martes, enero 26, 2021

Amanece


Vi un pequeño resplandor en mi ventana y cuando me levanté comprobé que el amanecer estaba pintando de violeta el cielo que de pronto era púrpura y luego grisáceo, a franjas,  como un cuadro expresionista, y debajo de esos manchones caprichosos, que dejaban colas sobre el cielo como si hubiera pasado un cometa, había una línea de rojizo sangrante, como si el firmamento estuviera de parto y el sol tratara de abrirse paso y allí sentado en la cama, silencioso, vi como todo aquello brillaba un segundo y luego iba poco a poco deshaciéndose, empalideciendo, difuminándose,  vencido por el color pardo de las nubes panzudas que parecía tener volumen y amenazaban con  desplomarse sobre la tierra de un momento a otro.  No es el primer amanecer de enero así, me dije, no es el primer día de estos meses tan extraños en que el amanecer parece el anuncio de algo y se presenta como  un regalo inusitado, una inyección de fuerza y de belleza para comenzar el día,  como si el día por delante fuera  un regalo envuelto en papel de colores que mantiene todavía su ilusión oculta, sus horas por jugar en las que nada está escrito, un regalo que cuando uno trata de abrirlo sin rasgar el papel y no sabe todavía lo que oculta mantiene su máximo encanto, como si estuviera ante un velo sagrado que mantiene al tesoro libre de miradas;  no hay belleza sin secreto, no haya tiempo verdadero sin enigma, sin la necesidad  de ir detrás de algo que se escapa, que nunca se alcanza, que cuando está a punto de tocarse con los dedos ya no está allí, como el propio amanecer de este día de invierno sobre los árboles desnudos y los montes recortados que anuncian la jornada que todavía está por decidir, como el cielo recién estrenado sobre una ciudad tan callada que parece haber recibido una mala noticia, inmóvil todavía, desperezándose, saliendo a duras penas del toque de queda, alumbrada por los fucsias celestes, por los púrpuras profundos que alumbran en  el cielo un par de minutos y luego se esfuman entre la grúas lejanas en las que la luna ha ido columpiándose toda la noche, de una otra, como un borracho incorregible que no quiere entrar en casa.

 

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