martes, octubre 01, 2019

Lápiz

Comí con un editor –el oficio no va muy bien, me dijo, pero me permite leer en horas de trabajo- y a los postres estuvimos hablando de la pesadez de la escritura en ordenador, que carga la cabeza y las cervicales,  donde si uno  se descuida no acaba nunca de revisar,  por no hablar de la tentación continua de distraerse por la red y coincidimos en que hay una relación entre la herramienta con la que se escribe y el resultado. Es claro que lo que se escribe con el móvil  parece un telegrama. Pero no todo son mensajes  en pantallas. BIC, por ejemplo, vende 11 millones de bolígrafos al día y los lápices -esa vieja y brillante tecnología, un hito en la historia-  son un objeto preciado, una elección como los discos de vinilo.  Los lápices son mi debilidad, me confesó el editor. Los mejores, añadió, son los japoneses, hechos con madera de cedro y grafito de china. Dicho esto sacó con cuidado uno redondo, color mostaza: Mongol 480, del 2, ponía, y me lo tendió diciendo que era el mismo modelo que utilizaba Steinbeck. “Perdone que haya ganado el nobel de literatura, pero es que escribo con lápiz”, le gustaba decir. También Hemingway o Navokov escribían con lápiz, pero Steinbeck, para quien el ritual de escribir era sagrado –cosa común en casi todos los escritores, que necesitan un precalentamiento- comenzaba la jornada afilando 24 lápices que iba dejando conforme perdían la punta, hasta volver a afilarlos todos a la vez. Luego, cuando estaban por la mitad, se los regalaba a sus hijos. Necesitó 300 lápices para escribir “Al este del edén” y alguno más para “Las uvas de la ira”. Steinbeck es uno de los grandes, y esos libros, recuerdo, retratan la época de la gran depresión y le llevan a uno a una América brutal y profunda y a la cara dolorida de James Dean en la versión para cine de Elia Kazan, donde no morirá nunca. El editor me confesó que había conseguido una partida de mongol 480 a buen precio, y que los repartía con cuentagotas. La inspiración es una cosa caprichosa, así que he dejado el Mongol encima de la mesa con el sacapuntas al lado, y lo he mirado con esperanza, preguntándome si seré capaz de sacarle todo lo que lleva dentro.

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