martes, julio 18, 2006

Vista de Delft


Mientras los sanfermines expiraban y a la espera de que los pilotos de Iberia bajaran de las nubes, he viajado hasta Delft en un día magnífico, inusual en Holanda, y observando la vista de esta bella ciudad, hermana pequeña de la cosmopolita Amsterdam, pensé que este pequeño país había recorrido el camino opuesto a España desde que Guillermo el taciturno, oriundo de Dellft, se rebeló contra la monarquía española. Mientras España se iba encerrando en sí misma, haciéndose unidimensional, guardiana de las esencias del catolicismo, empeñada en una lucha de décadas contra calvinistas, hugonotes, y protestantes de toda ralea; mientras se despreciaba el comercio y nadie encontraba valiosa la actividad fabril o el cultivo de las ciencias, descarriando el país para siglos de la senda que llevaba al futuro, la pequeña Holanda se las ingenió para que floreciera la banca y el comercio, acogió a judíos, se hizo un imperio marítimo que llegó a Surinam e Indonesia; sobre todo reformó a fondo el Cristianismo para hacerlo compatible con el individualismo, la acumulación de capital y las virtudes burguesas, y forjó una religión basada en la laboriosidad y el rechazo de toda ostentación. Con el protestantismo y los molinos de viento, Holanda inventó el progreso. Hoy Amsterdam, emblema de Holanda, la ciudad en que Spinoza escribió su Etica, la que habitó Rembrandt, la que ocultó en vano a Anna Frank, es una ciudad muy bella donde se mezclan razas y culturas, se escuchan todos los idiomas y donde prolifera el gentío, la embriaguez, los coffee shops y los canales que reflejan sobrias fachadas de ladrillo. Volviendo de la apacible Delft hacia Amsterdam, por la noche, veo la gente beber tranquilamente cerveza en la calle, mientras las luces rojas de las prostitutas en los escaparates comienzan a encenderse. Todas las debilidades humanas, a la postre, son perdonables –me digo acodado en un puente - solo la orgullosa virtud es a veces repulsiva y no tiene cura.

(Publicado en DN el 17-7-06)

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