martes, enero 12, 2021

Las Ratas

Conforme se acerca el fin de año los periódicos sacan listas de las películas, las series y desde luego los libros mejores del año, aquellos que uno no puede perderse, en general operaciones comerciales, promoción de autores de moda,  pero este ha sido un año en que gracias a la peste hemos vuelto a grandes libros que esperaban su momento, y así  Vargas Llosa, por ejemplo,  se ha enfrentado a los 42 tomos de los episodios nacionales de Galdós, y Trapiello a las 2.000 páginas  de Guerra y paz de Tolstói, según cuentan. Por mi parte, esta Navidad he leído “Las ratas”, de Delibes, retrato de un pueblo de Castilla en los años 60, justo cuando todo iba a cambiar para siempre, donde vive el Nini, un niño curioso y clarividente, amigo de los pájaros y las alimañas, que malvive en una cueva, casi en la indigencia, habla con los viejos y predice la nieve y la granizada. La vida en el pueblo es muy sobria y desolada, como le cuadra a esta Navidad sin los excesos de otros años,  y leyendo las historias  del Nini y del pueblo, del páramo interminable con sus tesos y cárcavas,  donde el padre del niño caza ratas para comerlas y la gente apenas saca nada de la tierra,  se comprueba que el libro es como una botella con un mensaje dentro de un pasado que ya no existe,  que ya tenemos poco que ver con lo que se cuenta en la novela, hemos mutado, no nos reconocemos: no existe ya ese lugar donde la gente se reúne para la matanza del cerdo, que el Nini abre  en canal  mientras los hombres  beben aguardiente, esperando la prueba. Cuanto hemos mejorado desde entonces, sin duda, pero a la vez cuanto hemos perdido. Es como si el mundo de hoy, tecnificado y global, lleno de objetos sofisticados y efímeros tras los que corremos, hubiera perdido la gracia y la proporción. Hemos robado el fuego de los dioses y el progreso nos ha traído bienestar, pero también la amenaza al planeta, el desquiciamiento y la infelicidad. Todo tiene su opuesto. Todo va muy deprisa, pero nadie sabe en realidad adónde vamos. Y aquí estamos: refugiados en casa, pendientes de una curva o una vacuna, con más miedo que en aquel pueblo remoto acostumbrado a todas las plagas.

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