lunes, enero 11, 2016

Magos

Reinas magas. Valencia.
Puede que la situación política sea inquietante, que la formación de gobierno penda de un hilo, y que la recesión China venga a enfriar nuestras expectativas, pero nada nos ha ocupado tanto estos días como la guerra de las cabalgatas de reyes, que aquí se ha concretado en la discusión  de si Baltasar debe ser o no de color original, y  fuera de aquí ha tenido debates para todo los gustos. “Nunca te perdonaré, Carmena”, escribió Cayetana Álvarez de Toledo, una política muy fina del PP,  al ver la cara de estupor de su hija ante los vestidos de los magos en Madrid, una mezcla de Ágata Ruiz de la Prada y Miliki. En Valencia, el desfile de tres magas en carroza llevó las aguas hacia el debate de género, y en todas partes se produjo un choque entre los defensores de la tradición y los iconoclastas, que no se sabe si quieren ponerla al día o reírse de ella. Llama en todo caso la atención  que la costumbre de los reyes magos concite tantas pasiones, cuando se trata de  una tradición de otros tiempos, importado de relatos bíblicos y aún más remotos, una fiesta algo anacrónica, como todas las fiestas, que han perdido su antiguo sentido,  pero que en este caso todavía parece cumplir una función necesaria. Los reyes magos no son solo un acontecimiento religioso, sino un rasgo social, y eso es algo que  le pasa a la misma Navidad,  que siendo una celebración cristiana es  a  la vez un hecho cultural, un tiempo marcado en el calendario para parar y reunirse y abrigar buenos sentimientos. Por eso es tan iluso querer  ignorarla.  También celebramos el domingo, y eso no nos convierte en  creyentes. Puede que los reyes sean el vestigio de la idea infantil de unos padres que lo pueden todo, y una forma de transmitir  la idea de que el buen comportamiento tiene su recompensa, o incluso que nunca se obtiene  todo lo que se pide, un entrenamiento a la frustración.  Pero son también la prueba de que  todavía existe en el niño y en nosotros algo de pensamiento mágico. No en vano la idea de que se puede todo y sin coste, y que la cosas nos las traen unos tipos sonrientes  por arte de magia, es la que nos resulta políticamente irresistible.
(Publicado Diario Navara 11/I)

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