miércoles, mayo 07, 2014

Opiniones

La NBA ha expulsado de por vida al dueño del equipo de los Clippers, el multimillonario Donald Sterling, por sus comentarios racistas al reprochar a su novia mejicana haber aparecido en una foto con Magic Johnson. “Me molesta mucho que difundas que te estás relacionando con gente negra”, le dijo. Pese a que Sterling no  ha podido todavía defenderse y la legalidad de la grabación esté en entredicho, la Liga ha tardado muy poco en sancionarle  con 2,5 millones de dólares y enseñarle la puerta de la calle, lo que muestra la sensibilidad -a veces un poco hipócrita-, que existe allí contra el racismo, la discriminación y los derecho de las minorías. Algo de eso hemos visto aquí con el penoso incidente del plátano lanzado a Alves y los 21 detenidos por aplaudir el terrorismo en Internet y denigrar a las victimas, entre ellas a Miguel Ángel Blanco o Irene Villa, de una forma zafia y ofensiva, lo que prueba que también se puede ser criminal  con las ideas y las opiniones,   y que éstas, en contra de los que muchos creen, no son siempre algo inofensivo y digno de respeto.    No todas las opiniones, ni todas las  ideas son respetables. Nada puede ser tan peligroso como las palabras. Sin llegar a los extremos de Sterling o de los filoterroristas de la red, hay opiniones peregrinas, caprichosas o de escaso valor, que merecen ser combatidas y no dadas por buenas como si fueran solventes. Decir que cada uno tiene su opinión y encogerse de hombros, es una forma de rendirse, de decir que todas valen lo mismo, lo que es una aberración. Como bien dice Aurelio Arteta, en su lucha contra los tópicos, hay que faltar el respeto a las ideas, no a las personas. A las ideas hay que meterles el dedo en el ojo y si es preciso abrirlas en canal para verles la trampa.  La democracia no consiste en que cualquier tontería deba tener estatus de verdad, ni que todo valga lo mismo. Las ideas racistas, xenófobas o denigratorias con las víctimas, el ofensivo desprecio racista de un dirigente deportivo, no pueden quedar impunes. Difundir el odio es más grave que robar un supermercado y bastante más contagioso. 

(Publicado DN 5 mayo)

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