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El escritor Alberto Manguel |
lunes, diciembre 31, 2018
Homero y fin de año
lunes, diciembre 17, 2018
En Biriatou
I
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Iglesia de Biriatou |
II
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El escritor Jorge Semprún |
viernes, noviembre 23, 2018
Un Freud cervantino
Voy
a la charla de Villacañas sobre Freud en el ciclo de Filosofía. Me siento
delante, como siempre. En primera fila.
La causa freudiana, en realidad, nunca me ha sido ajena.
La intervención de Villacañas, en contra de lo
que suele ser habitual, no toma
distancia ni se excusa; no comienza poniendo todo tipo de cautelas sobre Freud,
aclarando que es de otra época y que ya no está vigente, como se pretende ahora. Al revés, le otorga un
valor muy grande para la filosofía, a pesar de no ser precisamente un filósofo,
sino más bien -así se presenta él siempre-
un científico, alguien que
desconfía de la importancia que la filosofía da al pensamiento, de esa
tendencia neurótica a controlar el mundo con el pensamiento.
El
espacio que abre Freud, viene a decir Villacañas, es muy fértil. El programa de Freud, a su juicio, sería
trabajar y amar. El suyo es, ante todo, un discurso racional, que opera
mediante la lógica.
Siempre
se ha puesto a Freud en la estela que
viene Nietzsche y Shopenhauer, pero
Villacañas lo ve más en relación con Husserl, en cuanto Freud hace una
fenomenología, una descripción de hechos: los sueños, los lapsus, el humor, de
los que extrae consecuencias, sin mediaciones conceptuales. También con Darwin, en cuanto el mismo Freud
habla de las tres revoluciones copernicanas que, según Villacañas, suponen un
doble movimiento: de humillación y enseguida también de autoafirmación. Está la
propia revolución de Copérnico: la tierra
ya no es el centro del universo, sino una piedra perdida en un espacio casi
infinito; no el espacio privilegiado
donde se desarrolla la salvación, sino un planeta más. Está, después, la revolución propia de Darwin: el hombre no es una creación divina,
sino la consecuencia de un proceso evolutivo
a partir de un animal. En la última revolución, la de Freud, el hombre, que
tras las dos humillaciones anteriores al menos tenía su individualidad y su
razón, se convierte en alguien que no es dueño de su propia casa, que responde
a una lógica que no conoce y le domina. No es transparente a sí mismo, no puede
conocerse de forma inmediata. Se trata del inconsciente, pues.
El hombre que Villacañas ve en la obra de Freud es el hombre en riesgo, sujeto a pulsiones contradictorias, también a las más letales; el hombre que puede malograse, que puede regresar a estadios anteriores: todo es frágil, todo puede derrumbarse. Las conquistas que creemos establecidas: la dignidad humana, el concepto de igualdad, de justicia, en dos generaciones pueden perderse para siempre.
El hombre que Villacañas ve en la obra de Freud es el hombre en riesgo, sujeto a pulsiones contradictorias, también a las más letales; el hombre que puede malograse, que puede regresar a estadios anteriores: todo es frágil, todo puede derrumbarse. Las conquistas que creemos establecidas: la dignidad humana, el concepto de igualdad, de justicia, en dos generaciones pueden perderse para siempre.
El ser humano, lee Vilacañas en Freud, es un ser improbable, el más
débil, el que se puso en pie en la sabana a merced de los depredadores y se
salvó solo por los recursos culturales, por el lenguaje. Es lo que expresa
el mito de Prometeo (el mito recoge una verdad muy antigua, es la prueba de que
nada se olvida), que en el reparto de dones por los dioses el hombre llegó
tarde y ya solo pudieron darle el lenguaje, bien poca cosa. El hombre, simplifica a mi juicio Villacañas, es un ser
sometido a la angustia del nacimiento, al trauma de ahogarse hasta
que rompe a respirar por su cuenta, y que
no quiere volver a ella. Por eso todo lo que le ponga a resgurado de esa
angustia lo adoptará. Se protegerá en la repetición. Se defenderá con el escudo
del símbolo. La característica fundamental del ser humano sería la
prematuración, por eso necesita de un útero artificial, social, muy potente.
Por eso es tan frágil. La apuesta para Villacañas sería por la palabra frente a la mera
pulsión, por la construcción de un superyó operativo, viene a decir.
Si
Freud es científico, si se reclama de la ciencia, le pregunto, cómo es que hoy
está en el ostracismo y sea, como él ha dicho, un perro olvidado en la propia
universidad. Qué paradoja que, tras la hipótesis fecunda de inconsciente, el
sujeto actual de la ciencia viva de espaldas a él, ciego, que la ciencia
funcione con un sujeto racional transparente a sí mismo y que no sabe nada de no
ser dueño de su pensamiento.
Es
así, dice él, y cree además que en la medida que no se reconozca el
inconsciente, no cabe esperar nada bueno, se va a la omnipotencia y la falta de
límites, al desconocimiento de la palabra. Sólo la modestia de sabernos goberanados
por el incosciente nos podría salvar de
la pulsión de muerte.
Habría
a su juicio que abogar por un camino cervantino, en cuanto don Quijote, que
Freud leyó de joven -incluso creó una academia española con un amigo- es un
buen ejemplo: un hombre con un potente superyo, que persigue por tanto grandes
ideales, pero capaz de soportar siempre la adversidad y a quien los golpes de la vida no
le hacen caer en el cinismo de la desesperanza.
jueves, noviembre 22, 2018
Autorretratos
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Elena Goñi. Perfil de tarde. |
La pintora Elena Goñi expone en Espacio Marzana de Bilbao sus "Autoretratos". Aquí hay uno, que titula Perfil de tarde. El juego consiste en que, en realidad, esto es lo que la pintora ve cuando se mira a sí misma (las suaves colinas, los promontorios del cuerpo, la cúspide de un pezón), pues nunca podemos vernos la cara, salvo en el artificio del espejo.
martes, noviembre 06, 2018
Robles
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Simonides. Roble de Lizarraga. |
lunes, noviembre 05, 2018
Novela
Pensaba escribir una novela, pero he desistido. La novela, como género, está acabada. Las cosas tienen su tiempo y éste va de otra cosa. Antes una novela era una visión del mundo, un agujero en la niebla. Ahora sirve para que un influencer, o algún famoso que ha pasado por un reality ganen presencia. Para que alguien que ha superado un cáncer o dado la vuelta al mundo en triciclo lo cuente, o lo haga un negro por él. Me refiero a las novelas que lo petan. Ahora hay que venderse como mercancía, hay que crear un personaje que se multiplique por las redes, una marca personal, algo que atraiga la atención y una novela puede valer tanto como una recaída en las drogas. A la novela, además, la realidad le ha ganado la partida. La realidad superaba a veces a la ficción, pero ya la ha derrotado. Es difícil diferenciarlas. Por mucha imaginación que uno tenga es imposible competir con una personaje como el comisario Villarejo, por ejemplo, oculto tras un cartapacio con sus gafas oscuras de madero, parapetado tras sus grabaciones que ahora destila con cuentagotas la prensa y que son una novela con morbo en la que los personajes hablan a los postres sobre un puticlub que sirve para sacar información a los que manejan el cotarro y otras lindezas. El lector entonces se pregunta qué sentencias dictarán luego los jueces chantajeados. Qué acuerdos tomarán políticos agarrados por la entrepierna. He ahí una trama de terror que supera cualquier ficción. Frente a esto, poco tiene que hacer la ficción. Así no se puede competir. El mundo hoy no lo explica una novela, que se queda siempre corta, ni siquiera una serie de HBO en seis temporadas, aunque se le acerque más. La novela con sus matices y su elaborado lenguaje sobra. No casa con un mundo que prima la transparencia y donde todo se exhibe y circula sin pudor. Lo contrario del viejo arte, siempre velado, oculto en pliegues, ambivalente, sin un único sentido. Cercano a la verdad de las cosas. Ante un mundo así es inútil volver escribir Ana Karenina. La novela ha muerto y tal vez por eso se siguen escribiendo tantas, como si nos resistiéramos a su pérdida.
jueves, octubre 25, 2018
Otoño
Tuve un día ocupado y al caer la tarde, camino a casa, me demoré un momento en el parque y me puse a escuchar los pájaros. Porqué cantan los pájaros es una pregunta que se ha hecho mucha gente. Platón decía que porque eran felices y aunque la ciencia ha explicado que se trata más bien de cuestiones territoriales y de celo, hay todavía un resto que no cabe explicar. Se ha comprobado que cuando el pájaro corteja o marca territorio su canto es más elemental y pobre que cuando canta sin razón. Cuando lo hace porque le apetece, podíamos decir. Russomanno, un musicólogo italiano que ha escrito un bello libro sobre la música invisible, y que es una especie de pitagórico, piensa que los pájaros cantan, entre otras razones, porque les gusta, porque disfrutan con ello, porque cantar les hace ser lo que son. Como Platón, en realidad. En su apoyo, cita autores y naturalistas que coinciden en esta idea de que en el canto de los pájaros hay un componente de gratuidad. Su grado de variedad y complejidad, apuntan estos sabios pajareros, no guarda relación con necesidades de supervivencia de la especie. El pájaro canta porque puede, porque es su voluntad y además su sino, sería la conclusión. Esta mezcla de elección y necesidad es muy seductora y, a mi juicio, rige también entre los humanos. En el fondo es la explicación de toda vocación, de todo camino. No poder dejar de hacer algo que a la vez se elige libremente. Es como reconocer que realizamos nuestro deseo porque no tenemos más remedio. A punto de anochecer, al mirar al cielo, he recordado de pronto el grito de las grullas que traerán pronto los días cortos del otoño, la flecha que dibujan el cielo, las vueltas buscando un lugar para pasar la noche. Para Russomano el canto de los pájaros, junto a la música, es parte de un continente mucho mayor que suena todo el rato a nuestro alrededor, pese a que nuestros oídos no puedan percibirlo. Es una música invisible, una armonía que lo envuelve todo. Mirando el cielo nocturno he creído sentir un instante esa armonía y cómo al vasto silencio de los astros se sumaba mi propio silencio.
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