Blanco y Negro
Puente la Reina |
Volví el primero de año a andar camino de Eunate y de las Nequeas, hasta Puente, como viene siendo ya una costumbre, pero esta vez el día salió gris, el cielo estaba tomado por una espesa niebla que apenas dejaba ver a pocos metros, y hacía frio, de tal modo que cuando empezamos a andar el paisaje se mostraba solo en blanco y negro, como en una película antigua, y todo parecía vacío, sin un alma, como si el nuevo año hubiera ahuyentado a todos o el mundo hubiera acabado el día anterior y solo quedara un páramo desfallecido, sin contrastes, casi sin vida, y los adjetivos con lo que en otros años había tenido que batirme para describir el paisaje; los pardos, ocres, amarillos y blancos de los campos, los retales de tela y las piezas salpicadas aquí y allá que recordaban las de un Tangram de colores brillantes ya no existían, ahora era solo un pino chato y solitario el que se veía sobre un montículo, apenas el primer plano de una campo recién brotado se presentaba verde sin terminar de llamar atención; todo era pálido, simplón, tenue, vago, soñoliento, vacuo, y así como en otras ocasiones el camino me había llevado a alguna parte, y paso tras paso había ido logrando tejer una pequeña historia –el ermitaño de Eunate y su abandono del mundo, la peregrinan coreana y el ying y el yang, la forma de estar y no estar en el mundo, o vinculado o no a la tierra- esas enseñanzas que me había deparado cada día primero, esta vez no aparecían por ninguna parte, no se me presentaba ningún argumento, nada que pudiera dar consistencia al paseo para que fuera más que paseo; y esa falta, creí comprender mientras apretaba las manos frías en los bastones, también indicaba un pequeña senda aunque fuera borrosa: la de una escritura que debe seguir desprendiéndose de cosas más allá del esfuerzo por aquilatar las palabras, de quitarles filfa, como si lo que ahora necesitase fuera prescindir aún más, huir de lo pesado –la idea- e ir a lo ligero –sea lo que esto fuere- , no buscar siempre el sentido sino andar por fuera de los conceptos que siempre acuden para dignificar las cosas: el tiempo, la muerte, el pasado, los hombres; mejor quedar esta vez en medio del campo cerrado por la niebla, sin grandes perspectivas, en blanco y negro, sin sol, sin la gran cola desplegada del pavo real, dejarse ocupar por lo dado, expectante, y afinar todavía la mirada.
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