lunes, marzo 06, 2017

Rulfo, o la maldición de la obra maestra

El escritor mexicano Juan Rulfo.
Se vuelve a  hablar de Juan Rulfo, a los cien años de su nacimiento, y su figura se engrandece en la lejanía mexicana, en el recuerdo de aquella deslumbrante  narrativa de América –la mejor novela española se escribió fuera de España-, y en su caso llama la atención que este hombre haya pasado a la gloria literaria con apenas dos obras: la novela corta Pedro Páramo y los relatos de El llano en llamas, tras lo cual se sumió en el silencio, como si se tratara de unos de sus personajes enmudecidos. Rulfo supo poner voz a lo que nunca antes se había escuchado: la voz del indio, el pensamiento inaccesible del indígena; esa rumia de algo que no podemos concebir; lo que se esconde  tras ese rostro circunspecto, inexpresivo; algo que viene de muy lejos, de antes de la conquista, de lo profundo  de la selva y el altiplano. Un mundo atemporal,  un lugar que nos está vedado. Hasta él, teníamos la novela del indigenismo bienintencionado que reivindica al autóctono de las américas, al indio, pero que lo hace desde fuera, queriendo  salvarle incluso de sí mismo, sin tratar de entenderlo. La obra de Rulfo penetra la mentalidad del indio  y  va tendiendo, como él,  a lo lacónico, al silencio, a las visiones entre el sueño y la vigilia, a las figuras fantasmales y la mezcla de  pasado y futuro. Su Pedro Páramo fue la irrupción de algo nunca intentado y que no ha tenido  herederos.     Rulfo vivió bajo la maldición de esta obra el resto  de su vida, incapaz de escribir nada más por el miedo a no estar a la altura –lo peor que le puede pasar a un creador-, eclipsado  por sí mismo, lamentando  la mala suerte de haber logrado la perfección. Pero no cayó en esta trampa de volver a escribir una y otra vez Pedro Páramo, como esos  artistas que se repiten hasta el hartazgo, y  eso lo ensalza. Siguió alrededor de la vida literaria, aplastado por su obra. ¿Para cuándo un nuevo libro, maestro? le preguntaban, y él decía que pronto, ahorita, y callaba. Aquellos años donde no escribió fueron en realidad –si se leen algunos testimonios- muy duros. Fue un hombre introvertido, con tendencia depresiva, entregado al alcohol y al tabaco que al final lo matarían. Viajó por México haciendo unas fotos espléndidas, en blanco y negro, con rostros que parecían paisajes torturados y paisajes que parecían rostros llenos de arrugas, que no necesitaban  palabras. Murió en su país, donde se había convertido  en vida en una vieja gloria,  hace tiempo. 

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