cualquier otra cosa. De forma machacona, por ejemplo, se insiste en que Trinidad Jiménez debe ser candidata en Madrid, porque es más conocida por el público que Tomás Gómez, y cuando este propuso un debate entre ambos, nadie le hizo el menor caso. ¿Un debate? ¡Que cosa más rollo y anticuada! Aquí, allá y en todas partes se trata de encontrar un candidato que brille más que el contrario, aunque no se sepa bien para qué. Pues eso.
(Publicado 20 septiembre 2010)
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