miércoles, junio 16, 2021

En Gredos

Voy a la plataforma de Gredos pronto. La carretera casi sin nadie parece ir al fin del mundo. Dejo el coche y salgo por un camino de piedras grandes y regulares, una calzada que va ascendiendo por un paisaje sin árboles, en el que la vista no encuentra un final. Los prados están verdes de hierba y amarillos del piorno serrano, la retama: un arbusto que se hace ahora, en junio, dueño de todo. Cerca del collado encuentro a una pareja con una gran teleobjetivo fotografiando pájaros. Entre los altos arbustos amarillos se ve la cornamenta de varios grandes machos de cabra montés. Estamos un rato en silencio, mirándolos por el catalejo, sin que se inmuten, mientras en su honor canta una alondra. Luego seguimos despacio, atentos, y de vez en cuando ellos me indican las flores del camino: el campanario, la manzanilla, el colchicun, que aquí llaman quitameriendas, el azafrán serrano, la margarita. Es la primavera en la sierra, el esplendor en la hierba. Mas arriba junto al mirador, se ven los picos del circo: La Mina, el picudo Almanzor, granito puro, y se advierte el tajo del antiguo glaciar que seguía varios kilómetros hacia el norte y que ahora es una garganta por donde corre el agua. Ellos se quedan allí y yo bajo hasta la laguna, me descalzo y meto los pies en el agua fría llena de renacuajos. Es extraño pero, pese a la caminata, no tengo hambre. Es como si ya estuviera saciado. El circo con la laguna grande es un lugar pétreo, desolado, labrado por los elementos. El sol pega fuerte. Aquí no hay verde ni amarillo, piorno ni margarita. Que hago aquí, me digo. Los pies duelen de tanto pisar piedras. Vuelvo por donde he venido. En el mirador, donde les he dejado, están todavía los ornitólogos. Se ha nublado, pero no les importa, porque es mejor para las fotos. Paro a comer en Hoyuelos, pero no encuentro el hambre.

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