Entre viejos papeles, amarillento, encontré por fin el artículo que a sus 89 años Carl Schmitt, el legendario filósofo y jurista alemán que debatió con Kelsen, el hombre cuyas teorías utilizaron los nazis a su antojo, y que sobrevivió al tiempo y sus terribles enseñanzas, tal vez a sus propios remordimientos, envió a un periódico entonces de reciente creación, El País. Era el 21 de enero de 1977, cuando en España se estaba debatiendo la Ley de Amnistía, un auténtico clamor de la Izquierda para superar el pasado de una vez, y que terminaría aprobándose en octubre de ese año. Fue Marcelino Camacho, como se ha recordado, el orador más brillante y generoso en esa ocasión. El viejo Schmitt que escribe al periódico, sin duda muy atento a lo que sucede en ese momento en España, tiene claro que la amnistía es la única manera de terminar una guerra civil. El perdón mutuo de ambos bandos. La única vía para tratar de impedir la cadena de venganzas y reproches sin fin, el antídoto para dejar de tratar al otro como criminal, y abrir un nuevo tiempo. Es la manera, dice, de que el vencedor no siga sentado encima de su derecho como encima de un botín. De que el perdedor renuncie a cobrarse su venganza. Pero algo así no es muy común, dice Schmitt. Por eso está tan atento esos días y aporta precedentes, desde Homero, de esta inusitada concordia que a veces supera al odio. No es casualidad que los ingleses, señala, que no han tenido una guerra civil desde Cromwell, en 1660, le hubieran puesto fin con la vuelta del rey y una ley de “descarga y olvido” que renunciaba a toda revancha. Terminar una guerra civil requiere la fuerza de una autentica amnistía. De un acto de mutuo olvidar. De un encuentro para no volver a las andadas. Quien acepta la amnistía, advierte Schmitt en aquel 1977, cuando todo está por hacer, también tiene que darla y quien concede la amnistía tiene que saber que también la recibe. Es cosa de dos. Así se logrará, dice “la fuerza y la gracia del mutuo olvido, vestigio de un viejo derecho sagrado”. ¿Quién nos dará la fuerza y quien nos enseñará el arte del buen olvidar?, se pregunta todavía desde el ajado papel.
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