jueves, septiembre 26, 2019

Voces de lejos


Han encontrado una grabación con la voz de Frida Kahlo, esa pintora que se autorretrató tantas veces con flores en la cabeza, con cara de luna redonda y seria o con largas trenzas, a veces con el corazón abierto, fuera del cuerpo, como si hubiera escapado; autora de una obra que todavía nos deslumbra -quizás ahora más incluso que antes- y que está  llena de color e indigenismo mexicano; una mujer que se sobrepuso a la polio y a  tremendos dolores de espalda y que fue también la mujer de Diego Rivera -o éste de ella-  el gran muralista mexicano; una pareja que son por sí una novela, que juntan arte, política y primer feminismo,  amigos y protectores de aquel Trotsky refugiado en Coyoacán  huyendo de Stalin, quien lo borró a conciencia de las fotos de la revolución –una especie de fake de aquellos tiempos, para cambiar la historia- y  quería borrarlo también del mapa, y lo consiguió gracias  Ramón Mercader, el obediente comunista español que le clavó un piolet en la cabeza, quizás el asesinato más surrealista del siglo. En el corte de radio que se ha rescatado en México Frida habla de Diego, de quien dice que es un niño grande, lo que cuadra con la imagen de bebé gordo e imponente que tenemos de él, y alaba sus manos sensibles como antenas que lo perciben todo, con las que pinta, y dice con ternura que quisiera tenerlo en brazos como un niño recién nacido. Son palabras de amor dichas con voz firme y clara,  un poco afectada, como quien recita un poema; una voz que, como ocurre con esas voces de quien no conocemos, la de alguien que nos acompaña en la radio durante años, por ejemplo,  no se corresponde luego con la imagen de quien las ha pronunciado, como si fuera de otra persona, como si estuviera equivocada. Quizás la voz sea lo más nuestro y contenga nuestro espíritu, como creían algunas tribus primitivas, y sea lo que nos exprese mejor, más  incluso que la imagen, no en vano oír la voz de quien se ha ido impresiona más que verlo en una foto o un retrato.  "La voz es una cosa viva", he oído de pronto decir a Unamuno, cuya voz he encontrado de pronto en una de sus escasas grabaciones diciendo, en uno de esos juegos verbales que tanto le gustaban, que "hay que aprender a leer con los oídos la palabra viva", y más adelante ha recordado a Jesús, que no escribió nada, como Sócrates. “Rechazo al hombre que habla como un libro”, clama la voz metálica y lejana de Unamuno desde ultratumba, “prefiero los libros que hablan como hombres”.

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