miércoles, enero 06, 2016

Knausgärd


En una especie de vorágine exhibicionista, el escritor noruego Karl Ove Knausgärd,  ha publicado 6 libros -he leído el primero, La muerte del padre- en los que cuenta su vida con un extraordinario realismo, sin ocultar nada, desvelando aquello que no debe ser dicho: lo que uno piensa en realidad de  gente cercana, por crudo que sea, las miserias diarias, la muerte de un padre devastado por el alcohol; todo ello junto  al relato de las menudencias cotidianas, lo banal, lo repetitivo, el chisporroteo de un huevo en la sartén. Un empeño para hacer volar por el aire cualquier ficción, que se empequeñece ante este propósito desaforado. Y es que existe una cierta sensación  de que la ficción ya no vale, que es una impostura, un artificio que muestra sus costuras, y que lo literario, hoy, debe arriesgarse a  incorporar la verdad de quien escribe, su libra de carne, que decía Lacan. Todo es materia literaria. La ficción se queda para el cine y las series, con las que no es posible competir, y la literatura huye y se refugia en los márgenes, se enreda con  aquello que no se puede contar.
Los seis tomos de Knausgärd completan una serie que bautizó con humor negro “Mi lucha”,   una auténtica vuelta  de tuerca al relato autobiográfico en el que el autor, ya que no en sutilezas de estilo –dice haber escrito 20 folios diarios durante años-, gana por la ambición de su escritura, por el empeño en desnudarse, por la decisión de abarcarlo todo. Su estilo es el hiperrealismo del detalle, la digresión y la asociación libre y esa escritura torrencial, ese empeño de inventariar los hechos, esa ambición de contarlo todo,  crean en el lector una  especie de atracción hipnótica, un estrecho contacto con una voz que  atrae y provoca rechazo  a la vez.
Puede que haya a quien repugne,  pero el éxito de Knausgärd ha sido grande en los países nórdicos, y no ha pasado desapercibido entre nosotros, por mucho que su familia cercana le haya retirado la palabra. Pero el arte, por lo visto,  debe estar por encima de eso. Sin embargo, es justamente el arte el que siempre ha ido por otro lado: no en mostrarlo todo, sino más bien en ocultar una buena parte, en trabajar con símbolos e indicios,   en velar las cosas, en sugerirlas, en dejar huecos. Solo así se suscitaba la atraccion de la obra. La transparencia no ha sido nunca lo bello.  Las cosas  no desaparecen en la oscuridad, sino en el exceso de iluminación, dice Braudillard.  No concluyen en la oscuridad y el silencio, se desvanecen en lo más visible que lo visible: la obscenidad. 

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