lunes, julio 18, 2016

Lejos

Cabo San Vicente. Algarve.
Me fui hasta el fin del mundo, allí donde no hay ya sino mar, pero hasta  ese lugar, en esos días largos y plácidos en los que me creía  a salvo, llegaron los ecos de una fiesta que había dejado atrás, como siempre con una mezcla de melancolía y liberación,  y donde, según comprobé,  algunos ven la ocasión para la violación y el abuso y día a día, en lo que iba leyendo, era como si dos realidades se superpusieran: el discurso oficial, por una parte,  que condenaba sin paliativos las agresiones a mujeres indefensas, y el otro, el que circula a ras de tierra, insoslayable,  que hace tiempo hizo correr el mensaje de que en esta ciudad, durante unos días, no hay límites y puede uno desahogar sus peores instintos y emboscarse en la vorágine general, sin ley, y esta doble visión de las cosas, como estratos de un mismo paisaje,  coincidían al mismo tiempo, hasta el punto que  un mismo día, por la mañana, había una concentración de condena muy clara, un mensaje muy rotundo de basta ya, que me hizo recordar, por cierto, otros momentos en que parecía que sin fortuna se gritaba eso mismo, basta ya, algo que con el tiempo no fue en vano, pero por la tarde se presentaba una nueva denuncia, como si hubieran una legión de barbaros inmune a todo argumento, sorda y reincidente, y algo muy potente y perverso se hubiera colado en la fiesta, y todo eso no me dejaba en paz, me incomodaba como si con mi falta  las cosas  se hubieran  ido de la manos,  y  luego me iba tranquilizando de nuevo mientras veía deslizarse poco a poco el día hacia el fin: el cielo brumoso por el calor del día, la franja rojiza sobre el atlántico, y comenzaba ese viento que agita cada tarde los pinares del Algarve, esa tierra dulcísima, con olor a eucaliptus y a flores,  hasta que el nuevo día traía de nuevo un amanecer perfecto,   junto  la noticia de un canalla que se alegraba de la muerte de un torero en la plaza, o la de un camión que arrasaba  a la gente que disfrutaba de una fiesta haciendo una carnicería, las dos caras del mundo que se suceden: lo inhumano por un lado y  el denodado empeño   de belleza y vida en común que lo combate.
(Publicado Diario Navarra 18/7)

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